Pedro Salinas
ómo les gusta mentir. Y ser cínicos. Y desvergonzados. E impúdicos. Porque a ver. Hay que ser bien
caradura y desfachatado, o desfachatada, para salir a la televisión a decir
que, a Gustavo Gorriti no lo secuestraron. Ni lo raptaron. Ni lo encerraron en
un calabozo. Y que, en ningún caso se trató de un plagio “agravado”. O que, a
lo sumo se trató de una detención “en buena onda”. O sin mala leche. O algo
así.
Porque, para quienes no se
enteraron, eso fue lo que le dijo, palabras más y palabras menos, Martha Chávez
a Mario Ghibellini en Canal N, cuando intentaba justificar el golpe de Estado
de 1992. Pero el desparpajo mayúsculo, según la delirante versión fujimorista,
consistió en que, en realidad, aquella madrugada del 6 de abril, horas después
del zarpazo a la democracia, cuando decenas de operativos del Servicio de
Inteligencia del Ejército (SIE), armados con fusiles automáticos H&K,
rastrillados y con silenciador, encaramados algunos sobre el techo de la casa
del periodista de investigación, y descolgándose otros para caer en el jardín,
en realidad, decía, lo único que querían era, qué creen, nada menos que
invitarle, amablemente y casi, casi con modales franceses, a tomar un café en
el Pentagonito. Tal cual.
La respuesta de muchísima
gente, que por suerte no es idiota, fue inmediata. Y claro. Como no podía ser
de otra manera, no faltó el humor corrosivo. Tan corrosivo como la baba de
Alien, déjenme añadir. Y es que, si me preguntan, no había otra manera de
replicar a tremendo mentirón. Por no decir patraña, digo.
Y cuando la cosa llegó a
las redes sociales, qué quieren que les diga, pasó lo que tenía que pasar.
Obvio. Se convirtió en ‘trending topic’ en Twitter. Y en un tris, oigan. Y
durante largas y desternillantes horas. Porque así fue.
“Para Martha Chávez,
Gustavo Gorriti se ‘autocafetaleó’”. “Tienen que entender a Gorriti. En los
noventas, no había Starbucks en Lima”. “¡Habla! … o te invito un café”. “¿Quiere
el café esterilizado?”. “No te tortures más, ven y tómate un café en el
Pentagonito”. “Si un fujimorista te invita a tomar un café, ya sabes, ¡corre!”.
“Tú y yo, en plan 50 sombras de Grey, tomando un café en el Pentagonito.
Piénsalo”. “-Me sirve un café… -¿Y a su amigo? –A él me lo deja bien tostado”.
“Pisco sour en el Maury. Butifarra en El Cordano.
Cremolada en Curich. Chilcanos donde Larry… Y un café en el Pentagonito”. “La
cafetera la enchufaba Susana Higuchi”. “Nuestra especialidad en el Pentagonito
es el café cortado”. “Compatriotas… ¡Disolver!... Disolver bien el azúcar,
antes de que les invite un café en el Pentagonito”. “-¿Qué es ese olor a
quemado? –Ahhh… Estamos tostando café”. “A mi mami también le invitaban un café
en el Pentagonito (@KeikoFujimori)”. “¿Quiere dos de azúcar o 220 voltios?”.
“-¿No quiere pasar a tomar un café? -¿No será mucha tortura?”. “-Un café, por
favor. -¿Para llevar o se lo descuartizamos acá?”. “Pablo Escobar te mandaba la
moto. Fujimori te invitaba un café en el Pentagonito”.
Y ya ven. Eso es, y sigue
siendo, el fujimorismo. O como dijo el propio aludido, Gustavo Gorriti, ‘el
periodista cafetero’, en el semanario Caretas: “a la Chávez no le interesa
discutir la verdad sino en remachar la mentira para intentar contrabandearla
como semiverdad”. Porque, si me preguntan, ese fue el talante de todos los
fujimoristas durante los noventas, si acaso ya lo olvidaron algunos. Y así es
como actualmente se comportan, por cierto, sus trolls en las redes sociales.
Con la elocuencia estridente del embuste y la farsa y el camelo.
Cada cual tendrá sus ideas al respecto. La mía es que el fujimorismo no ha cambiado un ápice. Ahí están las declaraciones lisérgicas de Chávez, que llueven sobre mojado, claro. Porque, como ya les dije, el fenómeno no es de ahora. Y para que no digan que hablo de oídas, permítanme un testimonio personal. Los embates intimidatorios más sonoros contra los medios de comunicación, bajo el absurdo pretexto de que estaban “promoviendo la insurgencia civil”, lo recibieron el 6 de abril las revistas Caretas, Oiga, Sí, y las emisoras radiales Radio Red y Antena 1, donde este servidor trabajaba. Los periodistas de los semanarios fueron impedidos de ingresar a sus locales. En Radio Red detuvieron a una veintena de periodistas. Y en Antena 1 arrestaron al gerente general, Eduardo Rosenfeld, y al gerente comercial, Ricardo Saavedra. En total, contando a Gorriti, para decirlo en palabras de Martha Chávez, fueron 23 periodistas a los que les dijeron, como en la película italiana: “Venga a tomar café con nosotros”.
Cada cual tendrá sus ideas al respecto. La mía es que el fujimorismo no ha cambiado un ápice. Ahí están las declaraciones lisérgicas de Chávez, que llueven sobre mojado, claro. Porque, como ya les dije, el fenómeno no es de ahora. Y para que no digan que hablo de oídas, permítanme un testimonio personal. Los embates intimidatorios más sonoros contra los medios de comunicación, bajo el absurdo pretexto de que estaban “promoviendo la insurgencia civil”, lo recibieron el 6 de abril las revistas Caretas, Oiga, Sí, y las emisoras radiales Radio Red y Antena 1, donde este servidor trabajaba. Los periodistas de los semanarios fueron impedidos de ingresar a sus locales. En Radio Red detuvieron a una veintena de periodistas. Y en Antena 1 arrestaron al gerente general, Eduardo Rosenfeld, y al gerente comercial, Ricardo Saavedra. En total, contando a Gorriti, para decirlo en palabras de Martha Chávez, fueron 23 periodistas a los que les dijeron, como en la película italiana: “Venga a tomar café con nosotros”.
Pedro Salinas (Lima, 1963)
es periodista y escritor. Ha conducido y dirigido diversos programas de radio y
televisión. En 1994 obtuvo, junto a César Lévano, el Premio Nacional de
Periodismo y Derechos Humanos, otorgado por la Coordinadora Nacional de Derechos
Humanos. Es autor de un par de obras de ficción y de varios ensayos sobre
política y periodismo y la iglesia católica. También es autor del blog
http://lavozatidebida.lamula.pe . Y en
Twitter se hace llamar @chapatucombi.
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