domingo, 26 de enero de 2014

JESÚS CABEL: VALDELOMAR EN IMÁGENES



a Biblioteca Abraham Valdelomar dirigida por el escritor iqueño César Panduro y, bajo los auspicios de Alberto Benavides Ganoza, han hecho posible la edición de Valdelomar en imágenes, una exposición fotográfica del escritor iqueño realizada en el Museo Adolfo Bermúdez organizada y dirigida por Jesús Cabel.

Con la publicación del homenaje a Abraham Valdelomar en imágenes, éste representa ya un proyecto culminado en el fructífero trajinar por la literatura peruana que tiene Cabel, de cuya pasión, creatividad, tenacidad y obsesión soy testigo. Tomo el colofón de Benavides Ganoza para esta edición homenaje:

Valdelomar tiene siempre cara de inteligente. Esta nueva contribución de Jesús Cabel a la bibliografía peruana es un justo homenaje a ese “intérprete de la naturaleza” que es Valdelomar. Ojalá que estas imágenes contribuyan a despertar la curiosidad por sus cuentos magnificos. Ahí encontrará cualquier joven –de cuerpo o de alma- la prosa siempre poética de Abraham Valdelomar.

PRESENTACIÓN

Jesús Cabel

n el proceso de la literatura peruana, de las dos primeras décadas del siglo pasado, la presencia de Abraham Valdelomar es imprescindible por diferentes razones. Su obra –principalmente parte de la narrativa, las crónicas, el epistolario a su madre y algunos poemas- ha suscitado interés, reconocimiento y devoción; al punto de que no es una exageración ni ningún alarde afirmar que estamos frente a un clásico de nuestra literatura, pero también ante un personaje que levantó polémica por su personalísima conducta, que originó más de un escándalo, los cuáles, hoy felizmente, han sido traducidos apenas como una anécdota.

El protagonismo de Valdelomar no se debe a  las poses que asumió, propias de la época -más si consideramos ese ámbito limeño tan áspero y difícil-; sino, en el fondo, por esa parte temblorosa y absorta de su autobiografía que logra páginas inolvidables, donde la imagen del niño sobrevive y se aferra a la naturaleza marina, al beso cálido de la madre y al juego de los hermanos. Sin embargo, es necesario explicar cómo es que un provinciano del sur del país pudo convertirse en el eje del movimiento Colónida, tal vez el más importante del siglo pasado y en lo que va del presente. A partir de la revista Colónida, que apenas logró cuatro números, Valdelomar impuso nuevos nombres a la literatura peruana, otras formas de enfrentarse a la escritura y diferentes modos de plantearla.

Luego vendrá la gran travesía que emprendió entre mayo y diciembre de 1918, con la que inició una extraordinaria forma de sentir y pensar el país, auscultando los problemas nacionales. Emprendió un peregrinaje cultural sin precedentes, convocando con su vibrante oratoria a niños, jóvenes, obreros, intelectuales y al pueblo en general; con el afán no disimulado de promover “una campaña nacionalista, completamente desinteresada”, pues el planteamiento valdelomariano era que todavía resultaba posible desmontar las viejas estructuras y fundar un país nuevo. En ese trajinar, sus conferencias serían la parte medular de un nuevo libro dirigido a develar un Perú desconocido, descubierto precisamente por el poeta. Sin duda, el proyecto habría dado paso a una obra monumental, donde encontraríamos “el alma compleja de los pueblos”. Sus conferencias en el sur y norte del país, son la afirmación de una prédica deslumbrante, pero también de un amor sin fronteras por los valores patrios, por ese sentimiento de peruanidad que solo él sabía insuflar en sus oyentes.

El episodio mortal de Valdelomar se inicia con su elección como Diputado Regional y su viaje posterior a Ayacucho, donde es elegido Secretario del Congreso Regional del Centro. Después aparecerá la leyenda que ahora tratamos de rescatar a través de las imágenes, siguiendo sus pasos por los lugares más insospechados del país, en un itinerario que el propio Valdelomar no tuvo tiempo de examinar, pues su vida terrena fue como un relámpago maravilloso. “Era el más original –ha escrito el maestro Sánchez-, el más audaz, el más sensitivo, el más discutido y tierno. No pertenecía a ninguna familia de linaje ni de arca henchida de doblones; su origen era provinciano y modesto: era del campo. No quiso ser doctor; se graduó en amor y belleza”.

PALABRAS DE HOMENAJE A VALDELOMAR Y CABEL

Oswaldo Reynoso.

las diez de la mañana entró al aula el profesor de Literatura. Cincuentón. Corbata michi y melena crecida: desafió a la gente conservadora de la ciudad de Arequipa de fines de la década del cincuenta. Anteojos oscuros. Seguro que se amaneció con sus amigos poetas, me comentó, por lo bajo, Jorge, mi compañero de carpeta. El profesor de su maletín sacó unas copias a mimeógrafo y me pidió que las repartiera. Lean en silencio, ordenó con voz levemente pisquera. Subió a la cátedra, se quitó los anteojos y reposó la cabeza sobre la tapa del pupitre. Era un cuento. No tenía título ni nombre de autor. Su lectura me despertó la imaginación y me provocó un placer muy intenso. Claro que en ese entonces no tenía la suficiente formación literaria como para apreciar las técnicas que ese autor, de las primeras décadas del siglo pasado, había empleado en su cuento. Sin embargo, años después comprendí que bastaba el contacto directo con la belleza de la palabra y de la imagen para sentir una profunda sensación estética. Y eso fue lo que me produjo tal estado de maravilla. Por otra parte, era la primera vez que leía un relato que me mostraba nuestra propia vida desde las entrañas provincianas del Perú. Cuando terminamos de leer y empezó el runrún de los comentarios, el profesor despertó. Levantó la cabeza, se puso los anteojos oscuros y nos dijo: Ahora, coloquen su cabeza sobre la carpeta y sueñen con el cuento. Y yo soñé con esa familia y vi a mis hermanos, a mi papá, a mi mamá, a los pescadores de Mollendo y sobre todo a ese gallo, que como un guerrero antiguó murió con dignidad y heroísmo en el coliseo de peleas de Yanahuara. Tocó el timbre. Nos levantamos de nuestros bancos. En el patio del Colegio de San Francisco, le pregunté al profesor: ¿Cuál es el título de ese cuento y quién es el autor? Entonces, él me contestó: si te ha agradado, busca en los libros o revistas el título y el nombre del autor. Esta es la tarea que te doy para la próxima semana.

Cuando mis ocho hermanos con mi papá y mi madre, alrededor de una mesa, como la familia de ese cuento, estábamos almorzando, les relaté la experiencia tan profunda y hermosa que había sentido con la lectura de ese cuento de un gallo de pelea. Mi papá me dijo: Después del almuerzo, anda a mi escritorio y encuéntralo en el estante de los libros de literatura peruana. Sírveme rápido, le dije a mi mamá. No me apures, me llamó la atención, y siguió llenando los platos de mis hermanos con el chupe de viernes que sacaba con su cucharón de una gran sopera. No comí la fruta y salí disparado hacia el escritorio de mi papá. Luego de buscar libro por libro, por fin, encontré el cuento. Era El caballero Carmelo de Abraham Valdelomar.

Al día siguiente, me dirigí a la Biblioteca Municipal a recabar más datos sobre este autor. Cuando el Director, el poeta César Atahualpa Rodríguez, escuchó desde su oficina que un adolescente, casi ya joven, se interesaba por Valdelomar, me llamó. ¿Qué ha leído de Valdelomar?, de frente me preguntó. Entonces, le conté la experiencia que había tenido en el colegio y la relectura de El Caballero Carmelo en mi hogar. Este poeta y mi profesor de Literatura eran los únicos en Arequipa que exhibían cabellos largos en insultante caída bohemia sobre la nuca. Llamó a la señorita bibliotecaria y le encargó que me prestara los libros de Valdelomar. Se puso de pie y del estante bajó un voluminoso archivero. Sacó una carta y me la enseñó. Yo he sido amigo de Valdelomar, me dijo. Puede leerla. Con mucho afecto, le decía que valoraba mucho los poemas de su libro La torre de las paradojas. Pero lo que más llamó mi atención fue su firma. Ahora que escribo este texto, recuerdo que emocionado le dije que si podía deslizar la yema de mis dedos por esa firma. Me miró extrañado y me dijo: Proceda. Era la primera vez que me ponía en contacto físico con un escritor que me había señalado en el estremecimiento estético de la palabra una senda de vida y de creación con un solo cuento: El Caballero Carmelo.

Después de muchas décadas, recibo la invitación del poeta e investigador, Jesús Cabel, para que inaugure la exposición “Valdelomar en imágenes”, en el Museo Adolfo Bermúdez de Ica. Luego de contemplar cuarenta fotos de Valdelomar, bien enmarcadas con gusto y elegancia, en diferentes etapas de su vida y en diversas poses y atuendos, volví a sentir con más intensidad ese estremecimiento estético y vital que experimenté hace tantas décadas en Arequipa, mi ciudad natal.

Jesús Cabel tenía el proyecto de llevar esa exposición por las ciudades del país que visitó Valdelomar dando conferencias sobre el Perú. Es necesario destacar que en las primeras décadas del siglo pasado los intelectuales afincados en Lima desconocían el Perú profundo, como lo llamaba otro provinciano, Jorge Basadre. Por desgracia, este proyecto fracasó por falta de financiamiento. Pero, ahora, el fruto de la investigación minuciosa y de la tenacidad de Jesús Cabel se ve logrado con creces en este libro, que une magistralmente la vida y la obra de Valdelomar con un testimonio de imágenes fotográficas y textos redactados con gran conocimiento y pulcritud.

Gracias, Jesús Cabel, por este aporte a la valoración de este escritor que por primera vez, en la literatura peruana, dio importancia a la provincia con sentido universal y destacó con la palabra poética y la imagen a los verdaderos peruanos cholos en la representación de los pescadores de San Andrés.

Norka Rouskaya en el Palais Concert acompañada por Luis Alberto Sánchez,
José Carlos Mariátegui, Abraham Valdelomar y otros escritores de la época.

VALDELOMAR EN CHICLAYO

uando Valdelomar llegó a Chiclayo, fueron a recibirlo el Alcalde José Francisco Cabrera; los periodistas, José María Reaño Bocanegra y Cristian G. Campos, directores de La Tarde y de El Bien Agrícola, respectivamente; y Adán Neyra, presidente del club Unión y Patriotismo. En su alojamiento del Hotel Royal, recibió a una delegación estudiantil del Liceo Aguirre, dirigida por Moisés R. Valiente. El 26 de julio de 1918, en el Teatro Dos de Mayo inicia una serie de conferencias dedicadas, con especial interés, a los niños, obreros y artesanos, así como al público en general. “El sentimiento nacionalista” y “El arte en el Perú”, son dos de los temas preferidos, alternando con la lectura de poemas de Manuel Gonzáles Prada y Rubén Darío. El tono de su primer encuentro con el público es confesional y revelador. Dice: “Si me considero y soy el más brillante y joven artista de mi época, es, justamente, porque no sé mentir; por haber dicho siempre la verdad, en el arte y en la vida; porque juzgo que en un país envilecido por la mentira, es menester llevar a la Verdad a su exaltación máxima […]”. El viernes 09 de agosto, Valdelomar se alejaba de Chiclayo y las sociedades obreras fueron a despedirlo masivamente, agradeciéndole las dos conferencias que les dedicó; la primera, en la plaza de Abastos, y la segunda, en el Teatro Dos de Mayo.

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