In Memóriam. César Guardia Mayorga. 15 mayo 1906 - 18 octubre 1983.
Sara Beatriz Guardia
En su libro, El legado quechua. Indagaciones peruanas, (1952), Raúl Porras Barrenechea subraya que fue Fray Domingo
de Santo Tomás quien bautizó con el nombre de "quichua", el idioma
conocido en el Tawantinsuyo como runasimi. Término que aparece por
primera vez en su tratado, Lexicón o Vocabulario de la lengua
general del Perú, publicado en 1560. Inicio de una historia de
desencuentros donde el idioma del imperio vencido coexistió
con el español en condiciones desiguales, pues siempre fue visto con
desconfianza y desdén.
Sin embargo, en su calidad de predicador, Fray Domingo de Santo Tomás
constató que para lograr la evangelización era necesario conocer profundamente
el idioma quechua. Por ello la tarea didáctica recayó en los frailes: el agustino, Juan
Martínez de Ormaechea, publicó en 1604, Vocabulario de la lengua general del
Perú llamado Quichua, y en 1607 el jesuita Diego González Holguín: Vocabulario
de la lengua general de todo el Perú llamada lengua Qquichua ó del Inca, apreciado por la importancia de sus innovaciones fonéticas. Mientras que la primera gramática, Arte de la lengua general de los yndios de
este Reyno del Pirú, data
de 1616, cuyo autor, Alonso de Huerta, fue capellán de iglesias.
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La gramática quechua de César Guardia Mayorga resultó también importante para entender su estructura idiomática. |
Dos importantes contribuciones se publicaron en alemán, Organismus
der Kheúua-sprachei, de Johann
Jakob von Tschudi, en Leipzig (1853). Y,Wörterbuch des Runa-Simi oder
Keshua-Sprache, de Ernst Middendorf, también en Leipzig, en 1890. Tal como señala, Marcos Jiménez de la Espada, explorador y
escritor español que con la Comisión Científica del Pacífico recorrió el
continente entre 1862 y 1865, la evidencia del gran interés que suscitó el
idioma quechua quedó demostrada con la reedición de la obra de Fray Domingo de
Santo Tomás, en Leipzig, en 1891.
El primer trabajo sobre el idioma quechua del siglo
XX, Diccionario kechuwa-español, pertenece al sacerdote Jorge Lira, párroco en Maranganí, Cusco,
publicado por la Universidad Nacional de Tucumán,
en 1945. Poco después, Raúl Porras Barrenechea prologó la edición facsimilar
del libro de Fray Domingo de Santo Tomas, Lexicón
o vocabulario de la lengua general del Perú. Y, en 1955, Carlos Núñez Anavitarte publicó Aspecto
socio-económico del problema de la alfabetización del idioma quechua. Estos son los estudios que anteceden la
publicación del Diccionario
Kechwa-Castellano-Castellano-Kechwa (1959)
de César Guardia Mayorga, donde defendió “el principio reconocido al derecho
que tienen los pueblos a expresarse y desarrollar su cultura en su propio
idioma”.
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César Guardia Mayorga, imagen del año 1952. |
En esa perspectiva, fue importante el lúcido comentario que
hiciera Sebastián Salazar Bondy, titulado: “Un diccionario y la
Nacionalidad”, publicado en “El
Comercio”, 30 de julio de 1959:
“Hacía falta, un diccionario manual de quechua y castellano, un instrumento práctico no destinado a los especialistas, filólogos o lingüistas, sino para uso de población culta, cuyo espíritu y concepción del país no olvidan ni escamotean la perentoria necesidad que existe de establecer una comunicación real entre la ciudadanía de habla española y la que se expresa en el viejo ilustre idioma indígena. Y ya lo tenemos. Su autor es el profesor César Guardia Mayorga y su editor “Minerva Miraflores”. Un verdadero volumen de bolsillo, bien impreso y económico, ordenado, además con la habitual técnica del diccionario de empleo corriente. Son dos centenares de con 3200 vocablos de cada lengua, unas sencillas y útiles notas explicativas de introducción y un apéndice de elementales normas gramaticales. Hasta hoy —es preciso recordarlo— sólo había a la mano el magnífico tomo del Padre Lira, cuyo propósito es académico y cuyo uso, por ende, resulta poco fácil. La revalorización del quechua, pues, a la cual tantos etnólogos, historiadores y lingüistas están ahora contribuyendo, gana un nuevo aporte, y no pequeño. Revelaciones de poesía, revelaciones de cosmovisión, revelaciones del alma del Perú indio, nos están dando una noción cabal del bello y misterioso mundo del habitante autóctono antiguo y actual. ¿Cómo permanecer, si es parte de nuestro ser integral, si queremos interpretarla y sentirla plenamente nuestra? Aprender el quechua es un deber, en la tarea de cumplirlo ha de auxiliarnos bastante el diccionario comentado.
La antropología y la pedagogía contemporáneas han
llegado a la conclusión de que no se puede alfabetizar y culturizar un pueblo
que se mantiene rezagado con respecto a otros grupos, si no se lo provee de los
elementos básicos a través de la lengua original, pues es bien sabido que una
lengua es algo más que los signos convencionales de su verbo o grafía. Un
idioma es una filosofía, que es imposible fracturar con arietes culturales, tratando
de destruir las murallas que la defienden de las contaminaciones extrañas. El
quechua se ha conservado aislado y solitario, desconfiando de su contorno
mestizo o blanco, porque no ha asimilado los valores de la mixtión nacional, en
su esencia misma. Lo occidental, lo hispánico, le ha sido extraño, porque han
querido dárselo con violencia. Otra cosa ha de ser el día en que el educador,
el comerciante, el político, la autoridad que tienen propósitos sanos ingresen
a la psiquis del indio por la vía del espíritu. Esa vía es el lenguaje, cuya
infinita riqueza vislumbramos tras las hermosas versiones de la canción y el
himno que nos han sido brindados por traductores celosos y desinteresados desde
Adolfo Vienrich hasta José María Arguedas.
Los curas doctrineros de la colonia comprendieron bien el problema y
sus vocabularios tenían menos una finalidad de investigación, o de exotismo, de
muestra de una pericia universitaria, que el ánimo de sondear la profundidad
del alma india, a cuyo hondón querían llegar con la nueva fe. Ese afán de
penetración por el conducto más directo y eficaz se perdió más tarde. La
norma fue enterrar el idioma propio de la población aborigen para reemplazarlo
por el castellano, como si todo se redujera a cambiar de instrumento. Hubo, en
verdad, un error. Considerar el habla algo superficial, sobrepuesto, y no una
afloración de la intimidad del hombre, de la intimidad de su cultura, de su
historia. Es llegado el tiempo de enmendar esa falta. Primero es preciso
comprender al quechua con interés humano, con afecto, sin la ambición de
subsumirlo en el cúmulo de las ideas o costumbres occidentales que le llevamos
abrumadoramente, llegando hasta él mediante la lengua en la que vive y se
expresa. Heidegger, el filósofo alemán, ha llamado al lenguaje la “casa del ser”. Reconozcamos, antes que nada,
ese mundo mágico del indígena, y luego hagámonos parte de él y que él sea parte
de nosotros.
El diccionario de Guardia
Mayorga no debe faltar entre los libros que un peruano culto tiene como obras
clásicas de consulta. Es lo menos que se le puede pedir si, por razones
involuntarias, no puede entregarse al estudio del quechua ni hablarlo ni leerlo
como habla y lee el castellano y, a veces el inglés o el francés. Es parte esto
de la obligación de integrar la nacionalidad como una sola e indisoluble
unidad”.
Transcurridas casi cuatro décadas de la primera edición del Diccionario de César Guardia Mayorga, la Editorial
Minerva publicó en 1997 la séptima edición, confirmando la vigencia de integrar
nuestro país y tender puentes de comunicación entre la población de habla
española y aquella que se expresa en el antiguo idioma quechua. Dicho de otra
manera, entre nuestro pasado y nuestro presente.
Lima, octubre del 2015
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