lunes, 7 de marzo de 2011

HIRAM BINGHAM NO DESCUBRIÓ MACCHU PICCHU.


Vista panorámica de Macchu Pichu. enero 2011. Foto del autor.

Recientemente visité Macchu Picchu, y entre las informaciones que brindaba el guía turístico, anoté la convicción que comparten todos ellos de afirmar que esta ciudad inca no fue descubierta por Hiram Bingham, sino que estuvo ocupada mucho tiempo antes por campesinos del lugar.

Entre muchos artículos que se han escrito sobre el tema, encontré lo publicado en abril de 1913 por National Geographic sobre el sensacional “descubrimiento” de la ciudad pérdida de los incas. Pero un año antes, José Gabriel Cosío publicó en la Revista de la Sociedad Geográfica de Lima, sus impresiones de su vista al lugar y nos alertó de cómo se sabía la existencia de Macchu Picchu, muchos años antes de que se señale a Hiram Bingham como su “descubridor”. Juan Lizárraga sabía de su existencia probablemente desde 1894, la visitó en compañía de Luis Béjar el 14 de julio de 1902. Hiram Bingham informado de su existencia llegó en julio de 1911 financiado por la Universidad de Yale y la Revista National Geographic para extraer los restos que se hallaban por toda la ciudad de los incas.

Lo que Hiram Bingham extrajo y se llevó como préstamo a Estados Unidos, aún no ha sido restituido íntegramente. En el Perú esperamos que la Universidad de Yale devuelva inmediatamente nuestro patrimonio histórico. Duccio Bonavia en una reciente carta al diario El Comercio de Lima advirtió que también otras misiones “científicas” se llevaron en calidad de “préstamo” material textil, cerámico, metálico entre otros y forman parte de museos en Europa. Queda pendiente recuperar aquel patrimonio que nos pertenece. La recuperación del patrimonio de Machu Picchu debe llamar la atención de la mentalidad de muchos gobernantes y gobiernos del Perú, que han menospreciado la riqueza cultural que ostentamos con nuestro pasado y no consideran que la riqueza cultural es un patrimonio inalienable.

Transcribo para mis lectores el interesante artículo de José Gabriel Cosío, aunque he corregido algunos detalles gramaticales sin alterar el texto original. El autor considera que Machu Picchu es una ciudad preinca, los estudios arqueológicos demuestran que es tipicamente inca, probablemente la mandó a edificar el inca Wiraqucha. La descripción que ofrece permite reconstruir un itinerario inicial de lo que tenía Machu picchu. Este año, el gobierno peruano ha denominado: “Año del centenario de Machu picchu para el mundo”, aunque, como sabemos, nuestro patrimonio histórico fue conocido en 1894, su centenario debió celebrarse en 1994.

MACHUPICCHO
Ciudad preincaica en el valle del Vilcanota

Es monomanía de los que viajan, contar sus impresiones, en público los que escriben, y en privado, los otros, ha dicho un autor. Y en verdad que, cuando uno que excursiona o viaja recibe impresiones que merecen anotarse, cuadros que exigen ser descritos y paisajes dignos de retratarse; parece que contrae con su propia conciencia la obligación de dar a conocer lo que ha visto, mucho más si ello puede ser útil para desentrañar profundos e insondables problemas que permanecen rodeados de misterios y dudas.


Caratula del Boletín de la Sociedad Geográfica de Lima editado en 1912.
 Tal vez si el pasado primitivo de la América Precolombina hoy incierto y nebuloso, pueda resolverse en soluciones clara y definitivas, cuando el acervo de las investigaciones claras y particulares, surja al conjuro del análisis científico, la anhelada clave de tantas incertidumbres y contradicciones que aparezcan dominando tan culminante posición los Sheilleman, los Botta y los Mariette de este continente.

Los que apenas somos obreros modestísimos, perdidos en el inmenso tráfago de la virtud moderna, en la labor intensa de despejar las incógnitas que preceden a nuestra Historia, no tenemos más misión que la de contribuir con modestísimos materiales, toscos informes y rudos, para que los incansables exploradores de los impenetrables mares de la Historia, presenten el cuadro hecho, la obra perfecta, el edificio histórico con pórtico y bóveda de verdad. Cuantas cosas desconocidas, cuantos errores pasados, ante la exigüidad de los datos, a la categoría de verdades se han descubiertos y se han salvado merced a esta clase de investigaciones, desde la segunda mitad del siglo XIX, así en el orden de la organización social, civil y política, como en el material y artístico de los antiguos peruanos.

Caratula de la Revista National Geographic de 1913, anuncia el "descubrimiento" de Machu Picchu.
Merced a los hallazgos hechos en Pachacamac, Chanchán, Chincha, Tiahuanaco, Choquequirau y últimamente en Machupiccho, han pasado a los rosados campos de la leyenda y del mito, los datos, que nimbados por la aureola del más candoroso optimismo, nos mostraban nuestro pasado histórico, como el campo paradisiaco, como la bíblica tierra de promisión, concepto que hoy solo halaga la vanidad de viejos aficionados que se han quedado con sus estudios y lecturas de hace cincuenta años, o de niños que acarician como un sueño las narraciones pintorescas de sus primeros maestros de escuela.

Para muchos solo son incaicos o preincaicos los monumentos de piedras y sillares inmensos que muestran sus líneas en confusa desigualdad, en la pared de severo y majestuoso aspecto , siendo así que está probado que en el Perú antiguo, como en todo la América, el progreso de la artes, principalmente el de la arquitectura ha seguido una línea de evolución semejante a la de todos los pueblos, de tal modo que el lujo en la calidad de las construcciones, el material de estas dependía del objeto a que se les destinaba. El templo, el palacio de los emperadores, la residencia de los curacas y jefes de grupos, dominaban el resto de los edificios, los superaban por el esmero y majestad de su construcción, mientras que las viviendas de la masa de la población era rústicas, toscas y hechas con barro y arcilla. Así no es extraño que junto a edificios de la solidez y magnificencia de unos restos, hallemos otros que no tienen el mismo interés, de lo cual algunos suponen que estos tienen origen colonial, como sucede con la población llamada Pumamarca, que se halla a media legua de Ollantaitambo, arriba del riachuelo que baja del nevado próximo, donde hay un grupo de galpones hechos de piedra menuda y barro. Se cree también que no emplearon para umbrales la madera, y en muchas partes como Torontoi y Macupiccho los hay de este material. Se dice así mismo, y si no me equivoco, Vallyadar lo afirma así, que en el arte peruano antiguo, al menos en las construcciones no se empleaba la línea curva, cuando en Pisac y en Machupiccho la encontramos principalmente en los intihuatanas.



Detalle de fotografia de Machupicchu. Tomada por Hiram Bingham en 1911.
 Antes que la comisión de la Universidad de Yale, presidida por el doctor Bingham hubiese llegado a Machupiccho, no se oía hablar de este lugar histórico, y si se le nombraba era para designar simplemente una posición de la hacienda Sillique, en cuyos linderos se encuentra y no para darle la importancia de los restos que encierra. Los americanos que vinieron en aquel viaje de estudio, no hicieron conocer absolutamente en el Cuzco el éxito de sus exploraciones científicas. Sólo sabíamos que el doctor Bingham venía con la seguridad de hallar vestigios de que la antigua civilización peruana se extendió hasta la región de la montaña, donde tuvo una de sus sedes principales.

El infatigable y talentoso rector de la Universidad del Cuzco, doctor don Alberto A. Giesecke, americano de altísimas dotes, fue el primero en avisarme desde Lima, donde se hallaba enfermo, en octubre del año próximo pasado, la noticia de que el doctor Bingham, había hallado varias ciudades antiguas, entre ellas dos superiores a Choqquequirau. Tan revelador aviso me resolvió hacer una excursión por los valles del Urubamba en busca de la ruta seguida por aquel explorador, la que la verifiqué en compañía de algunos alumnos de la Universidad del Cuzco, entre ellos el señor Justo A. Ochoa, aficionado a estas excursiones.

He aquí la descripción de esas notables ruinas de Machupiccho, que se hallan a ciento treinta kilómetros del Cuzco, sobre el río Vilcanota, y a una altura de 2,000 pies sobre el nivel de éste.

La vista general de Machupiccho, puede decirse parodiando una frase de Víctor Hugo, que semeja un conjunto de ruinas donde brotan flores y árboles. Tal es la fecundidad y exuberancia de esos lugares, que para poner en descubierto esos restos ha habido necesidad de tronchar numerosos e inmensos árboles, que yacen tendidos por entre las paredes y calles. Las ramas secas, los arbustos muertos, las plantas diezmadas, decorando la soledad del paraje dan a este un aspecto de imponencia y de sugestión históricas.

Toda la población, o sea todo el área en que se hallan los restos de salas, habitaciones, torreones, casa en intihuatanas, puede calcularse aproximadamente en dos kilómetros de perímetro, ocupado en toda su extensión de un tupido boscaje. Por entre las paredes y sobre ellas, se levantan arbustos que encaramados a los muros semejan guirnaldas exornando la cansada cabeza de una vieja generación. El lugar parece recordar la situación de los antiguos castillos feudales, así en parte inaccesible, como nido de cóndores, con puentes, rastrillos, puertas que en Machupiccho están subsanadas por la casi inaccesibilidad de los cerros que le sirven de pedestal. Hacía arriba se divisaba la región de la “Maquina”, el lugar de Media naranja, al frente Huainapiccho, y hacia abajo Ccollpani y San Miguel, que parecían emerger del abismo.

Como dije antes, Machupiccho es comprensión de la finca Sillque, de la familia Nadal.

Inscripción en el monolito de la referencia de Jesús Velarde y Juan Santillana, antes de la presencia de Hiram Bingham.
No es verdad que el doctor Bingham haya sido el descubridor de los restos; él les ha dado la vida de la fama y del interés arqueológico. Antes que él siempre subían, y aún vivieron ahí, muchas personas, que cultivaban calabazas, yucas, camotes, caña de azúcar y maíz. Un señor Lizárraga, ya finado, conocía ese sitio en todos sus detalles. El 14 de julio de 1902, llegaron a Machupiccho por el camino que siguió el doctor Bingham un señor Sánchez, vecino de Caicai, y los señores Enrique Palma y Lizárraga; pero como ocurre casi siempre, no fueron por interés científico e histórico, sino en busca del ansiado soñado tesoro que se cree oculto en semejantes sitios. El señor Palma nos dijo que hallaron una cabuya, tan admirablemente conservada que la utilizó para sus menesteres de trabajo, junto a una momia que extrajeron de una excavación. Machupiccho ha sido, pues, conocido de muchas personas, antes que fuera a visitarlo Bingham, aunque su celebridad actual la debamos a este infatigable viajero.

Toca a los quechuistas descifrar la significación etimológica de Machupiccho, así como de otros nombres, cuyo conocimiento puede ser muy apreciable para saber de muchas cosas ignoradas. Machupiccho es una palabra compuesta: Machu [viejo] y Piccho, que parece una desinencia del verbo Picchar, que para los indios significa el acto el acto de mascar la coca. Eso de que al lado de Machupiccho haya un Huaynapiccho, palabra cuyo primer componente significa joven, donde últimamente la comisión de Yale ha hallado también restos apreciables, es algo revelador, teniendo en consideración que en muchísimos lugares existen nombres así contrapuestos.

Después de bajar unos cien metros desde la cúspide del cerro, hacía el norte, caminando por un desbrozado de hierbas, se llega a una portada muy semejante a SALA PUNCO, situado en el camino de Ollantaitambo a Torontoi. Dicha portada es de mayores dimensiones relativamente a las de su género, y es claramente la entrada a la población preincaica referida. Las piedras de que están formadas los muros laterales de la portada, son cuadrangulares y ligeramente trabajadas, y se hallan un tanto movidas, y otras aun ya por desprenderse, a causa de los arbustos que crecen en los intersticios. El pulimento y unión de las piedras, seguramente que son inferiores a los de la portada que da acceso a las notables galerías de Ollantaitambo, pero en la magnitud de las piedras del umbral, en la altura de éste y en un detalle de que hablaré más después, es superior a la de éste. La altura de la portada es de dos metros cuarenta centímetros. Las paredes laterales están formadas sólo por cinco piedras y tienen un ancho de diez centímetros. Su forma es siempre la de un trapecio.

Chacana y Wanca. Foto del autor.
El umbral no está formado, como ocurre generalmente, por una sola piedra, sino por dos unidas, de dos metros veinte centímetros de largo y sesenta centímetros de espesor. La forma aproximada de la portada puede reconstituirse por los siguientes datos: ancho de luz por la parte cercana al umbral: por dentro, un metro cincuenta centímetros; id. por fuera, un metro cincuenticinco centímetros; por la base: por fuera, un metro cincuenta y nueve centímetros; por dentro, un metro cincuenta centímetros. El detalle de esta construcción que no se encuentra ni en Ollantaitambo, ni en Pisac, Torontoi, y tampoco en Choqquequirau, a juzgar por la relación de la visita hecha a estas ruinas por el doctor Bingham, es una especie de collar o argolla de piedra, de siete centímetros de diámetro, que arranca en posición horizontal de la parte de atrás de la portada, semejante, en forma, a las piedras agujereadas y puestas como clavos en las cuadras y corrales para amarrar a las bestias. En la portada a la que me refiero, es distinta a la piedra del umbral, o, mejor, encajada en éste; pero en algunos grupos de construcciones forman con aquel un solo cuerpo, es decir que esas argollas se han hecho gastando el bloque de piedra. Como sucede con las alacenas, altares o los clavos y apéndices cilíndricos, en casi todos los lugares donde hay esta clase de restos, no es fácil saber el objeto de esas argollas o collares.

Tuve ocasión de hablar sobre este particular con el sabio maestro doctor Antonio Lorena, según cuya opinión [de] aquellos servían para colgar algunas telas, hilos o ciertos signos para indicar que el personaje que residía en el edificio, no estaba visible para los extraños. Y esta presunción se robustece ante el hecho de que los tales collares se hallan precisamente en la mitad de los umbrales, como si sirviesen para colgar alguna cortina o telón.

Cuando nos hallábamos contemplando la portada, encontramos un indio que salía cargado de un gran bulto, de la galería, cuya entrada es aquella. Quedose asombrado al vernos en esas alturas, a las cuales rarísimas veces, según él, ascendía las gentes. Nos dijo que se llamaba Anacleto Álvarez y que hacía ocho años habita Machupiccho, cuyas tierras de labranza tenía a su cargo, pagando un canon de doce soles al año, y que cansado de la soledad de esos parajes se retiraba hacia San Miguel, que se halla en el camino a la Convención.

Pasando la portada se penetra en una ancha galería, protegida a los lados por los muros de piedra bruta, de carácter ciclópeo, que conduce en un descenso muy suave a unas graderías de piedra tallada en roca, por las cuales, se ve claramente, se penetra en el centro de la población, cuyas ruinas aparecen desde ahí ya en conjunto, con sus calles estrechas, torreones y ciudadelas, todo, por supuesto, cubierto de matorrales y arbustos.

Bajando hacia la derecha observamos que de una choza de techos de paja salía un denso humo, y acercándonos hacia ella, nos encontramos con una puerta en forma de trapecio que daba acceso a una habitación donde se alberga la familia del indígena Álvarez. La habitación referida es de tres metros de largo por dos de ancho: toda ella es construcción antigua, hecha con sillares de notable pulimento y muy semejante en sus detalles a la pared del callejón de Amaru Cancha en el Cuzco. Su morador para habitarla no ha tenido necesidad sino de ponerle un techo de pajas, y por la parte de atrás protegerla con una empalizada, para suplir la pared que falta.
 
De la puerta de esta habitación, tomando hacia la derecha, se ve una escalinata hermosa de piedra, con tramos anchos y regularmente formados, que conduce hacia el grupo de construcciones que quedan en la parte baja de la ciudad. Antes de penetrar por esas graderías, nos dirigimos de frente, por una senda muy estrecha llena de charamuscas, caminando apenas a saltos de un tronco a otro de los que se han tronchado para abrir ese camino. Cincuenta metros más allá de la primera habitación que dejamos, vimos una hermosa y gran sala a la que rodean otras muchas piezas, también de piedra, pero que no tienen la magnificencia , los detalles y la imponencia de los materiales, ni el primor de la perfección en la soldadura de los sillares. Lo primero que llama la atención es un hermoso monolito cuadrangular que arrancando de la pared del fondo, sobresale de éste a la manera de un trono o altar, destinado a la divinidad o persona de altas preeminencias, y a cuyos lados se ven dos piedras de enormes dimensiones, que semejan puestos secundarios de una trinidad de ídolos o de personas. Dichas piedras se alzan del suelo y rematan casi en la tercera parte de la pared. El monolito del fondo es de roca ligeramente trabajada, tiene de largo cuatro metros treinta y seis centímetros, con un metro de espesor, su altura de ras del suelo es de un metro cincuenta centímetros. Se trata seguramente de un lugar de adoración o de un palacio. La sala tiene completas la pared del fondo y las laterales, faltando sólo la principal, o sea, la fachada, para dar idea de su forma completa. No puede darse mayor primor de construcción: allí se ha unido lo monumental y grandioso con lo regular y simétrico. Los muros laterales, puede decirse que están formados de dos inmensos y trabajados monolitos, que se sueldan o enchapan con la pared del fondo mediante tres piedras, de la forma exigida por la colocación de aquellos, que tienen cuarenta y tres centímetros cada una. El monolito de la derecha tiene de largo tres metros diez centímetros, de alto, dos metros treinta y cinco centímetros y de espesor ochenta y tres centímetros. El de la izquierda tiene: tres metros noventa y ocho centímetros de largo; dos treinta de alto; y noventa centímetros de espesor. En esta sala no habían de faltar ni los nichos y alacenas que hay en Ollantaitambo y Pisac, ni los clavos cilíndricos que ornamentan a éstas al parecer hornacinas de ídolos y divinidades. Existen diecisiete alacenas: diez laterales y siete en la pared del fondo. Los clavos de piedra sólo existen entre éstas últimas. La habitación tiene: seis metros cuarenta y ocho centímetros de largo, siete metros setenta y siete centímetros de ancho. Las paredes laterales tienen de altura: la de la derecha tres metros sesenta y nueve centímetros; la de la izquierda, tres metros noventa y cuatro centímetros; la del fondo, a partir de la peña o altar, dos metros y medio. Las paredes laterales, en sus extremos libres demuestran claramente una especie de corte oblicuo, que hace que la base quede sobresaliente con relación a su remate, y presentan en las piedras de la cúspide una casi profunda concavidad, que al parecer servía de encaje a la piedra del umbral que ha desaparecido. La sala descrita es lo mejor que hay en Machupiccho, entre los restos de salas y habitaciones que se alzan sobre la exuberante vegetación de esas inhospitalarias alturas, donde sólo la víbora se enseñorea con su temible obra de ponzoña.


Paccha en funcionamiento. Foto del autor.
Hacia la izquierda de la sala, como a diez metros de distancia, se encuentra otra habitación, cuyos muros están formados de piedras rectangulares de pequeñas dimensiones, pero cuyas líneas de unión son perfectas como las paredes de Pucamarca en el Cuzco. Tiene de largo diez metros cuarenta y dos centímetros y de ancho cuatro metros. En la mitad de la pieza y hacia el círculo que forman la sala y las otras habitaciones, hay una especie de columna que tiene dos metros siete centímetros de alto. En su parte superior muestra claras huellas de que soportaba el umbral, lo que prueba que esa pieza eran dos habitaciones, cuya pared medianera ha desaparecido. En ella se cuentan cinco alacenas laterales, que tienen la particularidad de ser de mayores dimensiones que las ordinarias.

Inmediata a ésta y enfrente a la sala principal, hay una habitación pequeña, con paredes de piedra bruta, rellenadas de barro, pero que tienen, así como las alacenas de las otras, los clavos cilíndricos de piedra negra, muy pulimentada y encorvadas hacia abajo, lo que les da una apariencia particular.

A la derecha de la sala se ve un semicírculo formado por una roca de muy escasa altura, semejante al círculo que como base del intihuatana se ve en Pisac; a éste semicírculo le falta el cilindro en que siempre rematan los intihuatanas.

Para pasar de un lugar a otro, visitando los restos que en grupos diversos se hallan en Machupiccho, es necesario subir o bajar graderías de piedras cubiertas de malezas y arbustos, pues casi todos los compartimientos están en distinto nivel.

El intihuatana sirvió para determinar las fechas exactas de los solsticios y equinoccios.
Subiendo por detrás de la sala principal, se encuentra otro Intihuatana grande, de forma circular, en cuyo centro se alza una argolla, en vez del cilindro ordinario, muy semejante a la de un umbral de que ya he hablado. Esta argolla tiene la particularidad de arrancar de la plataforma, con la que forma un solo conjunto. Cerca de éste se encuentra otro Intihuatana, que remata en un poliedro de cuatro caras. Estos Intihuatanas se hallan generalmente en las mayores eminencias del cerro.

Hacia la izquierda y en la parte baja del andén divisamos otro grupo de ruinas, entre claros muy estrechos que parecen. Allí todo es montuoso, y se han derribado inmensos y gruesos árboles, que tendidos en toda la extensión del campo, forman como un extenso puente o una malla formidable, sobre la cual hay que caminar para trasladarse a aquel lugar. Llegando a los muros más altos, se encuentra una pared hecha de piedras pulidas y de unión muy delicada y perfecta. Desde el suelo, que es una calle entre dos paredes muy cercanas, mide aquel muro siete metros y medio de altura. Encaramados a un tronco subimos dicha pared, la que da acceso a un terrado de cincuenta metros cuadrados de extensión, donde en la actualidad se cultiva maíz.

Después de recorrer unos trescientos metros y bajar del andén en que nos hallábamos, encontramos en la pendiente escalonada del cerro, una especie de baño o pozo de piedra cuadrangular muy semejante al llamado baño de Ñusta, existente en Ollantaitambo. Tiene en parte inferior una especie de desagüe, que comunica con otro pocito o baño de igual forma, que se encuentra en nivel inferior, en esta forma escalonada encontramos en el descenso del cerro seis de esos pozos, los que según los indígenas, se suceden en idéntico modo hasta el río, es decir, en una pendiente de 200 metros de extensión, hoy cubierta por un bosque cerrado e impenetrable, pero cubierta toda ella de un sistema de andenes que circunda todo Machupiccho.

Todos los naturales que conocen esos pozos aseguran que ellos eran lavaderos de oro; pero, teniendo en cuenta que casi en todos los sitios o ciudades de importancia los antiguos peruanos, construían canales, con intermedio de recipientes o cubetas de piedra, creo yo que los pozos en cuestión no significan conductos por donde descendían, bien sea la chicha sagrada de las libaciones o la sangre de las víctimas de los sacrificios, para ir a perderse en la profundidad imponente de la quebrada. El hecho de que unos pocitos se comunican con los otros no puede darnos otra idea que el de acueductos para objetos de culto. Garcilaso relata que en diversos puntos estos canales servían para las grandes libaciones en honor del Sol.


El "torreón". Foto del autor
 Subiendo del lugar de los pozos, casi al pie de la choza del indio habitante de Machupiccho, se destaca dominando las andenerías bajas, una construcción sorprendente por lo rara, grandiosa por lo monumental, y reveladora por los detalles especiales que la rodean. En esa construcción es lo primitivo, lo rudo y lo grandioso que caracterizan los primeros pasos del hombre, mezclado, en curioso contubernio con la obra pulida, magnifica y artística de los momentos de esplendor de una civilización extraña inexplicable, pero efectiva y grande. Junto a una gruta semejante, a una vivienda de trogloditas, se admira una construcción parecida a un solo caserío o a una torre babilónica. Allí se manifiesta en íntimo consorcio la obra grande de la naturaleza, con la refinada del hombre.

 Es una roca inmensa, una mole informe, de siete metros de altura, coronada por una especie de Intihuatana, de una mampostería de piedra, acabada, por la regularidad y pulido de las piedras, como por la unión de éstas. Sobre la roca que se alza enhiesta, se ha construido una forma circular de torreón, que visto desde abajo recuerda una construcción asiria primorosa. En la parte inferior de la roca que mira hacia el río se ve una puerta oblicua triangular abierta en esa masa informe de piedra, y en esa gruta o cueva; en el seno disgregado de la roca, se encuentra una habitación ornamentada de muros de piedras cuadrangulares, iguales a los de Ollantaitambo, de alacenas de doble fila y de clavos de piedra que dan a ese lugar un aspecto imponente y sombrío. Parece que un titán, un gigante, se hubiese deslizado por una grita de la roca, y con colosal esfuerzo de sus espaldas, al levantarse la hubiera disgregado, quebrando y dividiendo en dos partes desiguales, una, la de la izquierda más inmensa, y la de la derecha, un trozo, mediano. La parte de la izquierda se inclina a la de la derecha, pero para no dejar que se vuelvan a unir, para hacer un juego de capricho esas dos fracciones se han juntado con una especie de pared pequeña, muro o columna de la misma construcción en la parte alta del torreón. Ese trozo de mampostería semeja una chapa hermosa de dos fragmentos de roca separados, sobre la cual se mantuviese la mayor porción de ella. Es un remiendo de piedra pulida, hecho en una roca bruta, tal como la hizo la naturaleza.

Penetrando en esa especie de gruta se llega a una pieza húmeda irregular, de ocho metros cuadrados de extensión, cuyo techo está formado de piedras labradas. Sus paredes están, como dije antes, formadas por muros de piedras pulidas que constituyen como decorado de ese subterráneo curioso y extraño. Arrancando del ras del suelo, se ven cuatro nichos o alacenas de mayores dimensiones que las que ordinariamente existen en ruinas semejantes; su altura es un metro cuarenta y siete centímetros, y en la base de sesenta y cinco centímetros, y su profundidad es de veinte centímetros. Tiene exactamente todas las dimensiones para que se encaje un hombre de alta estatura, con un espacio suficiente para afuera, para poner un muro al mismo nivel de la línea del resto de la pared. Encima de estas alacenas se encuentran dos pequeñas, cuya altura es de cincuenta y cinco centímetros de ancho, en la parte de arriba de treinta y dos centímetros, y en la base de cuarenta centímetros, con una profundidad de veinte y ocho centímetros. En el muro se destacan también dos clavos de piedra delgada y pulida. Al entrar en la cueva hay tres secciones de tronos regulares, formados o labrados en roca, y casi todo el círculo, tocando con la base de las alacenas grandes, está rodeado de una especie de cornisa o plataforma también de piedra.

En la parte inferior se encuentra una gran piedra labrada, figurando un asiento.

Debajo del "torreón" un intihuatana precedida por una chacana.
En muchos lugares se notan vestigios de haberse hecho excavaciones, sin duda obsesionados por interés del oro que se cree existir oculto en esas regiones en proporciones fabulosas. Las alacenas mayores, por sus dimensiones, por el lugar en que se hallan y por el aspecto casi sombrío del recinto, hacen pensar que en ese sitio fue tal vez un lugar de castigo o de torturas. Es sabido que entre los antiguos peruanos las faltas graves, aquellas que se cometían contra la majestad real, contra la santidad del culto o contra el pudor de las mujeres escogidas, se penaban con el emparedamiento.

Al lado de lo que podemos llamar un torreón, se encuentra otro muy semejante al anterior, pero sin la gruta y en estado ya muy ruinoso. En su coronación ofrece el mismo carácter de construcción que el primero, así en la calidad y pulimento de las piedras como en las líneas de unión. Encima de este último hay un pocito o baño de piedra de siete centímetros de profundidad y de dos metros de perímetro. De este sitio se pasa a otra habitación que no tiene sino parte de sus muros de piedras cuadrangulares, con dieciséis alacenas y muchos clavos colocados entre aquellas.

Próxima a la anterior y casi sobre el torreón principal, hay un espacio grande rodeado de muros, que parece una plaza circular de gran importancia. Tiene seis alacenas pequeñas y dos grandes, y comunica con una habitación muy semejante a la galería de Ollantaitambo, está ornamentada por nueve alacenas con clavos cilíndricos entre una y otra. En un extremo de esta plaza hay un hueco profundo, cuyo término no se conoce. En uno de esos subterráneos tan comunes en el Cuzco, que se llaman CHINCANAS, y sobre los cuales existen tradiciones populares fantásticas e inverosímiles. Tras las anteriores piezas, y casi comunicándose con ellas se encuentra una portada de dos metros de alto que da entrada a una habitación cuadrangular de paredes iguales a las ya descritas, pero que tienen la particularidad de contar con dos puertas, una de entrada y otra que sirve de comunicación con la siguiente, y de tener las alacenas en doble fila, es decir, unas superiores y otras inferiores. En una última excursión universitaria se ha visto y se ha constatado que esta pieza era una habitación de dos pisos.

Tras los muros de esta última pieza, y caminando por la izquierda del andén en que se halla situado este grupo de construcciones, hay tres callejuelas estrechas suficientes para que pase un hombre medianamente gordo. Estas calles cortan transversalmente las habitaciones, por su parte posterior y son paralelas entre sí. Las paredes que la flanquean son de piedras unidas con barro y no presentan la grandiosidad y perfección de las otras.

Por todas partes, entre los breñales y el tupido boscaje, se presentan vestigios de andenes, casas y calles, todos los cuales no nos fue posible ver por lo impenetrable de los matorrales y por la grande altura de los andenes que separan esos lugares unos de otros.

Habíamos comenzado a visitar y medir las construcciones de que he hecho mención a las ocho y media a.m., hora en que volvimos a la choza de Anacleto Álvarez, subiendo por la hermosa gradería, que por sus tramos, la colocación de éstos y aún el color de las piedras, es igual a esa otra gradería existente en el Rodadero y que el vulgo conoce con el nombre de Cusillocjinqquinan.

 Audacia en quien escribe estas líneas aventurarse a emitir opiniones sobre la significación histórica y arqueológica de los admirables restos de Machupiccho, a los cuales rodean, por otra parte, detalles y pormenores extrañamente reveladores. Pero no estará demás comparar ciertos antecedentes, confirmados y conocidos, llevar una razón o prueba más a las que ya se han aducido sobre la significación y rol histórico de las diversas civilizaciones que se han desarrollado en este lado del continente, y sobre las diferencias y puntos de unión entre los restos encontrados en los diversos lugares del territorio, así como despertar el interés de los hombres de ciencia y del Gobierno, para hacer investigaciones y estudios sobre las regiones hoy desconocidas, que en otro tiempo han podido ser teatro de lejanas y hoy pérdidas civilizaciones. Lo que se creía selvas vírgenes, bosques intocados y regiones puras, hacia los cuales el progreso dirige hoy sus miradas de exploración y de conquista, ante los datos de la ciencia van presentándose como escenarios que vieron desarrollarse inmensos y grandes hechos, como depósitos sagrados de grandes tesoros de civilización, y como pitonisas mudas, que esperan para hablar el momento dela santa locura y de la obsesión inspiradora.

Aun cuando parezca paradójico, los restos de Machupiccho, expuestos al ultraje de la intemperie, alzándose en la enhiesta soledad de esas inhospitalarias alturas, están mejor conservados que los que se encuentran en lugares frecuentados por el hombre, como Ollantaitambo y Pisac. La naturaleza menos destructora y más pródiga en cuidados, ha guardado y conservado mejor los monumentos encomendados a su sola custodia, que el hombre cuya mano parece empeñada en borrar la huella de los siglos. Sólo los arbustos y las raíces de los árboles han desmoronado algunas piedras de los muros y han hecho perder la delicada ensambladura de los sillares. Como muy pocos pueden ascender a esos lugares y es imposible la traslación de las piedras hasta las fincas o poblaciones próximas, la mano del hombre ha quedado cohibida, y queda, de arrancar y destruir las paredes, para utilizar esos elementos históricos en edificios y fabricación de casas, ni aplicar la dinamita destructora de esos monolitos, para obtener piedras de las formas y de las dimensiones deseadas, como desgraciadamente ocurre en Ollantaitambo y Pisac, donde las casas de reciente formación ostentan esos hermosos sillares de los monumentos que existen en sus cercanías y al alcance del hombre.

Sería conveniente que las autoridades respectivas hicieran desbrozar y limpiar anualmente, por lo menos, ese bosque endosado, que en un momento cubre con su follaje toda su extensión y duración.

Lo que desde el primer momento llama la atención en Machupiccho es la absoluta carencia de agua; pero a poco que se escudriñe se ve por la parte izquierda del cerro y por toda la pendiente del cerro que colinda con aquel, existe una acequia antigua, obstruida, como casi todas las de su clase, acequia que recorre una gran extensión y por donde seguramente corría ese precioso elemento de vida, para los habitantes de esa población antigua.

Capac Ñam. Entrada a Machu Picchu por el inti puncu. Foto del autor.
Siguiendo casi la misma dirección de la acequia, se ven la huellas del camino que dicen comunica Machupiccho con Ollantaitambo, atravesando las peñas y los riscos por pendientes muy peligrosas. Según noticias de las personas que conocen ese camino, puede hoy utilizarse mediante obras de reparación, que no serían difíciles de ejecutar, por lo menos, para el viaje de peatones.

Es indudable, pues, que Machupiccho fue una población de gran importancia, cuya influencia en la vida de las que existían en la hoya del Vilcanota, la pregonan esos formidables restos de palacios, esos numerosos Intihuatanas, que en otro tiempo fueron lugares de cita y romería para las tribus creyentes, esos torreones, que, a guisa de los castillos de la feudalidad medioeval, se levantan como protegiendo la augusta serenidad de los edificios; esos canales y acequias, por donde corrían las aguas purificadoras de la libación sagrada y la sangre de las víctimas de los sacrificios.

Pero, ¿Por qué calla la Historia Colonial, por qué callan las tradiciones y todas las fuentes de información, no digo sobre la existencia de Machupiccho, sino de otros lugares, por los cuales anduvo la civilización con su cortejo de monumentos y su tormento de luchas? Ollantaitambo, en la misma hoya, fue el último reducto donde Ollantay sostuvo su pendón rebelde, y donde entonces existían ya esos restos que hoy admiramos, y que otra parte, son casi idénticos, salvo algunos detalles a los de Torontoi y Machupiccho. Las huestes derrotadas por los españoles, cuando las fuerzas vencedoras de Pizarro llegaron hasta el Cuzco, huyeron por las riberas del Vilcanota y las que pudieron escapar de la matanza fueron a perderse en la oscura soledad de las selvas. Además, la tradición, trasmitida a los primeros conquistadores, habría guardado la noticia de la existencia de esa población y de otras vecinas, y de este modo habríamos conocido y estudiado estos por hoy nuevos e ignorados lugares históricos.

Explorando por toda la región montañosa, hasta la parte ocupada por las actuales tribus salvajes, se encuentran, dentro de aquella región, vestigios de construcciones, que atestiguan que hubo un tiempo en que formaron parte de un pueblo grande, próspero y conquistador, y que algún cataclismo geológico o social, como una invasión de otras razas, lo fraccionó y quebrantó.

Machupiccho puede ser una población que recuerda una civilización quechua, anterior a la dinastía de los Hijos del Sol, que tal vez haya florecido durante la dominación Aymará, o tal vez antes.

José Gabriel Cosío
Cuzco, 1912.

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