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Zygmunt Bauman, foto Reuters, 2010. |
Por: Steven Navarrete
Cardona
Conversación
con uno de los pensadores más importantes del siglo XXI.
l sociólogo
polaco asegura que las fisuras causadas por las crisis económicas han permitido
que los partidos neonazis tomen fuerza.
Testigo de primera
mano de las transformaciones que experimentó la sociedad europea y cerca de
cumplir 90 años, Zygmunt Bauman aún no deja descansar su brazo y su cerebro y
continúa escribiendo y reflexionando sobre la realidad sociopolítica mundial.
Para Bauman, uno de
los pensadores más importantes de la actualidad por su teorización de la
realidad contemporánea bajo el concepto de “modernidad líquida” —que
reflexiona, entre otros aspectos, sobre la debilidad de los nexos sociales y
emocionales, la incertidumbre sobre el futuro y los cambios que ha traído la
globalización al poder del Estado-nación—, señala cómo la cultura, la salud y
la educación han sido reducidas a simples mercancías.
Con la crisis
económica que atraviesa Europa, ¿es posible la existencia de una “ciudadanía
global”?
Es posible, pero no en
un futuro cercano. La “ciudadanía” es un concepto que nació y se desarrolló en
el curso de la construcción del moderno Estado-nación, promoviendo y
estrechando la práctica de la soberanía territorial. Las instituciones
políticas diseñadas y establecidas en este proceso fueron creadas para servir
al proyecto de la independencia; sin embargo, la globalización ha creado
realmente la interdependencia mundial, una realidad en la que las instituciones
políticas heredadas y conservadas del Estado-nación no son funcionales.
Entonces, ¿qué sería
necesario para conseguir la ciudadanía global?
Para elevar la
integración humana desde el nivel de las divisiones nacionales y pasar a una
humanidad unificada, dichas instituciones necesitan ser reemplazadas por una
red de instituciones alternativas, sobrepasando las limitaciones impuestas por
las barreras de los estados territoriales y reduciendo radicalmente su
soberanía. La unificación de la humanidad, llamando a la práctica política y
pensando en reconocer la globalización ya existente de la interdependencia
humana, no podría hacerse a través de la globalización, sino aboliendo la
ciudadanía local, separando de esta manera los derechos humanos de la
adscripción territorial.
Es un escenario
complejo, ningún Estado estaría dispuesto a ceder su soberanía...
Como Benjamin Barber
resumió recientemente esta situación: “Por naturaleza demasiado inclinado a la
rivalidad y a la exclusión mutua, ellos (los estados-nación) parecen
quintaesencialmente indispuestos a la cooperación e incapaces de establecer los
bienes comunes a nivel global”. Pero añade: “Hoy en día, aunque es claro que
los estados ya no pueden proteger a sus ciudadanos y deben considerar ceder una
parte de su declarada soberanía, no hay ninguna alternativa clara, y por lo
tanto se niegan a hacerlo”. Personalmente, yo llamo esa situación interregnum,
que significa: las viejas formas de hacer las cosas no funcionan por más
tiempo, pero las nuevas formas no han sido aún inventadas y puestas en su
lugar.
¿Por qué la cultura,
el arte y la educación son los sectores que más han sido golpeados en la
reducción del gasto público, por parte de los gobiernos de la UE, para salir de
la crisis?
La cultura es el mayor
capital de la humanidad, el arte, la vanguardia de peregrinación histórica
humana explorando nuevas y desconocidas tierras y formas de vida, y la
educación que pone a disposición de toda la humanidad sus descubrimientos, han
sido, sin embargo, reducidos al estatus de productos en el mercado,
comercializados como otras mercancías y, contrario a su naturaleza, medidos por
el rasero de los beneficios instantáneos. Invertir en la cultura, las artes y
la educación, por muy grandes que sus beneficios puedan ser a futuro, se
considera, por tanto, poco aconsejable y un desperdicio a corto plazo. Tal
miopía resulta en sacrificar la calidad de vida de las generaciones futuras a
los caprichos efímeros y comodidades del presente.
¿Entonces qué sugiere?
La renegociación de
nuestra actual forma de relacionarnos con el mundo se hace cada vez más
necesaria y urgente en vista de que el planeta, nuestra casa común, se
encuentra al borde de la insostenibilidad, gracias al agotamiento progresivo de
los recursos del planeta y la creciente impotencia de los instrumentos
heredados de la acción colectiva para hacer frente a los problemas que surgen
de nuestra cada vez más íntima interdependencia física, social y espiritual.
Hablemos de uno de los
efectos del mundo en red. Nuevas formas de control social han sido promovidas
durante las últimas décadas, entre ellas cámaras de vigilancia en cada esquina,
algo que usted describe en su libro ‘Vigilancia líquida’. ¿La libertad está en
riesgo de perderse con esta vigilancia constante?
Día a día aumenta
enormemente el contenido de los bancos de datos que son una reminiscencia de
los campos minados, erizados de explosivos ocultos de los que sabemos que
tienen que explotar, aunque no se puede decir cuándo y dónde. Estos son usados
a diario por las compañías comerciales para reforzar su influencia sobre las
opciones y el comportamiento de los consumidores. Ellos (los bancos de datos)
facilitan enormemente la coacción desde arriba y pueden servir a las agencias
políticas con inclinaciones autoritarias e intenciones dictatoriales.
¿Qué es lo más
preocupante de la vigilancia contemporánea?
El aspecto más preocupante
de la vigilancia contemporánea y la recolección de datos es que se lleva a cabo
con nuestra aprobación masiva, entusiasta, despreocupada y alegre. No nos
preocupamos por la catástrofe hasta que golpea... Y así que el proceso no es
tan manejable y potencialmente controlable, ya que se limitaría, como en el
pasado, a tratar el espionaje especializado y a las agencias de vigilancia.
¿Cree que en medio de la crisis económica
algunos de los partidos declarados neonazis pueden llegar al poder en un escenario
de desconcierto como este?
Necesitamos retornar a
la raíz de su primera pregunta. Estos dos problemas están íntimamente
conectados. La discrepancia entre los instrumentos políticos disponibles y los
poderes reales que deciden las posibilidades y perspectivas de nuestras vidas y
las de nuestros niños —discrepancia causada y diariamente exacerbada por la
globalización sin control y la ajustada interdependencia— provocará que un
número creciente de personas busque alternativas al sistema político visiblemente
indolente e ineficaz para coordinar las políticas con las preferencias
populares y los deseos, fallando espectacularmente en la posibilidad de generar
empleo. Los jóvenes son los más afectados, engrosando la mayor franja del
número de desempleados, lo cual se suma al impedimento para que participen en
los asuntos públicos y del Estado, en la reforma de los mismos.
¿Entonces que está
sucediendo con los sistemas democráticos?
La confianza en la
capacidad de la democracia está marchitándose, lo que resulta en una situación
excepcionalmente fértil para que crezcan las semillas de resentimiento y
florezcan sentimientos totalitarios. La complejidad de las causas de la
miseria, siendo además desorientadoras e incapaces de mostrarse en principio,
el sentido humillante, crece la demanda de “líderes fuertes” capaces de
proporcionar fórmulas simples, que ofrecen y prometen soluciones simples,
haciendo una oferta tentadora de aliviar a sus seguidores en cambio de su
obediencia inflexible, de la carga de la responsabilidad de sus vidas demasiado
pesadas para ellos y que carecen de los recursos necesarios para
sobrellevarlas.
¿Qué deberían hacer
los ciudadanos?
Por desgracia, no hay
atajos para una solución radical. En el corto plazo, sólo son posibles
paliativos temporales y transitorios. Prevenir catástrofes similares requeriría
llamados a repensar y reformar nuestra filosofía de vida y nuestro modo de
convivir, de hecho, una especie de revolución cultural, y como ya se ha
indicado, el cambio cultural toma tiempo y evade imperativos y gestión. Las
raíces de las periódicas crisis económicas, así como la imposibilidad de
controlarlos y evitarlas, se encuentran profundamente arraigadas en nuestro
modo de ser: la concepción de un crecimiento económico sin fin como remedio
universal a todos los males sociales, el hábito de buscar la felicidad a través
de comprar (de saquear el mundo en lugar de contribuir al mismo), favorece la
competencia sobre la solidaridad, la individualidad sobre el intercambio, y el
imparable aumento de la tolerancia a la desigualdad social, que ha llegado a
niveles tan altos que hace tiempo era inconcebible que esto ocurriera.