lunes, 29 de febrero de 2016

HABLA LA NIETA DE MARIÁTEGUI

DENIS MERINO
Tomado de: http://diariouno.pe/2016/02/28/habla-la-nieta-de-mariategui/
28 de  febrero 2016

Cecilia Ferrer Mariátegui evoca a su abuelo y a su madre, Gloria María, hija mayor del Amauta y fallecida recientemente.
En su simpático departamento de Pueblo Libre en cuya sala resalta la fotografía de su abuelo José Carlos Mariátegui y en un estante los libros escritos por el ideólogo socialista y los que hablan de él, nos recibe Cecilia Ferrer Mariátegui nieta del pensador y quien dos semanas antes perdió a su madre Gloria María, primera hija del Amauta.
—¿Qué sientes de ser nieta de José Carlos Mariátegui?
—Admiración, orgullo, primero porque sin estudiar en una Universidad sino como autodidacta creó sus obras y también por haber sido un excelente padre para mi madre quien nunca olvidó el cariño que le profesó. Me gustan mucho sus libros “El Alma Matinal” y “El hombre y el mito”.
—¿Y por qué tu madre, primogénita del Amauta, permaneció invisible?
—Creo que hubo mezquindad, perjuicios absurdos por cuestiones económicas y también discriminación de género. Por ejemplo en este libro de Correspondencia de JCM se le menciona como Gloria Ferrer, se llega a desconocer su primer apellido. Fue una situación muy injusta. Desde que murió el abuelo ella perdió el vínculo con sus hermanos y eso debe haberle dolido mucho, aunque hubo acercamientos con el tío Sandro que en los últimos años le pagó una persona para que la cuide
—¿Qué te contaba tu madre sobre sus recuerdos acerca de su papá?
—Siempre me decía que lo tenía presente y que no olvidaba sus atenciones, su amor y la preocupación que mostraba por su salud.
—¿Debe haberle dolido mucho su ausencia? Que pasó después de la muerte del Amauta?
—Sufrió mucho el no tenerlo. Sus parientes de la casa del jirón Washington a donde ella acudía, como que se olvidaron de ella. De un buen colegio particular en que la matriculó mi abuelo tuvo que pasar a uno estatal pero el cambio fue muy fuerte y las hijas de la tía Guillermina (hermana del Amauta) la ayudaron para que entre a un colegio particular cuya promotora era Zoila Aurora Cáceres, donde le dieron una beca pero con la condición que ocupe el primer lugar y así fue hasta segundo de secundaria, después la ayudaron a que termine en otro colegio secundaria comercial.
—¿Y posteriormente?
—Al igual que su hermano que nació de otro compromiso de mi abuela como ocho años después, se dedicaron a trabajar sin descanso para que a la abuela no le faltara nada porque tenía una salud muy frágil, desde joven le dio artritis, vivía entre médicos y medicinas, falleció a los 60 años. Por eso mi madre se casa un poco mayor.
—¿Si tu abuela era Victoria Ferrer tú por qué llevas ese apellido?
—Lo que pasa es que mi madre se casó con un primo del mismo apellido, por eso soy Ferrer Mariátegui. A propósito y pese a la separación de mi abuela Victoria del abuelo José Carlos, la familia Ferrer, que era una familia obrera pero como eran antes, con muy buen nivel intelectual, lo apreció siempre, lo querían mucho. El abuelo le decía a mi tía abuela Beatriz Beatricita y a ella le entregó desde su lecho de enfermo agónico la última pensión para mi madre.



Imágenes tomadas de https://youtu.be/GgbjBOPhvCs/Film footage of /  Escenas fílmicas 
de José Carlos Mariátegui (1930). Archivo de Ricardo Martínez de la Torre.

CÉSAR FALCÓN, EL AMIGO
—¿Beatriz fue la pareja de César Falcón el gran amigo de tu abuelo José Carlos?
—Así es, trabajaron juntos en Amauta y otras publicaciones. Falcón tuvo una relación con mi tía abuela Beatriz, llegaron a tener una hija de nombre Tórtola, que murió a los 18 años, después él viajó a Europa y tuvo una intensa vida política, se enroló en el Partido Comunista Español y fue diputado por Málaga, por allá tuvo varios hijos en diferentes mujeres, regresó en el 70 para morir. Cuando viajé a ese país conocí a una de sus hijas, Lidia, una comunista que fundó el Partido Feminista Español.
—¿Recibía tu madre una pensión?
—No, cuando el abuelo fallece su gran amigo Luis Alberto Sánchez presenta en el Congreso un proyecto para otorgarles una pensión a los hijos de Mariátegui pero no se menciona a mi madre. Años después, cuando le preguntan a Sánchez por qué dejó de lado a la hija, dijo que no sabía de su existencia.
—¿Desde cuándo se menciona a tu madre como hija de Mariátegui?
—En el año 2004, al recordarse el 110 aniversario del nacimiento de mi abuelo se realizó una exposición fotográfica donde se expusieron las cartas de mi abuelo a mi madre en la Biblioteca Nacional cuando yo ni pensaba trabajar ahí. Lo mismo sucedió en el 2005 en la Casa Museo Mariátegui cuando el director era mi primo José Carlos Mariátegui Ezeta, hijo de Javier Mariátegui y quien tuvo a bien invitarnos. Después el Dr. Osmar Gonzáles presentó otra exposición en el Museo de la Nación y el año pasado, cuando ya mi madre no podía estar presente, se le rindió homenaje en la Casa de Washington donde Gustavo Espinoza pidió perdón por esa omisión a mi madre, a quien le llevé el video y la emocionó mucho.
Aparte he escrito artículos para el boletín de la Casa Mariategui y siempre estoy dispuesta para charlas o conferencias sobre mi familia como la Cátedra organizada por las mujeres “Todas somos Micaela”, también en la Casa Mariátegui.
—¿A qué te dedicas?
—Estudie Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Lima y trabajo en la Dirección de Bibliotecas Académicas y Especializadas de la Biblioteca Nacional desde donde asesoramos y apoyamos a las Bibliotecas Públicas, además de ser profesora del Instituto de Comercio Exterior.
—¿Te identificas con los ideales de tu abuelo?
—Considero que siguen vigentes. Cómo no estar de acuerdo con las jornadas de las ocho horas, con la estabilidad laboral, con una mejor distribución de la riqueza, con la justicia social, todo eso hay que explicar y hacer conocer a las nuevas y futuras generaciones.

Opinión de Martín Guerra
Jorge Bacacorzo o Martín Guerra, quien postula con el número 25 en la lista de Frente Amplio, escribió en su cuenta virtual:
“De Gloria podemos decir varias cosas, por ejemplo, que fue injustamente negada por la historiografía oficial, la cual siempre habló de cuatro hijos de Mariátegui, todos varones, a pesar de que tempranamente la correcta biografía de Mariátegui, escrita por Guillermo Rouillon Duharte, la reivindicó, demostrando con documentos su filiación. Los móviles que llevaron a ocultar su existencia fueron egoístas, subjetivos, de doblez moral y hasta económicos. Incluso en la edición de la Correspondencia de Mariátegui (1984) -editada después que la biografía de Rouillon (1975)- se le priva del apellido paterno y aparece solo como Gloria María Ferrer. Nuestro Amauta que siempre la amó entrañablemente, pasa así a la historia para el lector común como un padre que no reconoció a su hija. Nada más falso. La esperó, la reconoció, la quiso, la protegió y veló por ella hasta el último día. Gracias a Rouillon sabemos de la emoción que sintió al enterarse, de su nacimiento, camino al exilio”.

sábado, 20 de febrero de 2016

Vattimo, recordando a Umberto Eco.


"Grande, el duque," dijo.
Entrevista con Gianni Vattimo recordando a Umberto Eco

 Di Giuseppe Fantasia

Link: http://www.huffingtonpost.it/2016/02/20/vattimo-ricorda-umberto-eco_n_9281232.html

20/02/2016

ntre los muchos amigos y colegas que han querido recordar a Umberto Eco, que falleció recientemente, un testimonio importante y significativa es la del filósofo e intelectual (él también era político) Gianni Vattimo, que habla de su amigo cercano exclusivamente all'HuffPost, después de también recordó en su último libro, no siendo Dios, una autobiografía escrita a cuatro manos junto a Piergiorgio Paterlini, publicado recientemente por Ponte alle Grazie.

El profesor Vattimo, en su libro escribe que Eco era su "matriz en última instancia", se explica mejor. 
Estaba fascinado por su genio, pero nunca he sido celoso de él. Es verdad, que era mi último padre, repito, pero yo no podría escribir un obituario sobre él, porque no creo que dijo algo nuevo en la filosofía. Él hizo la declaración, más que cualquier otra cosa, en la semiótica, pero debido a la semiótica no entienden nada, todavía no he podido escribir una línea. En cualquier caso, Umberto era, en primer lugar, un gran amigo y con él tuve una relación de vecindad académica / católica. En el verano de madurez, en 1954, Filiberto Guala, gran intelectual católica y CEO Rai, un hombre muy eficiente, se habían puesto en marcha un concurso público para los funcionarios y el personal tratado. Él decidió cumplir con los ganadores, pero gracias a su astucia supo de inmediato que ese grupo de personas, no sabía qué hacer. Tuvo que hacer una nueva televisión con el material humano, como se ha definido, pero que no estaba satisfecho, por esto llegó a Turín y caminó alrededor de las asociaciones católicas, en las que se les dieron los nombres de Umberto Eco, Furio Colombo y yo. Umberto era un líder nacional del GIC, Furio ya estaba en la universidad y yo acababa de terminar la escuela secundaria. Guala nos hizo tomar como compañeros pagandoci sesenta y cinco mil liras, una cifra muy alta para la época, y juntos se pasó tres meses inolvidables.


Ella, Furio Colombo, Umberto Eco, ¡ese trío! 
Sí, se puede decir! (Risas). Por la voluntad de Guala, tuvimos que asistir a un curso para periodistas de televisión, presentadores y funcionarios: se les llama "piratas", y siempre estábamos juntos. Compartimos el mismo apartamento en Milán, en la plaza el 6 de febrero, fue un momento muy agradable, que era como lo hizo su servicio militar con las reglas y la disciplina, sino también con montones y montones de chistes. Cuando no me traes en Santa Tecla, un club de pervertidos, donde jugó el jazz, pero sobre todo era un mal lugar donde se encontraron las chicas, estaba en casa y Umberto, siempre con la pipa en la mano, habló de la filosofía medieval porque estaba la preparación de un examen sobre el tema. Después de tres meses, sin embargo, he dejado de volver a Turín. Quería estar cerca de mi madre y seguir estudiando. Los encontré un año más tarde, en 1955, cuando empecé a trabajar en un programa semanal en vivo desde Furio con acuse de Umberto, que fue nombrado Horizonte. Incluso allí, tuvimos un montón de diversión.

Hablando de diversión, que escribe en el libro que Eco, entre muchas cosas, le enseñó su mayoría "chistes" y que, gracias a este -cito- ". Tiene un repertorio de chistes son la envidia de Berlusconi" 
Sí, es cierto, Umberto era un hombre muy educado, bien preparado en muchos aspectos, pero sobre todo uno de los hombres más irónicas y divertidas que he conocido. Sé que muchos chistes, porque siempre he asistido. Si se comportó un poco menos como un monumento, que hubiera sido mejor, pero sabemos que nadie es perfecto, por mi parte. También fue un Pareyson graduado con él, pero no se puso en la silla junto a nuestro maestro común de hecho, cuando gané el concurso para la cátedra de Estética, también asistió a por él. Traté de poner el bien entre Pareyson y él, pero nuestro profesor era temido que siempre se quejaba porque muy delicado sobre cosas personales. Umberto era una lengua poco "fuera y Milán se había convertido en un amigo de Enzo Paci, escribió el ultimátum (filosofía de la revista trimestral fundada en 1951 por el Pacífico, ed) y si había una cosa que aterrorizaba Pareyson, fue que la sus estudiantes terminan en manos de otros. Todavía estaba convencido de que Eco era inteligente e incluso Temo pensar que era más inteligente que yo (risas). Había una cosa de la que se quejaba, que Eco no le envía una tarjeta de Navidad, y fue gracias a esta creencia, que me valió la silla (sigue riendo).

En ese sentido, por favor? 
Me gustó mucho para que apunte a Pareyson que Eco nunca habría enviado una nota que decía "Feliz Cumpleaños" o "buenas fiestas", porque él era así. O era una fórmula de la diversión, o no enviar nada. Odiaba la banalidad, como se ha equivocado? Es por eso que siempre pensé, porque, francamente, nunca imaginé que podía recoger una tarjeta de felicitación agradable con la imagen de la escena del nacimiento o el árbol de Navidad y el brillo para escribir a su querido profesor de las universidades "cariñosamente por Umberto Eco" ... no, no creo ... que sé que nunca habría escrito "devoto homenaje" antes de su firma. Yo no creo que nadie ha escrito nunca, ya que era presuntuoso.

¿Alguna vez ha discutido? 
Sí, ya que hacen grandes amigos, pero sobre todo amado punzecchiarci entre sí. Umberto era la única persona en el mundo que no le envidio por ser más inteligente que yo, quiero repetir eso. Fue muy cerca de los estudios medievales, que le llevó a estar ligada a una perspectiva que evitó los excesos modernos y post-modernas, incluidas las nuevas tecnologías.


¿Estás de acuerdo con lo que dijo acerca de la Internet y las redes sociales para "dar el derecho de hablar con legiones de tontos"? 
Sí, por supuesto, a continuación, seamos sinceros, él en esas cosas si querían más que a mí, pero es muy fácil, porque, con la excepción de correo electrónico, con el que estoy muy fuerte, no sé nada de la red social. O mejor dicho, no tengo Facebook, pero sólo porque he puesto mis amigos. Nunca voy a controlar, pero hay.

¿A menudo se veían? 
No, porque ambos estábamos muy ocupados, pero cuando nos veíamos fue como si nos hubiéramos conocido el día anterior. Sólo se necesitaba un minuto para renovar los recuerdos y afectos. Mi afecto por él  siempre ha sido genial y así permanecerán hasta hoy que ya no existe. Nos veíamos poco en Italia, más que nada le gustaba vernos en Nueva York, dar largos paseos, pero, sobre todo, grandes charlas en piamontesa (Vattimo nació en Turín en 1936, Eco nació en Alessandria en 1932, nota del editor).Me reí como un loco cuando alguien, por lo general de la lengua italiana, que podía ver quién era más viejo y susurró cerca de Umberto Eco (ríe de nuevo). Él se ríe también, por el cual el hombre era irónico. También fue muy abierto, imitaba mucho su manera de pensar y de vivir, tengo que recordar que mi último maestro vivo, voy a extrañar mucho.

¿Cuando lo ha escuchado o visto la última vez? 
Nos comunicamos hace unos días, le había enviado mi texto para ver lo que pensaba y respondió con un mensaje, con una sola frase: "Grande, Duke," dijo, pero allí y entonces yo no entendía lo que quería decir. A continuación, el teléfono me dijo que era una expresión dime que estaba bien. La costumbre que tenían de sorprenderme ...

¿El mayor pesar ligado a él? 
¿Quién no ha ganado el Nobel?, muy mal, pero para mí es como si ya lo hubiera ganado desde hace años.

Umberto Eco

Umberto Eco: lucidez, sudor, ideas y whisky
El discurso de este escritor era a la vez apocalíptico, risueño e integrado
JUAN CRUZ
Tomado de El País, 20/02/2016. Link: http://elpais.com/autor/juan cruz/a

Umberto Eco era una inteligencia imparable, un hombre imponente. Su memoria parecía una máquina nueva siempre, su discurso era a la vez apocalíptico, risueño e integrado; no dejaba que la melancolía que persigue a todo semiótico le rompiera la velocidad del pensamiento, y se reía del mundo a la vez que explicaba su podredumbre. Pasó así con su último libro, Número cero, una sátira redonda y picuda a la vez sobre el oficio del periodismo en tiempos de Internet. Él no escribía para entretener, sino para entretenerse, y no dejó nunca de inventar fórmulas para desmentir la solemnidad de los poderosos, en su país y en cualquier sitio, y de los lugares comunes, que fueron su bestia negra.

En ese libro, Número cero, integró algunas de sus columnas, que llamaba bustinas, para construir un fresco insolente pero real de los peligros a los que se asoma este oficio de explicar la realidad. El periodista puede ser corrupto sin saberlo y sabiéndolo, y puede ser sumamente farsante e ignorante, puede el poder utilizarlo y él puede utilizar al poder, y no necesariamente las nuevas tecnologías de que dispone van a mejorar su relación con las bases viejas en las que se sustenta el oficio. El resultado de esa mescolanza de imaginación y columnas incluyó a Mussolini y a Berlusconi en una especie de fresco divertido e inquietante que nosotros, los periodistas, no leímos con vergüenza ajena sino con la propia vergüenza de estar ante un análisis y un aviso del abismo que nos conmueve.

La salida de ese libro fue la última vez que vi a Umberto Eco, en su casa de Milán, el año pasado; otros años nos habíamos visto allí, una vez probándose, para Jordi Socias, el fotógrafo, un borsalino, y riendo y bebiendo whisky y tomando espagueti en su restaurante favorito, I Quattro Mori, al lado de su casa espaciosa, llena de libros bien ordenados, sentados ante una mesa para seis en la que estábamos tres; pero las manos de Eco, lo que desplegaba, era tan poderoso, su presencia, aparentemente asmática entonces, sus ojos atentos y vitales, que taladraban lo que tú le ibas diciendo, lo dominaba todo; necesitaba, como los grandes hombres imperiales, media mesa para él solo; a veces anotaba lo que le respondías a sus preguntas, sacaba las manos hacia delante como si se apoderara de ella, y cuando no anotaba sacaba su pañuelo grande y blanco para limpiarse el sudor abundante que marcaba su frente espaciosa. En ese momento, hace algunos años, hablábamos de Europa, de su porvenir, de los Erasmus, de la cultura sobresaltada de un continente que se estaba aislando a sí mismo creyendo que se iba a abrir, y había inventado una fórmula para seguir bebiendo whisky: probablemente el médico le había aconsejado que tomara menos whisky, o que solo tomara whisky si quería tomar alcohol. Y esa receta fue suficiente para que siguiera bebiendo whisky, en vaso corto, sin hielo, como si estuviera acompañando los espaguetis con una medicina.
Eso fue hace unos años. Esta vez, el último invierno de 2015, ya Umberto Eco bebía menos, reía menos, estaba sumido en el ensimismamiento de los que quizá piensan en una obra nueva, o en alguna melancolía no resuelta. Esta vez también fuimos a I Quattro Mori; y vinieron con nosotros su traductora española, su alumna Helena Lozano, que trabajó con él y compartió su risa y su enseñanza hasta el agotamiento, su ayudante Manuela Melato, y el esposo de esta, el pintor mexicano Fernando Leal. No era raro que en las comidas, desde siempre, Umberto Eco se ausentara de vez en cuando, sentado en la propia mesa, como si las luces de la semiótica y otras luces con las que miraba la vida le llevaran por caminos interiores, por vericuetos que consideraba complejos o intrincados. Entonces se callaba y nosotros seguíamos hablando, de gatos, sobre todo, pues Leal había descubierto asociaciones insólitas entre los mininos y su arte. Eco de vez en cuando regresaba al estrado de la mesa y apuntaba, corregía, señalaba elementos con los que completaba las metáforas del artista. Y luego callaba otra vez, pendiente de todo, pero lejos de todo en esos instantes.
En julio de ese año pasado un bromista agorero de no sé dónde anunció en la red de Internet, como si perpetrara una venganza, que había muerto Umberto Eco. Me alertó de la noticia, que luego fue rematadamente falsa, Milena Busquets, que desde niña se crio cerca de la presencia de Eco; su madre, Esther Tusquets, fue la editora española, la gran amiga del semiótico italiano; así que compartimos los primeros minutos de esa incertidumbre como si se tratara de la noticia imposible de la muerte de un familiar muy próximo; de hecho, Umberto Eco es, desde Apocalípticos e integrados, cuando nuestra generación estaba en la universidad, hasta este Número Cero, un filósofo de nuestra propia edad o naturaleza, un hombre de este tiempo que siempre fue lucidamente contemporáneo, rabiosamente útil para poner a punto la mirada distraída que aconseja uno de sus más conspicuos amigos españoles, Juan Cueto, o para destruir los lugares comunes de la mala inteligencia. Era una luz que llevaba nuestra mirada adonde quisiera. Otro de sus seguidores más fieles, el español Jorge Lozano, lo atrajo muchas veces a la vida y a la realidad española, así que era Eco tan europeo, tan mundial y tan español que cuando lo veías o lo buscabas siempre tenía algo que decir de lo que pasaba aquí porque siempre tuvo algo que decir de lo que pasaba en cualquier sitio.

Umberto Eco, en una imagen de archivo. John Downing
Era una mente poderosa; cuando publicó El péndulo de Foucault, que no tuvo la trascendencia popular insólita que alcanzó su genial divertimento mayor, El nombre de la rosa, decidió irse a descansar al lago de Como, rodeado de silencio y gimnastas ricos; pero él seguía su rutina, su whisky, su sudor pausado, su vida intelectual sanísima dedicada a la destrucción sistemática (y semiótica) de los lugares comunes. Para hacerlo, como nuestro Fernando Savater, como el ya citado Cueto, como Jorge Luis Borges, utilizaba apólogos o preguntas, y reía luego porque tú te quedabas sin palabras tratando de buscar por dentro el significado de las palabras que él ponía para que tú cayeras en los pozos abiertos por su inteligencia. Después reposaba, te miraba como si él se estuviera yendo, y seguía ahí, con su mano detrás del asiento, echado en los butacones como si estuviera respirando los pensamientos de un ensimismado risueño.
En aquel momento en que nos dieron la noticia falsa de su muerte creí que esa falsedad conjuraba cualquier susto así en el futuro. Pero ha muerto ahora,  ha muerto Umberto Eco y he sentido que lo escuchaba reír solo cuando se quedaba ensimismado en I Quattro Mori. Un sabio que sabía todas las cosas simulando que las ignoraba para seguir estudiando.