Roque Ramírez Cueva
s harto conocido el asunto que Vallejo ha
sido y es tildado de poeta místico o al menos lo rotulan de cristiano, desde
luego dicha membrecía tiene una sinuosa intencionalidad de recuperar al poeta y
su obra para un Estado, un orden que lo defenestró e intentó castrarlo en su
condición de intelectual y artista irreverente con tal sistema.
Para señalarlo de místico se emplea el viejo
fundamento, sin base ni razón alguna, de apelar al hecho de la inclusión de
simbologías propias del credo cristiano en la construcción de la poesía de
nuestro poeta universal y proletario (por su ideología asumida). Incluso el
argumento más usado peca de simplismo porque basta la escritura de alguna
palabra o de algún personaje mencionado en la Biblia para investirlo de
escritor cercano a la grey de Cristo.
Los más de los comentaristas lo hacen, ya se
dijo intencionalmente. Y los menos, lectores no avisados, se basan en leer
apresurados sólo el símbolo monosémico que proyectan los versos vallejeanos. No
obstante que, a pesar de ser evidente un discurso nítido, ya en el poema “los
dados eternos” la voz poética deja bien sentada su idea de que, en todo caso,
es el hombre mismo quien merece la impostura de llamarse Dios. El vate
considera desde su punto de vista claro, sin eufemismos ni galas retóricas que,
por la propia obra del hombre, a menudo creador, “el Dios es él”.
En tales intencionalidades se pretende ocultar
algún que otro asunto esencial como las circunstancias en que Vallejo incorpora
dicha terminología a su poesía. Una de ellas, como lo hace notar el poeta Julio
Carmona(1), es que al momento de escribir su primer libro Heraldos Negros y el segundo Trilce,
el poeta de Santiago de Chuco cuenta con una formación que se nutre en mucho de
la cultura campesina, cultura ésta muy ligada a las influencias de la religión
cristiana. Aun así, no es a tientas su visión ni su fe, más bien son
inquisitivas, plantea dudas y propone digresiones filosóficas.
Otra circunstancia, es que ya en Europa y con
militancia comunista, convicta y confesa, no abandona la trasmisión de vocablos
bíblicos en sus versos. Sin embargo, en esta oportunidad se aprecia una enorme
diferencia, el poeta emplea las palabras adrede, seguro de lo que afirma, lo
hace con el objeto de darle vuelta a los significados insertos en las voces
bíblicas. Licencia ésta que se permiten los creadores para invertir (y no
parafrasear) los símbolos, las acepciones tomadas de puntos de vista con los
cuales se discrepa. Es decir, el poeta crea desde y con la intertextualidad.
Que es como le llaman, ¿no?
De esa manera, observamos que, por ejemplo el
rotulo de unos de sus libros, aparte de ser la obra menos susceptible de ser
aproximada a la mística católica es, España, aparta de mí este cáliz. Según se
lee, cristiano el título, ¿no?, sin embargo, muy lejos de propósitos santos. Si
leemos el sentido significativo de este sintagma en forma de enunciado, se
puede comprender sólo a partir de cambiar los datos mono sémicos, su
exteriorización, por otros que se pueden inferir del contexto bélico en que
transitaba España: en lugar de no padecer el martirologio de Cristo –“España,
aparta de mí este cáliz”- un símbolo bi sémico nos dicta, terminar con el
sufrimiento del pueblo español.
Ahora bien, para llegar a esta lectura última
se tiene que comparar y oponerla a las simbologías cristianas, ambas en su
circunstancia histórica. Lo cual nos lleva irremediablemente a situarnos en el
ambiente pasadista de una cultura heredera de la feudalidad colonial, por ende
de su religiosidad rural de hace casi cien años atrás en Santiago de Chuco que
es, más o menos, el mismo ámbito de casi todo el ande norteño, y, claro,
parecido a nuestra sierra piurana. Por tanto, nos atrevemos a imaginar que
Vallejo escuchó con certeza y a diario, las mismas invocaciones religiosas a
las que, entre los ocho y doce años oía en las reuniones donde con letanía se
rezaba el rosario en memoria de las amadas almas.
Las rezadoras y devotas decían, más o menos,
“el cáliz de purgación”, “el Señor nos redimió con el sacrificio de su sangre”,
“ampáranos con el cáliz de tu redención”. Y cuando la furia de la naturaleza se
manifestaba en temblores, “Señor aplaca tu ira y tu rigor”, “aparta de mí el
mal”. En esta premisa contextual Vallejo escribió su título “España, aparta de
mí este cáliz”, es decir invocando un tiempo congelado para afrontar y azotar
esas sociedades ayer, y, desde esa experiencia, las presentes. Esta
observación, es un segmento de cómo se generaría en la creación literaria la
universalidad.
¿Cuál es la propuesta del creador? A partir de
usar como recurso toda una simbología religiosa aceptada en todos los sub
conscientes populares, por tanto en los lectores que tienen empatía con el
cristianismo, que en América somos muchos o casi todos. Dichos símbolos son
transmutados en sus acepciones, en su semántica, otorgándoles otras de tal modo
que, connotativamente, expresen los temas ejes de dicho libro: el sufrimiento
del pueblo español (símbolo bisémico); y, siguiendo lecturas, lo comprendemos
como la inmolación y rebeldía del pueblo hispano (símbolo polisémico).
Y, por supuesto, extendiendo las lecturas
hacia otras polisemias, sólo del título en mención, nos aproximan a percibir un
llamado del poeta, su exigencia hecha a los hombres de España, por lo mismo a
los hombres del mundo, invocando a todos ellos a que hagan a un lado los
sufrimientos e inmolaciones. El asunto es, cómo apartarlos o cómo evitarlos.
La respuesta ya no compete a entender sólo el
enunciado del título de la obra, además, y lo más importante, es que se tiene
que analizar en el conjunto del asunto literario de toda la obra. Infiriendo
varios entendimientos de la misma. Una de las respuestas nos llevará, de alguna
manera, a las significaciones o símbolos que devengan del difícilmente decodificado
verso vallejeano “saludo al sufrimiento armado”
Otra variante, dentro de las posibilidades de
la comprensión polisémica, con menos solemnidad pedirá que los hombres de
España, los trabajadores, soldados, obreros y poetas, no cualquier hombre sino
aquellos justicieros y solidarios, se decidan a poner fin a las condiciones de ecce homos en que se han convertido
todos los anteriores hombres. En otras palabras, sanar y cambiar de piel y
órganos para que no prevalezcan los lastimosos aspectos de la miseria y otras
laceraciones. (2)
Otro caso de como Vallejo apela adrede al metalenguaje cristiano para invertir simbologías y/o acepciones, lo tenemos en su conocido verso “salud, hombre de Dios, mata y escribe”. Es nuestra idea que el poeta lo oyó, igual que nosotros, cuando se lo leyeron del versículo 13, capítulo 10 del libro Los Hechos “Levántate, Pedro, mata y come”. Pero, mientras en la frase bíblica se da a entender que, ante la consumada muerte de Cristo, el Apóstol Pedro –por ende un hombre de Dios- tiene que continuar su camino para predicar (matar) con la prédica y alimentarse de ella. ¿Qué va a matar? Creencias paganas, creo.
Otro caso de como Vallejo apela adrede al metalenguaje cristiano para invertir simbologías y/o acepciones, lo tenemos en su conocido verso “salud, hombre de Dios, mata y escribe”. Es nuestra idea que el poeta lo oyó, igual que nosotros, cuando se lo leyeron del versículo 13, capítulo 10 del libro Los Hechos “Levántate, Pedro, mata y come”. Pero, mientras en la frase bíblica se da a entender que, ante la consumada muerte de Cristo, el Apóstol Pedro –por ende un hombre de Dios- tiene que continuar su camino para predicar (matar) con la prédica y alimentarse de ella. ¿Qué va a matar? Creencias paganas, creo.
En Vallejo, el verso es inaugurado con una
expresión que insta a celebrar, “Salud!”, a un hombre común o de pueblo (hombre
de Dios, por tanto) que se obliga a continuar luchando por y en la vida para
lograr sus propósitos, su ideal (“mata”), y terminar devolviendo el saludo,
comunicarse y hacer obra o crearla (“escribe”).
Otra lectura de los variados símbolos que se
desprenden del verso “Salud, hombre de Dios, mata y escribe”, nos lleva a
sondear el entorno donde creció y vivió el poeta hasta su juventud, contexto
rural, campesino donde predominaba un expoliador latifundismo y una imposición
ideológica de la fe católica. Hechos estos que le aportaron sintagmas para sus
versos como el de “hombre de Dios”.
Al respecto, el lector debe conocer que en el
norte del Perú (desde La Libertad, Cajamarca hasta Tumbes) los campesinos y los
pobladores usaban este enunciado, “hombre de Dios”, para comunicarse con los
suyos, porque al encontrarse a otro par lo saludaban como un hombre “igual a
mí”, común, de su misma clase. A quienes son de otro estrato social, ajenos a
ellos, les decían “amo”, “blanco”, o “señor”. De este modo, “hombre de Dios”,
es un sintagma de saludo en señal de cercana amicalidad o parentela, cuando no
de solidaridad para con quien consideran suyo, es decir, ya se dijo, de su
misma condición social.
Ahora, Vallejo lo plasma en verso no por mero
costumbrismo sino porque resulta una expresión salida de la voz popular,
indicio que le da universalidad. Forma literaria propia de la poesía que
entenderá bien durante su estadía en Francia, idea que más adelante
redondearemos. Nuestro poeta de La Libertad fue quien supo plasmar mejor la
universalidad en la poesía, en cualquier poesía, a partir de ubicarla y
estructurarla desde las expresiones lingüísticas tomados de su dialecto
regional, el español del norte andino peruano.
Justamente, “hombre de Dios”, en este caso la
función poética dada al verso, ya no es signo de saludo y solidaridad exclusiva
de los campesinos del norte andino del Perú. Siendo expresión cristiana,
obviamente se manifestará en otras partes del orbe. Así, también la gran legión
trabajadora y moradora de los barrios o suburbios de Francia, usaban (ignoro si
lo hacen hoy) en sus cotidianas relaciones amicales el homme de dieu. No olvidemos que el hombre es un ser gregario que se
manifiesta culturalmente en determinados grupos sociales mediante vasos
comunicantes, aun cuando estos estén dispersos.
Antes Vallejo, en la bohemia del grupo Norte,
había leído bien a poetas románticos franceses, quienes ya inquirieron por la
dicotomía hombre–dios. Lamartine decía, “limitado en su naturaleza, en sus
deseos infinitos, el hombre es un Dios caído que recuerda el cielo” (3), lo
cual expresaba la tragedia del hombre de tiempos del romanticismo. Por cierto,
lo del poeta francés nos lleva a los versos vallejeanos “Dios mío, estoy
llorando el ser que vivo; ... ¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!”.
Alfred de Vigny escribió poemas que traducen
las dudas y convicciones religioso – filosóficas de su tiempo; en poema al
patriarca del desierto dice, “Moisés, homme
de dieu, y allí ajeno al orgullo, en el vasto horizonte, posa”. Lo dicho
por Lamartine en anterior párrafo, es escrito así, por Vigny, “pero la causa, ¡oh
gran Dios! He aquí la causa pendiente en su tejado, no es más pensaba! La causa
es el martirio perpetuo y la inmolación perpetua del poeta”. Lo cita en sus
cartas Delbos Chatterton. (4)
Lo leyó también en las novelas de Víctor Hugo,
Los Miserables y en Nuestra señora de París, donde se alude y debate acerca de l’homme de dieu por parte de sectores
sociales antagónicos. En una crítica de Baudelaire a la obra Los Miserables, el
poeta maldito hace notar la discusión que propone Víctor Hugo acerca de los
hombres de Dios, grey cristiana útil a la sociedad o defenestrada por la misma,
y los compara con el hombre racional y con el hombre universal. Los curas son
el modelo del hombre de Dios que Hugo desnuda en su doble moral, al igual que a
inspectores (de policía) y jueces. Valjean es el proletario inocente e
ignorante sobre el cual se ceban. (5)
Premunido de estas lecturas y de su cultura
campesina, atrás comentada, el poeta vuelve a escuchar aquellos enunciados
religiosos de su adolescencia, decíamos atrás, nada menos que en la ciudad luz,
París. Con más certeza, esa gran legión está conformada por los clochards,
según me lo refirieron poetas amigos que residen en París buen tiempo, no son
viajeros. Ellos narran que los obreros, trabajadores temporales y pequeños
empresarios, aun el lumpen proletariado, suelen decir, junto a un saludo, a una
interrogante o intención admirativa “homme
de dieu”, o su opuesto “nom de Dieu”.
Entonces, César Vallejo agudo observador y oyente
del mundo, y, claro, de sus contextos, supo y no dudó en dar universalidad a su
poesía incorporando las voces populares que vinculaban mundialmente a los hijos
del pueblo, por muy extraños y diferentes que sean ambos países, Perú y
Francia, voces que unían y unen a obreros y trabajadores del orbe. (valga el
redunde). Esta aleación es dúctil (dialéctica si se quiere) y sólida, además
porque Vallejo para entonces se ha incorporado al pensamiento marxista y a su
vanguardia, que son propias del proletariado internacional. Y en sus versos
toda esa interacción se evidencia.
Luego, tal constatación cimentó en Vallejo su
mayor arraigo no tanto por la patria regional que lo diferenciaba en el mundo,
como sí por la patria universal, con una ideología total con que descifraba,
comprendía y se batía junto a la clase proletaria (su participación en la
guerra civil de España y su obra no dan lugar al desmentido) a la que por
convicción propia se une. Vallejo enfrentó a todo tipo de deshumanización y
contra todo tipo de despojo inicuo. Esto de los dos anteriores párrafos, es
otro camino de andar por la universalidad en la creación literaria.
Por último, tal comprensión evitó a Vallejo
involucrarse con dogmatismos rígidos. Uno de sus propósitos fue ese, no
volverse dogmático. Una forma de no caer en tal tentación fue apelar con
sabiduría a la herencia cultural que nos dejó el impuesto cristianismo en
América, sin contradecirse con su punto de vista socialista. El escritor
mexicano Carlos Fuentes (6) coincidirá después con César Vallejo al manifestar
que no se puede evitar convivir con las tradiciones en que se han desarrollado
nuestros pueblos latinoamericanos, siendo una de éstas las manifestaciones de
religiosidad católica, definitivamente asimiladas a nuestros contextos
populares que son la raigambre vital que los nutre.
Esta comprobación no significa de ninguna
manera aceptación plena que dicha vitalidad popular en su expresión
conservadora deban perennizarse y que no deban impugnarse, tal como apreciamos
en la poesía y ensayo de Vallejo; en la obra del propio Fuentes, en la de Juan
Rulfo, en la de Arguedas, Asturias, etc.
Notas:
(1)
Julio Carmona. Charla sobre Heraldos Negros y Trilce, sus concepciones y lenguaje. Universidad Nacional de
Educación. 1988.
(2)
Máximo Gorki plantea la siguiente
digresión en su novela La Madre:
“nuestro Señor Jesucristo no habría existido si los hombres no hubieran
perecido por su gloria…” Es decir, Cristo es tal gracias al sacrificio de los
hombres. Gorki disgrega a partir del punto de vista de su personaje, una madre
obrera cristiana quien llega a entender que cualquier porvenir, sólo se logrará
con o mediante la lucha y sacrificio de los hombres, los únicos que deciden su
destino.
(3)
Pilar Andrade Boue. Grandes voces de la poesía romántica:
Lamartine, Vigny, Musset. En: http://www.liceus.com/cgi-bin/aco/lit/02/4541.asp.
(4)
Delbos Chatterton. Para Alfred
Vigny. Ver siguiente enlace. Traduc. a español https://archive.org/stream/chatterto00vign/chatterto00vign_djvu.txt
(5)
Charles Baudelaire: http://www.biblisem.net/etudes/baudmise.htm
(6)
Culturas. Suplemento Diario La
República. Nº 54. 6 Junio, 1999. Fuentes dice: “…a pesar de no ser creyentes,
como yo, somos todos católicos nos guste o no” …”No podría asegurar que sea un
país cristiano, pero estoy seguro que es un país sagrado”. Habla de México,
pero calza bien para Perú.
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