miércoles, 11 de febrero de 2015

LITERATURA POPULAR EN LATINOAMÉRICA. CRÓNICAS ROMÁNTICAS EN LOS CORRIDOS Y COPLAS


Roque Ramírez Cueva


e puede afirmar respecto de la literatura popular mexicana que los corridos son la fuente y elemento lírico de los trovadores o juglares (de los albores del siglo veinte), viejos o jóvenes que anduvieron entreteniendo e instruyendo al pueblo charro con las historias de vidas y sucesos que se dieron desde el siglo XIX, antes del tiempo en que los medios masivos de comunicación suplieran la función cronista de los cuates versadores y no tergiversaran los propósitos de los constructores de su propio destino.

O lo que es igual, desde la época en que se originaba la épica y transformadora revolución agraria de 1910. La cual empezó a ser conocida en todos sus ángulos y aristas no sólo por sus protagonistas sino por toda la población charra, primero, y luego latinoamericana. En particular fue comunicada esta gesta de Emiliano Zapata y otros líderes a los no letrados, gracias al testimonio de “…voy a contarles un corrido / muy mentado / lo que sucedió allá en la hacienda…”. Claro, también así aprendieron los letrados. Antes que los vencedores burgueses de dicha gesta traicionaran los principios por los que se inmoló incontable gente cabal y valiente.

Son los mismos último y primer cuarto de las centurias 19 y 20, respectivamente, en que nuestras décimas y coplas, al igual que las milongas gauchas, cantan y relatan sobre nuestros héroes populares (insurrectos embrionarios) conocidos bandoleros románticos como Atusparia, Luis Pardo, F. Alama, Jacinto Chiclana, Heraclio Bernal. Estos, protagonistas de una leyenda épica dimensionada a veces, no sólo tienen mérito por sus confiscaciones a terratenientes sino porque su acción heroica sirvió de fuente generadora de rebeldía para la oralidad popular, por tanto inspiración para las bellas letras.

Decía, cuando allá la soldadera tenía rostro de mujer, tal vez de Chiapas o Sonora, ¿Por qué no, del estado de Guerrero? Y aquí en El Callao y Vitarte los obreros tenían faz anarco sindicalista; cuando el periódico era lectura de contados y pudientes ojos y la radio un artefacto de gustos y oídos para riquezas mal habidas. Decía, cuando se estaban gestando los tiempos de afirmación nacional, de un renacimiento romántico empaquetado en el sello modernista que identificó a nuestra épica y lírica. Y esto sucedió tanto en las sierras de Durango como en los lares andino amzazónicos, pasando por el escudo montañoso allá en la centroamericana Segovia de las tierras de Sandino.

Yendo a nuestro comento. Es conocido que de México es patrimonio mayor, ya se dijo atrás, su heredad de bélicas hazañas con trasfondo revolucionario acuñado por las huestes del Zapata Emiliano, lo cual dio origen a una producción lírica condensada en el romance del corrido. En Perú el caudal del legado romántico expresando las aventuras del héroe popular antilatifundista se comprime mediante sátiras y digresiones en el eje del coplero nacional, la cuarteta, y luego en la décima. Sin embargo, desde sus particularidades estéticas, ambos pueblos truecan y comparten mixturas en su organización compositiva. Veamos.

Un corrido charro acerca de un héroe guerrillero popular canta: “Año de mil ochocientos / ochenta y ocho al contado / murió Heraclio Bernal / por el gobierno pagado.” // “vuela, vuela, palomita, / vuela, vuela hasta el nogal / ya están los caminos solos, / ¡ya mataron a Bernal!” // “¡Qué bonito era Bernal / en su caballo joyero! / Él no robaba a los pobres / antes les daba dinero.”

Y siguen las coplas: “Vuela, vuela, palomita / vuela, vuela hacia el olivo / que hasta don Porfirio Díaz / quiso conocerlo vivo.” // “¡Que bonito era Bernal / en su caballo retinto / con su pistola en la mano / peleando con treintaicinco!” // “Y así termina mi canto / que así tuvieron final / la vida y los altos hechos / del gran Heraclio Bernal.”

Las coplas peruanas en su época formaron parte de canciones, como los tristes cantados por los campesinos o su actual subsistencia en las tonadas carnavelescas, llamados carnavalitos. En la actualidad las coplas peruanas se cultivan solas. Leamos, un triste llamado “Ya vienen los pajarillos” cantado por campesinos Piura.
“ay negrita de mi corazón / no me vayas a dejar / no me vayas a dejar / con esta cruel pasión.” // Soy tú enamorao, / que te ama con fé, / que te ama con fé, / y te profesa un cariño honrao. // ay palomita no me vayas a dejar / Hay palomitaaa. / Ya vienen los pajarillos / Ya vienen los pajarillos / a alegrarnos con sus cantos / tienen el pecho rosao, / y verde su piquillo” // “cuantas veces yo dormido / contigo he soñado / contigo he soñado / que era yo ya tú marido. // ay negrita no me vallas a olvidar, / no me vallas a olvidar / mira que sin ti, no puedo estar / en este mundo ingrato. // Pronto nos casaremos / en la navidad de este año / en la navidad de este año / y juntos nos gozaremos / nuestros hijos serán / dueños de nuestro rebaño.”

Al respecto, el corrido es una composición de 6, 8 o más estrofas, las cuales están formadas por cuartetas rimadas en dos de sus versos continuos o alternos. Algunas coplas indican que el corrido en sus orígenes se forma parecido a la tradición del romance, es decir es anónimo y empieza con cuartetas que de manera independiente difunden los creadores populares, luego estas cuartetas sueltas las juntan los mismos u otros creadores y pasan a estructurar el conjunto poético que es el corrido. Igual, así surgió el triste y el yaraví en Perú, con las milongas en Argentina y otras liricas populares.

El proceso histórico de la literatura popular latinoamericana es clara evidencia para sustentar lo dicho. Las investigaciones hechas en diferentes países son certeras y homogéneas al señalar que la literatura occidental, particularmente española, se introdujo mediante el coplero popular trasladado por los arcabuceros, alabarderos y grumetes del ejército conquistador; a pesar que en España, al momento de la invasión a América, había, ya, una antigua evolución de la especie poética conocida como romance, de la cual se desprendió la prosa épica.

Sin embargo, el romance ni la épica que son formas más avanzadas de una literatura incluso escrita no llegan a nuestras costas hasta después de un siglo aproximado. En cambio, la copla acompañó a los invasores desde que se embarcaron en los puertos hispanos hasta que desembarcaron y hollaron las nuevas tierras. La respuesta es obvia, el ejército invasor estuvo conformado casi en su totalidad por iletrados que sólo tenían acceso a las formas de literatura oral. Y la copla lo es.

Esta copla española se propagó a lo ancho y largo del continente, en Uruguay se le nomina “cielitos”, en Argentina hay la copla de corte social llamada “murga” que se origina de las murgas carnavalescas del Río de la Plata. En Perú se conoce como cumanana en Piura, carnaval en Cajamarca, pompin en Ayacucho; sus cuatro versos de rima asonante o consonante dan paso a composiciones de mayor estructura como la décima, el triste, etc. En Ecuador dieron paso para componer esa bella poesía popular, alegre y antimachista, llamada “san juanitos”.

Volvamos al propósito de estos apuntes, el de echarle el mismo lazo a la poesía popular mexicana y peruana. Los corridos y las coplas insertas en una tendencia ideológica de corte romántico, nos remiten a un espacio de 50 a 70 años de literatura oral (luego capturada por la escritura), situado, ya se dijo, entre fines del siglo 19 y la primera mitad del siglo 20. Por cierto, nos referimos a su etapa de plenitud y tope, obviamente su origen nos remontará a tiempos de más atrás.

Vicente Mendoza (investigador mexicano) afirma en su ensayo El corrido (edit. EFE, 1992) que el corrido tiene acta de bautismo en los tiempos de la colonia, mientras se conformaba el mestizaje en las tierras de los aztecas. Igual sucedió con la copla, solo que ésta con más antigüedad en tanto se difundió en América desde los años de la conquista, tal como se sustenta líneas atrás.

Ahora bien, si dejamos a un lado el mapa mental de los espacios latinoamericanos y asumimos lo universal, estamos claros que un croquis válido del punto de partida de su ruta nos remonta hasta el siglo XI, en que los dialectos románicos y árabes intentaban fusionarse con elementos mixtos, prestados de ambas lenguas, dando lugar a un temporal dialecto llamado muzárabe.

Dámaso Alonso (prestigiado literato español) en un sesudo trabajo histórico descubre las primeras coplas escritas en dicho siglo, llamadas Jarchas Mozárabes que tendrían un origen mucho más antiguo. Como dice, el mismo Dámaso Alonso, posiblemente aparecieron “…más allá en el fondo de la edad media”. Leamos una de ellas

          “Garid vos, ay yermanelas,
          ¿Cóm’ contenere meu mali?
          Sin el habib no vivreyu
          Ed volarei demandari.”

Volviendo al corrido y la copla, hemos mencionado en alguna parte que la Revolución de 1910, por su amplitud y efectos sociales, así como por las modificaciones económicas y políticas a que dio lugar, representa y consolida la integración de la identidad mexicana. Y su influencia en las letras bellas no sólo se percibió en literatura sino que hizo posible la integración de diversos géneros artísticos y de sus temas.

De esa manera la danza mexicana se propone reproducir aquellos cantos y bailes que, en forma de corridos, polkas, rancheras y sones, rememoran acciones de esa epopeya antifeudal. Pero principalmente rinde honores al compromiso y participación activa que asumió la mujer durante dicha contienda social. A la mujer de la revolución se le llamó “soldadera”.


Desde luego, la danza y la canción popular representan la imagen garrida y jubilosa de la heroína apasionada y valiente que insurge desde la masa anónima y se configura en arquetipos distintos: “La Valentina”, recrea a la mujer recatada y casera; “la Cucaracha” a la alegre vivandera libre de compromisos sentimentales y maritales; la “Juana gallo” a la mujer mera mera, guerrera y capitana; Y sintetizando todas “La Adela” fiel seductora, vivaz y valiente. Cabe anotar que los nombres de las anónimas protagonistas son los mismos de las canciones y danzas.

En el Perú, salvo la conmoción producida por la insurrección revolucionaria de Tupac Amaru que no llego a buen fin, no hubo movimientos reformistas ni revolucionarios que triunfaran, ergo no hubo transformación de estructuras sociales, no se cambió la esencia de la estructura económica ni de su cultura conservadora dominante. Un triunfo como el de los hermanos mexicas hubiera motivado e inspirado a los cultores populares a integración de géneros artísticos y temáticos y literarios.

Lo más aproximado a estas gestas en el Perú, aparte del movimiento anarco sindicalista hace casi cien años, son los movimientos guerrilleros y campesinos de 1965 que influenciaron en la liquidación de un proceso de producción agraria en servidumbre de carácter semi feudal, con la aplicación de una reforma agraria verticalista ejecutada por un general, Juan Velasco Alvarado. Y no más. Sin embargo esta aproximación contextual no dio pie a que se cree una lírica oral que evoque dichas acciones románticas, como si se dio en México, y tampoco se originó una canción popular como la del corrido.

El conflicto interno de 1980 es discutible y, masacres aparte en las que no se diferenciaron ni alzados ni militares por sus tropelías, derrotados los senderistas se desarticuló el movimiento popular y sindical. Por el contrario, el Estado sintiéndose pírricamente vencedor impuso un sistema económico neoliberal que ensanchó la brecha entre decenas de ricos y millones de pobres, restaurando el latifundismo con nueva faz, y eliminó vitales conquistas sociales logradas en heroicas luchas a lo largo del siglo XX.

Todo lo anterior hace revista y mención de una literatura popular, oral primero y luego escrita en Latinoamérica, gestada a partir de los elementos impuestos por el invasor europeo y configurada con elementos formados de gestas emancipadoras nacionales y de revoluciones antifeudales o burguesas.

El recuento de un proceso literario originado y continuado desde elementos artístico literarios heredados de nuestras sociedades autónomas, digamos de una literatura andino amazónica, nahua, mapuche, guaya, etc., merece un capítulo aparte.





Roque Ramírez Cueva (Piura, 1954) es docente y escritor. Publica regularmente en diversos medios periodísticos y revistas culturales. Es autor de El mito de beritea. Actualmente es Presidente del gremio de escritores de Chulucanas-Piura.

domingo, 8 de febrero de 2015

Keiko (y II)

Inserto este interesante artículo suscrito por Pedro Salinas publicado hoy (08/02/2015) en el diario La República. El articulista toma el punto central del orden del día en la política peruana: el desplegamiento de una solapada y bien orquestada campaña de medios periodísticos, -cuyos propietarios fueron corrompidos por la dictadura fujimorista-, para captar futuros electores. Estos propietarios de diarios, televisoras y medios digitales (hoy prófugos de la justicia, acumularon riquezas a costas del erario nacional) desarrollan campañas mediáticas para el regreso del fujimorismo en el 2016. La opinión de Salinas puede ser chocante para los indiferentes y causar ira en las huestes del dictador, pero representa y refleja lo que piensa un gran sector de la población peruana, hastiada de mentira tras mentira, que a cada momento nos lanzan apostando en la falta de memoria de lo que ha significado un gobierno dictatorial, que está señalado como el más corrupto en la historia del Perú.




Keiko (y II)
Pedro Salinas

Tomado de:

l fujimorismo es una amenaza para la democracia, y hay que combatirlo, dije la semana pasada en esta misma página, y una panda de bufones desaforados, aparentemente desconocedores de lo que ocurrió en el Perú de los noventa, me llenaron de insultos en Twitter.

No es que imaginara que aquello no ocurriría, porque era hartamente previsible, pero pensé encontrar por ahí, ilusamente, algún fujimorista sensato o espabilado, capaz de darse cuenta de que, si su candidata hiciese un nítido deslinde con el sombrío pasado que encarna dicha organización, con disculpas públicas incluidas, entonces disminuiría un tanto las sospechas en torno al movimiento. Pero ya lo dije. Pequé de iluso. El fujimorismo sigue siendo lo mismo de siempre. El mismo de ayer, es decir.

¿Y cuál es ese fujimorismo? El que sigue aplaudiendo el golpe artero contra el Estado de Derecho de inicios de los noventas. El que aplaude que la libertad de prensa fuese cancelada y reemplazada por medios envilecidos por el soborno y por el miedo. El que respalda las infamias y calumnias contra sus críticos y opositores. El que apoya que la justicia haya sido prostituida, con jueces digitados por el poder político, cuando Alberto Fujimori decidió controlar férreamente el Poder Judicial, entronizando así la arbitrariedad en el país. El que celebra que las instituciones fundamentales hayan sido avasalladas para que el autócrata hiciese lo que le viniera en gana. El que respalda que la
SUNAT, como sucedió durante el régimen fujimorista, se vuelva a convertir en una herramienta mafiosa de extorsión con el propósito de cooptar adeptos y/o aniquilar adversarios. El que aboga por volver a abolir y atajar todo mecanismo de fiscalización. El que encuentra delirantes justificaciones para explicar los engaños, atropellos, asesinatos y latrocinios que se perpetraron después del zarpazo de abril de 1992, hasta convertirse en cosas “normales”. El que considera “liberalismo” a aquella política económica que desnaturalizó un sistema y, en lugar de crear riqueza para todos, permitió el saqueo sistemático y el derroche de recursos. El que tolera y ovaciona el autoritarismo y sus estratagemas para torcer leyes y perennizarse en el poder. Porque todo esto, y más, es lo que representa el fujimorismo, del cual no se ha desmarcado, hasta la fecha, Keiko Fujimori.

Y mientras que ello no ocurra, de forma convincente y cabal, tengo todo el derecho de considerar al fujimorismo como una peste autoritaria, o una lacra vergonzante, aunque ahora tenga representación en el Congreso y aparente ser un partido político, pues ni lo uno ni lo otro, valgan verdades, lo convierte en una fuerza democrática.

Que exista un 33% de intención de voto a favor de Keiko solo significa que la historia se puede volver a repetir. Que no aprendimos la lección.

Que nunca hicimos un verdadero examen de conciencia para identificar qué hizo posible que aquella pésima tradición de preferir a los regímenes antidemocráticos se instale en los peruanos. Que nuestra memoria sigue siendo corta o inexistente. Que el desvarío puede apoderarse nuevamente de nuestra sociedad. Que la corrupción ya tiene carta de ciudadanía en el Perú. Que nuestra escala de valores e ideas no ha mejorado a pesar de lo que padecimos. Que cada elección votamos peor que en la anterior. Que los gobiernos que sucedieron al autócrata y corrupto Alberto Fujimori, no cumplieron con su obligación de reconstruir la democracia sobre bases firmes. Que el futuro se vuelve a tornar pesimista. Que el pasado ominoso puede resucitar. Que el 2016 puede sorprendernos con aquello que González-Prada llamó “la tiranía con máscara de legalidad”.

A menos que levantemos la guardia para evitar que la historia se repita, claro. Y ello supone, desde ahora, volver a izar la bandera de la resistencia cívica y ciudadana contra el retorno del fujimorismo que nos robó la dignidad. Y que, estoy seguro, de tornar las hordas fujimoristas, intentarán nuevamente secuestrar lo más importante y preciado que tenemos: nuestra libertad.

En este sentido, no estaría demás recordar. Recordar lo que realmente pasó, porque esa es una manera de prevenir males futuros; de alertar a los incautos; de vacunar a los distraídos, que, como vemos a pastos en las redes sociales, se quedan tan fascinados y tan pasmados ante el ‘cuentazo’ que se han tragado, que, como los niños cuando el mago se saca una paloma de la manga, ahora creen, sin un ápice de duda, que el fujimorismo con Keiko será mejor.

Pobres ilusos. No se han dado cuenta de que, si Keiko gana, tendrán luego la sensación de que un piano de cola les cayó encima.


Pedro Salinas (Lima, 1963) es periodista y escritor. Ha conducido y dirigido diversos programas de radio y TV. En 1994 obtuvo, con César Lévano, el Premio Nacional de Periodismo y Derechos Humanos. Es autor de un par de obras de ficción y de varios ensayos. Además de ser columnista de La República, también escribe en el semanario Hildebrandt en sus trece. Es autor del blog Lavozatidebida.lamula.pe y en Twitter es @chapatucombi. Conduce también un programa diario en radio Exitosa (95.5FM).

domingo, 1 de febrero de 2015

Cátedra Mariátegui N° 22

Cátedra Mariátegui. Lima, Año IV, No. 22, febrero – marzo 2015
Directora: Sara Beatriz Guardia. 

Presidente Honorario. Sandro Mariátegui Chiappe (1921-2013)

Comité Consultivo. Adám Anderle (Hungría); Michael Löwy (Francia); Pablo Macera (Perú); Roberto Fernández Retamar (Cuba); Edgar Montiel (Perú); Roland Forgues (Francia); Alberto Filippi (Italia); Wolfgang Fritz Haug (Alemania); Luis Lumbreras (Perú); Saúl Peña Kolenkautsky (Perú); Antonio Melis (Italia); Marco Martos (Perú); Humberto Mata (Venezuela); César Germaná (Perú); Osvaldo Fernández (Chile); Ernesto Yepes(Perú); Miguel Mazzeo (Argentina); Samuel Sosa (México); Lia Faria (Brasil); Arturo Corcuera (Perú); Manuel Dammert (Perú); Jaime Massardo (Chile); Waldir José Rampinelli (Brasil); Héctor Alimonda (Argentina); Paulo Cannabrava Filho (Brasil); Héctor Béjar (Perú); Mirla Alcibíades (Venezuela); Adelia Miglievich (Brasil); Edmundo Murrugarra (Perú); Thomas Ward (Estados Unidos); Mónica Bruckmann (Perú);  Philomena Gebran (Brasil); Silvana G. Ferreyra (Argentina); Rafael Ojeda (Perú); Viviana Gelado (Argentina);  Hugo Cabieses (Perú); Marlene Montes (Alemania); Elvis Humberto Poletto (Brasil); Pierina Ferretti (Chile); José Escobedo (Perú); Renata Bastos (Brasil); Wilma Derpich (Perú); Ricardo Marinho (Brasil); Franklin de Carvalho Oliveira Junior (Brasil).