e puede afirmar respecto de la literatura
popular mexicana que los corridos son la fuente y elemento lírico de los
trovadores o juglares (de los albores del siglo veinte), viejos o jóvenes que
anduvieron entreteniendo e instruyendo al pueblo charro con las historias de
vidas y sucesos que se dieron desde el siglo XIX, antes del tiempo en que los
medios masivos de comunicación suplieran la función cronista de los cuates
versadores y no tergiversaran los propósitos de los constructores de su propio
destino.
O lo que es igual, desde la época en que se
originaba la épica y transformadora revolución agraria de 1910. La cual empezó
a ser conocida en todos sus ángulos y aristas no sólo por sus protagonistas
sino por toda la población charra, primero, y luego latinoamericana. En
particular fue comunicada esta gesta de Emiliano Zapata y otros líderes a los
no letrados, gracias al testimonio de “…voy a contarles un corrido / muy
mentado / lo que sucedió allá en la hacienda…”. Claro, también así aprendieron
los letrados. Antes que los vencedores burgueses de dicha gesta traicionaran
los principios por los que se inmoló incontable gente cabal y valiente.
Son los mismos último y primer cuarto de las
centurias 19 y 20, respectivamente, en que nuestras décimas y coplas, al igual
que las milongas gauchas, cantan y relatan sobre nuestros héroes populares
(insurrectos embrionarios) conocidos bandoleros románticos como Atusparia, Luis
Pardo, F. Alama, Jacinto Chiclana, Heraclio Bernal. Estos, protagonistas de una
leyenda épica dimensionada a veces, no sólo tienen mérito por sus
confiscaciones a terratenientes sino porque su acción heroica sirvió de fuente
generadora de rebeldía para la oralidad popular, por tanto inspiración para las
bellas letras.
Decía, cuando allá la soldadera tenía rostro
de mujer, tal vez de Chiapas o Sonora, ¿Por qué no, del estado de Guerrero? Y
aquí en El Callao y Vitarte los obreros tenían faz anarco sindicalista; cuando
el periódico era lectura de contados y pudientes ojos y la radio un artefacto
de gustos y oídos para riquezas mal habidas. Decía, cuando se estaban gestando
los tiempos de afirmación nacional, de un renacimiento romántico empaquetado en
el sello modernista que identificó a nuestra épica y lírica. Y esto sucedió
tanto en las sierras de Durango como en los lares andino amzazónicos, pasando
por el escudo montañoso allá en la centroamericana Segovia de las tierras de
Sandino.
Yendo a nuestro comento. Es conocido que de
México es patrimonio mayor, ya se dijo atrás, su heredad de bélicas hazañas con
trasfondo revolucionario acuñado por las huestes del Zapata Emiliano, lo cual
dio origen a una producción lírica condensada en el romance del corrido. En
Perú el caudal del legado romántico expresando las aventuras del héroe popular
antilatifundista se comprime mediante sátiras y digresiones en el eje del
coplero nacional, la cuarteta, y luego en la décima. Sin embargo, desde sus
particularidades estéticas, ambos pueblos truecan y comparten mixturas en su
organización compositiva. Veamos.
Un corrido charro acerca de un héroe guerrillero
popular canta: “Año de mil ochocientos / ochenta y ocho al contado / murió
Heraclio Bernal / por el gobierno pagado.” // “vuela, vuela, palomita, / vuela,
vuela hasta el nogal / ya están los caminos solos, / ¡ya mataron a Bernal!” //
“¡Qué bonito era Bernal / en su caballo joyero! / Él no robaba a los pobres /
antes les daba dinero.”
Y siguen las coplas: “Vuela, vuela, palomita /
vuela, vuela hacia el olivo / que hasta don Porfirio Díaz / quiso conocerlo
vivo.” // “¡Que bonito era Bernal / en su caballo retinto / con su pistola en
la mano / peleando con treintaicinco!” // “Y así termina mi canto / que así
tuvieron final / la vida y los altos hechos / del gran Heraclio Bernal.”
Las coplas peruanas en su época formaron parte
de canciones, como los tristes cantados por los campesinos o su actual
subsistencia en las tonadas carnavelescas, llamados carnavalitos. En la
actualidad las coplas peruanas se cultivan solas. Leamos, un triste llamado “Ya
vienen los pajarillos” cantado por campesinos Piura.
“ay negrita de mi corazón / no me vayas a
dejar / no me vayas a dejar / con esta cruel pasión.” // Soy tú enamorao, / que
te ama con fé, / que te ama con fé, / y te profesa un cariño honrao. // ay
palomita no me vayas a dejar / Hay palomitaaa. / Ya vienen los pajarillos / Ya
vienen los pajarillos / a alegrarnos con sus cantos / tienen el pecho rosao, /
y verde su piquillo” // “cuantas veces yo dormido / contigo he soñado / contigo
he soñado / que era yo ya tú marido. // ay negrita no me vallas a olvidar, / no
me vallas a olvidar / mira que sin ti, no puedo estar / en este mundo ingrato.
// Pronto nos casaremos / en la navidad de este año / en la navidad de este año
/ y juntos nos gozaremos / nuestros hijos serán / dueños de nuestro rebaño.”
Al respecto, el corrido es una composición de
6, 8 o más estrofas, las cuales están formadas por cuartetas rimadas en dos de
sus versos continuos o alternos. Algunas coplas indican que el corrido en sus
orígenes se forma parecido a la tradición del romance, es decir es anónimo y
empieza con cuartetas que de manera independiente difunden los creadores
populares, luego estas cuartetas sueltas las juntan los mismos u otros
creadores y pasan a estructurar el conjunto poético que es el corrido. Igual,
así surgió el triste y el yaraví en Perú, con las milongas en Argentina y otras
liricas populares.
El proceso histórico de la literatura popular
latinoamericana es clara evidencia para sustentar lo dicho. Las investigaciones
hechas en diferentes países son certeras y homogéneas al señalar que la
literatura occidental, particularmente española, se introdujo mediante el
coplero popular trasladado por los arcabuceros, alabarderos y grumetes del
ejército conquistador; a pesar que en España, al momento de la invasión a
América, había, ya, una antigua evolución de la especie poética conocida como
romance, de la cual se desprendió la prosa épica.
Sin embargo, el romance ni la épica que son
formas más avanzadas de una literatura incluso escrita no llegan a nuestras
costas hasta después de un siglo aproximado. En cambio, la copla acompañó a los
invasores desde que se embarcaron en los puertos hispanos hasta que
desembarcaron y hollaron las nuevas tierras. La respuesta es obvia, el ejército
invasor estuvo conformado casi en su totalidad por iletrados que sólo tenían
acceso a las formas de literatura oral. Y la copla lo es.
Esta copla española se propagó a lo ancho y
largo del continente, en Uruguay se le nomina “cielitos”, en Argentina hay la
copla de corte social llamada “murga” que se origina de las murgas
carnavalescas del Río de la Plata. En Perú se conoce como cumanana en Piura,
carnaval en Cajamarca, pompin en Ayacucho; sus cuatro versos de rima asonante o
consonante dan paso a composiciones de mayor estructura como la décima, el
triste, etc. En Ecuador dieron paso para componer esa bella poesía popular,
alegre y antimachista, llamada “san juanitos”.
Volvamos al propósito de estos apuntes, el de
echarle el mismo lazo a la poesía popular mexicana y peruana. Los corridos y
las coplas insertas en una tendencia ideológica de corte romántico, nos remiten
a un espacio de 50 a 70 años de literatura oral (luego capturada por la
escritura), situado, ya se dijo, entre fines del siglo 19 y la primera mitad
del siglo 20. Por cierto, nos referimos a su etapa de plenitud y tope,
obviamente su origen nos remontará a tiempos de más atrás.
Vicente Mendoza (investigador mexicano) afirma
en su ensayo El corrido (edit. EFE, 1992) que el corrido tiene acta de bautismo
en los tiempos de la colonia, mientras se conformaba el mestizaje en las
tierras de los aztecas. Igual sucedió con la copla, solo que ésta con más
antigüedad en tanto se difundió en América desde los años de la conquista, tal
como se sustenta líneas atrás.
Ahora bien, si dejamos a un lado el mapa
mental de los espacios latinoamericanos y asumimos lo universal, estamos claros
que un croquis válido del punto de partida de su ruta nos remonta hasta el
siglo XI, en que los dialectos románicos y árabes intentaban fusionarse con
elementos mixtos, prestados de ambas lenguas, dando lugar a un temporal
dialecto llamado muzárabe.
Dámaso Alonso (prestigiado literato español)
en un sesudo trabajo histórico descubre las primeras coplas escritas en dicho
siglo, llamadas Jarchas Mozárabes que tendrían un origen mucho más antiguo.
Como dice, el mismo Dámaso Alonso, posiblemente aparecieron “…más allá en el
fondo de la edad media”. Leamos una de ellas
“Garid vos, ay yermanelas,
¿Cóm’ contenere meu mali?
Sin el habib no vivreyu
Ed volarei demandari.”
Ed volarei demandari.”
Volviendo al corrido y la copla, hemos
mencionado en alguna parte que la Revolución de 1910, por su amplitud y efectos
sociales, así como por las modificaciones económicas y políticas a que dio
lugar, representa y consolida la integración de la identidad mexicana. Y su
influencia en las letras bellas no sólo se percibió en literatura sino que hizo
posible la integración de diversos géneros artísticos y de sus temas.
De esa manera la danza mexicana se propone
reproducir aquellos cantos y bailes que, en forma de corridos, polkas,
rancheras y sones, rememoran acciones de esa epopeya antifeudal. Pero
principalmente rinde honores al compromiso y participación activa que asumió la
mujer durante dicha contienda social. A la mujer de la revolución se le llamó
“soldadera”.
Desde luego, la danza y la canción popular
representan la imagen garrida y jubilosa de la heroína apasionada y valiente
que insurge desde la masa anónima y se configura en arquetipos distintos: “La
Valentina”, recrea a la mujer recatada y casera; “la Cucaracha” a la alegre
vivandera libre de compromisos sentimentales y maritales; la “Juana gallo” a la
mujer mera mera, guerrera y capitana; Y sintetizando todas “La Adela” fiel
seductora, vivaz y valiente. Cabe anotar que los nombres de las anónimas
protagonistas son los mismos de las canciones y danzas.
En el Perú, salvo la conmoción producida por
la insurrección revolucionaria de Tupac Amaru que no llego a buen fin, no hubo
movimientos reformistas ni revolucionarios que triunfaran, ergo no hubo
transformación de estructuras sociales, no se cambió la esencia de la
estructura económica ni de su cultura conservadora dominante. Un triunfo como
el de los hermanos mexicas hubiera motivado e inspirado a los cultores
populares a integración de géneros artísticos y temáticos y literarios.
Lo más aproximado a estas gestas en el Perú,
aparte del movimiento anarco sindicalista hace casi cien años, son los
movimientos guerrilleros y campesinos de 1965 que influenciaron en la
liquidación de un proceso de producción agraria en servidumbre de carácter semi
feudal, con la aplicación de una reforma agraria verticalista ejecutada por un
general, Juan Velasco Alvarado. Y no más. Sin embargo esta aproximación
contextual no dio pie a que se cree una lírica oral que evoque dichas acciones
románticas, como si se dio en México, y tampoco se originó una canción popular
como la del corrido.
El conflicto interno de 1980 es discutible y,
masacres aparte en las que no se diferenciaron ni alzados ni militares por sus
tropelías, derrotados los senderistas se desarticuló el movimiento popular y
sindical. Por el contrario, el Estado sintiéndose pírricamente vencedor impuso
un sistema económico neoliberal que ensanchó la brecha entre decenas de ricos y
millones de pobres, restaurando el latifundismo con nueva faz, y eliminó
vitales conquistas sociales logradas en heroicas luchas a lo largo del siglo XX.
Todo lo anterior hace revista y mención de una
literatura popular, oral primero y luego escrita en Latinoamérica, gestada a
partir de los elementos impuestos por el invasor europeo y configurada con
elementos formados de gestas emancipadoras nacionales y de revoluciones
antifeudales o burguesas.
El recuento de un proceso literario originado
y continuado desde elementos artístico literarios heredados de nuestras
sociedades autónomas, digamos de una literatura andino amazónica, nahua,
mapuche, guaya, etc., merece un capítulo aparte.
Roque Ramírez Cueva
(Piura, 1954) es docente y escritor. Publica regularmente en diversos medios
periodísticos y revistas culturales. Es autor de El mito de beritea. Actualmente es Presidente del gremio de
escritores de Chulucanas-Piura.
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