martes, 28 de enero de 2014

ÚLTIMA CANCIÓN DE UNA LEYENDA DE LA MÚSICA

Muere Pete Seeger, insobornable conciencia ‘folk’ de Estados Unidos.

Fernando Navarro. El País, España.


n el prólogo de su libro La otra historia de los Estados Unidos, recordaba el historiador estadounidense Howard Zinn, en el momento de referirse al relato humano de su propio país, las palabras de Albert Camus en las que afirmaba que en un mundo de conflictos, de verdugos y víctimas, la función del hombre pensante debe ser no estar nunca en el lado de los verdugos. Extrapoladas estas palabras al mundo de la música, Pete Seeger, fallecido ayer a los 94 años en la localidad de Beacon, en el Estado de Nueva York, fue la gran conciencia de Estados Unidos a través de centenares de canciones, que documentaban las injusticias, las luchas y los sueños de la sociedad civil norteamericana en el siglo XX.

Hijo de un musicólogo y una violinista, Seeger nació en Patterson, en Nueva York. Aprendió los rudimentos del ukelele a través de clases privadas en el colegio pero su verdadero interés por la música le vino después de que sus padres se separaran. Su padre y su madrasta, la compositora Ruth Crawford, coleccionaban y tocaban en casa viejas canciones folk, recopiladas por John y Alan Lomax, los grandes arqueólogos de la música tradicional norteamericana. Un joven Seeger se empapó de todo ese ambiente al tiempo que se aficionaba a instrumentos de corte rural como el banjo, que más tarde se convertiría en su seña de identidad sonora.

Antes de dedicarse de lleno a la música, Seeger quiso ser periodista y estudió en Harvard, donde pronto dio rienda suelta a su activismo político y fundó un periódico de corte comunista. Pero dejó los estudios a los dos años para viajar a Nueva York y conocer, de la mano de Alan Lomax, al fiero cantante de blues Leadbelly. Fue su pasaporte definitivo al mundo de la canción. El propio Lomax dijo que el folk moderno nació el 3 de marzo de 1940. Fue el día en que Seeger conoció a Woody Guthrie en un concierto benéfico por los trabajadores inmigrantes. Ambos pusieron en común su necesidad de transformar la realidad social a través del folk, al que añadieron nuevas texturas y una vena muy combativa en el grupo Almanac Singers.

El grupo, abierto a varios músicos, tenía su epicentro en Greenwich Village y tocaba canciones pacifistas. Sus integrantes formaban parte del ala de la izquierda liberal, combativa y minoritaria estadounidense que en un principio se opuso a la entrada de Washington en la Segunda Guerra Mundial, más cuando Stalin pactó con Hitler en 1939. La participación en la guerra significaba ir contra la Rusia comunista. Sin embargo, los Almanac, influenciados por Guthrie, terminaron apoyando la lucha contra el nazismo para dar sentido a sus ideales de transformación global. Pero, después del ataque japonés de Pearl Habor en 1941, el FBI intensificó sus persecuciones comunistas y la sociedad receló del discurso de los cantantes. Los Almanac Singers dejaron de actuar.

Junto con Lee Hays, exmiembro como él de los Almanac Singers, formó The Weavers, que contó también con Ronnie Gilbert y Fred Hellerman. Bajo el techo de Decca Records, profesionalizaron su situación y dejaron entrar arreglos orquestales que les permitió alcanzar mayores audiencias con su folk coral. En los primeros cincuenta, se convirtieron en estrellas nacionales. Canciones como Kisses Sweeter Than Wine o So Long (It’s Been Good to Know Yuh) fueron algunos de sus éxitos, aunque otras composiciones como If I Had a Hammer o Goodnight Irene gozaron de mayor acogida entre la comunidad folk. Sin embargo, Seeger dejó el grupo después de que grabasen un anuncio para la marca de cigarros Lucky Strike.

Tanto con los Almanac Singers como con los Weavers, Seeger desarrolló su capacidad para crear un cancionero vivo, cosido a los retazos de la tradición y al impresionante coral de sonidos populares de su país. Acompañado simplemente con su guitarra o su banjo, se dedicó a frecuentar cafeterías, universidades, campus de verano o iglesias. No tardó en convertirse en una de las voces más autorizadas de la escena bohemia y activista del Greenwich Village de Manhattan, que trajo el renacimiento del folk, alumbrando a dos de sus grandes profetas en los sesenta, Bob Dylan y Joan Baez.

Fue perseguido por las autoridades norteamericanas por sus ideas políticas y su antigua pertenencia al Partido Comunista, en el que ingresó en 1942. El músico había sido director de la organización People’s Songs, que tenía el objetivo de difundir música popular y canciones a favor de la solidaridad obrera. Con la excusa de formar parte de esta organización, tuvo que pasar por los interrogatorios del comité del Senado que presidió el senador republicano McCarthy, de marcado carácter conservador, durante la famosa caza de brujas para detener a sospechosos de ser agentes soviéticos a mediados de los cincuenta. Seeger se negó a declarar, acogiéndose a la primera enmienda de la Constitución. Fue sentenciado a un año de prisión en 1961 pero una corte desestimó la acusación. Las organizaciones civiles y la comunidad folk más comprometida vieron en él a una especie de héroe.

Durante los sesenta, se involucró en la lucha por los derechos civiles de los negros apoyando a los activistas. De hecho, uno de los himnos del movimiento, liderado por Martin Luther King Jr., fue una de sus canciones We shall overcome que realmente era una variación que hizo de un viejo canto espiritual del góspel. Y, antes de que la Guerra de Vietnam se convirtiese en un asunto nacional, en parte porque no paraban de llegar ataúdes con jóvenes soldados caídos en suelo vietnamita y estos no querían ser reclutados, Seeger se opuso con vehemencia a la intervención militar estadounidense. Dedicó una feroz canción al presidente Lyndon Johnson a mediados de los sesenta por su agresiva política exterior, llegando a ser censurado en televisión.

Amante de las esencias del folk, reacio a la modernización del género, lo que le llevó a tener una audiencia cada vez más reducida, el nombre de Seeger también está asociado a una de las leyendas más conocidas de la música norteamericana, aquella en la que se cuenta que intentó con un hacha cortar los cables de la guitarra eléctrica que Bob Dylan utilizó durante su actuación en el célebre festival de Newport de 1965, cuando el bardo de Minnessotta empezó su revolución sonora que le llevaría a convertirse en una estrella pop a la altura de The Beatles. Varios testigos de aquel concierto han desmentido con los años tal suceso, aunque nadie ha dudado nunca del aguerrido carácter de Seeger, quien a veces tenía demasiadas malas pulgas.

Sin dejar nunca de componer y recuperar composiciones tradicionales, cantó para el movimiento obrero, apoyó la lucha por el medio ambiente y clamó contra las campañas belicistas. Destinó los beneficios que le reportaba la canción We shall overcome (Venceremos) a organizaciones que apoyaban a los afroamericanos más desfavorecidos en el sur. Nunca separó su ideario político de su música, llegando a dedicar un disco a las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Española. Junto con Bruce Springsteen, quien le rindió tributo en su disco We shall overcome: The Seeger Sessionsactuó en 2009 en el Memorial de Lincoln en el concierto inaugural de la presidencia de Barack Obama.

Antes, en 1994, Bill Clinton le había concedido la prestigiosa Medalla Nacional de las Artes por su contribución a la cultura norteamericana. Por su 90 cumpleaños, se celebró un concierto homenaje en el Madison Square Garden en el que propio Springsteen le presentó como "un archivo vivo de la música americana y de su conciencia, un testamento del poder de la canción y la cultura”. Allí se dieron cita Emmylou Harris, Joan Baez, Roger McGuinn de The Byrds o John Mellencamp.

A decir verdad, resulta muy difícil encontrar en el panorama musical de hoy en día gente de la pasta de Pete Seeger. Músicos que en sí mismos son savia de Norteamérica por su discurso popular, su obra a pie de calle, su influencia en varias generaciones y su compromiso con su arte y su entorno. En definitiva, resulta muy difícil, en este mundo de consumo instantáneo, en el que pocas cosas parecen perdurar, captar el tamaño y el corte de la figura de Seeger, el músico que decía de su humilde guitarra: "Este instrumento atrapa el odio y le obliga a doblegarse". Era su espada, blandiéndose siempre contra los verdugos.

domingo, 26 de enero de 2014

JESÚS CABEL: VALDELOMAR EN IMÁGENES



a Biblioteca Abraham Valdelomar dirigida por el escritor iqueño César Panduro y, bajo los auspicios de Alberto Benavides Ganoza, han hecho posible la edición de Valdelomar en imágenes, una exposición fotográfica del escritor iqueño realizada en el Museo Adolfo Bermúdez organizada y dirigida por Jesús Cabel.

Con la publicación del homenaje a Abraham Valdelomar en imágenes, éste representa ya un proyecto culminado en el fructífero trajinar por la literatura peruana que tiene Cabel, de cuya pasión, creatividad, tenacidad y obsesión soy testigo. Tomo el colofón de Benavides Ganoza para esta edición homenaje:

Valdelomar tiene siempre cara de inteligente. Esta nueva contribución de Jesús Cabel a la bibliografía peruana es un justo homenaje a ese “intérprete de la naturaleza” que es Valdelomar. Ojalá que estas imágenes contribuyan a despertar la curiosidad por sus cuentos magnificos. Ahí encontrará cualquier joven –de cuerpo o de alma- la prosa siempre poética de Abraham Valdelomar.

PRESENTACIÓN

Jesús Cabel

n el proceso de la literatura peruana, de las dos primeras décadas del siglo pasado, la presencia de Abraham Valdelomar es imprescindible por diferentes razones. Su obra –principalmente parte de la narrativa, las crónicas, el epistolario a su madre y algunos poemas- ha suscitado interés, reconocimiento y devoción; al punto de que no es una exageración ni ningún alarde afirmar que estamos frente a un clásico de nuestra literatura, pero también ante un personaje que levantó polémica por su personalísima conducta, que originó más de un escándalo, los cuáles, hoy felizmente, han sido traducidos apenas como una anécdota.

El protagonismo de Valdelomar no se debe a  las poses que asumió, propias de la época -más si consideramos ese ámbito limeño tan áspero y difícil-; sino, en el fondo, por esa parte temblorosa y absorta de su autobiografía que logra páginas inolvidables, donde la imagen del niño sobrevive y se aferra a la naturaleza marina, al beso cálido de la madre y al juego de los hermanos. Sin embargo, es necesario explicar cómo es que un provinciano del sur del país pudo convertirse en el eje del movimiento Colónida, tal vez el más importante del siglo pasado y en lo que va del presente. A partir de la revista Colónida, que apenas logró cuatro números, Valdelomar impuso nuevos nombres a la literatura peruana, otras formas de enfrentarse a la escritura y diferentes modos de plantearla.

Luego vendrá la gran travesía que emprendió entre mayo y diciembre de 1918, con la que inició una extraordinaria forma de sentir y pensar el país, auscultando los problemas nacionales. Emprendió un peregrinaje cultural sin precedentes, convocando con su vibrante oratoria a niños, jóvenes, obreros, intelectuales y al pueblo en general; con el afán no disimulado de promover “una campaña nacionalista, completamente desinteresada”, pues el planteamiento valdelomariano era que todavía resultaba posible desmontar las viejas estructuras y fundar un país nuevo. En ese trajinar, sus conferencias serían la parte medular de un nuevo libro dirigido a develar un Perú desconocido, descubierto precisamente por el poeta. Sin duda, el proyecto habría dado paso a una obra monumental, donde encontraríamos “el alma compleja de los pueblos”. Sus conferencias en el sur y norte del país, son la afirmación de una prédica deslumbrante, pero también de un amor sin fronteras por los valores patrios, por ese sentimiento de peruanidad que solo él sabía insuflar en sus oyentes.

El episodio mortal de Valdelomar se inicia con su elección como Diputado Regional y su viaje posterior a Ayacucho, donde es elegido Secretario del Congreso Regional del Centro. Después aparecerá la leyenda que ahora tratamos de rescatar a través de las imágenes, siguiendo sus pasos por los lugares más insospechados del país, en un itinerario que el propio Valdelomar no tuvo tiempo de examinar, pues su vida terrena fue como un relámpago maravilloso. “Era el más original –ha escrito el maestro Sánchez-, el más audaz, el más sensitivo, el más discutido y tierno. No pertenecía a ninguna familia de linaje ni de arca henchida de doblones; su origen era provinciano y modesto: era del campo. No quiso ser doctor; se graduó en amor y belleza”.

PALABRAS DE HOMENAJE A VALDELOMAR Y CABEL

Oswaldo Reynoso.

las diez de la mañana entró al aula el profesor de Literatura. Cincuentón. Corbata michi y melena crecida: desafió a la gente conservadora de la ciudad de Arequipa de fines de la década del cincuenta. Anteojos oscuros. Seguro que se amaneció con sus amigos poetas, me comentó, por lo bajo, Jorge, mi compañero de carpeta. El profesor de su maletín sacó unas copias a mimeógrafo y me pidió que las repartiera. Lean en silencio, ordenó con voz levemente pisquera. Subió a la cátedra, se quitó los anteojos y reposó la cabeza sobre la tapa del pupitre. Era un cuento. No tenía título ni nombre de autor. Su lectura me despertó la imaginación y me provocó un placer muy intenso. Claro que en ese entonces no tenía la suficiente formación literaria como para apreciar las técnicas que ese autor, de las primeras décadas del siglo pasado, había empleado en su cuento. Sin embargo, años después comprendí que bastaba el contacto directo con la belleza de la palabra y de la imagen para sentir una profunda sensación estética. Y eso fue lo que me produjo tal estado de maravilla. Por otra parte, era la primera vez que leía un relato que me mostraba nuestra propia vida desde las entrañas provincianas del Perú. Cuando terminamos de leer y empezó el runrún de los comentarios, el profesor despertó. Levantó la cabeza, se puso los anteojos oscuros y nos dijo: Ahora, coloquen su cabeza sobre la carpeta y sueñen con el cuento. Y yo soñé con esa familia y vi a mis hermanos, a mi papá, a mi mamá, a los pescadores de Mollendo y sobre todo a ese gallo, que como un guerrero antiguó murió con dignidad y heroísmo en el coliseo de peleas de Yanahuara. Tocó el timbre. Nos levantamos de nuestros bancos. En el patio del Colegio de San Francisco, le pregunté al profesor: ¿Cuál es el título de ese cuento y quién es el autor? Entonces, él me contestó: si te ha agradado, busca en los libros o revistas el título y el nombre del autor. Esta es la tarea que te doy para la próxima semana.

Cuando mis ocho hermanos con mi papá y mi madre, alrededor de una mesa, como la familia de ese cuento, estábamos almorzando, les relaté la experiencia tan profunda y hermosa que había sentido con la lectura de ese cuento de un gallo de pelea. Mi papá me dijo: Después del almuerzo, anda a mi escritorio y encuéntralo en el estante de los libros de literatura peruana. Sírveme rápido, le dije a mi mamá. No me apures, me llamó la atención, y siguió llenando los platos de mis hermanos con el chupe de viernes que sacaba con su cucharón de una gran sopera. No comí la fruta y salí disparado hacia el escritorio de mi papá. Luego de buscar libro por libro, por fin, encontré el cuento. Era El caballero Carmelo de Abraham Valdelomar.

Al día siguiente, me dirigí a la Biblioteca Municipal a recabar más datos sobre este autor. Cuando el Director, el poeta César Atahualpa Rodríguez, escuchó desde su oficina que un adolescente, casi ya joven, se interesaba por Valdelomar, me llamó. ¿Qué ha leído de Valdelomar?, de frente me preguntó. Entonces, le conté la experiencia que había tenido en el colegio y la relectura de El Caballero Carmelo en mi hogar. Este poeta y mi profesor de Literatura eran los únicos en Arequipa que exhibían cabellos largos en insultante caída bohemia sobre la nuca. Llamó a la señorita bibliotecaria y le encargó que me prestara los libros de Valdelomar. Se puso de pie y del estante bajó un voluminoso archivero. Sacó una carta y me la enseñó. Yo he sido amigo de Valdelomar, me dijo. Puede leerla. Con mucho afecto, le decía que valoraba mucho los poemas de su libro La torre de las paradojas. Pero lo que más llamó mi atención fue su firma. Ahora que escribo este texto, recuerdo que emocionado le dije que si podía deslizar la yema de mis dedos por esa firma. Me miró extrañado y me dijo: Proceda. Era la primera vez que me ponía en contacto físico con un escritor que me había señalado en el estremecimiento estético de la palabra una senda de vida y de creación con un solo cuento: El Caballero Carmelo.

Después de muchas décadas, recibo la invitación del poeta e investigador, Jesús Cabel, para que inaugure la exposición “Valdelomar en imágenes”, en el Museo Adolfo Bermúdez de Ica. Luego de contemplar cuarenta fotos de Valdelomar, bien enmarcadas con gusto y elegancia, en diferentes etapas de su vida y en diversas poses y atuendos, volví a sentir con más intensidad ese estremecimiento estético y vital que experimenté hace tantas décadas en Arequipa, mi ciudad natal.

Jesús Cabel tenía el proyecto de llevar esa exposición por las ciudades del país que visitó Valdelomar dando conferencias sobre el Perú. Es necesario destacar que en las primeras décadas del siglo pasado los intelectuales afincados en Lima desconocían el Perú profundo, como lo llamaba otro provinciano, Jorge Basadre. Por desgracia, este proyecto fracasó por falta de financiamiento. Pero, ahora, el fruto de la investigación minuciosa y de la tenacidad de Jesús Cabel se ve logrado con creces en este libro, que une magistralmente la vida y la obra de Valdelomar con un testimonio de imágenes fotográficas y textos redactados con gran conocimiento y pulcritud.

Gracias, Jesús Cabel, por este aporte a la valoración de este escritor que por primera vez, en la literatura peruana, dio importancia a la provincia con sentido universal y destacó con la palabra poética y la imagen a los verdaderos peruanos cholos en la representación de los pescadores de San Andrés.

Norka Rouskaya en el Palais Concert acompañada por Luis Alberto Sánchez,
José Carlos Mariátegui, Abraham Valdelomar y otros escritores de la época.

VALDELOMAR EN CHICLAYO

uando Valdelomar llegó a Chiclayo, fueron a recibirlo el Alcalde José Francisco Cabrera; los periodistas, José María Reaño Bocanegra y Cristian G. Campos, directores de La Tarde y de El Bien Agrícola, respectivamente; y Adán Neyra, presidente del club Unión y Patriotismo. En su alojamiento del Hotel Royal, recibió a una delegación estudiantil del Liceo Aguirre, dirigida por Moisés R. Valiente. El 26 de julio de 1918, en el Teatro Dos de Mayo inicia una serie de conferencias dedicadas, con especial interés, a los niños, obreros y artesanos, así como al público en general. “El sentimiento nacionalista” y “El arte en el Perú”, son dos de los temas preferidos, alternando con la lectura de poemas de Manuel Gonzáles Prada y Rubén Darío. El tono de su primer encuentro con el público es confesional y revelador. Dice: “Si me considero y soy el más brillante y joven artista de mi época, es, justamente, porque no sé mentir; por haber dicho siempre la verdad, en el arte y en la vida; porque juzgo que en un país envilecido por la mentira, es menester llevar a la Verdad a su exaltación máxima […]”. El viernes 09 de agosto, Valdelomar se alejaba de Chiclayo y las sociedades obreras fueron a despedirlo masivamente, agradeciéndole las dos conferencias que les dedicó; la primera, en la plaza de Abastos, y la segunda, en el Teatro Dos de Mayo.

jueves, 16 de enero de 2014

Jorge Boccanera: diálogos con Juan Gelman


El poeta Jorge Boccanera recuerda a su amigo y reinventor de la lírica, Juan Gelman fallecido a los 83 años en México, donde se instaló en 1988 tras el exilio al que lo obligó la dictadura militar que le costó la desaparición de su hijo Marcelo y su nuera María Claudia, y la apropiación de su nieta recuperada, Macarena.

"Ahora Juan está en un patio. El mismo patio que se abría cuando entrecerraba los ojos, y se atusaba el bigote; le había quedado grabado desde su niñez; patios en el barrio de Villa Crespo con casorios, mesas de empanada, mucho baile y el mismo bandoneonista de siempre: un empleado de comercio; cuando describía el momento apuntaba un dato afirmando el compromiso: la gente no faltaba.

Tampoco Juan faltó a las muchas citas alrededor de los manteles tendidos por una existencia a fondo: la creación poética, la militancia política, la solidaridad, la amistad, el periodismo, la búsqueda de sus seres queridos víctimas de la dictadura.

Lo conocí en 1975, cuando accedió a conversar con los poetas que formábamos un grupo literario en una pieza que alquilábamos en la calle Suipacha; hacía rato que su voz sobresalía en el panorama local y muchos éramos los que nos sabíamos de memoria poemas de “Gotán” y “Cólera Buey”.

Tampoco faltó a esa cita, aunque la Triple A causaba estragos en la militancia y vivía a los saltos: recuerdo una ronda de mate de más de cuatro horas y nuestra ansiedad por darle forma de charla a lo que en realidad se transformó en una tumultuosa entrevista sobre el hecho poético y la coyuntura política.

"La conversación con Juan estaba llena de anécdotas, vidas entrelazadas; y en cada juntada en un café volvía a ser el que “hacía esquina” con los amigos en las calles de Villa Crespo" Al fondo de esa noche cruzada por sirenas policiales, Juan respondía con paciencia nuestras preguntas; algunas en torno a su último libro publicado, “Relaciones”, que alborotaba el avispero con textos que -y ésta sería una de las marcas de su escritura- inauguraban calles originales y propias.

Nos deslumbraban poemas como el de las seis enfermeras locas de Pickapoon, la persistencia del poeta que pese a todo los reveses “se sienta a la mesa y escribe” y los ojos de la Pulpera de Santa Lucía ahogados en la sangre de los fusilados de Trelew, pero también el modo natural de unir lo que por esos años se discutía en términos de dilema: el agua del experimento formal y el aceite de la crítica social.

El libro llevaba un epígrafe de quien, aún no lo sabíamos, se sumaba a la cadena de sus heterónimos, José Galván: “Hay que hundir las palabras en la realidad hasta hacerlas delirar como ella”, línea que sin duda resumía su poética.

Juan daba un aire de juego a un asunto que trataba con seriedad: sus poetas inventados; sonrió la vez que ingenuamente le pregunté por un poeta chino citado en uno de sus libros; ya conocíamos a John Wendell, Dom Pero y Yamanokuchi Ando, pronto llegarían Galván y Julio Grecco; pero había más.

 Por teléfono, cuando llegaba a Buenos Aires, cambiaba la voz y se hacía pasar por un tal “un tal Izpizirri” y en un café me contó la historia: un jockey de La Plata al que no vio correr, había leído el nombre en un diario y le atrajo el sonido con muchas `íes`: "Le imagino una voz finita; al hipódromo fui una sola vez y me aburrí; yo soy un heterónimo de Izpizirri”, contó Gelman.

La conversación con Juan estaba llena de anécdotas, vidas entrelazadas; y en cada juntada en un café volvía a ser el que “hacía esquina” con los amigos en las calles de Villa Crespo; ese espacio sobrevolado por un aire de cachada, sarcasmo, ironía fina donde relampaguea el doble sentido, las locuciones populares, la jerga callejera y el tono confidencial, todo subrayado con guiños y muecas. 

La trama dialogante de mucha de su poesía sale de ese barrio: un abanico de gestos porteños que guarda una perplejidad posible de rastrear desde sus versos primeros: “¡Qué cuestión!”, “¡qué asunto raro!”, “quién me manda”, “¡Cómo decir las cosas más simples de la vida!”,  “¡Qué cosa seria!”; ese asombro que tras el atisbo del desconcierto, se vuelve reclamo, interpelación.

En Juan esa perplejidad es una toma de conciencia que es vislumbre y corazonada; su modo de interrogar -su poesía tiene la música de las preguntas- es una manera de cuestionar y, en sintonía con las luchas políticas de los años 60/70, una urgencia por resolver los asuntos candentes de la realidad.

Así nos acompañaba Juan a los más jóvenes, sentado en el mismo cordón de la vereda, interesado por nuestra escritura y por la vida de todos los días; con el aliento de un maestro que eludía ese lugar, pero que para nosotros, los del barrio de la poesía, era un “uno más”, con algo más, o sea: un fuera de serie.

Y ahora Juan está en un patio, pensando en los amigos de la barra de Villa Crespo -“con un par nos conocemos hace setenta años”-. Subrayaba que había sido milonguero y que tuvo la certeza de que Borges nunca había bailado: “Dijo que era `una manera de caminar`; pero es una manera de conversar: cuerpo a cuerpo”.

En materia de cantantes sus preferencias iban por el lado de Goyeneche, Rivero y Ángel Vargas -“me levantaba a las ocho de la mañana para escucharlo en la radio”- y en materia de orquesta nombraba a Fresedo y Pugliese: “Don Osvaldo no era una orquesta, era un movimiento de masas; la mitad de gente que estaba en la pista no bailaba, iba a escucharlo. Ojo, que me gustaba también Darienzo, tengo que confesarlo, por ese ritmo particular que tenía”.


Nos vimos por última vez en agosto pasado en Buenos Aires en la presentación de su libro “Hoy” y consciente del fracaso de resumir una poesía tan densa signada por una frondosa inventiva y una conciencia lúcida, antepuse una línea que el poeta Luis Cardoza y Aragón deslizó cuando se le pidió su opinión sobre la obra de Picasso; eludiendo el análisis crítico, dijo: “me lo imagino”.

La frase bien vale para la escritura de Juan por la variedad de registros que propone y su portentosa capacidad de interrogarse, y además le cabe a una existencia inmersa en la lucha política, su entrega, su tenacidad. Todo eso que estuvo presente hasta en sus últimos días, mientras escribía un poema titulado “Verdad/es” y nos decía, se decía: “aguantate el universo desnudo”.

Hablo de un poeta grande que nos daba retazos de vida en pulidas joyas diminutas que ahondaban en el amor, el exilio, la revolución, la memoria, la espesura del vacío; hablo de un hombre que miraba la vida de frente, hablo del compinche con quien anudamos la amistad con abrazos que dicen “hasta luego”.

Tomado de:

miércoles, 15 de enero de 2014

Recensión: Influencias de Acuña y Arteaga en el ideario de Guamán Poma



Alfredo Alberdi Vallejo es Doctor en Filosofía por la Freie Universidad de Berlín, tiene formación académica en medicina y astronomía. Ha publicado textos donde desarrolla tópicos sobre antropología médica andina; etno-astronomía quechua y un importante estudio: El mundo al revés, Guamán Poma anticolonialista (2010). Actualmente dirige la revista digital Runayachachiy.



Alberdi Vallejo, Alfredo (2013). El mundo está perdido. Influencias de Acuña y Arteaga en el Ideario de Guamán Poma. Berlín: Wissenschaftlicher Verlag Berlín. 444 pp.



Recientemente Alfredo Alberdi ha publicado sus conclusiones sobre las influencias intelectuales externas en el cronista Felipe Guamán Poma de Ayala, incidiendo sobre denuncias y abusos cometidos contra los hatunruna, a partir de la revisión de documentos coloniales existentes en el Archivo General de Indias y el Archivo Regional de Huamanga.

La hipótesis sobre la arquitectura discursiva de la Nueva Crónica y Buen Gobierno respecto al poder colonial hispano reside en determinar las influencias e información de funcionarios coloniales que recogió el cronista para describir cada uno de los abusos cometidos y contextualizarlos dentro del marco jurídico-moral y religioso colonial, proponiendo un “Buen Gobierno” que debería corregir dichos abusos.

La publicación de Alberdi Vallejo está basada en la documentación colonial que recogió sobre los oidores Alverto de Acuña y Pedro Arteaga de Mendiola, relacionados con la visita a las minas de azogue de Huancavelica. La información recogida sobre ambos oidores le sirvió para contextualizar las denuncias que Guamán Poma escribió sobre los abusos cometidos contra los hatunruna que estaban destinados al trabajo en las minas, en las que acabarían sus vidas “azogados”. Se pregunta Alberdi: ¿Dónde y cuándo aparecieron esas influencias directas de Acuña en Guamán Poma? ¿Quién fue Alberto Acuña? ¿Ha tenido Acuña influencia decisiva en la vida y obra del cronista? ¿Habría otros personajes hispanos desconocidos que ayudaron a Guamán Poma a elaborar su crónica? Interrogantes que, por cierto, requieren reinterpretar toda la información colonial sobre la cual se ha basado en el análisis de los textos escritos en la Nueva Crónica y Buen Gobierno.

El autor incide en la importancia de establecer un análisis comparativo entre los contenidos de la estructura discursiva que contiene el memorial de Alverto de Acuña y la redacción de la vida colonial contenida en la Nueva Crónica y Buen Gobierno.

Alberdi Vallejo aborda los contextos diacrónicos y sincrónicos en la estructura narrativa de la Nueva Crónica y Buen Gobierno. Para determinar la secuencia temporal la redacción de la Crónica le fue necesario establecer la edad de Guamán Poma al momento de conocer a ambos oidores. No se tiene certeza del año exacto del nacimiento y deceso de nuestro cronista nativo. Usualmente se ha consignado como fechas probables 1534 y 1615, es decir vivió 81 años. Sin embargo, confrontando las fuentes manuscritas posteriores a 1615, sostiene Alberdi que tal probabilidad se ha modificado en fechas que se sitúan entre 1556 y 1644 (88 años). Las conjeturas y evidencias halladas en documentos coloniales plantean una revisión de criterios aceptados sobre la temporalidad en la redacción de la Nueva Crónica y Buen Gobierno.

No se sabe sobre la formación intelectual que recibió Guamán Poma, sólo por las referencias e informaciones que nos brinda el autor de la Nueva Crónica y Buen Gobierno, muestra dominio de un envidiable volumen informativo para su época, la que utilizó al momento de redactar  y dibujar. En la primera parte de la Nueva Crónica la información sobre el pasado Inka es muy detallado que parece estar transcrito por un khipukamayuq o killkakamayuq; en la segunda parte el cronista apunta con detalle los horrores del poder colonial, su visión no es sólo la de un etnógrafo, sino la de un crítico implacable que desenmascara y agrega humor corrosivo al momento de evaluar a cada miembro de la burocracia colonial: señala a los procuradores coloniales como “proculadrones”; se refiere del mercedario Martín de Murúa como “fraile merzenario Morúa”, a quien dibuja apaleando violentamente a una anciana tejedora; cuando denuncia la ruptura de los votos de castidad de los religiosos cristianos dibuja a los “mesticillos y mesticillas”, hijos  secretos “de los padres doctrinantes”.

Sostiene Alberdi que la conjetura más plausible de la formación intelectual de Guamán Poma se inició en el hogar paterno donde aprendió la escritura hispana y el idioma de Castilla, forjó una técnica muy elaborada para el dibujo y una caligrafía muy entrenada, superior a la de los escribanos de su época. El desarrollo de su condición de “lengua” (traductor) le llevó al dominio del latín, aimara y otras lenguas nativas no identificadas. Lo que aprendió Guamán Poma del mundo europeo se debió al acceso a las bibliotecas de religiosos y funcionarios coloniales a los cuales sirvió.

La ventajosa condición de “lengua” permitió a Guamán Poma acceder a las fuentes del pensamiento de su época y a los comentarios orales de funcionarios coloniales que accedían a información privilegiada. Señala el cronista que acompañó en tal condición a Cristóbal de Albornoz. El visitador eclesiástico fue enviado por el Cabildo del Cuzco a Huamanga en 1569, fecha probable de su encuentro con Guamán Poma, éste tendría aproximadamente 13 ó 15 años. El cronista también sirvió de “lengua” al teniente de corregimiento de Huamanga Juan Pérez de Gamboa, quien fue “Juez de bienes de difuntos” de las minas de Huancavelica. Fue en 1588 cuando probablemente conoció al oidor Acuña que ejercía como “defensor de yndios” y éste lo llevaría para su servicio a la Ciudad de los Reyes (Lima).

En la Nueva Crónica y Buen Gobierno, Guamán Poma no menciona al oidor Alverto Acuña. Sin embargo, en la petición ante la Audiencia de Lima solicitando la restitución de sus tierras en Chupas (Huamanga) se hace evidente que el cronista si conocía al oidor Acuña. Señala Alberdi que descubrió el nexo entre Guamán Poma y el oidor Acuña por el testamento de María Yupanqui en el Hospital de Naturales de Huamanga fechado en 1660, en el que se menciona que el cronista sirvió como “lengua” al “oydor Docaña”.

Acuña llegó al Perú en junio de 1585 nombrado como “defensor general de indios”, en 1597 estuvo en la Real Audiencia de Quito, en 1600 fue oidor en Panamá donde redactó su memorial al Consejo de Indias. En 1606 nuevamente regresó al Perú como oidor, sus funciones coloniales se prolongan hasta 1630, donde hay referencias que se desempeñaba como “Alcalde del crimen” al servicio del Virrey Conde de Chinchón.

En la segunda parte de la Nueva Crónica y Buen Gobierno referida a minas, padres, funcionarios coloniales y consideración se encuentran insospechadas influencias que Alberdi Vallejo desvela al momento de reconstruir los contextos narrativos de los reclamos sobre los abusos cometidos contra los hatunruna en la colonia. El nexo y las influencias entre Guamán Poma y Alverto de Acuña ha requerido una extraordinaria indagación documental por parte de Alberdi Vallejo al comparar los discursos jurídicos y económicos que ambos utilizaron para poner en evidencia los abusos cometidos en las minas de azogue de Huancavelica, esto incluye también los fundamentos jurídicos sobre la improcedencia de los diezmos que se imponía a los hatunruna. Las denuncias sobre los abusos de los mineros pone en evidencia un conflicto entre dos modelos económicos: el asfixiante monopolio desde una organización económica feudal controlada por la corona española y los primeros tanteos de una organización económica pre-capitalista.

El aporte de Alberdi Vallejo radica en haber desarrollado minuciosamente y con objetividad la trama de la minería colonial en Huancavelica, reconstruyendo el tejido político, económico y social de las que Guamán Poma fue testigo directo y dejó escrito y dibujado en la Nueva Crónica. El discurso denunciatorio de las condiciones del trabajo en las minas están relacionados con los alegatos jurídicos contenidos en el memorial del oidor Alverto de Acuña redactado en Panamá en 1598 –el mismo que Alberdi Vallejo presenta como anexo en su texto-. Comparativamente, parte de la exposición del memorial de Acuña puede leerse en la Nueva Crónica como ideas comentadas. La lectura del memorial sirvió para que Guamán Poma consolide sus denuncias contra los abusos cometidos contra la población nativa proveniente de Lucanas y Andamarca, lugares de donde provenía.

El libro de Alberdi Vallejo es un verdadero aporte al estudio de la obra del pensador nativo Felipe Guamán Poma, propone nuevos contextos del estudio del pensamiento colonial nativo (o “indígena” para otros) partiendo de una elaborada metodología interpretativa. Este texto debe inspirar a las futuras generaciones de investigadores a plantearse y proponer nuevos elementos de juicio para comprender el pensamiento de nuestro cronista nativo y desvelar completamente la trama de los abusos que se cometieron durante la dominación colonial hispana.


Chosica, Perú, 15 de enero 2014.


lunes, 13 de enero de 2014

CONTARLO TODO, PERO ¿QUÉ?

Por Jorge Rendón Vásquez

La escritura, o la acción de escribir, es una actividad común a todos los seres humanos que saben leer y escribir, desde el registro de unos cuantos datos en una nota hasta la redacción de volúmenes íntegros.

En algunas ocupaciones, la importancia y la frecuencia de la escritura es mayor, y sus reglas y técnicas se particularizan por su complejidad. Son los casos de la práctica del derecho, del periodismo y de la literatura.

Un abogado no podría redactar una demanda, un juez, una sentencia; un periodista, una noticia; y un literato, un poema o un relato, si no supieran escribirlos.

Pero, además, todos ellos deben tener algo que decir.

Es imposible ponerse a escribir, a lápiz, con un bolígrafo o con una computadora, sin saber lo que se desea expresar, con la mente en blanco, esperando el golpecito de la varita mágica en la frente, aplicado por alguna hada buena mientras revolotea sobre nosotros, mirándonos curiosa y compasivamente.

Para los abogados y jueces hay siempre un contenido: lo que piden o mandan, respectivamente; y para los periodistas también: la noticia que llega a su conocimiento y “voltean”.

En cambio, los literatos de ficción, para tener un contenido, deben inventar una trama y, si se proponen exponer un tema trascendente, definir un mensaje o bosquejar un sentimiento o una pasión. Luego, ya les es posible desarrollarlos a medida que los escriben para luego corregirlos, modificarlos y hasta cambiarlos, casi siempre entregándose a un duro, paciente y, por lo general, dilatado trabajo.

El quid de un escritor de ficción es, por lo tanto, concebir un argumento y esbozar sus pasos principales que, según la retórica clásica, son el planteamiento, el nudo y el desenlace. El nacimiento de un escritor es imposible si no tiene qué contar; y puede considerarse acabado cuando su imaginación ha cesado de retoñar tramas.

Me ha sido necesaria esta introducción para exponer mi punto de vista sobre la novela “Contarlo todo” de Jeremías Gamboa, a la que por algunos bóviles móviles el poder mediático le ha atribuido tanta importancia.

Es la historia de un joven mestizo de padres provincianos, llamado Gabriel Lisboa que, en 1992, a los diecisiete años, siente curiosidad por saber qué hay más allá del barrio popular donde vive con sus tíos en Ate, y descubre “una ciudad tugurizada. A punto de caer al asedio de los grupos subversivos de extrema izquierda; un inmenso y desordenado conjunto urbano que casi por casualidad era la capital de un país prácticamente ingobernable”. Ingresa a la Universidad de San Marcos. Pero se horroriza ante “las paredes de la ciudad universitaria (con) inscripciones violentas en las que un pulso agresivo llamaba a todos a emprender la lucha popular y la guerra de guerrillas contra el Estado peruano”. Poco le importa al narrador, y a su médium Gabriel Lisboa, que en esta Universidad estudien varias decenas de miles de estudiantes que desdeñan esas pintas como expresión de minúsculos grupos aislados.

Su tío, mozo de una pizzería de Miraflores, lo ayuda a postular a la Universidad de Lima a la que ingresa. En lo sucesivo, toda su vida girará en torno a esta Universidad para jóvenes de las clases propietarias y otros de modesta condición para quienes las relaciones con aquéllos pueden tenderles los peldaños hacia el éxito profesional, sirviendo a grandes empresas.

¿De qué vive Gabriel Lisboa? De la benevolencia de los tíos y de algunos giros de su madre desde el interior. La Universidad de Lima le confiere un préstamo y luego una beca. Gracias a su inteligencia y ganas de aprender, comienza a relacionarse allí con algunos jóvenes diletantes que le permiten visitarlos en sus casas de ciertos barrios para gente con poder económico. Eso le encanta, aunque luego tenga que retornar en bus a altas horas de la noche a la casa de sus tíos.

Su ingreso al periodismo es posible por una gestión de su tío ante el subdirector de una revista que viene a comer a la pizzería. Gabriel Lisboa aprende el oficio y gana la amistad del director, Saúl Vegas, un sujeto gordo y dinámico, que valora su interés y capacidad. Vegas ambicionaba ser escritor de ficción hasta advertir que le sería imposible serlo, hallándose capturado por el periodismo —se lamenta—, al que no abandonaba por cobardía.

Gabriel Lisboa va a trabajar luego en la revista del diario La Industria (el Comercio). Allí asciende y gana la consideración de sus colegas. Y, entonces le salta la chispa: quiere hacerse escritor y se da cuenta de que el periodismo no se lo permite: no le deja tiempo ni tranquilidad para escribir ficción.

Mientras tanto, en la Universidad de Lima se ha relacionado con un grupo de cuatro intelectuales con los que forma un grupo al que llaman El Conciliábulo. Con ellos se entrega a la bohemia, al alcohol y a la cocaína hasta caer desvanecido.

Para hacerse escritor renuncia a seguir trabajando en el periodismo,  y se empeña en escribir, pero inútilmente. Las ideas no le brotan. No tiene nada de qué escribir, aunque permanezca horas y horas frente a su computadora. Gana su vida como jefe de prácticas en la Universidad de Lima.

Entonces interviene una enamorada, estudiante de la Universidad de Lima e hija de un matrimonio rico que vive en Miraflores. Las cosas van bien mientras permanecen en el ambiente universitario y ella, animada por la expectativa del placer, acepta visitarlo en su cuarto de la urbanización popular donde él vive. Esta situación se fractura cuando los padres de ella, blancos y ricos que lo desprecian ostensiblemente por ser mestizo, lo invitan a su casa de playa un fin de semana, donde rehúsan albergarlo, y lo dirigen a un hotelucho de mala muerte en el pueblo. Gabriel Lisboa percibe el vejamen y empieza a predisponerse mal con su enamorada que sigue viniendo a su cuarto a hacer el amor insaciablemente sin que le interese la angustia que él vive por no poder escribir. Rompe con ella y luego se da cuenta de que lo engañaba con un hombre que hubiera podido ser su abuelo.

Gabriel Lisboa termina por entender que lo único sobre lo cual puede escribir es su propia vida. Recién entonces comienza a escribir su novela, como una gran crónica periodística, cuya técnica domina, y no parará hasta terminarla.

Parecería ser que el título “Contarlo todo” y la relación entre el periodismo y la literatura se originaran en el libro de Gabriel García Márquez “Vivir para contarla”, que es la historia de Gabo desde la adolescencia hasta los treinta años, de su paso por el periodismo y de sus primeras incursiones en la narración. La diferencia estriba que con ese libro García Márquez terminaba casi su ciclo de escritor, apelando a su nostalgia de una juventud sin complejos, plena de optimismo y esperanza, y ya como un consumado maestro en el oficio de narrador, en tanto que Jeremías Gamboa con el suyo comienza su vacilante ciclo de novelista con un paisaje humano oscuro y pesimista.

La vida de Gabriel Lisboa es claramente la marcha de un pequeño arribista, una suerte de producto juvenil de la década del fujimorismo, de tono menor frente a Julián Sorel, otro arribista descrito por Stendhal en su novela “Rojo y negro”. No se sensibiliza para nada con la miseria social de la que procede. Al contrario, la aborrece. Él ansía insertarse en la cúpula de la sociedad, a pesar de que ella lo rechaza por su origen y su mestizaje de caracteres indios, salvo cuando puede utilizarlo y a condición de someterse ignorando la naturaleza y la significación de la estratificación social. La novela describe algunos ambientes de esa cúpula como escenarios limpios y naturales. Resulta normal, por lo tanto, que Gabriel Lisboa adopte los patrones ideológicos de los intelectuales procedentes de las clases acomodadas, a quienes glorifica como paradigmas.

Es verosímil que Gabriel Lisboa tenga como alter ego a Jeremías Gamboa y que “Contarlo todo” sea una autobiografía.

Se entiende, por consiguiente, por qué una editorial del sistema, como Alfaguara, publica su libro “Contarlo todo” y por qué Mario Vargas Llosa, un oficioso paladín del neoliberalismo, le dedica unas palabras de compromiso, con las cuales recompensa, además, a Gamboa por haber declarado en su libro que el laureado escritor es uno de sus maestros. No es el amor al chancho, sino a los chicharrones. A la derecha económica le interesa renovar el plantel de escritores aplicados al entretenimiento y a la alienación de los lectores, con cierta dosis de novedad, y, lo que es más pernicioso: modelar los gustos e inclinaciones de los jóvenes, ya obnubilados por los estereotipos del cinematógrafo, la televisión y la prensa del poder mediático, mostrándoles el género de vida de los actores de la novela como prototipos de modernidad.

(12/1/2014)

miércoles, 1 de enero de 2014

La Filosofía aprende a vivir como ‘maría’


Inserto este magnífico artículo de Juan Cruz aparecido hoy 1 de enero en el Diario español el País. Desde la modificación del currículo escolar en Perú al influyo de las corrientes constructivistas, se relegó a segundo plano la enseñanza de filosofía, para después desaparecerla como enseñanza vital en la formación del pensamiento crítico y creativo de los estudiantes peruanos. El sistema educativo propende que muchos educadores prefieran enseñar religión antes que filosofía.

La enseñanza de la filosofía es muy importante para el desarrollo del pensamiento en los educandos y la formación de una mentalidad crítica que evite ser manipulada y bombardeada ideológicamente mediante información irrelevante y banal. La superficialidad y el engaño que muestran muchos canales de televisión y diarios de circulación nacional resultan muy perjudiciales para el desarrollo cultural y educativo de las nuevas generaciones. El remedio debe ser reinstalar los cursos de filosofía en el sistema educativo peruano.

La Filosofía aprende a vivir como ‘maría’
JUAN CRUZ
El país. España.

Profesores y filósofos responden a estas preguntas: ¿a quién se le ocurre relegar el pensamiento en la enseñanza? ¿Qué repercusión tiene esta ausencia en el aprendizaje de la vida?

Pero ¿a quién se le ocurre quitar la Filosofía de la primaria, de la secundaria, del bachillerato? Al Gobierno. Y, ¿por qué? Además, ¿a quién sirve que el pensamiento se relegue entre las materias que forman parte del aprendizaje de la vida? ¿Cómo han reaccionado los filósofos? ¿Y los que enseñan Filosofía? Pues con estupor, cómo van a reaccionar.
La Escuela de Atenas, de Rafael, muestra en su parte izquierda a Pitágoras rodeado de estudiantes.
Fuimos con esas preguntas y otras a distintos representantes del primer argumento de la educación: la enseñanza. Respondió así Xavier Serra, profesor de Filosofía y Ética y responsable de Filosofía en el Instituto Salvador Espriu de Girona. ¿Qué supone este desmejoramiento de la Filosofía en la enseñanza?: “En realidad, hay que decir que la Filosofía en sí está en plena forma, que la gente —los ciudadanos reflexivos, sensibles a los valores, conscientes de su responsabilidad...— sigue pensando con profundidad filosófica. Lo que está muy mal es la clase política, que mete su zarpa en la capacidad crítica y la autonomía mental de los ciudadanos permitiendo, sin inmutarse, la telebasura y la pobreza mental en el ámbito público”.

Serra cree que “leyes ideológicas de educación como la que se acaba de aprobar pretenden eliminar —sencillamente, a un plazo no muy largo— un área docente de la enseñanza secundaria y, si pudieran, de la universitaria: la filosofía se enseña al menos desde la Academia de Platón hace 2.500 años, y una generación de personajes pendientes solo de los votos, de los resultados PISA y de moverse para seguir flotando, la pretenden aniquilar”.

Serra constata, con cierto regocijo melancólico, el acuerdo unánime del Parlamento de Cataluña a favor de la enseñanza de filosofía y ética “en un currículum básico del alumnado”. “Es una proposición no de ley... Se pide al Gobierno catalán que comunique al Gobierno del Estado el error que está cometiendo en este punto. Pero lo importante no es solo la unanimidad, ni tan solo la claridad, sino la explícita aseveración de dar esa formación a nuestros jóvenes. ¿Quién podría oponerse? Nunca se respetará la dignidad humana, ni la pluralidad de opiniones, ni el deseo noble de buscar el bien común si se niega la filosofía: en eso están de acuerdo el 100% de los representantes electos de Cataluña”.

Y mucha más gente. Por ejemplo, el filósofo Ángel Gabilondo, que fue ministro de Educación en el último Gobierno socialista y que sigue siendo catedrático de Metafísica en la Universidad Autónoma. Él dice: “La filosofía es determinante para impulsar el camino hacia un pensamiento crítico, racional y razonable. Es indispensable conocer no solo la historia de las ideas, también la historia del pensamiento, la generación de determinados conceptos, la visión que procuran, sus efectos y su funcionamiento. Pensar no es una mera actividad mental, comporta todo un modo de hacer y de proceder. Y requiere conocimiento”.

¿Qué supone esta dejadez? Según el filósofo Gabilondo, “la filosofía es un modo de saber, necesario para comprender el seguimiento de las categorías que constituyen nuestro presente, que se cuestiona sobre el estado de cosas, lo problematiza y abre posibilidades de pensar de otra manera. En este sentido, no resulta cómoda para los amigos de lo convencional. Que se lo plantee no significa que no aporte respuestas, que siempre zanjan la pregunta, sino que a menudo la desplazan hacia posiciones menos cómodas y más ricas”. Para quienes consideran que el conocimiento ha de ser inmediatamente aplicable, añade Gabilondo, “y es únicamente interesante como medio o instrumento, semejante pensar les resulta infecundo”.

Por ahí va el argumento de Antonio Campillo, presidente de la Red Española de Filosofía. Él cree que la reducción drástica de los estudios de Filosofía en la LOMCE “responde a razones claramente ideológicas”. Y cita estas dos: “Por un lado, la Ética de Cuarto de la ESO (actualmente denominada Ético-Cívica) se suprime, al igual que la Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos de Segundo de la ESO, para potenciar en su lugar la Religión, de modo que la Ética deja de ser una materia filosófica común para todo el alumnado y se convierte en una alternativa a la Religión bajo el nombre de Valores Éticos, devaluando su dimensión filosófica y eliminando su obligatoriedad”.

La segunda razón “ideológica”, según Campillo: “La Historia de la Filosofía de segundo de Bachillerato también deja de ser obligatoria para todo el alumnado (ni siquiera es obligatoria en el bachillerato de Humanidades y Ciencias Sociales), porque se trata de potenciar la Historia de España, reservándose el ministerio la fijación del 100% de los contenidos de esta última asignatura, para no dejar margen competencial alguno a las comunidades autónomas, especialmente Cataluña y el País Vasco”.

¿Esto es así tan solo, profesor Campillo, o es una tendencia europea? “No hay una norma común en toda Europa. Hay países que incluyen la formación filosófica incluso desde la educación primaria, como Francia o Finlandia, porque la entienden como una manera de aprender a pensar desde la infancia, y hay otros países que, por el contrario, prefieren potenciarla en la Universidad, incluyendo títulos mixtos de Economía y Filosofía, o Derecho y Filosofía, etcétera, como en el Reino Unido. No obstante, hay una preocupante tendencia a identificar la sociedad del conocimiento con la trinidad I+D+I, de modo que se está imponiendo una concepción cada vez más tecnocrática y mercantilista del conocimiento, con la consiguiente devaluación de los saberes artísticos y humanísticos...”.

Aporta Campillo un preocupante ejemplo: “Se está llevando a cabo una reforma educativa en las Escuelas Europeas, que dependen de la UE y tienen centros en varios países del continente, entre ellos, España: pues bien, en esa reforma se pretende suprimir la Filosofía en los cursos de Ciencias, mientras que los alumnos de Humanidades contarían solo con una optativa, de modo que sería perfectamente posible estudiar en las Escuelas Europeas, sea en la modalidad de Ciencias o en la de Humanidades, sin haber cursado ninguna materia de Filosofía; en resumen, la reforma prevista supondría la eliminación casi completa de la Filosofía en las Escuelas Europeas”.

José Luis Pardo, filósofo ejerciente, analiza así las consecuencias que este desentendimiento de la filosofía tendrá en la enseñanza. “Todas las políticas educativas que se han emprendido en los últimos tiempos (como el plan Bolonia en las Universidades) tendrán, en el plazo medio y largo, graves consecuencias. Por lo que hace a esta reforma, no creo que hagan a nuestros jóvenes más sabios en matemáticas (a pesar de que esta es una de sus principales coartadas), estoy seguro de que no los harán mejores en Lengua (porque para ser bueno en lengua hace falta la poesía, que tampoco da de comer —ni siquiera de merendar, decía José Hierro—), y aunque la otra gran coartada es que mejorará nuestro puesto en el informe PISA esta es una promesa de futuro que permanece aún en lo quimérico, mientras que los daños provocados por el ‘recorte intelectual’ que constituye la disminución del horario lectivo de la Filosofía y de la Ética son bien ciertos e irrefutables”.

¿Estos son los daños que produce la dejadez?: “Desde luego”, dice Pardo, “es cierto que la filosofía no da dinero ni poder, pero la cuestión es que ni los mercados ni los ministerios pueden evitar que los seres humanos no estemos hechos exclusivamente para la rentabilidad. Alguien puede tener la ilusión de que, con estos cambios neoliberales en la cultura educativa, nuestra sociedad volverá pronto a la prosperidad... Pero la cuestión es que —como la crisis económica nos ha enseñado—, esa presunta riqueza hoy tan añorada puede ser también una forma de pobreza que, aunque sea menos ostentosa que la de las hambrunas, no es ni menos grave, ni menos injusta ni menos inhumana”.

“Y para combatir esa otra miseria que asola los países dejando en los huesos su espíritu”, dice el catedrático de Corrientes Actuales de la Filosofía de la Complutense, “de nada sirven los discursos propagandístico-ideológicos ni los rankings internacionales. La filosofía, y en general las humanidades, son justamente lo único con lo que poder alimentar un hambre de la que parece que quieren quitarnos hasta el gusanillo, a ver si a fuerza de disimular nuestra indigencia cultural nos resignamos a ser pobres de espíritu, sumisos y tristes”.

Sumisos y tristes, dice Pardo. ¿Cómo le ve su colega Manuel Cruz, filósofo también, que imparte su cátedra en la Universidad de Barcelona? ¿A qué se debe este desdén? “Creo que se trata, en efecto, más de un desdén que de una planificada campaña en contra de la filosofía. Parece claro que las más altas autoridades tienen una concepción del proceso educativo extremadamente técnico-instrumental. No les importa otra cosa que no sea la adecuación al mercado de trabajo por parte de programas de estudio en sus diferentes niveles. De hecho, el propio ministro José Ignacio Wert llegó a hacer recientemente unas declaraciones en las que consideraba motivos espurios para decidir a qué se quería uno dedicar en la vida (esto es, a la hora de elegir una carrera) cosas tales como la pasión por una disciplina, la vocación, el deseo de enriquecer la propia tradición o similares. Lo que debía primar, según él, eran “las necesidades de la sociedad (esto es, del sistema económico)”.

Dos testimonios más, una profesora ejerciente de instituto y una profesora ya jubilada. Esperanza Rodríguez insiste en motivos ideológicos: “Eliminar la Historia de la Filosofía de las troncales obligatorias en segundo de Bachillerato facilita la implantación de la Historia de España como asignatura obligatoria para la prueba de evaluación final. Igualmente ideológica es la decisión de eliminar la obligatoriedad de cualquier materia ética, ahora sólo será alternativa a la Religión... Me temo que nuestros políticos (algunos) son un poco ciegos y no saben ver la importancia propedéutica que para la lectura comprensiva y la argumentación tiene esta materia”.

Ana Hardisson, ¿qué repercusión tiene en la formación de los chicos esta ignorancia? “La carencia fundamental en la formación del alumnado que no estudia filosofía es la falta de pensamiento crítico. Además de la carencia cultural que implica ignorar la historia del pensamiento occidental. No conocer el pensamiento lleva a no entender adecuadamente los distintos momentos históricos y culturales. Por ejemplo, no se puede entender la Revolución Francesa y la Ilustración, sin conocer el pensamiento moderno racionalista y empírico. De igual modo, no entenderíamos el romanticismo sin conocer El idealismo de Kant y Hegel. Asimismo, no se entienden las revueltas europeas del XIX sin conocer a Marx. El resultado de todo esto será un alumnado más sumiso, menos culto, menos crítico, menos maduro intelectualmente hablando y más fácil de convencer con cualquier propaganda”.

Como diría Pardo, la ausencia de filosofía construirá un ciudadano más gris y más triste. Pobre filosofía, camino de ser una ‘maría’ más.