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(En la foto, insurrección ciudadana en el mismo corazón del capitalismo, cuyo presidente ha llamado "terrorista" a la población airada antifascista). |
Ricardo Virhuez
Hay debates en el mundo de las ideologías donde
es imposible ponerse de acuerdo, como es el caso del “terrorismo”. Yo que ando
metido en el ominoso mundo de los discursos históricos en busca de mejores
materiales para mis novelas ambientadas en tiempos del antiguo Perú, incaicos y
coloniales, totalmente disconforme con los discursos e interpretaciones
elaborados por el poder, me pongo a pensar en lo frágiles que somos frente a
la memoria, en cómo aceptamos ser juguetes de la ficción e instrumentos de todo
aquello que despreciamos.
Aparentemente,
hemos elegido usar el término “terrorista” para acusar al enemigo del mayor
oprobio que nos dicta nuestra imaginación, para insultarlo, caricaturizarlo y,
en fin, deshumanizarlo. Sin embargo, la realidad, esa vieja aguafiestas, nos
dice que no hemos elegido nada. Podríamos alejarnos hasta la revolución
francesa para comprender el uso político de “terror”, el mayor miedo contra los
grupos de poder feudal que se concretizaba en la guillotina. Pero mejor es
acercarnos en el tiempo y comprender que EEUU acuñó el delito de “terrorismo”
para referirse a sus enemigos, sean comunistas, árabes, chinos, coreanos, africanos,
cubanos, venezolanos, grupos de liberación o cualquier país que quieran invadir
para saquearlo: todos son terroristas. Derivó de la tipificación ideológica a
la delictiva. Y eso es lo que hicieron sus colonias.
Cuando
empezó la “guerra popular” o la “guerra subversiva”, como se llamó entonces,
Perú tenía un manual antisubversivo elaborado en la Escuela de las Américas,
que como sabemos fue formadora de todos los dictadores y carniceros de
Latinoamérica, donde se hizo Vladimiro Montesinos precisamente.
Luego, en
1989, al finalizar el gobierno del Apra, se publicó el Manual de
Contrainsurgencia ME 41-7 que es un estudio bastante serio de la sociedad y
sorprendentemente específico sobre cómo tratar al enemigo: no llamarlos
marxistas, ni comunistas, ni socialistas, ni guerrilleros, porque son conceptos
que tienen connotaciones de prestigio. Mejor llamarlos “terroristas”. Así deben
llamarlos todos los niveles del Estado. Y, sobre todo, especial atención a que
así debe tratarlos la prensa, las universidades, los intelectuales cercanos.
De ese
modo, el término “terrorista” se vuelve de uso oficial y se ordena la anexión
del adjetivo “delincuente terrorista” para aumentar el rechazo en la población.
Es decir, el uso del término “terrorista” era un psicosocial a plenitud
destinado a asociar la idea de “terror” con el enemigo. He ahí su imposición
oficial en el Perú.
Naturalmente,
este manual es un extraordinario conjunto de ordenanzas sobre cómo dirigir la
guerra contrasubversiva, desde la inteligencia hasta el comportamiento militar,
y me quito el sombrero por su excelente elaboración. Pero también es la prueba
perfecta del terrorismo de Estado y de sus crímenes execrables, y esa es la
razón por la que casi nadie conoce su contenido. Es la base ideológica del
informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR). Y es el sustento de toda la política frente al “terrorismo” hasta
nuestros días. Incluso la mayoría de escritores solo tienen como fuente de
consulta la prensa basura y el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, y jamás el manual contrasubversivo ME 41-7 y menos los documentos del
rival. Eso se nota con toda claridad en la mayoría de novelas y cuentos
publicados hasta ahora, donde predomina la acción armada y sus consecuencias en
la población, pero se oculta el telón de fondo político, es decir, la
intervención de EEUU, la inteligencia israelí y coreana, los faenones para la élite
militar inventando "bases antisubversivas" en todo el país, el
enriquecimiento ilícito por tráfico de drogas usando barcos de la marina y
aviones y helicópteros de la FAP: el narco estado puro, origen de todas las
riquezas de los políticos fujimoristas y de derecha.
Al igual
que en los discursos coloniales, cuando los antiguos peruanos de repente veían
ángeles y santos volar sobre sus cabezas, a Santiago Mata indios defender las
ciudades frente a los enemigos idólatras, y al Inca Garcilaso, Guaman Poma,
Santa Cruz Pachacuti y otros peruanos defender aquello que los exterminaba,
aquí surgieron “testimonios” que veían a los "terroristas" matar a
miles de campesinos, comerse a los niños y asesinar vaquitas y pollitos. “Yo
los vi con mis propios ojos”, decían. Dos mundos paralelos donde se repetía el
mismo escenario bajo sanciones parecidas: los mandatos de los Concilios
Limenses del siglo XVI y el Manual de Contrainsurgencia ME 41-7. Para mí, la
sorpresa sigue siendo política. Es decir, hay que reconocer que la burguesía es
práctica y sabe sobrevivir.
EEUU acusó
de todos los males imaginables a los nazis, pero cuando ganaron la guerra no
dudaron en reclutar a todos los nazis al servicio yanqui, que incluso dirigió
su servicio espacial. En el Perú, terminada la guerra el año 1992 con la
captura del líder maoísta, los dueños de los medios de producción y financieras
desataron un carnaval de negocios mediante la venta de empresas públicas,
paraísos fiscales y narcotráfico, que los enriquecieron como jamás había
ocurrido en nuestra historia. Incluso, mediante Fujimori, visitaban al
derrotado líder maoísta y le llevaban presentes. Pero esto, que ocurría entre
los que tenían el poder y manejaban la economía, no ocurría entre el yanaconaje
de los políticos asalariados de derecha y de la izquierda supérstite.
Para estos
políticos asalariados y la prensa basura la batalla psicosocial continuó, y el “terruqueo”
se hizo moneda común contra obreros, campesinos, pueblos originarios,
empleados, ambulantes y familiares de los presos políticos. La burguesía no se
dio el trabajo de decir (de ordenar) que la guerra había terminado hacía cerca
de treinta años y que los instrumentos usados entonces, ese psicosocial del
“terrorismo”, ya había cumplido su función y que estábamos ante otros peruanos
derrotados, cumpliendo prisión o muertos. Y siguió la ofensiva judicial,
militar y política: alargaban sentencias ilegalmente, abandonaban el cuidado de
salud de los sentenciados, destruían las tumbas de sus muertos, prohibían
trabajar a los excarcelados y sometían a vigilancia a las familias. Hace poco
detuvieron a un “peligroso terrorista” de 92 años que apenas podía pararse en
pie. Y para poner la fresa sobre el pastel, inventaron el delito de “apología
del terrorismo” con el fin de prohibir investigaciones distintas del discurso
oficial.
Los
maoístas y emerretistas no solo fueron derrotados; también fueron los primeros
en ser llamados "terroristas". Y seguirán siendo llamados
"terroristas" cualquiera que disuene del capitalismo neoliberal de
nuestros días, cualquiera que piense distinto, cualquiera que no diga chicheñó
(“si señor”) o elija otros rumbos.
Cómo no
sorprenderme de cuánto del presente servía para comprender el pasado colonial;
o al revés, cómo el pasado nos mostraba que seguíamos con los mismos lastres coloniales,
que no habíamos cambiado casi nada excepto de discursos y que la realidad
seguía siendo una historia insostenible. El orgullo peruano está construido a
partir de nuestros rebeldes inolvidables: desde Manco Inca, Kawide, Túpac
Amaru, Rumiñawi, Challcuchimaq y el genial Kisu Yupanqui que aplastó a cuatro
compañías de españoles, hasta Juan Santos Atawallpa, Rumirato, Runcato, Perote,
Pacaya, Sharián, Túpac Amaru II y su formidable primo Diego Cristóbal, Mariano
Melgar, José Olaya, Miguel Grau, Andrés Avelino Cáceres, Javier Heraud...
Nuestra memoria y nuestra identidad están llenas de esos nombres y de su
mensaje de rebeldía.
Por ello,
hay un hecho que es bueno recordar: en las guerras, prevalece el discurso del
vencedor. No prevalece la verdad. De ahí que a menudo nuestras ideas no son
nuestras ideas, son las ideas del vencedor que hemos asimilado consciente e
inconscientemente. Salir del círculo vicioso que aplaude las humillaciones y
celebra la pobreza es un primer paso. Reconocer que los discursos del vencedor
no son nuestras palabras también es un paso importante. Crear otras miradas,
construir nuevas ideas y encaminarnos por las voces que eliminen los remanentes
coloniales y aplasten las miserias contemporáneas es nuestra ruta. Hay tantos
caminos que nos unen. Pero jamás las ideas del opresor. Y entonces diríamos
como Darcy Ribeiro:
"...me
puse al lado de los obreros y me derrotaron.
Pero nunca
me puse al lado de los que me vencieron.
Esa es mi victoria".