sábado, 13 de abril de 2024

VÍCTOR MAZZI TRUJILLO Y LA MANIFESTACIÓN DE UNA POESÍA PROLETARIA LATINOAMERICANA


Claudio Berríos Cavieres

(Valparaíso-Chile)

 

Su vida y obra reflejan la intersección entre la experiencia personal y la lucha colectiva de la clase trabajadora. Desde sus primeros días en un entorno minero hasta su activismo cultural y político posterior, Mazzi encarnó la voz de los obreros y su lucha por la justicia social, desafiando las convenciones literarias al situar la poesía proletaria como una expresión legítima y valiosa dentro del panorama cultural latinoamericano.

 

Mis terribles protestas

son cantos que interpretan mis líricos enconos

Mis gestas formidables hacen temblar los tronos”

 José Domingo Gómez Rojas, Rebeldías líricas

l siglo XX marcó un renacimiento en la poesía en múltiples aspectos, y Latinoamérica no fue ajena a este proceso, ampliando sus horizontes hacia elementos inherentes a su historia y composición social. Un ejemplo de ello fue la poesía indigenista vanguardista, que plasmó de manera vivencial la presencia de las comunidades indígenas en sus versos, a pesar de ser obra de no indígenas, representando así una propuesta política que visibilizaba a un sujeto histórico excluido del relato nacional.

De manera similar, la poesía popular que reflejaba la llamada «cuestión social» de los sectores vulnerables, aunque más presente, emergió desde los mismos sectores excluidos. En el caso de la denominada «poesía proletaria», surgen diversas cuestiones conceptuales para abordar este tipo de trabajos, cuestionando si corresponde a escritos producidos por individuos de dicha clase o si sus versos responden a un imaginario clasista, o quizás a ambos.

El caso del poeta peruano Víctor Mazzi Trujillo ejemplifica esta doble condición. Mazzi representa un extenso trabajo de gestión cultural y creación poética, lo que lo convierte en una figura clave en la historia de la poesía proletaria peruana y latinoamericana. Nacido en 1925 en el distrito agrícola de Apata, provincia de Jauja, se trasladó junto a sus padres al asentamiento minero de Morococha en sus primeros días. «Jurídicamente soy de Morococha, pero telúricamente, de Apata», afirmó. Esta dualidad de origen, entre un entorno campesino y uno obrero, se refleja en su obra poética posterior, donde la presencia de ambos mundos se entrelaza:

«Vuelve el sol (del milenario frente)
a brillar entre mis sienes.
Adán -abrumado por su propia tristeza-
tiembla en las tierras de mi labranza.
¡Oh, el alba de asnos de praderas!
¡Oh, la fiera máscara de carbunclo!»

Morococha era entonces un vigoroso enclave obrero, dependiente de la empresa norteamericana Cerro de Pasco Copper Corporation. A mediados de la década de 1920, el intelectual marxista peruano José Carlos Mariátegui fue uno de los que promovió con mayor interés la organización sindical en ese sector, considerándolo un punto clave en el Perú para iniciar un trabajo clasista. Víctor Mazzi tuvo sus primeros acercamientos a las letras en el Centro Escolar Obrero, un espacio autogestionado por los trabajadores, donde fue instruido por Gamaniel Blanco, líder minero e intelectual de Morococha, promotor de la Federación de Trabajadores del Centro y organizador de una huelga minera en 1929. Blanco falleció en 1931 en una cárcel de Callao debido a las golpizas recibidas:

«Esta puerta que mi verso abre
encuentra a Morococha
ardiendo de antimonio,
tosiento el voraz golpe
de toda su neumoconiosis.
Pueblo minero, cuyo sufrimiento
limítrofe con la sangre fresca todavía
del acribillado Malpaso,
más allá con el humo
fúnebre de Oroya; al otro lado
con el carburo triste de Casapalca
y con esa cumbre de mi canto,
Anticona, la del trueno amargo.
¡Morococha!… te grito,
aunque me duela hacerlo
con los dientes mayúsculos del hambre
y con la nieve de mis huesos;
me duele gritarte ahora,
en esta hora, que tu afecto
tiene rodillas de tiempo hincado.»

Víctor Mazzi Trujillo Cerro de Pasco, 1953. Leyendo un libro.
 
La crisis económica de 1929 provocó un masivo éxodo de trabajadores de Morococha, una realidad obrera a lo largo de toda América Latina, y la familia del futuro poeta se sumó a este éxodo. Después de varios años de peregrinación, se establecieron definitivamente en Chosica, una zona precordillerana de la provincia de Lima. Entre el trabajo de carpintería y construcción, Mazzi continuó su voraz lectura de autores como Máximo Gorki, Panait Istrati, Jack London, Elías Castelnuovo y Álvaro Yunque. Este contacto con la literatura social lo llevó a la escritura de su poemario Guirnalda de canciones a Chosica, publicado treinta años después:

 «No solo eres, Chosica, luz y sombra
de montañas, follajes y canteras.
No solo eres un regalo de albas jazmineras
que, entretejiendo una alfombra de amor, iluminan.
Ahora tus poblados son testigos del barro
y se vuelven beligerantes con los obreros
del cemento, ferrocarriles, papel,
cuyas sienes pronuncian tu sudor.
Así, desde entonces, en virtud del tiempo,
tu entorno adquiere una gracia renovada
con un lenguaje que resuena como bronces.
Y una voz creciente, como la mía,
que cada día afirma
tu vitalidad, tu caudalosa melodía.»

Su primer trabajo publicado fue Reflejos de carbón en 1947. Durante esos años, surgieron otras obras de temática proletaria, como Pan y rebeliones de Jorge Bacacorzo, Antena proletaria de Augusto Mateu Cueva, Alaridos de Oscar Cano Torres y De acero somos de Oswaldo Jiménez Rojas. El trabajo de Mazzi formó parte de un universo proletario que encontraba en la pluma una forma de expresión y de rebeldía.

En 1950, partió a trabajar en la construcción de la central hidroeléctrica de Paucartambo. Durante su labor como obrero, se convirtió en corresponsal del diario Última Hora, estableciendo contacto directo con otros intelectuales obreros. Junto a otros trabajadores de la zona, fundó un grupo de lectura colectiva llamado «Tierra y Libertad», con el objetivo de compartir sus propias obras literarias.

La adquisición de la hidroeléctrica por parte de Cerro de Pasco llevó a la dispersión de los miembros del grupo. Mazzi regresó a Chosica, y empezó a trabajar en la guardianía del local del Movimiento Social Progresista (Lima) donde conoció al poeta Leoncio Bueno, y juntos decidieron fundar el «Grupo Intelectual Primero de Mayo». «Estamos convencidos -señala el documento fundacional- de que la clase trabajadora y sus organismos de lucha son las bases y el espíritu de la sociedad del futuro; por tanto, es lógico promover la creación de un movimiento artístico que, surgiendo de la clase trabajadora, promueva sus legítimos representantes y voceros en el mundo del arte y la cultura». La agrupación buscaba así construir una cultura desde la base obrera misma. Un mundo cultural que brotaba desde sus entrañas, germinando y construyéndose en su propia clase.

Debido a la masiva desocupación de obreros de la construcción a mediados de la década de 1960, Mazzi se dedicó a la venta de libros, estableciendo un pequeño puesto en las escaleras del comedor de estudiantes de la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle-Chosica. Su modesto local se convirtió en un espacio de reunión intelectual y consulta bibliográfica. Esta actividad continuó hasta la intervención militar de 1977, cuando muchos de sus libros fueron confiscados y destruidos. Luego, trasladó su puesto a un local en el jirón Camaná (Lima). En 1978, el «Grupo Intelectual Primero de Mayo», en una reunión que convocó a 48 agrupaciones artísticas de Lima, nombró a Mazzi como coordinador de la Coordinadora de Trabajadores de Arte Popular, y también inició la publicación del boletín Puntos de Clase. Durante las décadas de 1970 y 1980, fue invitado a diversas partes del Perú para presentar sus trabajos y dar charlas sobre la poesía proletaria peruana. Estamos, entonces, frente a un poeta-intelectual-obrero-gestor cuya labor se desplegó en múltiples formas.

 


Víctor Mazzi Trujillo en su puesto de libros en la Universidad La Cantuta, 1976. © Archivo familiar

En 1976 publica la obra Poesía proletaria del Perú (1930-1976). En su introducción Mazzi señala las características de la poesía proletaria, señalando que es un “hecho nada ordinario en los registros informativos de casi toda la literatura iberoamericana”, reconociendo en ella el registro del sentir y pensar obrero. Una poesía que siempre ha sido colectiva, “que en múltiples oportunidades ha sido calificada (por obvios motivos) de clandestina, subversiva o informal”. Se hace cargo de la pregunta por la “poesía proletaria”, señalando que es “la vivencia y experiencia de la cuestión social y política de la clase obrera, cuya naturaleza siempre entrañe y perfile una fisonomía clasista en tanto halle la sociedad divida en clases”. Es por tanto una poesía de carácter netamente experiencial, de identificación comunitaria, sustentada en un compromiso político. En este aspecto, la cultura proletaria debe ser entendida como la construcción de un mundo clasista exogámico, capaz de traducir a su propio cosmos la cultura que nace fuera de él. Como señaló alguna vez César Vallejo en razón a las vanguardias: “Los materiales artísticos que ofrece la vida moderna han de ser asimilados por el espíritu y convertidos en sensibilidad”. Al igual que Vallejo y sus Heraldos negros, la poesía de Mazzi contiene el hálito universal a partir de un acto personal. Universo e individuo coexisten:

«Rosseta es una muchacha morena y lista
con un claro olor a heno de los campos
que baña el Mississippi
según va explicando Hugo Strasser
con el cromo de su saxo alto
y/o con su oscuro clarinete
mientras yo
suspendido en el andamio
corro peligrosamente para ganarme el pan
y trato de alguna manera de mirar el horizonte
y bajar pronto para encontrarme con Rosseta
y hacer estallar el grito ¡viva la revolución!»

Víctor Mazzi Trujillo, enero 1989, un mes antes de su deceso. Foto: Eduardo Ibarra.
 
Su vida y obra reflejan la intersección entre la experiencia personal y la lucha colectiva de la clase trabajadora. Desde sus primeros días en un entorno minero hasta su activismo cultural y político posterior, Mazzi encarnó la voz de los obreros y su lucha por la justicia social, desafiando las convenciones literarias al situar la poesía proletaria como una expresión legítima y valiosa dentro del panorama cultural latinoamericano.

 

Otros poemas de Víctor Mazzi Trujillo

 

Nana para el nene de la sonaja roja

Dormid, retoño de mis días,

en lo hondo de tu almohada

-Duerme, mi nene, duerme

quizá esta noche hay redada.

 

Dormid, hijo de mi aliento,

que nos rondan seres raros.

-Duerme, mi nene, duerme,

Aun resuenen botas y disparos.

 

Dormid, pequeño proletario,

 junto a tu madre adorada.

-Duerme, mi nene, duerme

que no dormirá tu camarada.

 

Dormid, gajo de mi sangre,

Mientras con vosotros viva.

-Duerme, mi nene, duerme

con tu sonaja roja, subversiva.

 

Dormid, futuro socialista,

sin que te perturbe nada.

-Duerme, mi nene, duerme

que ya vendrá la alborada. 

 

Canción para el pueblo de Chile

Con odio matador

el fascismo suena

por tierra chilena

a muro y tambor.

 

Cayó el poblador,

el minero yerto;

más queda despierto

el viento rugidor.

 

Cayó el labrador

y el estudiante,

más va adelante

el río atronador.

 

Cayó frío el cantor,

muerto el albañil;

más vive el fusil

del franco luchador.

 

Anda, ve y dile

al mundo entero

que aún sangra fiero

el pueblo de Chile.

 

De cal y canto

No preguntéis por el amor, el pan o la rosa,

aquí donde es delito pensar a diario,

decir lo que uno siente;

aquí donde Carmen, la lavandera,

o Juan Raimundo, el ferroviario,

hablan a secas, indefinidamente,

tal como voy haciéndolo entre mis versos.

 

Sucede lo inesperado, brutal, inadmisible:

suenan botas, resuenan tiros

horadando la tranquilidad.

Y eres preso y condenado a suscribir

no sé qué testimonios (cosa terrible)

contra el hermano o el compañero

y más de las veces contra tu propia vida.

 

Víctimas, cómplices, testigos. No digáis

que el cielo es nuestro, tampoco el averno

(son antiguas creencias).

Aquí, ay, yan sólo nos basta sentir

el golpe del frío en las entrañas

o arder con el bosque de los sueños

para entender la devastación del hombre.

 

No preguntéis por el amor, el pan o la rosa

aquí donde nos circunda el fuego de los bárbaros

y crece la matanza como un desolladero

no preguntéis por los vivos,

no preguntéis por los muertos,

en tanto no se levantan los puños

de la cólera y el odio del pueblo. 

 

[Extraídos del libro Poesía proletaria del Perú (1930-1976), 1976, Ediciones de la Biblioteca Universitaria, Lima]


Claudio Berrios Cavieres © El khipu de Juan Yunpa

Claudio Berríos Cavieres (Valparaíso, 1987). Profesor de Historia, Licenciado en Historia y Educación, Magíster en Filosofía, Universidad de Valparaíso. Doctorante en el Programa de Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, Universidad de Valparaíso. Miembro del Centro de Estudios de Pensamiento Iberoamericano de la Universidad de Valparaíso y parte del Comité Consultivo de la Cátedra Mariátegui. Editor de los Cuadernos CEPIB-UV. Actualmente es becario ANID. Ha publicado artículos en revistas nacionales e internacionales; y los libros Ensayos e investigaciones. Hacia una modernidad arcaica (2020); Contrapuntos latinoamericanos. Doce ensayos políticos-filosóficos para problematizar el continente (2020, coeditor junto a Gonzalo Jara); y el capítulo “Una revolución artística no se contenta de conquistas formales” en Jorge Polanco y Gonzalo Jara, Cien años de Los heraldos negros. Escrituras en torno a la poesía de César Vallejo (2019). [Todos descargables en Ediciones Inubicalistas]. Lee otro artículo de Claudio Berrios Cavieres en La Antorcha Magacín n° 4.