lunes, 28 de abril de 2014

CRÓNICA DE UN PUÑETAZO NO ANUNCIADO



Por: Jorge Rendón Vásquez



gostada la ola necrológica suscitada por el fallecimiento de Gabriel García Márquez, al poder mediático le queda en su haber la conversión efímera del genial novelista en un ícono, agitado ante multitudes agradecidas por dos presidentes de la República que podrían haber figurado en sus novelas como malévolos personajes de relleno.

El poder mediático había instruido a sus escribidores para eludir u oscurecer la ideología de García Márquez, su amistad con Cuba y con Fidel Castro, su natural empatía con los de abajo y el mensaje esencialmente ético de su obra, de los que nunca claudicó.

Hay un episodio en la vida de García Márquez excluido adrede del torrente mediático, un episodio compartido con Mario Vargas Llosa del que éste dijo que por un “acuerdo tácito” con García Márquez no trataban. Singular e inexplicable convenio del que no hay trazas y sólo existe como declaración de parte interesada.

Acaeció el 12 de febrero de 1976 en el Palacio de las Bellas Artes de México, antes de la proyección privada de la película “Sobrevivientes de los Andes”, a la que habían sido invitados, entre otras personalidades, García Márquez y Vargas Llosa.

García Márquez esperaba en el hall conversando con otros asistentes, cuando divisó a Vargas Llosa que llegaba. Se acercó a él con los brazos extendidos para estrecharlo en un abrazo. Vargas Llosa, con el ceño fruncido, gritó: “¡Cómo te atreves a abrazarme después de lo que le hiciste a Patricia en Barcelona!” y le propinó un terrible derechazo en el ojo izquierdo con el puño blindado por un gran anillo en el anular que tocó también la nariz. García Márquez cayó de espaldas sobre la alfombra sin conocimiento y manando abundante sangre de la nariz. Varios asistentes se inclinaron sobre él, lo reanimaron y levantaron, y la escritora mexicana Elena Poniatowska corrió a buscar una hamburguesa que colocó sobre el ojo afectado. En su casa, la esposa de García Márquez cambió el emplasto de emergencia por un bife fresco. Sólo así la hinchazón cedió rápidamente. Dos días después, el fotógrafo Rodrigo Moya le tomó a García Márquez una serie de fotos con el ojo negro, luego de haber hecho lo indecible para reducir en su semblante la sorpresa y la contrariedad.

Como dirían los penalistas, fue un golpe a mansalva y con alevosía y ventaja. ¿Qué lo motivó?[1]

García Márquez y Vargas Llosa se habían conocido personalmente en agosto de 1967 y ya se habían leído. Siguió una estrecha amistad que llevó a Vargas Llosa a hacer a García Márquez padrino de su segundo hijo. Desde ese año, García Márquez y su familia se establecieron en Barcelona y, poco después, recalaron también por allí Vargas Llosa y su familia. Ambos vivían en el barrio de Sarriá y se visitaban con frecuencia. En mayo de 1967, la Editorial Sudamericana había publicado en Buenos Aires “Cien años de soledad” que fue un éxito estupendo con ediciones sucesivas que aportaron al autor y a su familia una vida desahogada en lo sucesivo. Entusiasmado, Vargas Llosa escribió sobre esa novela su estudio “Historia de un deicidio”, publicado en 1971.

Tan ejemplar amistad fue destruida por un asunto de faldas.

A mediados de 1974, los Vargas Llosa retornaron al Perú por barco, y allí Mario conoció a una azafata sueca de la que se enamoró perdidamente y a la que buscó poco después en Estocolmo donde vivió con ella. Patricia Vargas Llosa, su esposa, retornó a Barcelona con sus hijos. No pudo contenerse y les contó a los García su drama. El tema del divorcio salió a relucir como una solución, acompañada del consejo de planteárselo a Mario. Otra versión añade que Patricia y García Márquez conversaron en la cafetería de un hotel y que éste le recomendó en broma la técnica del clavo que saca otro clavo. Para unos Patricia rechazó la sugerencia, y para otros “aceptó de inmediato la propuesta, y Gabo, fuera cual fuera su intención inicial, sucumbió a la tentación”. Cuando Mario regresó a Barcelona, Patricia lo esperó con un lío descomunal y, según cierta versión, para vengarse de él, le refirió su encuentro íntimo con García Márquez, añadiendo: “para que veas quiénes son tus amigos; mientras tú andas quién sabe dónde, ellos vienen a proponerme que me haga su amante”. 

Mario Vargas Llosa no volvió a ver a García Márquez hasta la noche de la aleve trompada. En Derecho Penal, el iter criminis es el camino de la concepción del delito y de sus causas. El delito, en este caso, se configuró por la agresión física, aunque no haya llegado a los estrados de la Justicia.

¿Tuvo otras causas que las mencionadas?

Pudieron haber tenido un peso determinante las concepciones ideológicas y políticas de los protagonistas, y los celos literarios de Vargas Llosa.

El 20 de marzo de 1971, el poeta Heberto Padilla fue arrestado con su esposa, la poetisa Belkis Cuza Malé, en Cuba, tras haber leído en un recital dado en la Unión de Escritores su poema Provocaciones, bajo la acusación de “actividades subversivas” contra el gobierno. Protestaron Julio Cortázar, Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Alberto Moravia, Octavio Paz, Juan Rulfo, Jean-Paul Sartre, Susan Sontag, Mario Vargas Llosa y otros. Cinco semanas después, a Padilla le hicieron cantar la palinodia en la Unión de Escritores y a renegar de sus obras e ideas expresadas anteriormente. En 1979, Padilla se exilió en los Estados Unidos. Para Vargas Llosa ése fue el punto de quiebre con el régimen cubano. Se alejó de él y empezó su marcha hacia el neoliberalismo y a los artículos muy bien pagados por el poder mediático internacional. Gabriel García Márquez no se sumó a esa protesta en público y nunca abdicó de su amistad con Cuba y Fidel Castro.
“Cien años de soledad” seguía vendiéndose por decenas de miles de ejemplares en castellano y otros idiomas. Como dijera alguna vez Pablo Neruda, esa obra y “Don Quijote de la Mancha” son las cumbres más altas de la novela castellana. En comparación con las obras de Vargas Llosa gana por diez a uno, por lo menos. Y esto no debe de haberle gustado a Vargas Llosa. Luego de su agresión a García Márquez en el Palacio de las Bellas Artes de México dispuso que su trabajo “Historia de un deicidio” dejara de publicarse.

Varias preguntas surgen frente a ese hecho.

¿A estar a las fuentes de información, actuó bien Patricia Vargas Llosa en indisponer a su marido con un entrañable amigo? Algunos silencios suelen ser necesarios en la vida de las parejas. En el Martín Fierro, el Viejo Vizcacha aconsejaba: “El hombre no ha de creer en la renguera del perro ni en lágrimas de mujer”.

¿Podía Vargas Llosa haber optado por una actitud alternativa a su derechazo? La prudencia habría aconsejado preguntar primero al acusado o pedirle explicaciones, aunque del incidente hubiera seguido un pugilato. ¿Se imaginan a García Márquez, pequeño y jovial, empujado a la Avenida Hidalgo, donde queda el Palacio de las Bellas Artes, a trompearse con Vargas Llosa, más alto y nueve años menor? Pero esta hipótesis no podía ser. Es verosímil que Vargas Llosa había preparado su ataque en años, obsedido por las tres causas indicadas y es posible que, en especial, por la tercera. Hay innumerables casos de aventurillas consumadas con el amigo o la amiga de la pareja de muchos años. Puesto que el affaire se había hecho público, la vindicta tenía que ser también pública para dejar indemne su ego machista. Él, sí; ella, no.

La fama tiende a volver transparente la envoltura de privacidad de quienes son acogidos por ella. Quedan expuestos al público como en escaparates iluminados. A no pocos personajes les deleita hasta el paroxismo llegar al estrellato en los periódicos y pantallas de televisión, y pagarían para que comentasen hasta sus disparates. A otros menos. A algunos no les importa que hablen mal de ellos, con tal que hablen. Parodiando el título de la novela de García Márquez “El coronel no tiene quien le escriba”, no podrían soportar que no se escribiera de ellos.

¿Por qué no tratar, entonces, de ese puñetazo no anunciado?

(28/4/2014)



[1] Mis fuentes son las crónicas de Dasso Saldívar, Orlando Isdatiú y Ángeles López, publicadas en El Mundo, Infonoticias de Prensa y La Razón, respectivamente, aparecidas en Internet.

jueves, 17 de abril de 2014

Los adioses: Fallece Gabriel García Márquez. (6 marzo 1927-17 abril 2014)


Escribe: Quintín Churaq Mamani.

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.”
ste primer párrafo apertura la opera prima de Gabo: Cien años de Soledad. Periodista desde su juventud, su escritura se elevó de simple crónica a la construcción de un universo narrativo sostenido por una realidad asfixiante, llena de conflictos pero mágica al fin. Narraba en distintas dimensiones un espacio vital: Macondo y con él, los avatares de los Buendía, desde el primero, el patriarca, Aureliano Buendía, muerto ezquizofrénico y atado a un árbol, y el último, Aureliano Babilonia, a quien están devorando las hormigas. Las vicisitudes de un clan familiar descritas desde una condición omnipresente, el personaje y el narrador confluyen en una identidad del transcurrir del pasado al presente donde un imaginario Macondo podía representar a cualquier pueblo de Latinoamérica.

Cien años de soledad resulta la historia de una realidad concreta que se muestra esquiva y se mofa de sus personajes. Lo impredecible y contradictorio sugería un escenario que discurre entre cada personaje. Antes y después de Cien años de soledad, Gabo había escrito cuentos y novelas cortas, sólo cien años resultaría la catapulta llamada “boom latinoamericano”. El mismo Gabo contaba que para escribirla tuvo que recluirse en su frugal estudio y desentenderse de los problemas cotidianos, incluyendo su labor de periodista. Sólo Mercedes Barcha, -su esposa-, pudo auxiliarlo en esta titánica labor escritural. Gabo recibía por una pequeña ventana los alimentos y los insumos necesarios para terminar la gran novela. Al tiempo de acabarla y dejar el claustro, quedó sorprendido de no encontrar ningún mueble u objeto de valor en casa, preguntó a Mercedes que había ocurrido con los muebles, a lo que ella contestó:- ¿de dónde crees que en este tiempo pude sostener las necesidades en esta casa?

La gran novela le fue ofrecida al editor español asentado en Argentina, Gonzalo Losada, quien tiró al tacho la copia, considerando que el autor aventuraba demasiado al trastocar la narrativa del realismo insertando composiciones que escapaban a ella, la magia no cabía en el universo que había diseñado para sus lectores. Felizmente la Editorial Sudamericana en 1967 accedió a tu solicitud y respetó el íntegro de tus textos. La primera edición se agotó en corto tiempo, siendo necesario publicar más reimpresiones. El boom que significó Cien años de soledad, reditó lo cultural y lo económico, -el sueño de cada escritor de vivir de su escritura creativa-. De las múltiples ediciones, -incluidas las piratas-, me parece la mejor editada por la Real Academia Española, en su edición conmemorativa 2007. Es necesario reconocer que hay otras novelas de igual importancia en la obra de Gabo: El coronel no tiene quien le escriba, los funerales de la mama grande, El amor en tiempos del cólera, crónica de una muerte anunciada entre otros, pero Cien años de soledad será la más representativa entre todas.

Uno de mis párrafos favoritos que suelo releer con placer y perversa proyección en el afán de mostrar los excesos de las metodologías sobre comprensión de lectura, es la referida a la narración de Meme, y, sobre todo, al pretendiente, personaje construido con el material inmediato: “joven, cetrino, con unos ojos oscuros y melancólicos”, “Se llamaba Mauricio Babilonia. Había nacido en Macondo, y era aprendiz de mecánico en los talleres de la compañía bananera”. El cerco amoroso que tendió éste a Meme fue fulminante, “No se asuste”, le dijo en voz baja. “No es la primera vez que una mujer se vuelve loca por un hombre”. La feliz agraviada recién comprendía…
Fue entonces cuando cayó en la cuenta de las mariposas amarillas que procedían las apariciones de Mauricio Babilonia. Las había visto antes, sobre todo en el taller de mecánica, y había pensado que estaban fascinadas por el olor de la pintura. Alguna vez las había sentido revoloteando sobre su cabeza en la penumbra del cine. Pero cuando Mauricio Babilonia empezó a perseguirla, como un espectro que sólo ella identificaba en la multitud, comprendió que las mariposas amarillas tenían algo que ver con él. Mauricio Babilonia estaba siempre en el público de los conciertos, en el cine, en la misa mayor, y ella no necesitaba verlo para descubrirlo, porque se lo indicaban las mariposas.”
Una vez culminada la lectura suelo preguntar: Diga usted ¿cuántas mariposas amarillas acompañaban a Mauricio Babilonia? Indique especie, clase y nombre científico de las mariposas amarillas. ¿Cuál es el tamaño promedio de las mariposas amarillas? Por supuesto que Gabo jamás hubiera entendido que el sentido simbólico de las mariposas amarillas fuera aplastada por una interpretación positivista tediosa y vacía. Ninguna pregunta tiene respuesta posible. Las interpretaciones y análisis sesudos al final resultan banales si no se tiene en cuenta que se trata de introducirnos en Cien años de soledad con todos los sentidos y nervios puestos de cara a la vida.

La zurda latinoamericana acogió con algún recelo la novela, pero no tardó en reconocerle méritos y sentirse parte del universo macondiano. Públicamente Gabo adscribió por la zurda latinoamericana. Narró la travesía del cineasta Miguel Littin exiliado por el dictador Pinochet, quien ingresó clandestinamente a su propio país para documentar el sufrimiento de sus connacionales. O del respaldo que brindó a Cuba desde la abusiva resolución que la marginaba de Latinoamericana por haber enfrentado al imperio y haber fundado un Estado verdaderamente libre. Nada tienen los conservadores y neoconservadores para reprocharle sus opiniones políticas y/o culturales, Gabo reconocía los tráfagos de la jauría que se utilizaban para atacar todo lo que disonara hacia la izquierda.

Hoy, jueves, -tal como Vallejo vaticinara su muerte-, te has ido en un viaje sin retorno. Si el obituario de cualquier periodico tuviera lugares comunes y referencias intemporales, sería el que tú mismo escribiste en los últimos párrafos al final de tu novela:
Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico, cuando Aureliano saltó once páginas para no perder el tiempo en hechos demasiado conocidos, y empezó a descifrar el instante que estaba viviendo, descifrándolo a medida que lo vivía, profetizándose a sí mismo en el acto de descifrar la última página de los pergaminos, como si se estuviera viendo en un espejo hablado. Entonces dio otro salto para anticiparse a las predicciones  y averiguar la fecha y las circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres al instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.”
Adiós Gabo, Siempre estarás en nuestro Macondo latinoamericano.

domingo, 13 de abril de 2014

Heidegger privado

Martíin Heidegger, señalado con una x, en un acto de propaganda nazi en noviembre de 1933. /ULLSTEIN BILD

Los cuadernos que el filósofo escribió durante sus años en el partido nazi ven la luz entre polémica

LUIS FERNANDO MORENO CLAROS

Tomado de El País.

res nuevos tomos pertenecientes a la monumental edición de las obras completas de Martin Heidegger (1889-1976), aparecidos en marzo en Alemania, han puesto de actualidad la personalidad y la obra del polémico autor de Ser y tiempo, “protagonista supremo de la filosofía del siglo XX” para muchos, “filósofo nazi” a secas y embaucador para otros. Dichos volúmenes constituyen las primeras entregas de los denominados “cuadernos negros”, las libretas de tapas de hule negro que Heidegger utilizaba para tomar anotaciones relacionadas con su pensar. Comenzó a usar este tipo de cuadernos en 1931 y continuó sirviéndose de ellos hasta poco antes de su muerte. Por voluntad suya, los cuadernos negros solo debían publicarse como colofón de sus obras completas. Custodiados en el Archivo de Marbach, nadie podría leerlos hasta entonces. El hijo no biológico de Heidegger, Hermann, dueño del legado de su padre, mantuvo un celoso silencio sobre el misterio de su contenido; pero también insinuó que, entre pensamientos muy valiosos para interpretar la obra de Heidegger, los cuadernos contenían “respuestas” que aclararían su implicación y ruptura con el nacionalsocialismo. Aparte de esto, ¿revelarían algo más hasta ahora escondido? Y una pregunta candente: ¿era Heidegger antisemita? De ahí que los estudiosos del filósofo y no solo ellos esperasen con expectación la aparición de estos volúmenes. ¿Colmarán tantas expectativas?

Estos tres cuidados tomos contienen la minuciosa transcripción de 14 cuadernos negros titulados ‘Reflexiones’. Hasta los 34 conservados, aún quedan por publicar 20 cuadernos más con títulos como ‘Anotaciones’, ‘Señales’ o ‘Nocturno’, entre otros; saldrán en 6 tomos más que completarán los 102 planeados para culminar la ingente “obra completa” de Heidegger.
Las más de mil seiscientas reflexiones heideggerianas, numeradas en su mayoría, que ahora ven la luz por primera vez, datan del periodo comprendido entre 1931 y 1941; una década maldita para los alemanes y poco halagüeña para Heidegger. Hitler sube al poder en 1933; este mismo año, “el filósofo del ser”, el “rey secreto del pensamiento” —así denominaban al profesor Heidegger sus alumnos— es nombrado rector de la Universidad de Friburgo. En 1939 estalla la II Guerra Mundial y, de fondo, la humillación de los judíos, premonitoria de su exterminio.

De manera sorprendente para muchos de sus conocidos que no veían en él a un “nazi”, Heidegger comulgó con los nuevos ostentadores del poder en Alemania; no se reveló ni olfateó el peligro, sino todo lo contrario. Mientras que el filósofo Jaspers, amigo de Heidegger, y tantos jóvenes “heideggerianos” seguidores de sus seminarios —Karl Löwith, Hans Jonas, Günther Anders, Herbert Marcuse Hannah Arendt— quedaron anonadados por aquel revés político, el nuevo rector se pavoneaba aquí y allá luciendo el águila alemana en la solapa; o posaba para la foto oficial de la Universidad con bigotillo chaplinesco-hitleriano, gesto adusto de führer y ojos de iluminado. En conversación con Jaspers, al expresar éste que Hitler no era un hombre de cultura y que bien poco podía esperarse de él, Heidegger le contestó: “Eso no importa, solo mire usted sus hermosas manos”. El “filósofo del comenzar” se emocionó con Hitler, creyó que su advenimiento simbolizaba el inicio de una nueva era que encaminaría a los alemanes a la verdad y al orgullo de su existir.

Heidegger se emocionó con Hitler,
creyó que simbolizaba una nueva
era que llevaría a los alemanes
a la verdad y al orgullo.
Heidegger, ampuloso y vacío en su gravedad política, actuó como un pequeño dictador durante el año que ofició de rector: dio un vuelco a la universidad. Creyéndose un nuevo Heráclito, un filósofo fundador y único, llamó a los estudiantes a pensarlo todo de nuevo, a “decidirse” por establecer sabiduría y cultura como valores absolutos a los que debían consagrarse con fanatismo. Los demás profesores y las autoridades nacionalsocialistas no compartían tan temerario afán de renovación y aislaron a Heidegger. Sus anhelos de führer universitario, acaso hasta de nazi iluso, chocaban con la verdad de lo que acontecía por doquier, lo cual no tardó en advertir, tal y como lo confió a sus cuadernos negros. En verdad el triunfo era del partidismo y la burda cultura que imponían los vencedores —una “cultura” de corte “popular”—; triunfaban el “ruido” y la “propaganda” (“arte de la mentira”) —anotó—. La Universidad se hallaba tomada por estudiantes en uniforme de las SA; había que medir las palabras en aquella institución transformada en “escuela técnica”. En suma, Heidegger se desilusionó.

El 28 de abril de 1934 apuntó: “Mi cargo puesto a disposición, ya no es posible una responsabilidad. ¡Que vivan la mediocridad y el ruido!”. Heidegger se enfadó con los nazis, aunque en privado. De pronto vio que el gran peligro que acechaba a la Universidad y por extensión a Alemania lo constituía “esa mediocridad y esa nivelación que dominan sobre todas las cosas”. Le resultaba insoportable que “maestros de escuela asilvestrados, técnicos en paro y pequeñoburgueses acomplejados se erijan en guardianes del pueblo”. En otras anotaciones posteriores —crípticas, como todas las suyas— se interrogaba sobre la valentía del preguntar, tan cara a su filosofía: “¿Por qué falta ahora en el mundo la disposición a saber que no tenemos la verdad y que debemos preguntar de nuevo?”. En la época que vive, anota de nuevo, las ciencias del espíritu se ven sometidas a “una visión política del mundo”, la medicina se convierte en “técnica biologicista”, el derecho es “superfluo” y la teología “carece de sentido”.

Tras el fracaso del rectorado, apartado de la política (“la realpolitik, una prostituta”), Heidegger siguió con sus clases y seminarios. En 1936 inició sus lecciones sobre Nietzsche y comenzó a interpretar la poesía de Hölderlin. En los cuadernos negros de 1938 y 1939 ambos autores están omnipresentes; el filósofo veía en ellos a los portadores de “verdades” que los alemanes no entienden. Incomprendidos y solitarios, se sentía afín a sus destinos: Alemania, “pueblo de pensadores y poetas”, no sabe como “pueblo” apreciar a sus pensadores y poetas. Entretanto, estalla la guerra. Heidegger, recluido en su cabaña alpina de Todtnauberg, se concentró en sus especulaciones sobre el “ser-ahí” o Dasein inmerso en los entes y ayuno del “Ser”. En sus notas jamás vemos un yo personal que exprese sentimientos; Heidegger se muestra frío y dramático, sin un ápice de humor; solo abstracción y torsión de las ideas salían de su pluma.

Algunas entradas consignadas en 1941, de eco antisemita, han levantado ampollas en la prensa internacional. Heidegger, quien jamás se pronunció sobre el Holocausto, rechazaba las teorías raciales tachándolas de “mero biologicismo”, pero también escribió que “… los judíos, dado su acentuado don calculador, viven desde hace mucho según el principio racial; de ahí que ahora se opongan con tanto ahínco a su aplicación”. Otras reflexiones sostienen que “judaísmo”, “bolchevismo”, “nacionalsocialismo” y “americanismo” son estructuras supranacionales que forman parte del ilimitado poder de una “maquinación” universal —“Machenschaft”—, a la que solo mueven “intereses” que han causado la guerra mundial. La guerra es la consumación de “la técnica”; su último acto será “la explosión en pedazos de la tierra y la desaparición de la humanidad”. Tal desenlace no sería una “desgracia”, escribe el filósofo, “porque el Ser quedaría limpio de sus profundas deformidades causadas por la supremacía de los entes”. En otra anotación, Heidegger sentencia: “Al hombre espiritual activo solo le quedan hoy dos posibilidades: estar en el puente de mando de un dragaminas o volver el barco del más extremo preguntar hacia la tormenta del Ser”. Él optó por lo segundo.

Al final de la guerra, en 1945, a Heidegger lo enrolan en las milicias populares para la defensa de Friburgo, pero el Reich capituló antes de que pudiera trabar combate; su lucha particular sobrevino después. Tachado de nazi, los aliados le prohibieron dar clases. Lo que más disgustó a la comisión que juzgó su adhesión al nacionalsocialismo fue la ausencia de arrepentimiento por parte del afamado profesor. Se mostró distante, mudo. Cuando de nuevo le llegó la fama, en vez de decir algo contundente sobre su pasado o sobre los crímenes nazis, siguió guardando silencio. Hannah Arendt exculpó su mutismo destacando su falta de carácter y su cobardía. Pero ¿de verdad había algo sustancial detrás de semejante callar? ¿Podía un filósofo tan abstracto dar respuestas claras? (“Toda pregunta, un placer; toda respuesta, un displacer”, poetizó). Se necesitará un estudio profundo de estos cuadernos negros para determinar si las reflexiones que contienen aportan luz en las tinieblas heideggerianas. Para empezar, una sentencia luminosa del propio Heidegger: “El errar es el regalo más escondido de la verdad”.

Martin Heidegger. Gesamtausgabe (obras completas). Tomo 94: Überlegungen II-VI (reflexiones). (“Schwarze Hefte”, 1931-1938) (cuadernos negros). 536 páginas. 58 euros./ Tomo 95: Überlegungen VII-XI. (“Schwarze Hefte”, 1938-1939). 456 páginas. 48 euros. / Tomo 96: Überlegungen XII-XV. (“Schwarze Hefte”, 1939-1941). Edición de Peter Trawny. Vittorio Klostermann. Frankfurt am Main, 2014. 286 páginas. 37 euros.

lunes, 7 de abril de 2014

Tundra la mañana, Zumarán.

DEL ARENAL LAMBAYEQUE  A  CAMPOS  ELISEOS



Escribe: Roque Ramírez Cueva





ace algunos años llegó, a nuestras manos, el manuscrito de un libro de poemas llamado por su autor Tundra la mañana. A solicitud mía fue que su creador me los cedió con el propósito de comentar dichos versos. El resultado de mi lectura no se publicó en el diario capitalino donde entonces colaboraba por la extensión de la nota, mi amigo y paisano Hernán Flores con toda su bonhomía y carisma de editor del suplemento cultural Cara & Sello no podía cederme dos páginas, ya tenía asignada una.

 En un breve lapso de tiempo cambiaron al amigo editor. Hoy algunos lustros después en memoria de algunos amigos enteros –los números de mi mano-  a quienes extravié su compañía virtual y cierta, rescato, para las páginas virtuales y los ojos certeros del lector, tal otear del conjunto poético de uno de ellos, no sin antes dar a conocer los caminos y las huellas del poeta.

Jorge Zumarán nacido en la ciudad de Chiclayo, norte peruano, hoy radica en Francia desde el año 1973, año de terror desde aquel septiembre fascista en que se vieron obligados a inmolarse los mejores hijos del pueblo chileno, y motivo por el cual nuestro poeta tuvo que salir de la patria de Víctor Jara, donde viajó por coordinaciones estudiantiles. Allá en parís estudia y se gradúa de economista en La Sorbona, para costearse los estudios se obligó a trabajar de obrero en las minas de sal de Suiza.

Acá en Perú, antes de Chile, había ingresado a la Universidad Nacional de Ingeniería, centro de estudios en el cual se involucró en los círculos literarios, ganando en 1968 el primer premio en los Juegos Florales “Edgardo Tello” organizados por el CEIME-UNI, con el conjunto de versos “Poemas de la tierra y de sus hombres”. En este mismo certamen, con otro poemario “Guerra del estío”, obtuvo mención honrosa. Ambos trabajos galardonados, junto con otros poemas, fueron reunidos y publicados bajo el título de Fantasmas y resurrecciones, en 1973.

Esta poesía era el resultado de la vibración pasional propia de los años juveniles y que la trabajó en la línea e influjos de lo mejor de la poesía hispanoamericana de los años 20 y 30, en la ruta realista y formal de Miguel Hernández, Pablo Neruda y, obviamente Vallejo. Lecturas obligadas en el escozor de los patios universitarios de la década 60, de los cuales saldrían las promociones poéticas de los años 70. El camino de Zumarán es similar al común de los jóvenes promocionales de aquel entonces, unos continuaron con la experiencia de los poetas de la generación del 50, y la mayoría se inclinó por la nueva veta de la poesía conversacional refractada desde las costas anglosajonas. Contados fueron los escritores que se interesaron por la surgente literatura proletaria.

Esta poesía  primera la armó conjugando el verso irónico,  romántico (a lo Olmedo),  cinético (Neruda) y didáctico (Bretch) en pos de cantos requeridos por modernas epopeyas que, por cierto, ni las guerrillas de ese momento hicieron posible. Leamos, los siguientes fragmentos de Fantasmas y resurrecciones: “Grité ¡vivan los pobres! / Y el grito comenzó a girar con el viento / se fue a las cordilleras, también a las ciudades, /se incrustó en mil gargantas / se paseó entre millones / y volvió enardecido.”

Y luego, estos: “Desnuda tu cuerpo / desnúdalo arrojando lo más lejos posible / la ropa que lo cubre, / no hay ojo milenario / que no descubra desde el fondo de mi pupila / las crestas de bambú. / El desierto nos devora. / Ábrete a la noche y a las arenas.”  O  estos: “Aquel día estaba vertical / y dijo / mirando a su familia: / los quiero tanto, tanto”. Se aprecia, entonces, el andar de una experimentación que le abrirá la trocha de la decantación de esas huellas foráneas que lo impulsaron hacia el desbroce de las propias.

Conjugación que incorporó también los aires de la canción y/o poesía popular, cuyos compases sonaron  en valles lambayecanos a ritmo de pie de tierra, coplas y décimas zañeras, leamos: “En las tierras / norteñas / crece la caña/ crece la caña. / Y en los brazos del labriego / crece la furia / crece la furia. / Y con la caña / y con la furia / vienen los años de las hogueras.” Los poemas de Fantasmas y resurrecciones, por cierto, se enlazan con el vaso comunicante de un aliento alto y romántico en la semántica de estos versos primeros.

Bien, vayamos al libro, cometido de la nota, cuando éste llegó a mis manos estaba inédito, hoy, quizá ya no lo sea, lo cual me alegra. Tundra la mañana, es una construcción que llama nuestra atención por efecto de una paciente y celosa tarea formal que se cimenta en el diseño vertebral de su arquitectura. Sus versos activan, al leerlos, las sensibles armonías sonoras en las que están estructurados. Compuestos desde la impronta de la poesía castellana a la que se le adosa una fluidez madura del ritmo coloquial.

De esa manera, la amalgama de lo tradicional y lo moderno, propio de la poética de esas décadas últimas del siglo XX, estructura el lirismo de Zumarán. Tundra la mañana muestra elementos peculiares, en su naturaleza poética, los mismos que se aprecian en el uso de objetos regionales cómo el desierto, paisaje de dunas que, entre uno y otro poema, nos sugiere connotaciones encontradas: la indolencia provinciana, el extrañamiento de la patria y todas las orfandades que conlleva, desolación absoluta (sin lares ni gente íntimos, y sin la vitalidad de su raigambre).

Otro, es el agua inmensa y desolada en alta mar, escurridiza en las mezquinas sequías, bullangera y benigna en sus diluviales avenidas, es decir aguas movidas, ámbitos en cuyos intertextos la digresión de los griegos nos aflora asuntos comunes y totales. Camuflado dentro del agua está inmerso el elemento esencial sobre el que se explaya la voz poética, el tiempo. Tiempo destructor y constructor del todo y la nada. Término último que nos lleva a preguntarnos, ¿qué es el hombre ante la inmensidad insondable del tiempo? Tiempo tan certero como un espejismo. Por último, no hay agua ni tiempo sin su energía espacial, el movimiento. Creador, éste, de los creadores primigenios. Que no son otra cosa que facedores o hacedores  primeros, trabajo y mente indivisos.

En otras palabras, estos cuerpos temáticos en lo externo e interno nos ofrecen la visión universal en que discurre la voz, alter ego, del poeta. Sus digresiones parten de un yo pensante oculto hacia un colectivo involucrado con el amplio espacio contextual en que se convive: el tránsito dialéctico del hombre en la historia, en especial del hombre involucrado en el trabajo.

Ahora, el agua, poema 3, es también un componente físico, no parcial sino celular del cuerpo amado, del cuerpo amante, mejor dicho del cuerpo extasiado, ebrio de ternura que galopa a plenitud por los meandros profundos del eros y que se mezcla con su natural complemento, los otros brazos, ramas prolongadas que se funden en uno, desentendiéndose de las cosas imprescindibles del entorno mientras la propuesta del amar fluye. Todo ello en la descripción cinética y frenética de una voz poética densa en imágenes y metáforas, con puntuales comparaciones y epítetos.

La armazón de sus poemas se cimenta en una cadencia similar a la de los tonderos (de los tonos del canto se pasa a la frase oral sin perder unidad sonora, y luego la réplica del canto). En los poemas esos tiempos se fragmentan mediante subtítulos que no eluden su condición de verso, o usando números y títulos que nos llevan desde la primera unidad significante a otra autónoma y a otra sin diluir el discurso total del poema. Sin, desde luego, intención alguna de aproximarse a la segmentación estructuralista. Mas, es cierto que tal cadencia cumple la función del distanciamiento propia del drama épico de Brecht.

Y para no empezar, cerramos, diciendo que la intencionalidad última de nuestro poeta Jorge Zumarán es deliberar acerca de un tema ineludible a quienes se vieron obligados a partir a la soledad del exilio, el tópico es la presencia fantasmal o la ausencia cierta de la nación, no cualquiera, la de ellos. Ausencia y presencia que como punzada hieren no sólo por desencantos padecidos –que no se abandonan ni alivian en el exilio sin riesgo de amputar su raigambre- sino que, y el poeta Zúmaran lo sabe, tal carencia vital de su geografía humana y natural les ha arrebatado algo, se sienten incompletos e inciertos ellos, los exiliados.

Tundra la mañana, muy diversa en su conjunto, trae también un poema en francés que por ser analfabeto, del idioma, no comentamos; y una prosa poética que encandila por sus aciertos de solidez temática y fuerza lírica. De esta manera, Jorge, de pronto como en reversa empezó a retornarse desde los Campos Eliseos a los arenales de Lambayeque, surgidos, nunca olvidarlo, en nuestro lato Perú.

Olvidaba mencionar que Jorge Zumarán, en sus tiempos de poeta joven, aparte de los círculos literarios de la UNI (Universidad de Ingeniería), llevando sus poemas  de Fantasmas y resurrecciones antes de publicarlos, conoce y empieza a frecuentar al poeta Víctor Mazzi Trujillo, junto con él a otros miembros del Grupo Intelectual Primero de Mayo, entre ellos a Eduardo Ibarra y Julio Carmona. No obstante, en sus viajes de retorno a Lima, no dejó de visitar Chosica, portando el preciado obsequio de libros sobre poesía proletaria en Francés, Paroles de Jacques Prévert fue uno de tantos, me testimonian que los infaltables amigos dieron una mano con la traducción. Tiempo después, en los oscuros 80, don Víctor me presentó a Jorge y lo leí.

A continuación presentamos dos de sus poemas incluidos en Tundra la mañana, ambos, poema 1 y 3 (fragmento), están incluidos en el subtítulo “La sombra del agua”:

La sombra del agua

1
El dolor es una forma de existencia
que tiene cuatro estrellas cardinales
la reflexión del tiempo sobrevive
a todo dolor
a toda dicha.
El tiempo es el agua en movimiento
generaciones sucesivas beben del mismo río
la reflexión del tiempo sobrevive
a toda generación  a toda espera.
La reflexión del tiempo
es decir su imagen en el agua
es un juego de vueltas incesantes
que sólo los ahogados reconocen.
La reflexión del tiempo estalla en los cristales
hace milagros en las cabelleras
siembra y destruye monumentos
el tiempo es reflexión y es nada.
La materia desenvuelve su proyecto asombroso
pero sin el tiempo sólo el terror persiste
como un caracol gigante que se extiende
el tiempo es el constructor más hábil.
La lucha contra el tiempo es una imagen
una ilusión del alba
los amantes se bañan desnudos en la playa
y pierden para siempre el placer de la aurora.
El tiempo es leal como una traición
está siempre en el momento preciso
lo que fue polvo ahora es espejismo
y el espejismo se posa detrás de las arenas.
El tiempo y el movimiento son dos abismos paralelos
que se lanzan terribles miradas sin futuro
el uno y el otro desenvuelven la materia
y la materia pare con dolor ajeno.
La reflexión del tiempo en un espejo
es el viaje infinito
La reflexión del movimiento en las aguas oscuras del océano
es  movimiento más movimiento.
La unidad del tiempo y del movimiento nos devuelve
a nuestra condición de creadores.
(16-2-82)

 3

La sombra del agua
acumulada en tus párpados
señalando al oriente
deshojando a los árboles

La sombra del agua
su forma indecisa
la bendición de tu boca
tu contacto inaudito

la placidez de los días
que se hunden en un lago
que hacen olas breves
cantos incomprensibles

la sombra del agua
la sombra de tu boca
la ansiedad de tus labios
tu cuerpo murmurando
la oscuridad de los túneles
los caminos de noche
las sombras rojo-oscuras
de tus manos temblando
aferradas al viento
galopando en las nubes
cascos desesperados
insectos ahogándose
atravesando el hielo capa frágil diamante

la plenitud de tus ojos
la plenitud de tu aliento
los cuerpos se desnudan
la hiedra repta y sube
inmóvil como un águila
el silencio es el único
movimiento de tus ojos
que son turbios y oscuros
de azul ebrio profundo
renaciendo del agua
del cansancio a la lucha

no hagas caso del aire
que en la noche te abrasa
de las rojas gargantas
de las piedras cerradas
atraviesa este campo
estas altas colinas
el granito que cae
la llama que se eleva

toca el basalto ardiente
que brota de la tierra
mezclándose a las sombras
a la sombra del agua que amenaza en tus ojos
que se mezcla conmigo
que conmigo se ahoga
en tus brazos de verdes
exhuberantes plantas

el declinar del día
el declinar del árbol
las piedras inclinadas
bajo tu austero paso
bajo tu breve paso
que nunca deja huellas
visibles en mis manos
que pasea en mi cuerpo
la ebriedad del cansancio
la exaltación sagrada
del trópico en verano /…/
tu voz rompe la aurora
mezcla colores líquidos
y todo es una hoguera
voraz devoradora /…/