¿CULTURA CAMALEÓNICA O CULTURA DE LA MENDICIDAD?
Roque
Ramírez Cueva.
ay de cotidiano un quehacer incesante de nuestras amistades dándole a los
libros y a la escritura, tanto que damos por asunto común el que lo hagan. Y
claro que los leemos, después los comentamos en privado no estricto o en
público misterio. Mas no prestamos atención a su llamada para alistarnos en su
campaña temática des alienante desde el debate. Los dejamos que, a su suerte,
solos pugnen por orientar o remover ideas y nociones esenciales. Desde esta
premisa, voy a reescribir un artículo que se público en la “Página del lector”
del diario La República(1) como respuesta a interrogantes de Alfonso La Torre,
infatigable creador y lúcido crítico, además de lector empedernido.
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Alfonso La Torre |
Alfonso La Torre,
qusquruna de Sepawa, aparentaba no concebir el mundo desde las nociones de
Marx, a quien había leído, se le veía estructuralista o indiferente a la
política. Sin embargo, nos da evidencia contraria de ello en su obra de teatro El halcón y la serpiente, cuya temática
se relaciona con la militancia de la mujer en la insurrección de Túpac Amaru.
Sus crónicas las redactaba en ese interés de mover el avispero de las
controversias. Y la cultura era un asunto de sumo interés no de algunas veces o
a menudo, sino de constante.
Alfonso tenía
varias columnas en tres diarios no afines en su línea editorial, quizá fue el
único que se lo permitió. Justo en una crónica de Diario Ínfimo, La Torre (2), tomando como pretexto el comentar
sobre una revista, propuso una discusión sobre un asunto puntual de la cultura.
Allí propuso la hipótesis acerca de nuestro abismal retraso en el campo de la
cultura, proposición suscitada a partir de una interrogante que le sugirió el
editorial de Arquinka (revista de arquitectura). En su mencionada columna, se
interrogaba con gran agudeza ¿Qué puede
y debe hacer un crítico para abrir los ojos a un pueblo cegado por su estoica y
camaleónica habilidad para adecuarse imaginativamente a la manipulación de
gobiernos y clases dirigentes enquistados
de molicie y de irresponsabilidad histórica?
Esta sola
interrogante contiene la respuesta en sí misma, es el símil de un haiku en
versión de ensayo. Plantea temas vastos y grafica de manera áspera y en
síntesis el errático y perverso proceso de la parte de la historia peruana que
aún predomina y que no hemos podido revertir. Las vacas sagradas del intelecto
peruano no abrieron la boca, arrinconados por los daños colaterales que aún
producían el conflicto interno esos años noventa. Una parte de los voceros de
izquierda que se mantuvieron al margen del conflicto, por su confusión e
indecisión, tampoco contestaron. Y los “líderes” de la izquierda involucrada en
el conflicto, con la soberbia de sus armas en ristre, menos le dieron interés a
los debates; éstos imaginaron que, con un fusil manipulado por gente no
pensante, iban a enderezar los rumbos de nuestro pueblo. No tomaron en cuenta
que sólo la pasión no bastaba; olvidaron aquello de la mente fría, la genial
vivencia de Lenin.
Con su
interrogante, La Torre afirma que el pueblo enfrenta todo tipo de
carencias -yo digo miserias- cargadas
sobre su espalda, generando una forma de cultura que él mismo denomina de camaleónica. La cual se resume en que
el pueblo apela a una gran imaginación para adaptarse a sobrevivir a los
desastres y/o conflagraciones económicas, sociales y culturales provocados por
los sucesivos gobiernos que el Perú ha tenido desde comienzos del siglo veinte
hasta el presente.
Esta proposición,
una cultura camaleónica, de La Torre, de manera explícita abre y vuelve a poner
en debate antiguas y actuales controversias en la sociología, en la política y
cultura peruanas. Responderle o, mejor, participar de la contienda nos obliga,
siguiendo la tónica del cronista, también a interrogar si es válida la
categoría usada para nominar de “camaleónica” a la cultura que nos influye y/o
caracteriza. De esta manera, la interrogante uno, es, ¿el pueblo sobrevive a
los mencionados cataclismos, gracias a esa cultura
camaleónica que estaría autogenerando?
La anterior
proposición de La Torre no es inédita, no olvidemos que el sistema capitalista,
en su actual versión neoliberal, en las décadas del 50 y 70 ya originó circunstancias
económicas de miseria desde las cuales se proyectó una cultura de la pobreza. Acertada categorización dada a la misma. Entonces, proponer otro tipo de
cultura en un contexto y categoría diferentes merecía debatirse. Por tanto, esa
proposición de la existencia de la cultura
camaleónica en la sociedad peruana resultará
sumamente importante porque averiguaremos sus orígenes, también sus
estructuras; lo cual, tal vez sirva, no para mitigar la sobrevivencia en medio
de los desastres, sino con el propósito de que el pueblo reconstruya mejores
niveles y formas de vida.
Ahora, se hace de interés plantear una segunda
interrogante, ¿la cultura en sí, situada en una u otra categoría, desarrolla
conflictos, pugnas inter sociales? o
¿cobija elementos de cambio que hagan posible transformar una sociedad vetusta?
Ante esta pregunta, precisamente, escritores como Carlos Fuentes; K. S. Karol y
Rodríguez Monegal, entre otros (3), ya estuvieron preocupándose por averiguar y
conocer la potencialidad innovadora o revolucionaria de la cultura de la pobreza. Igual e pretendió indagar por las
capacidades de cambio de la Teología de la Liberación, hoy vindicada por el
Papa Francisco.
Volviendo a la
propuesta de la cultura camaleónica,
ahora planteamos de modo explícito las interrogantes necesarias a esta
controversia, relacionadas con la proposición de Alfonso La Torre, ¿La cultura camaleónica se opone a las
otras categorías, o es consecuencia de otra forma de cultura que, por cierto,
sería la continuidad de la cultura de la pobreza? En el sucinto esbozo de su
hipótesis, La Torre ofrece respuesta parcial a las interrogantes.
Afirma que,
implícitamente, la cultura camaleónica
es autogenerada en el seno del mismo pueblo; segundo, es una cultura que se
opone a otra cultura la cual es impuesta por las clases dominantes que han
presidenciado el país, es decir por las clases que han usurpado y vendido el
país, por una parte. Por otra, el crítico, señala que dicha cultura camaleónica mantiene obnubilado
cuando no cegado al pueblo y a un sector importante de intelectuales de los
seudo y de los renombrados.
Otra indicación que
nos sugiere y es de interés procesar en la discusión la vamos a entender desde
la siguiente pregunta, ¿Aceptada como una categoría validada, cuánto la cultura camaleónica es diferente de la cultura de la pobreza o de su continuidad? Y, por supuesto, cuál
podría ser esta última, ¿hay indicios que nos evidencien sus asomos?
Ya en la década
pasada, por los años ochenta y tres, ochenta y cuatro, se dijo y aseguraba que
el país estaba abandonando sus debacles económicas, por tanto se estaba
alejando de la “difamada” cultura de la
pobreza. En todo caso se argumentó que ésta presentaba variación en sus
características; sino nuevas, con diferencia en sus rasgos anteriores. Por esos
años, mencionados al inicio de este párrafo, conversamos, con un sector
importante del magisterio agremiado en torno al Sutep del cono norte, acerca de
esta preocupación.
Con los colegas se
discutió, “si ya no éramos un país envuelto en la cultura de la pobreza, ¿en
qué categoría andaba la susodicha?” Las reflexiones nos llevaron a inferir que
las nuevas manifestaciones indicaban los rasgos de una cultura de la mendicidad. Hoy décadas después, me reafirmo en tales
apreciaciones, el asistencialismo ha sido política central de gobierno de los
últimos cinco presidentes.
Aparte de lo
anterior, haciendo un recuento de los indicios que nos llevó a ver esta nueva
categoría, por cierto no refrendada por sociólogos sesudos, nos lleva a
remontar y evaluar los paquetazos
económicos en los años del gobierno militar de Morales Bermúdez. Desde esos
tiempos y medidas de ajuste dadas, las clases dominantes que nos han
presidenciado –o en estos tiempos de una casi república debemos seguir hablando
de regencia, propia de épocas de reyes y virreyes- nos fueron introduciendo y
orientado a aceptar nuevas prácticas de “acatación” ciudadana; sería mejor
decir, de convivencia con actitudes propias de mendicantes, con tal de
sobrevivir.
El pueblo, golpeado
por las constantes crisis en que los gobiernos lo fueron involucrando, como que
optó por adaptarse e irse acostumbrando a estas condiciones económicas y
sociales, en tanto los sindicatos habían sido arrinconados o quebrados. Las
federaciones, comités de lucha sindical o popular y cualquier otro núcleo de
reivindicación social se había auto restringido a las acciones burocráticas de
negociar sólo menos abusos, por parte de la patronal o de los gobiernos de
turno, incluido el actual.
Esta nueva
manifestación cultural toma impulso desde el segundo gobierno presidido por el
acciopopulista Belaúnde Terry. Estas costumbres de acomodar su sobrevivencia al
asistencialismo mendicante se aceleran en el primer gobierno de García Pérez,
con los primeros “paquetazos” de ajustes económicos y la especulación de los
grandes comerciantes y financieros. Y aumenta sus ritmos y se eleva a los picos
más altos con el fujimontesinismo del gobierno de, ahora condenado por crímenes
de lesa humanidad, A. Fujimori.
Sin embargo
-justamente a raíz de las acciones opresivas y del atentado contra los derechos
humanos más elementales por parte del gobierno fujimorista- las juventudes
universitarias, las trabajadoras y los sectores democráticos e intelectuales
del país empiezan a desarrollar protestas que fueron in crescendo, a fines del
gobierno cleptocrático de Fujimori, hasta que lo sacaron del poder. Obviamente,
el pueblo se estaba cansando de convivir dentro de las características de la
mendicidad. Sacar al tirano, por supuesto, no bastó para salirse de manera
definitiva de éstas características culturales. Es posible que, sin duda
alguna, se esté gestando un nuevo tipo de cultura, nada permanece demasiado
tiempo; lo cual se observará apenas surjan esas evidencias que hoy no logramos
percibir. Tal vez su asomo empiece a manifestarse por el lado de los reclamos y
protestas ambientalistas y/o anti mineras, petroleras, etc.
PERO un asunto que
si nos queda muy claro, volviendo al otro aspecto interesante de la pregunta
inicial de Alfonso La Torre (primeros párrafos de esta nota), es el hecho de la
irresponsabilidad histórica de las clases, no diríamos dirigentes -nunca lo fueron- sino dominantes
del país. También, la manipulación de los diferentes gobiernos que nos
presidenciaron es responsabilidad de dichas clases “enquistadas de molicie”, su
ideología y propósito es eso, manipular, en el sentido amplio del vocablo. Hasta
aquí, debo decir que todas las formas de cultura en debate tienen como matriz
la cultura de la pobreza.
Para no darle
largas a la controversia, resulta de interés preguntarse, como ya lo hicieron
el escritor mexicano Carlos Fuentes y compañía (2), ¿es posible un cambio de
concepción en la estructura mental y espiritual de la gente, en particular de
los sectores populares y trabajadores, respecto de su arraigo a adaptarse a una
cultura de la pobreza (antes) o mendicidad (hoy)? En opinión nuestra, la
respuesta no va a ser positiva sino se desarrolla un movimiento social
organizado que impulse cambios de toda índole, además de las estructurales, en
el conjunto de la sociedad peruana. Los movimientos sociales y populares
desarrollados son aislados y no articulados a estrategias programáticas
integrales. Mientras tanto, el pueblo, los trabajadores, la gente democrática
progresista y las juventudes se verán obligados a permanecer en la manipulación
de que son y seguirán siendo objeto, si es que no se les ofrece opciones
diferentes y transformadoras.
A la parte primera de su pregunta, el mismo
Alat (seudónimo del cronista de Diario
Ínfimo) le da una respuesta certera, sugiriendo que a los críticos les
queda cumplir la parte importante de su rol: Debatir.
Notas:
(1) Diario La República - Perú. Sección “Página
del Lector”. Roque Ramírez C. “¿Cultura camaleónica o cultura de la mendicidad?
Martes 17/03/1988, p. 22
(2) Publicado en diario La República. Sección
editorial, en columna “Diario Ínfimo”. del 28/02/98.
(3) El tema de la cultura de la pobreza es
debatido ampliamente en la revista Mundo
Nuevo. Número 11. Mayo 1967, Ediciones Illari, París.
(4) Nuevo Mundo, Ibid.
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