lunes, 2 de noviembre de 2015

Alfonso La Torre: ¿Qué debe hacer un crítico?

¿CULTURA  CAMALEÓNICA  O  CULTURA DE LA  MENDICIDAD?


Roque Ramírez Cueva.


ay  de cotidiano un quehacer incesante de nuestras amistades dándole a los libros y a la escritura, tanto que damos por asunto común el que lo hagan. Y claro que los leemos, después los comentamos en privado no estricto o en público misterio. Mas no prestamos atención a su llamada para alistarnos en su campaña temática des alienante desde el debate. Los dejamos que, a su suerte, solos pugnen por orientar o remover ideas y nociones esenciales. Desde esta premisa, voy a reescribir un artículo que se público en la “Página del lector” del diario La República(1) como respuesta a interrogantes de Alfonso La Torre, infatigable creador y lúcido crítico, además de lector empedernido.

Alfonso La Torre
Alfonso La Torre, qusquruna de Sepawa, aparentaba no concebir el mundo desde las nociones de Marx, a quien había leído, se le veía estructuralista o indiferente a la política. Sin embargo, nos da evidencia contraria de ello en su obra de teatro El halcón y la serpiente, cuya temática se relaciona con la militancia de la mujer en la insurrección de Túpac Amaru. Sus crónicas las redactaba en ese interés de mover el avispero de las controversias. Y la cultura era un asunto de sumo interés no de algunas veces o a menudo, sino de constante.

Alfonso tenía varias columnas en tres diarios no afines en su línea editorial, quizá fue el único que se lo permitió. Justo en una crónica de Diario Ínfimo, La Torre (2), tomando como pretexto el comentar sobre una revista, propuso una discusión sobre un asunto puntual de la cultura. Allí propuso la hipótesis acerca de nuestro abismal retraso en el campo de la cultura, proposición suscitada a partir de una interrogante que le sugirió el editorial de Arquinka (revista de arquitectura). En su mencionada columna, se interrogaba con gran agudeza ¿Qué puede y debe hacer un crítico para abrir los ojos a un pueblo cegado por su estoica y camaleónica habilidad para adecuarse imaginativamente a la manipulación de gobiernos y clases dirigentes enquistados  de molicie y de irresponsabilidad histórica?

Esta sola interrogante contiene la respuesta en sí misma, es el símil de un haiku en versión de ensayo. Plantea temas vastos y grafica de manera áspera y en síntesis el errático y perverso proceso de la parte de la historia peruana que aún predomina y que no hemos podido revertir. Las vacas sagradas del intelecto peruano no abrieron la boca, arrinconados por los daños colaterales que aún producían el conflicto interno esos años noventa. Una parte de los voceros de izquierda que se mantuvieron al margen del conflicto, por su confusión e indecisión, tampoco contestaron. Y los “líderes” de la izquierda involucrada en el conflicto, con la soberbia de sus armas en ristre, menos le dieron interés a los debates; éstos imaginaron que, con un fusil manipulado por gente no pensante, iban a enderezar los rumbos de nuestro pueblo. No tomaron en cuenta que sólo la pasión no bastaba; olvidaron aquello de la mente fría, la genial vivencia de Lenin.

Con su interrogante, La Torre afirma que el pueblo enfrenta todo tipo de carencias  -yo digo miserias- cargadas sobre su espalda, generando una forma de cultura que él mismo denomina de camaleónica. La cual se resume en que el pueblo apela a una gran imaginación para adaptarse a sobrevivir a los desastres y/o conflagraciones económicas, sociales y culturales provocados por los sucesivos gobiernos que el Perú ha tenido desde comienzos del siglo veinte hasta el presente.

Esta proposición, una cultura camaleónica, de La Torre, de manera explícita abre y vuelve a poner en debate antiguas y actuales controversias en la sociología, en la política y cultura peruanas. Responderle o, mejor, participar de la contienda nos obliga, siguiendo la tónica del cronista, también a interrogar si es válida la categoría usada para nominar de “camaleónica” a la cultura que nos influye y/o caracteriza. De esta manera, la interrogante uno, es, ¿el pueblo sobrevive a los mencionados cataclismos, gracias a esa cultura camaleónica que estaría autogenerando?

La anterior proposición de La Torre no es inédita, no olvidemos que el sistema capitalista, en su actual versión neoliberal, en las décadas del 50 y 70 ya originó circunstancias económicas de miseria desde las cuales se proyectó una cultura de la pobreza. Acertada categorización dada a  la misma. Entonces, proponer otro tipo de cultura en un contexto y categoría diferentes merecía debatirse. Por tanto, esa proposición de la existencia de la cultura camaleónica en la sociedad peruana resultará sumamente importante porque averiguaremos sus orígenes, también sus estructuras; lo cual, tal vez sirva, no para mitigar la sobrevivencia en medio de los desastres, sino con el propósito de que el pueblo reconstruya mejores niveles y formas de vida.

Ahora,  se hace de interés plantear una segunda interrogante, ¿la cultura en sí, situada en una u otra categoría, desarrolla conflictos, pugnas inter sociales?  o ¿cobija elementos de cambio que hagan posible transformar una sociedad vetusta? Ante esta pregunta, precisamente, escritores como Carlos Fuentes; K. S. Karol y Rodríguez Monegal, entre otros (3), ya estuvieron preocupándose por averiguar y conocer la potencialidad innovadora o revolucionaria de la cultura de la pobreza. Igual e pretendió indagar por las capacidades de cambio de la Teología de la Liberación, hoy vindicada por el Papa Francisco.

Volviendo a la propuesta de la cultura camaleónica, ahora planteamos de modo explícito las interrogantes necesarias a esta controversia, relacionadas con la proposición de Alfonso La Torre, ¿La cultura camaleónica se opone a las otras categorías, o es consecuencia de otra forma de cultura que, por cierto, sería la continuidad de la cultura de la pobreza? En el sucinto esbozo de su hipótesis, La Torre ofrece respuesta parcial a las interrogantes.

Afirma que, implícitamente, la cultura camaleónica es autogenerada en el seno del mismo pueblo; segundo, es una cultura que se opone a otra cultura la cual es impuesta por las clases dominantes que han presidenciado el país, es decir por las clases que han usurpado y vendido el país, por una parte. Por otra, el crítico, señala que dicha cultura camaleónica mantiene obnubilado cuando no cegado al pueblo y a un sector importante de intelectuales de los seudo y de los renombrados.

Otra indicación que nos sugiere y es de interés procesar en la discusión la vamos a entender desde la siguiente pregunta, ¿Aceptada como una categoría  validada, cuánto la cultura camaleónica es diferente de la cultura de la pobreza o de su continuidad? Y, por supuesto, cuál podría ser esta última, ¿hay indicios que nos evidencien sus asomos?

Ya en la década pasada, por los años ochenta y tres, ochenta y cuatro, se dijo y aseguraba que el país estaba abandonando sus debacles económicas, por tanto se estaba alejando de la “difamada” cultura de la pobreza. En todo caso se argumentó que ésta presentaba variación en sus características; sino nuevas, con diferencia en sus rasgos anteriores. Por esos años, mencionados al inicio de este párrafo, conversamos, con un sector importante del magisterio agremiado en torno al Sutep del cono norte, acerca de esta preocupación.

Con los colegas se discutió, “si ya no éramos un país envuelto en la cultura de la pobreza, ¿en qué categoría andaba la susodicha?” Las reflexiones nos llevaron a inferir que las nuevas manifestaciones indicaban los rasgos de una cultura de la mendicidad. Hoy décadas después, me reafirmo en tales apreciaciones, el asistencialismo ha sido política central de gobierno de los últimos cinco presidentes.

Aparte de lo anterior, haciendo un recuento de los indicios que nos llevó a ver esta nueva categoría, por cierto no refrendada por sociólogos sesudos, nos lleva a remontar y  evaluar los paquetazos económicos en los años del gobierno militar de Morales Bermúdez. Desde esos tiempos y medidas de ajuste dadas, las clases dominantes que nos han presidenciado –o en estos tiempos de una casi república debemos seguir hablando de regencia, propia de épocas de reyes y virreyes- nos fueron introduciendo y orientado a aceptar nuevas prácticas de “acatación” ciudadana; sería mejor decir, de convivencia con actitudes propias de mendicantes, con tal de sobrevivir.

El pueblo, golpeado por las constantes crisis en que los gobiernos lo fueron involucrando, como que optó por adaptarse e irse acostumbrando a estas condiciones económicas y sociales, en tanto los sindicatos habían sido arrinconados o quebrados. Las federaciones, comités de lucha sindical o popular y cualquier otro núcleo de reivindicación social se había auto restringido a las acciones burocráticas de negociar sólo menos abusos, por parte de la patronal o de los gobiernos de turno, incluido el actual.

Esta nueva manifestación cultural toma impulso desde el segundo gobierno presidido por el acciopopulista Belaúnde Terry. Estas costumbres de acomodar su sobrevivencia al asistencialismo mendicante se aceleran en el primer gobierno de García Pérez, con los primeros “paquetazos” de ajustes económicos y la especulación de los grandes comerciantes y financieros. Y aumenta sus ritmos y se eleva a los picos más altos con el fujimontesinismo del gobierno de, ahora condenado por crímenes de lesa humanidad, A. Fujimori.

Sin embargo -justamente a raíz de las acciones opresivas y del atentado contra los derechos humanos más elementales por parte del gobierno fujimorista- las juventudes universitarias, las trabajadoras y los sectores democráticos e intelectuales del país empiezan a desarrollar protestas que fueron in crescendo, a fines del gobierno cleptocrático de Fujimori, hasta que lo sacaron del poder. Obviamente, el pueblo se estaba cansando de convivir dentro de las características de la mendicidad. Sacar al tirano, por supuesto, no bastó para salirse de manera definitiva de éstas características culturales. Es posible que, sin duda alguna, se esté gestando un nuevo tipo de cultura, nada permanece demasiado tiempo; lo cual se observará apenas surjan esas evidencias que hoy no logramos percibir. Tal vez su asomo empiece a manifestarse por el lado de los reclamos y protestas ambientalistas y/o anti mineras, petroleras, etc.

PERO un asunto que si nos queda muy claro, volviendo al otro aspecto interesante de la pregunta inicial de Alfonso La Torre (primeros párrafos de esta nota), es el hecho de la irresponsabilidad histórica de las clases, no diríamos  dirigentes -nunca lo fueron- sino dominantes del país. También, la manipulación de los diferentes gobiernos que nos presidenciaron es responsabilidad de dichas clases “enquistadas de molicie”, su ideología y propósito es eso, manipular, en el sentido amplio del vocablo. Hasta aquí, debo decir que todas las formas de cultura en debate tienen como matriz la cultura de la pobreza.

Para no darle largas a la controversia, resulta de interés preguntarse, como ya lo hicieron el escritor mexicano Carlos Fuentes y compañía (2), ¿es posible un cambio de concepción en la estructura mental y espiritual de la gente, en particular de los sectores populares y trabajadores, respecto de su arraigo a adaptarse a una cultura de la pobreza (antes) o mendicidad (hoy)? En opinión nuestra, la respuesta no va a ser positiva sino se desarrolla un movimiento social organizado que impulse cambios de toda índole, además de las estructurales, en el conjunto de la sociedad peruana. Los movimientos sociales y populares desarrollados son aislados y no articulados a estrategias programáticas integrales. Mientras tanto, el pueblo, los trabajadores, la gente democrática progresista y las juventudes se verán obligados a permanecer en la manipulación de que son y seguirán siendo objeto, si es que no se les ofrece opciones diferentes y transformadoras.

 A la parte primera de su pregunta, el mismo Alat (seudónimo del cronista de Diario Ínfimo) le da una respuesta certera, sugiriendo que a los críticos les queda cumplir la parte importante de su rol: Debatir.

Notas:

(1) Diario La República - Perú. Sección “Página del Lector”. Roque Ramírez C. “¿Cultura camaleónica o cultura de la mendicidad?  Martes 17/03/1988, p. 22
(2) Publicado en diario La República. Sección editorial, en columna “Diario Ínfimo”. del 28/02/98.
(3) El tema de la cultura de la pobreza es debatido ampliamente en la revista Mundo Nuevo. Número 11. Mayo 1967, Ediciones Illari, París.

(4)  Nuevo Mundo, Ibid. 

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