El poeta argentino Jorge Boccanera escribe sobre la obra de su compatriota Oscar Raúl Fernando García, quien se abocó a la escritura después de décadas como trabajador fabril, en lo que tuvo bases para una visión crítica de la realidad, enfrentando la desigualdad y la codicia de los poderosos. También desplegó una labor destacada como gestor -militante- de la poesía, al organizar talleres y reunir a autores jóvenes con otros ya conocidos.
Por Jorge Boccanera
Tomado de: https://lapoesiaalcanza.com.ar/noticias/7154-la-poesia-de-oscar-raul-f-garcia-un-canto-solidario
Hombre de muchos oficios, Oscar
Raúl Fernando García laboraba en una fábrica de cartón corrugado
ubicada en Valentín Alsina, en el sur del Gran Buenos Aires, cuando
publicó su primer libro, “El canto de las fábricas” (1974), a cargo
del Grupo Editor Mensaje, sello que sacó por más de tres décadas
una importante revista de arte y literatura, “Ateneo”.
Nacido
en el conurbano bonaerense en 1927, García descubre su vocación poética casi
entrando en los cincuenta abriles, aunque contaba a los amigos que unos textos
borroneados tiempo atrás se los había arrebatado una inundación que asoló a las
localidades de Alsina y Villa Diamante.
Mientras corrige los poemas de “El canto de las fábricas”, asiste a uno
de los primeros talleres literarios de la zona, el “José Pedroni”, coordinado
por un poeta de fuste, Julio Félix Royano, quien desde 1952, con su libro
“Canto provisorio”, aportará a la poesía argentina con un lenguaje límpido, una
suma de indagaciones sobre el devenir existencial y un ojo crítico puesto en el
centro del destino humano.
Dicho
taller, que funcionó alrededor de 1969 y 1975 con una nutrida participación que
no bajaba de veinte participantes, dejó una marca indeleble en Oscar R. F.
García. En 1973 sus textos fueron incluidos junto al resto de los talleristas
en la antología “Como pateando al viento” y en el cuaderno de poesía “Palomas y
chacales”, junto a las poetas Nuria Pérez y Liliana Modenesi.
La
poesía de García muestra la influencia de Royano –llevan su firma varios de los
epígrafes que coloca en sus textos-, al tiempo que revela una extensa lista de
lecturas y vecindades, entre ellas González Tuñón, Machado, Brecht, Discépolo y
Maiakovsky. Hay que decir que aquel García de baja estatura, jopo rebelde y
entrecano, y ojos escrutadores, devoraba todo libro que le pasaba cerca, en un
tiempo carente de publicaciones de poesía, sobre todo del resto del continente,
salvo las antologías del Centro Editor de América Latina, los libros de EUDEBA
y lo que podía conseguirse en bibliotecas públicas.
Casi
siempre con un pucho en los labios –fumaba la marca “43 70”- hablaba a ratos
con los labios apretados y “de coté”, como si algún asunto conspirativo le
respirara cerca, aunque él mismo solía presentar proyectos o ideas referidos a
la cultura envueltos en un aire de intriga. Uno de esos “proyectos” fue
imprimir un cartel con su poema “Barrabás”, “dedicado” al capataz de la fábrica
donde trabajaba, y pegarlo en las paredes de Lanús. Iniciaba así la práctica
del “escrache”.
García
hacía valer su condición de clase, situándose en un lugar de denuncia hacia las
múltiples formas del poder, cuestionando además a aquellos intelectuales que
hablaban en nombre de los trabajadores, sin haber pisado nunca un taller
fabril. En un tiempo convulso y acelerado como los álgidos 70 (luego de un paso
por el Partido Comunista, integró la extensa franja de la izquierda
independiente) en interminables charlas de café solía asumir posiciones
frontales y carente de matices, que poco a poco fue trocando por una mirada
menos deudora de los planteos dicotómicos referidos al arte. Después de todo
fue Ramón Ruiz Alonso, un obrero con cierto liderazgo político en las filas
ultramontanas, quien denunció a García Lorca y estuvo a la cabeza del grupo
armado que lo detuvo.
Ya por
fuera de todo esquematismo, García entró pronto en un camino de pluralidad que
lo llevó, luego de integrar en 1974 el grupo literario “El Ladrillo” (junto a
María del Carmen Colombo, Vicente Muleiro, Adrián Desiderato y quien suscribe
estas líneas, entre otros poetas), a gestionar por cuenta propia varios de los
encuentros, charlas y lecturas que caracterizaron el tránsito “ladrillero”.
Gracias a este esfuerzo suyo el grupo tuvo charlas y lecturas compartidas con
escritores y artistas de líneas disímiles, entre ellos los poetas del tango
Cátulo Castillo y Héctor Negro, el músico Osvaldo Avena, la poeta Olga Orozco,
actores de un teatro militante como Michelle Bonnefeux y Víctor Bruno, y
Agustín Cuzzani, el padre de una dramaturgia denominada “farsátira”.
De las lecturas de “El Ladrillo” en teatros y bares con grupos literarios “hermanos”, como “Barrilete” de Buenos Aires y “Herramienta” de Rosario; se inició la amistad con poetas hoy desaparecidos por la dictadura, como Roberto Santoro y Juan Carlos Higa. También el taller “José Pedroni” había sufrido una baja; Federico Konovas, incipiente escritor asesinado en Chile durante el golpe militar que desalojó del poder a la Unidad Popular.
Hay
una extensa lista que tiene sus antecedentes en los mexicanos Rosendo Salazar y
Carlos Gutiérrez Cruz; el primero tipógrafo que a inicios del siglo XX fue
secretario general de la Confederación General de Obreros y Campesinos, e
impulsó varios libros de “poetas revolucionarios”; y Gutiérrez Cruz (panadero)
con sus “Poemas libertarios” de 1924. Se agregan los cubanos Regino
Pedroso, obrero de la siderurgia y ferroviario, y Manuel Navarro Luna que fuera
mozo de limpieza y lustrabotas; y más cerca en el tiempo los peruanos Víctor
Mazzi, albañil y vendedor de libros callejero, y Leoncio Bueno, obrero textil y
mecánico de automotores entre sus muchos oficios, que en enero de 2020 cumplió
cien años. A ellos se suman los argentinos Oscar R. F. García, Jorge Leónidas
Escudero, quien trabajó como minero y obrero gran parte de su vida, y Dardo
Dorronzoro, herrero de Luján secuestrado por un grupo de tareas en junio de
1976. Son sólo algunos ejemplos.
![]() |
Carta inédita de Oscar R.F. García a Víctor Mazzi Trujillo |
Volviendo a “El canto de las fábricas”, el libro fue presentado hacia fines de 1974 en una galería de arte céntrica nada menos que por la escritora Lila Guerrero, quien fuera amiga personal de la cineasta Lilia Brick y de Vladimir Maiakovsky, del quien tradujo poemas. Señaló Guerrero que García: “Nos da su ternura junto a la tajante estrofa apelando siempre por la justicia y la felicidad humana. Alguien puede exigirle más libertad, más delirio, más imágenes. Lo dirá el tiempo. Todos necesitamos un instante de poesía en la vida para respirar con esperanza”. La obra de Oscar R. F. García se completa con los títulos “El tigre fuera de la bolsa” (1975), “Tango de octubre” (1977), “Zona de fuego” (1981), y “Melodía de arrabal” (1999). Sobre éste último, el escritor Alberto Vanasco subrayó en un texto de contratapa lo “insólito” de que surja “del mismo corazón del proletariado” un poeta, dijo, con una “eficiente inserción en lo mejor de nuestra tradición literaria” merced a “la originalidad, riqueza y profundidad de cada una de sus líneas”
También se acercó el poeta a artistas de la música, como Susana Rinaldi y
Osvaldo Pugliese, llegando a componer algunas piezas junto al guitarrista
Osvaldo Avena y al bandoneonista Arturo Penón.
Exultante, caminador infatigable de las calles de Buenos Aires, la poesía le cayó en las manos en un tiempo trágico. En un lapso estrecho de tiempo –entre 1970 y el golpe militar de 1976-, puso toda su fuerza, su alegría, su tozudez y sobre todo el convencimiento firme de que tenía algo a la mano para entregar a los otros: su ser solidario y su poesía.
Banco
Central de la Justicia
Hoy estuve hablando con
dos poetas enemigos míos
dicen que si existiera
Belgrano pasarían otras cosas
Roberto Santoro
Un peso lleva
dibujado los lagos de Bariloche
donde nunca viviré
un peso son cien
cien son los
lugares donde nunca viviré
pero la tarde es
tibia como la de un día de junio
en domingo
Un peso es un peso
y al mismo tiempo
cien
como una mujer es
una mujer y cien mujeres
hoy la tarde es
tibia como una mujer
una mujer es
hermosa como los lagos de Bariloche
donde nunca viviré
en tanto el sol me
entibia esta tarde de invierno
como si fuera junio
y tuviera un peso
Suma
Mis compañeros no
saben nada de literatura
sólo aman a sus
perros y saben cantar.
Mis compañeros no
conocen de economía.
Sólo saben sumar.
Mis compañeros no
entienden de política
pero se levantan a
las seis.
Mis compañeros sólo
saben trabajar,
amar a sus perros,
cantar sumar, levantarse a las seis.
Lo malo para los
literatos, los economistas y los políticos
¡es que son muchos!
(de
“El tigre fuera de la bolsa”)
Causa
I
Construí la Muralla
y en ella fui enterrado,
transporté las
especias y de ellas no probé.
Fui marca para el
látigo, muñeca para el grillo,
leña para la
hoguera de las revoluciones.
En Gizeh las
pirámides no registran mi nombre,
fueron mis negros
huesos quemados por la arena.
No existo en el
titanio de las naves del tiempo,
sólo las hienas
llevan mi sombra entre los dientes.
Causa III
La mano que
revuelve la basura
¿es igual a la que
brilló en la oscuridad de Altamira?
La que busca comida
en bolsas de consorcio
¿es como aquella
que labró la cabeza de Amenophis?
¿Se parece a la que
dibujó las corcheas del Mágnificat?
¿Guarda semejanza
con la que trazó los caracteres de La
Odisea? ¿Qué pasó
para que esta mano hurgue en los tachos?
¿Para que no se
anime siquiera a la caricia?
¿Volverá a ser
garra esta mano mía?
¿Será aleta?
¿Se sumirá en las
profundidades del mar?
(de “Melodía de
Arrabal”)
Y los
perros se amaban
¿Vos conocés
Alsina?
¿sus curtiembres?
¿sus villas?
¿la antigua
podredumbre
del Riachuelo absurdo
sin peces ni
veleros.
Al sur.
Del otro lado.
Allí es donde una
noche de octubre
se fueron mis poemas
a navegar su
origen,
a remontar esencias
de tristeza y de barro.
Sobre dos metros de
agua
en plena
primavera,
cuando la tarde es
dulce y los perros se aman,
se fueron mis
poemas
a acariciar
mejillas de angelitos morochos
ahogados en
petróleo.
Flotaron entre
radios de válvulas antiguas
y colchones de
estopa salpicados de amor,
Porque
¿sabés?
de pronto el río decidió
borrar del todo
a mi ciudad,
extirparla de
ratas,
arrasar basurales
y lavarla de tangos
y de pobres.
Al sur.
Del otro lado...
Allí donde mis
versos
se juntaban
con la niebla y el
mate.
(de “El canto de las fábricas”)