Comunidad Yahua, Iquitos, Perú. |
Julio César Olórtegui Sáenz
jcolortegui06@hotmail.com
Universidad Nacional de la Amazonía-Iquitos-Perú.
Ponencia magistral en el XV Congreso Nacional de Filosofía, realizado en la ciudad de Puno, del 26 al 30 de octubre del 2015.
os españoles del siglo XVI al encontrarse con los pueblos originarios de la Amazonía peruana, hallaron en estos no solo un conjunto de lenguas e idiomas distintos, sino fundamentalmente una forma distinta de pensar y de actuar. La cosmovisión que ellos traían consigo era muy diferente a la de los pueblos originarios. Por ejemplo, en la cosmovisión occidental sobre la naturaleza, hacen de ésta un objeto de adquisición de riquezas; por el contrario en la cosmovisión amazónica, no se ve a la naturaleza como un objeto, sino más bien la entienden y, sobre todo, se sienten como parte de ella, es decir, la naturaleza es parte significativa de su ser y existir.
Existía entonces, y existe aún hoy un conflicto, entre estas dos
cosmovisiones en torno a la naturaleza, que corresponden, sin duda, a dos visiones
muy distintas, pues se puede afirmar, que la cosmovisión occidental es
básicamente antropocéntrica, y la de
los pueblos originarios es cosmocéntrica,
pues se fundamentan en los principios: de armonía, de diversidad, de
relacionalidad, de correspondencia, de complementariedad de contrarios, y de
reciprocidad. Por lo tanto, difieren en
aspectos centrales, como parte de sus respectivas cosmovisiones, en sus
concepciones sobre la naturaleza, Al tener dos cosmovisiones distintas, y
diferentes formas de explicación e interpretación del mundo que los contiene y
rodea, tienen, por tanto, imágenes distintas del mundo.
Actualmente se han agudizado los problemas de, la calidad de vida y la
ecología, Algunos investigadores
occidentales se han planteado la tarea de dar soluciones a estos
problemas, mientras que otros creen que indefectiblemente no es posible
solución alguna para tan grave encrucijada.
Pretendemos aprehender la cosmovisión y principios de acción de los pueblos
originarios respecto al cuidado de la naturaleza, y el sentido cosmocéntrico
que ellos tienen en torno a la naturaleza.
Esta preocupación nos permitirá
abrir un diálogo intercultural en torno a las preocupaciones ecológicas,
ambientales y comunitarias de ambas culturas y sus respectivas cosmovisiones.
También nos permitirá un diálogo, ya no vertical, sino en forma horizontal
entre la racionalidad tecnocientífica, característica de esta época con la
visión cosmocéntrica (racionalidad de los pueblos originarios), para proyectos
conjuntos de cooperación y sana convivencia.
1. Formas de ver
el mundo
Desde la instauración de la modernidad, las llamadas sociedades industriales
menoscabaron las cosmovisiones de los pueblos originarios y sus relaciones
interpersonales. Es más, la cosmovisión occidental se autoproclama como la
poseedora de la razón universal y del pensamiento abstracto, y que su forma de
racionalidad es la más desarrollada de todas; esto da lugar al etnocentrismo,
que permite la intolerancia, la irracionalidad y el autoritarismo, para con las
demás cosmovisiones y las culturas de los demás continentes.
La formación educativa en nuestro país, configurada por la cosmovisión
occidental, nos inclina a que, cuando escuchamos narraciones de las
cosmovisiones de los pueblos originarios, las entendamos como simples leyendas
o mitos fantasiosos, que testimonian la
ignorancia y el atraso de esas culturas; pero no nos ponemos a analizarlas como
poseedoras de una rica historia y cultura, y menos aún tratamos de comprender
su enorme significado para comprender el mundo, la sensibilidad y espiritualidad de su relación con la
naturaleza y de percibirnos como parte de ella. El individuo se integra a su
comunidad cuando interioriza los símbolos, motivaciones y sentidos compartidos
que son comunes. Es imprescindible evitar los choques traumáticos sobre la
cosmovisión de los pueblos originarios, de sus principios cosmogónicos, normas
morales, y de formas de vida que son opuestos a la cosmovisión de
occidente. Los encargados de impartir la educación en nuestro país, tienen una
ardua tarea en éste sentido, pues esto permitirá acentuar la identidad cultural
de nuestros pueblos.
2. La Naturaleza
para la Cosmovisión Amazónica
Entendemos por
Naturaleza, a todo aquello que existe por sí misma y no depende de ningún
observador, ni creador “…y que los humanos pueden mejorar o degradar, estudiar
o ignorar, pero no crear ni aniquilar”. (Bunge, 2207,146). En forma general
podemos decir que naturaleza es todo
aquello que conforma el universo, en el cual no interviene la mano del hombre.
Desde los albores de
la humanidad, el hombre ha estado relacionado con la naturaleza, pues en ella
encontraba la solución a los problemas que se le presentaban, tratándose de
adecuarse a ella y tomando sólo lo necesario para suplir sus necesidades
elementales, sin tratar der violentarlas o contradecirlas, es decir
respetándola. El hombre antiguo tiene
una visión simbólica y sacralizada de la naturaleza, de la cual forma parte, se siente como un intermediario
entre el mundo de arriba y el mundo de abajo.
Para los pobladores amazónicos, la naturaleza es entendida y
comprendida como una madre que cría, todo lo existente, no está objetivada como
un recurso sino más bien como una fuente que da vida y permite vivir.
Miembro de la comunidad Yahua. |
La naturaleza es todo aquello que mantiene y
tiene relaciones entre sí y con los seres humanos, conformando un todo, y que
ésta tiene principios que deben ser respetadas, si se quiere mantener un
equilibrio entre todas las partes que lo conforman, y que el ser humano a su libre albedrío no
puede modificarlas, atentando contra su integridad y totalidad como un “ser”
que merece ser catalogado como tal.
Al considerar desde esta perspectiva a la
naturaleza, los descendientes de los pueblos originarios, querer imitarla
manteniendo la armonía y el equilibrio, que se materializa en la cultura del
compartir: los recursos, las festividades, los saberes, las tecnologías.
La naturaleza integra todo lo existente, nada
está fuera de ella, es la misma realidad, que es Una y que todas las cosas subsisten –como unidad
y como multiplicidad– bajo la totalidad de la Naturaleza.
“…esta Naturaleza proporciona al hombre el
alimento material (comida, enseres, alojamiento…) y el alimento espiritual o
del alma, ya que no se concibe un Universo sin vida propia, sin la existencia
de los seres que lo habitan y lo rigen y sin una comunicación con ellos a
través de sus manifestaciones simbólicas. (Ochoa, J. 2003, 196-197).
La
naturaleza para los pueblos Cocamilla, Cocama, Asháninka,
Machiguenga, Huitotos, entre otros, está
concebida y centrada en el territorio, en el bosque y en los elementos
conformantes de ésta, con los cuales hay que mantener una relación armoniosa de
equilibrio y no de dominación, pues esta última conduce a la alteración o
trastrocamiento. La naturaleza no es algo ajeno o externo y opuesto a las
relaciones sociales que establecen los descendientes de los pobladores
originarios. Existe una estrecha
relación entre lo biológico y lo social.
Para los descendientes de los pueblos
originarios amazónicos, el cosmos, la naturaleza, la sociedad y los seres
humanos conforman un todo, todo lo existente tiene vida y por lo tanto deben
ser respetados como tales, “…y cada uno de ellos tiene un espíritu, una energía
transformadora, y que a su vez este espíritu tiene una madre o un padre al que
está supeditado. Así, la mejor forma de entablar relaciones con estos seres es
invocando a su “madre” o “padre”. (Pinedo, D. 2015, 2).
Los diferentes pueblos han concebido su
relación con la naturaleza de diferentes maneras y a partir de ellas, las personas han construido
sus cosmovisiones, sus relaciones económicas y sociales. Para los descendientes
pueblos originarios amazónicos, en sus cosmovisiones no existen límites
rigurosos entre naturaleza y sociedad, lo humano y lo animal, lo sagrado y lo
profano, no existe esa dicotomía tan característica en las sociedades de
tradición occidental, para las cosmovisiones indígenas existen una multiplicidad de esferas de la
realidad, que se relacionan entre sí, y
configuran la interacción entre todos los miembros de la naturaleza.
En la cosmovisión de los pueblos originarios, es un denominador común la
unión indisoluble con la naturaleza, ella es su espejo, su referente, es así
que cada pueblo, cada cultura es el espejo del mundo natural en el que vive. La diversidad cultural es el espejo de la
diversidad natural. La naturaleza es concebida como un ente sagrado, Para
los descendientes de los pueblos originarios amazónicos, todo lo existente en la naturaleza, es sintiente y viviente y por
ende, un principio fundamental es el respetar y tratar a la naturaleza como un
sujeto esencial para la vida de todo ser. Es necesario observar con
detenimiento el comportamiento de la naturaleza, para poder conocerla y
comprenderla, escuchar los sonidos que emiten sus miembros, para armonizar con
ella y no dañarla. En ésta cosmovisión, el ser humano, no es una especie
superior a las otras especies (animales o plantas), él ocupa un lugar en la
naturaleza y comparte el destino común de todos los seres vivos y no humanos.
(Polo, M. 2005, 30) cita al brasileño Léo Pessini, quien plantea tres
modelos de concebir a la naturaleza: “La naturaleza como algo sagrado, la
naturaleza teleológica, la naturaleza dotada de poder y elasticidad”.
La naturaleza como algo sagrado. Este
modelo está presente en la mayoría de los pueblos y culturas antiguas, así por
ejemplo en las cosmovisiones amazónicas, los ríos, cochas, quebradas, plantas y
animales tienen un espíritu y están animados. El cristianismo también nos dice
que la naturaleza es sagrada porque es obra de Dios, pero no es Dios mismo,
pero siendo su obra hay que cuidarla. Este modelo exige al hombre respeto y
veneración hacia lo que se considera sagrado.
La naturaleza teleológica. Plantea que la
naturaleza tiene una dinámica en sí misma, y no hace referencia a un creador o hacedor. Esto fue propio de los
filósofos griegos de la antigüedad, que consideraban que la naturaleza tiene
sus propios fines inherentes a ella misma. Según este modelo, el hombre debe
contemplar, admirar, conocer a la naturaleza, pues así el hombre está
cumpliendo con los fines de su propia naturaleza. Este modelo se sostiene
siempre y cuando la ciencia sólo sea contemplativa, pero no operativa ni
transformadora, esto realmente no es posible en la era de la tecnociencia
propia de nuestros tiempos.
Modelo de poder y elasticidad. Según
éste modelo la naturaleza está alejada del hombre, es independiente y las
fuerzas que actúen en ella son impersonales y no corresponden a nada sagrado.
Este modelo permitió al hombre, al concebirla como ajena a él, el poder
dominarla, moldearla y darle diversos usos, no sólo el valor de uso sino más
bien el valor de cambio y explotarla con la mayor eficacia.
Nosotros creemos que estos tres modelos de
entablar las relaciones de la naturaleza con el hombre no deben ser excluyentes
entre sí, sino más bien habría que relacionar los diferentes modelos, buscando
lo más óptimo de estas relaciones para el beneficio no sólo de los seres
humanos sino de todos aquellos que conforman el mundo en que vivimos. Y esto es
necesario comprender, pues de las actitudes y acciones que tomemos depende el
futuro no sólo de la humanidad, sino también de nuestro planeta. Hace menos de
cuatro meses, hubo una reunión en la capital de la República, de líderes de
distintas latitudes del mundo, preocupados por el Cambio Climático,
Calentamiento Global y Efecto Invernadero, esta preocupación es por la
naturaleza, por el mundo, porque nos afecta directamente, pero, para muchos de
estos líderes mundiales lo principal no es la salud ni el beneficio de la
humanidad, sino más bien los intereses económicos, y en vez de aceptar de reducir o eliminar lo que nos está
haciendo daño, prefieren posponerlo para más adelante, les alarma ahora, pero
no están pensando en las generaciones venideras, sólo les interesa el presente.
Debemos tomar conciencia y responsabilidad ante este problema, pues este ha
sido causado por la actividad del hombre, por sus industrias que contaminan el
ambiente, no son cambios generados por la propia naturaleza, pero ésta ha
encendido una alarma que debemos escuchar para no seguir destruyéndola,
comprendamos que la naturaleza es como un ser vivo, no es algo inerte, que
entre ella y nosotros existen relaciones y complementaciones que nos permitirán
mantener el equilibrio y la armonía.
Bosque inundado en el Amazonas, Iquitos. |
3. La naturaleza como el otro
La relación del hombre y la naturaleza, tiene antecedentes remotos,
según Ojeda citando a Laurie: “la
Humanidad ha transitado por cuatro momentos históricos referidos a esta
relación: Temor, Respeto, Rompimiento y Reconciliación”. (Ojeda, A. 2008, 2).
Al aparecer el hombre sobre la faz de la tierra,
tiene el mismo comportamiento que el resto de los seres vivos es decir el de la
sobrevivencia. La tierra lo alimentaba y guiaba, y todo aquello que acontecía
su alrededor, era explicado mediante la magia y el mito, no se sentía ajeno a
la tierra, sino como parte de ella, pero sentía temor hacia ella.
Luego el hombre, toma una actitud de respeto,
principalmente en el mundo antiguo griego, donde se comenzó a explicar el
porqué de las cosas. En el Renacimiento, comienzan a cambiar las relaciones
entre los hombres y la naturaleza, se comenzó a separar la política de las
consideraciones morales, el hombre se considera con mayor relevancia el centro
del mundo, también se comienza a perfilar el individualismo y el fetichismo de
las mercancías, el hombre ya no se siente tan pendiente de su comunidad, su
individualidad le hace sentirse otro, diferente para con los demás y para con
su comunidad originaria, se acentúa el desprendimiento con respecto a la
naturaleza.
Aparece el rompimiento de la relación: Hombre -
Naturaleza; con el surgimiento de la revolución industrial, aparecen nuevas
formas de relación entre los mismos hombres y se perfilan afanes de negociación
y consumo. El hombre busca encontrarse consigo mismo, y en base a su
individualismo se siente distinto a los demás y a su comunidad.
“El racionalismo como doctrina filosófica, juega un papel importante, pues está acompañado con la idea del progreso, y en el siglo XVIII se llegó a identificar el progreso de la ciencia con el progreso social; y las relaciones que mantenía el hombre en su imaginario con la naturaleza, se las comenzó a catalogar como retrógradas y perjudiciales para el progreso de la humanidad. El concepto de comunidad empieza a debilitarse ante el de individualismo, como supuesta forma racional de evolución y crecimiento moderno. Las culturas alejadas y extrañas a la cosmovisión eurocentrista se verán seriamente dañadas y lesionadas en su riqueza cultural y ambiental, como fueron los casos de las mesoamericanas y africanas”. (Ojeda, A.2008, 6)
En las culturas de los pueblos originarios, se
entiende a la naturaleza como un ser vivo que mantiene relaciones muy estrechas
con todos sus miembros, mientras que para los pueblos de occidente, la
naturaleza es como una máquina, a la cual hay que investigarla, para sacar de
ella todos sus secretos, para utilizarla en beneficio de la humanidad.
El siglo XIX, pone su fe en el Positivismo como
doctrina filosófica, para conocer más sobre la naturaleza, tratando de eliminar
del conocimiento del hombre todo aquello que le parezca metafísico o que no esté de acuerdo con el desarrollo de la
ciencia y la lógica impuesta por la modernidad. El hombre de éste siglo, en
base a su individualismo, se sintió que estaba por encima de la naturaleza,
tenía derechos sobre ella, pero no obligaciones; y por lo tanto podía manejarla
a su antojo y buscar en ella lo que más le convenía sus intereses, sin tener
que respetarla, ni considerarla como “el otro” que tiene que ser respetado y
considerado. Nadie en su sano juicio, puede negar el logro alcanzado por la
humanidad, gracias a los planteamientos del racionalismo y el positivismo, pero
tampoco podemos dejar de mencionar, que para algunos individuos, sólo es válido
el conocimiento obtenido por la ciencia y la lógica de la misma, no siendo
reconocida como conocimiento válido, lo obtenido gracias a la experiencia
ancestral de los pueblos originarios.
La extracción del oro está causando un grave daño ecológico en el Amazonas. |
La facultad de ver es
la más desarrollada en la cultura occidental, hasta los últimos límites
desarrollados por la ciencia y la técnica, mirar y observar es todo; en las
culturas de los pueblos originarios, se cultiva y se desarrolla la facultad de
escuchar a la naturaleza y también la de verla, y es que a través de estas facultades, pueden
escuchar los mensajes que emiten los seres que cohabitan con el ser humano, la
naturaleza emite diversos mensajes a distintos destinatarios, por eso es
necesario aprender a escucharlos y aprender sus simbologías, para poder
establecer un diálogo que les permita mantener la armonía y el equilibrio, es decir
la vida misma.
Los
indígenas proponen: “La naturaleza es vida y la vida
habla, pero muchos olvidaron escucharla. Si no nos oímos entre humanos, menos
aún oiremos el mensaje de los árboles, los pájaros, los animales, el agua.
Quien no escucha a la vida y pisotea a la naturaleza, cultiva culturas de
muerte” (Conclusiones del Encuentro de Pueblos Indígenas 2008).
Para los pueblos
originarios los distintos componentes de la naturaleza emiten sonidos, símbolos
y expresan las relaciones estrechas que
existen en la misma como un todo. No ven en la naturaleza entes aislados,
independientes, sino que existen entre ellos una sincronía y una armonía.
En nuestra sociedad
actual, donde existe el individualismo, el egoísmo y el afán desmedido por la
riqueza de unos cuantos en detrimento de los muchos; se manifiesta visiblemente
la inequidad social, que trae como consecuencia una situación de desigualdad
alarmante injustificable, pues hay diferencias entre los grupos o clases
sociales en el acceso a los bienes y servicios, tales como vivienda, educación
y salud.
Frente a ésta
situación es necesario e ineludible reconocer que se está atentando contra la
naturaleza, explotándola irracionalmente para obtener de ella el máximo
provecho sin tener en cuenta el daño que la hacemos y nos hacemos nosotros
mismos al no respetarla y cuidarla; y éste respeto y cuidado debiera ser hecho,
regulando los sistemas irracionales de explotación de la naturaleza,
reencontrarnos con la naturaleza, escucharla y verla, sintiéndonos como parte
inherente de ella, para garantizar el
futuro de nuestros hijos, nietos, y de las futuras generaciones su sana
existencia.
Vista aérea de la destrucción de la selva amazónica en Madre de Dios, Perú. |
La naturaleza en la sociedad moderna, es algo extraña a nosotros,
no nos sentimos parte de ella, es algo externo y que no tiene vínculos directos
con nosotros. Para el poblador originario, la naturaleza es cercana, directa,
mantiene relaciones estrechas, la escucha y la ve, está atenta a las más mínimas manifestaciones del
deterioro de sus relaciones, no trata de divorciarse de ella y pretende
mantener esas relaciones que constituyen su ser. “…el hombre moderno ha ido desconociéndola cada
vez más como su propio medio, su alter, su sí mismo e, incluso, le ha negado su
alteridad constitutiva”. (Rodríguez, B. 2012, 49).
El distanciamiento o divorcio del hombre
contemporáneo con respecto a la naturaleza, es patentizado al ver a la
naturaleza como un objeto, como una cosa, y no como el “otro”, como un ser, que
tiene existencia, que es, y por lo tanto
se le debe tener consideración y respeto, muy por el contrario al
cosificarlo y objetivarlo, lo ve como algo extraña, ajena, al mismo hombre,
éste hombre contemporáneo no se siente parte inherente de la naturaleza, él se
siente externo y ajeno a ella.
Para los pueblos originarios la naturaleza es
como un libro abierto, donde puede aprender todo aquello que es necesario para
su subsistencia, y como ellos dicen es su “mercado”, su “botica” de donde extraen lo necesario para mantener la armonía
con ella. Nunca buscan alterarla o contradecirla, porque son conscientes de que
con ello destruía su equilibrio y bienestar.
El hombre de los pueblos originarios de la Amazonía,
tiene una visión simbólica y sacralizada de la naturaleza. Donde existe un
orden y se mantienen relaciones, en la que cada ser ocupa el lugar que le
corresponde. Él no se considera lo más importante, no se coloca en la cúspide
de la pirámide, no tiene una mirada vertical para con los demás miembros de su
entorno sino, tiene una mirada horizontal, y trata de no distorsionar el orden existente dado por la naturaleza
para todos sus miembros.
Este hombre
amazónico, al igual que el andino, mantiene una relación de respeto hacia la
naturaleza, entreteje un vínculo muy estrecho que podríamos llamarlo afectivo,
parecido al que mantiene con los demás hombres de su entorno, cómo intimidad,
seguridad, confidencialidad; de esta relación surge la reciprocidad entre ambos
por los favores recibidos por el hombre de parte de la naturaleza, y ésta
recibe del hombre los ritos y ofrendas correspondientes por lo que otorga. Si
el hombre mantiene relaciones afectivas con la naturaleza., entonces podríamos
considerar a ella, como “el otro”, y este “otro” no es algo inerte, insensible,
sino más bien algo lleno de vida y sensible, por lo que debemos evitar hacerla
daño con nuestras acciones, tendríamos que entablar un diálogo con ella, para
evitar su enojo o ira, estableciendo un
diálogo fluido con ella, ya que somos nosotros los que más necesitamos de ella,
y este diálogo no sólo debe ser individual, sino también como colectividad
organizada, pues debemos tener en cuenta que nosotros formamos parte de ella,
pero no somos indispensables para el desarrollo de la misma.
Juan Pablo II, cuando habla de cómo la
naturaleza, es vista por el hombre actual, nos dice lo siguiente: “el ser
humano parece no percibir otros significados de su ambiente natural, sino
solamente de aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y consumo”.
(Francisco, 2015, 5).
A causa de esta
percepción, año tras año se van perdiendo miles de especies animales y
vegetales, por la acción irracional del hombre. Sólo en la Amazonía Peruana,
con la explotación petrolera y minera, se han perdido miles de hectáreas de
bosque y también se contaminan sus cochas, lagunas y ríos que ya no pueden ser
utilizadas por los descendientes de los pueblos originarios. Estos pueblos son
poseedores de una gran biodiversidad y multiculturalidad, pero las
instituciones y gobernantes de turno, poco o nada hacen para conservarla y
preservarla para nuestras generaciones futuras. Habría que recomendar prestar
la debida atención a lo que dice el Papa Francisco con respecto a lo
anteriormente expuesto:
“La desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal. La imposición de un estilo hegemónico de vida ligado a un modo de producción puede ser tan dañina como la alteración de los ecosistemas”. (Francisco, 2015, 113).
Es urgente y necesario
poner muchísima atención a los pueblos originarios, con sus respectivas
tradiciones culturales, y sus conocimientos ancestrales sobre la fauna y la
flora de sus territorios, más aún cuando sus espacios de subsistencia van a ser
afectados por algún proyecto de inversión, pues ellos son los únicos
interlocutores válidos, pues para ellos la tierra no tiene el valor mercantil
que la asigna la cultura occidental, sino que tiene un valor casi sagrado, para
sostener su identidad como comunidad y sus valores.
Para el hombre
de nuestra época, la naturaleza sólo es vista como objeto, no es vista como un
sujeto capaz de entablar un diálogo, es visto como algo inerte, sin vida, y a
la cual no hay que tenerla mayor respeto o consideración. En cambio para los
pobladores originarios de las distintas culturas amazónicas, la naturaleza es
algo vivo que debe ser escuchada y vista desde otra perspectiva, tratando de
mantener una buena relación con la naturaleza, respetando sus ritmos y tratando
de mantener la armonía entre el hombre y la naturaleza, que durante miles de
años lo han practicado, y que tienen fundamentos en sus conocimientos
ancestrales; y que el hombre moderno no las quiere entender y explota a la naturaleza
en forma irracional para que entregue sus frutos y riquezas, desoyendo el
llamado que hace la naturaleza. Pero a aquellos que ven y oyen a la madre naturaleza, se los llama
ignorantes, “perros del hortelano”, "ciudadanos de segunda o tercera categoría" (Alan García).
No es que
estemos en contra de que el hombre satisfaga sus necesidades, lo que criticamos
es que para hacerlo tengan que atentar contra el equilibrio armónico y poner en
peligro la subsistencia de miles de pobladores amazónicos de forma inmediata, y
a largo plazo la depredación y extinción del planeta tierra.
Debemos
recalcar, que el hombre es una especie más en la naturaleza, con ciertos rasgos
muy particulares que lo hacen muy diferentes a las demás especies; pero eso no
le da primacía y la soberbia para determinar que todo está a su disposición y voluntad, sino más bien
que debe tener muy en cuenta que él, es solo una parte del conglomerado de
relaciones existentes en la naturaleza, y que hay que saber escuchar y dialogar
con ella para mantener la armonía y el equilibrio si queremos que las próximas
generaciones puedan contemplar y amar a la naturaleza.
El respetar a
la naturaleza debe ser una actitud no sólo individual, sino colectiva de la
humanidad, por un simple sentido común, pues estamos viendo directa e
indirectamente como se está destruyendo
nuestro hábitat, y por ende estamos siendo condenados inexorablemente a
desaparecer como especie de éste planeta. Muchas de las actitudes agresivas
para con la naturaleza, las minimizamos so pretexto que son necesarios para la
producción, el consumo y para el bienestar de la humanidad (pero no de toda,
sino de una parte mínima), pues la gran mayoría no puede acceder a una vida
digna y esa parte mínima es adicta al consumo excesivo.
El respeto a la
naturaleza, debe iniciarse aprendiendo a respetarnos entre nosotros mismos, no
veamos a la naturaleza como un objeto, sino como algo vivo, como “el otro” que
siente y mantiene relaciones muy sutiles con todos los seres que habitamos este
planeta.
4. El territorio.
Equilibrio y armonía
El
territorio amazónico peruano tienen una extensión de 782.880,55 km², es decir el 61% del territorio peruano,
según el criterio utilizado por el IIAP. La superficie total de la Amazonia es
de: 951,591.00 Km2 correspondiente al 74 % del área total del País, (por lo tanto no es muy correcto decir que
el Perú es un país andino, mejor sería llamarlo Andino-Amazónico). Políticamente comprende las
regiones de Loreto, Ucayali y Madre de Dios, y parte de las regiones de
Amazonas, Cajamarca, Huancavelica, La Libertad, Pasco, Piura, Puno, Ayacucho,
Junín, Cusco, San Martín y Huánuco. (Dourojeanni, M., & Barandiarán, A., & Dourojeanni,
D. 2009,17).
El criterio de que las áreas naturales protegidas
naturales (16.5 millones de hectáreas) y las comunidades nativas y reservas
territoriales (13.3 millones de hectáreas) son suficientemente grandes para
asegurar la conservación del patrimonio natural y los servicios ambientales no
es sustentado por los hechos. En efecto, a pesar de que ambos tipos de áreas
cubren un 38% de la Selva, apenas poco más de un cuarto de esas tierras
corresponden a protección integral.
De lo anteriormente expuesto, podemos afirmar
que el 62% restante de la Amazonía peruana, está permitido explotar sus
recursos naturales: ya sea para la agricultura (producción de biocombustibles),
explotación maderera, hidrocarburos (gas y petróleo), minería, energía hidráulica, carreteras, hidrovías;
para lo cual no se está tomando en cuenta los graves impactos ambientales y
sociales para la Amazonía peruana.
Diversidad y armonia de la flora amazónica. |
Desde la perspectiva antropocéntrica, “tierra”
y “territorio” son sinónimos y constituyen un recurso económico, y como tal
deben generar alguna utilidad para la sociedad, en cuanto se la dedique a la
agricultura, la ganadería o para cualquier otra actividad humana que de
provecho, de lo contrario será considerada como “eriaza”, inútil. Desde esa
perspectiva, el territorio o mejor dicho la “tierra”, tiene un potencial
económico, y no es vista como parte integral del cosmos, y que éste
(territorio), pertenece por milenios a los pobladores aborígenes, y que estos
no pueden ser separados de sus antepasados y de las relaciones que ellos tienen
entre sí y con el territorio. Pero la economía del mundo globalizado a
través de sus diferentes agentes,
comenzaron a introducir el concepto de “propiedad privada” en oposición a la
propiedad comunal; el individualismo en oposición a la solidaridad; el interés
y el lucro en contra de la reciprocidad; el monocultivo en contra de la
diversidad y multicultivo.
Pero para los pueblos amazónicos, el
territorio está conformado no sólo por las chacras de cultivo, o zonas de caza
y pesca, sino por el conjunto de bosque, cochas, ríos y lagunas que es un
espacio mínimo donde desarrolla sus actividades cotidianas económicas, sociales
y espirituales, y fundamental mente donde descansan sus ancestros, donde están
sus raíces.
“Territorio para el pueblo indígena lo llamamos como madre territorio porque de ahí vivimos los indígenas; es toda la geografía que habitamos, de ahí sacamos la tierra, el alimento de cada día, sacamos también todo lo que es madera para la construcción de casas, todo lo que es para el uso local de la población de la tierra donde trabajamos. […] bueno, la tierra es la madre para el movimiento indígena, es lo que nos hace vivir con una vida sana, la selva no tiene contaminación, no vivimos, no usamos un río contaminado, aire, es la esencia del mundo indígena, la base de su resistencia”. (Durand, A. 2011, 5).
Para los pueblos
originarios amazónicos, el concepto de “propiedad” sobre las tierras, que
maneja el mundo occidental, les es extraño, pues para ellos el territorio es
hasta donde podían cazar, pescar, cultivar, sin crear conflicto con otra
comunidad. La “propiedad” de la tierra o el territorio no tiene el sentido de la
propiedad individual o familiar, piensan que el territorio es libre, sin
límites, no es propiedad de nadie, porque nadie tiene el derecho de apropiarse
de lo que es de todos.
En la cosmovisión de los pueblos originarios,
el territorio tiene una enorme importancia, pues para ellos el territorio es el
punto de partida que permite la existencia de sus pueblos con culturas e
identidad propia. Son conscientes que si
no tienen territorio, no tienen vida, y están
sentenciados a desaparecer. Este sentimiento, más que una definición
conceptual es contradictoria al planteamiento de la cosmovisión
antropocéntrica, que plantea que la tierra es de uno cuando se tiene un título
de propiedad inscrita en los registros públicos; que la tierra es una mercancía
y es algo negociable Para ellos el dueño del territorio es la “madre de la
tierra”; el territorio es sagrado, pues es en el habitan los espíritus. Ellos
no conciben el concepto tierra, sino el de territorio, porque este implica en
la cosmovisión amazónica la integralidad con la naturaleza que es un bien
colectivo que es parte consustancial con ella, de la cual el territorio es uno
de los elementos primordiales.
“Los indígenas y la naturaleza en nuestros territorios somos uno solo, una sola cosa, y así los Asháninkas exigimos no sólo la tierra para nosotros, sino para los monos, las huanganas, los añujes. Ellos también tienen derecho a vivir” (Juaneco, Dirigente Asháninka, Perú)
“La tierra es nuestra madre que da luz, que genera la vida; ella misma es la vida y por eso la amamos, respetamos y protegemos comunitariamente. Siendo vida, es sagrada, y destruirla es destruirnos a nosotros mismos. Por eso convivimos y dialogamos con ella, como expresión de los continuos beneficios que de ella recibimos. Por eso la tierra es la base esencial de toda nación indígena. El indígena lo es en cuanto posee la tierra, porque en ella se desarrolla su personalidad individual y colectiva… El indígena, al perder su tierra, pierde sus costumbres, idioma, ritos, organización comunitaria y social.” Segunda Consulta Ecuménica: Los Pueblos Indígenas de América, Conclusiones 1.1 (Mayor, P. & Bodmer, R. 2009, 49).
El problema del
territorio, adquiere una enorme importancia para los pueblos amazónicos, ante
el acecho de políticas de Estado para favorecer a terceras personas con
concesiones mineras, forestales, turísticas y madereras. Para los pueblos
originarios, las fronteras no existen, la única frontera que reconocen, es
aquella que marca el límite de lo desconocido, del más allá, en su concepción del
espacio el territorio es un continuo, pero respetando los territorios de caza
de cada grupo, que nunca se superponen unos a otros, y mantienen una disciplina
entre ellos.
El hombre amazónico
concibe a la realidad como un todo integrado por la naturaleza, la sociedad, la
cultura, la economía. No conciben separaciones dicotómicas de tipo ontológico o
gnoseológico como el pensamiento occidental.
Los principios
fundamentales que regulan su pensamiento sobre la naturaleza son: Totalidad,
Unidad, Diversidad, Movimiento e Integralidad. Principios que incluyen a la
sociedad.
Es bueno tener presente, que el mundo para los
amazónicos está centrado en el territorio y el bosque con sus elementos
constituyentes como son los ríos, lagunas, cochas, caídas de agua, animales y
plantas constituyen un todo , y que cada uno de esos elementos están protegidos
por un “espíritu” o “madre”. Más aún si tenemos en cuenta que para ellos, el
espacio no tiene límites y no es propiedad de nadie, y los elementos que están
en ese espacio están protegidos por los espíritus que los cuidan que no sean explotados
desmesuradamente. Para ellos es incomprensible, la destrucción de la
naturaleza, por parte de los intereses privados, avalado por la política del Estado peruano.
Iquitos,
20 de Octubre del 2015
REFERENCIAS
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3 comentarios:
extraordinario! gracias por tanta informacion valiosa
extraordinario! gracias por tanta informacion
Lo felicito muy completo e interesante su artículo!! Atentamente Marianne Blanco Dejardin. Periodista.
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