sábado, 13 de junio de 2020

Natalicio del Amauta (14 junio de 1894)




CANCIÓN OBRERA A JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI

por: Víctor Mazzi Trujillo

 

Era alto

y deslumbrante como un faro.

Emergió su bronca voz

cuando se avergonzaba el hombre

de sus nefandas vestiduras,

crecían las persecuciones

y torturaban las nuevas ideas

hasta asfixiar en sangre

el grito jornalero.

Era la voz ardiente

que despertó huracanes,

invadió tugurios.

sublevó factorías,

despeñóse en sembríos

desbordando la aurora

Dijo, cósmico y clasista:

¡PROLETARIOS DEL MUNDO, UNIOS!

Irradió

los primeros resplandores

de la revolución socialista.

Por él, compañeros,

hemos aprendido la lección

de una vida esplendorosa

restallando las médulas

conociendo el suplicio

y, sobre todo,

levantando sindicatos,

defendiendo sin tregua

la horrenda explotación del hombre

Mañana, cuando nuestro hijo trabaje,

hasta erguir al dios de sus músculos,

cante con son violento

y logre su causa exacta

desatando el haz rojo

de su histórico destino

comprenderá por qué decimos:

¡LOOR A JOSE CARLOS MARIATEGUI!

Deuda al Amauta


ALONSO CASTILLO

Tomado de: Disenso: crítica y reflexión latinoamericana


l Perú contemporáneo le han faltado muchas cosas, ha sido tierra de innumerables derrotas e incontables injusticias, pero este país tan rico en cultura milenaria no ha sido nunca pobre en hombres de ideas, en espíritus cuyos aportes han contribuido enormemente al bagaje cultural de toda la humanidad. Tenemos al padre de la ingeniería aeronáutica, al iniciador de la teología de la liberación y al más grande marxista latinoamericano, me refiero a Pedro Paulet, a Gustavo Gutiérrez y a José Carlos Mariátegui, y a tantos más. Peruanos y no peruanos estamos en deuda con ellos. Me encargaré aquí solamente del Amauta. Daré a conocer cuatro cosas que José Carlos nos ha dado, cuatro deudas que nos dictan seguir su ejemplo.

Una imagen viva de Marx, el Amauta introduce el marxismo en el Perú, puede que varios antes ya hayan dado a conocer al cerebro alemán, pero José Carlos lo trae para encarnarlo en la historia del Perú, para recrearlo y ambientarlo a nuestro clima, ni calco ni copia. Pocos lo habrán notado pero su “historia de la crisis mundial” es una traducción creadora de los aportes de Tilgher, Spengler, Bergson, Gorki, Lenin, Trotski, Breton, Ortega, materia prima para comprender que la decadencia que ellos exponen es el mundo moderno, capitalista clásico y eurocentrista que había empezado a declinar. La concepción de Marx es un método, la de Mariátegui también, no es la letra en tanto letra sino en tanto brújula de viaje.

Una valoración y preocupación por el Perú, el Amauta nos hizo notar que sin la población de la sierra el Perú no era nada, que un Estado de criollos adinerados se identificaba más con Europa que con el Ande, que la nacionalidad peruana recién estaba en formación, que el tradicionalismo solo convierte la cultura en pieza de museo y no la enriquece con los valores universales. Mariátegui pudo no conocer el mundo quechua-aimara en su completa dimensión, pero tradujo como pocos el sentir andino al lenguaje universal contemporáneo, fue un suscitador de peruanidad, y en él lo que vale para el Perú vale para Nuestra América toda.

Una praxis revolucionaria, el Amauta fue obrerista, no es cierto que eliminó al “proletariado” como sujeto de la historia. Predicó la moral de productores de Sorel, vivió el huracán de la gesta italiana en las fábricas de Turín al calor de las luchas revolucionarias, se identificó con los panaderos y textiles en Lima, él mismo empezó como obrero y se supo trabajador del intelecto, fundó la central sindical, su verbo se hizo carne, la idea se asentó en la materia. Se volcó a la praxis partidaria, nunca dejó atrás ni su generosa apertura ni su férrea disciplina editorialista y partidista, fue fiel a sus principios, hombre de pensamiento y de acción.

Un modelo de vida, un “alma matinal”, como dijo Gamaliel Churata, un alma agónica, un espíritu polémico y religioso, no descansaba, nunca menguó su trabajo, fue pesimista de la realidad pero optimista del ideal y, sobre todo, de la acción. Reducido a una silla de ruedas, aminorado por una salud endeble, fue siempre un hombre de una vitalidad infinita, de una ambición existencial con pocos precedentes; metió su sangre en sus ideas, vivió peligrosamente. El Amauta es ejemplo de vida, fue flecha con objetivo impostergable, la vida que le faltó es la vida que nos dio, no se contentó con ver pasar la historia, decidió hacerla, ser artífice, ser parte del sujeto colectivo que construía un nuevo mundo ante “la decadencia de occidente” que trajo la “gran guerra”. ¿Su ideal de vida?, le preguntaron; tener siempre un ideal, contestó.

Quizás no lo hayamos notado, pero Mariátegui se confunde con la historia del Perú, su “edad de piedra” encaja perfectamente con la muerta “república aristocrática”, su “edad revolucionaria” cuadra como ficha de rompecabezas con el oncenio de Leguía contra el que insurgió, su lastimosa muerte anuncia la llegada de los regímenes fascistoides al Perú. La deuda del socialismo peruano con Mariátegui es la de aclimatarse seriamente en las tierras de Grau, la deuda del Perú con José Carlos es peruanizarse por fin él mismo, la deuda de toda teoría renovadora es tornarse honesta praxis creadora, la deuda de nuestra vida es no perderse en proyectos minimalistas ni flechas sin rumbo, de seguir nuestro ideal de un mundo mejor, trabajar para que la utopía, el mito, se haga realidad.

Amauta del Perú, contigo estamos en deuda.


Mesianismos pandémicos


Pedro Favaron

https://www.facebook.com/100007492457485/videos/2677696135823442/?t=0

uando hablamos de los pueblos indígenas como “vulnerables” o “subalternos” lo hacemos desde un lugar de enunciación que se asume a sí mismo como privilegiado y superior. Queremos asistir a los pueblos indígenas porque consideramos que ellos solos no pueden, que necesitan ser traducidos y que sus protestas deben ser canalizadas por los expertos. A partir de la crisis desatada por la epidemia del coronavirus, he leído con sorpresa la noticia de un diario mexicano que comentaba que un grupo de artistas peruanos estaba organizando una donación y venta de obras para “salvar” a los pueblos indígenas. Entiendo que el titular no fue dado por los artistas ni por los organizadores, que hicieron una noble tarea, sino que responde a las lógicas sensacionalistas de la prensa. Además, el titular fue luego correctamente cambiado. Sin embargo, el lapsus parece mostrar cierto ánimo mesiánico que anida en el corazón de algunos aliados de los pueblos indígenas; no puede olvidarse que la élite letrada (sobre todo la de raigambre indigenista y de izquierda) siempre ha pensado que los pueblos indígenas precisan de su guía iluminada.

Desconocemos las fuerzas espirituales, las capacidades de adaptación y la resilencia de estas culturas frente al sistemático intento, desplegado por los Estados modernos, de quebrarlas, de arrinconarlas, de destruirlas. A pesar de las evidencias de la fuerza interna de las comunidades, desde los sectores progresistas de la sociedad nacional, una y otra vez, se clama la necesidad de que el Estado intervenga sobre la vida y el futuro de los pueblos indígenas. ¿A qué se debe que no tengamos una mayor capacidad de organizarnos al margen del aparato estatal y que siempre que sucede algún imprevisto clamemos al Estado, casi como por un impulso reflejo, como si no supiéramos el populismo vacío de los gestos políticos y la corrupción que anida en el Leviatán burocrático? ¿Es que tan arraigado está el paternalismo en nuestra psique colectiva? Pero, solamente para aclarar, por si fuera necesario: los pueblos indígenas se van a “salvar”, solo si ellos quieren “salvarse” y se organizan para ello. Y en mi muy humilde opinión, que no pretendo que sea una verdad incuestionable, la posibilidad de que los pueblos indígenas se preserven en salud y vigor cultural, pasa por conseguir cierta soberanía alimentaria, política, pedagógica, lingüística, medicinal, tecnológica, territorial y espiritual. Y no por pedir una mayor intervención estatal.

Las formas de hacer política desde el Estado han debilitado el liderazgo y la autonomía de los pueblos indígenas. Todos los Estado modernos del continente americano, desde Canadá hasta Argentina, al menos desde el siglo XIX, han tratado de identificar a un grupo de líderes indígenas que puedan considerarse “representantes” de sus pueblos, para separarlos de sus bases y corromperlos. Sin embargo, dentro de las propias dinámicas indígenas, no existió nunca un concepto de representación, a la manera de las actuales democracias; ningún dirigente es lo suficientemente fuerte como para imponerse sobre la asamblea comunitaria, sino que los dirigentes deben ser portavoces de las asambleas. Y no pueden tomar ninguna decisión ni firmar ningún documento al margen del consenso de las asambleas. La misión principal de los dirigentes de las organizaciones y federaciones indígenas es la de ser intermediarios entre los pueblos, el Estado y los organismos internacionales. No deben aparecer como líderes mesiánicos, ya que tal actitud no es propia de la desjerarquización social que ha caracterizado desde antiguo a los pueblos amazónicos. Sin embargo, debido la interferencia de los Estados, los dirigentes indígenas, muchas veces, se vuelven una nueva clase social, separada del pueblo, que vive en las periferias de las ciudades y capta las ayudas económicas para su propio beneficio. Los dirigentes rara vez visitan las comunidades que dicen representar y en nombre de las cuales reciben fondos. Esto lo sabemos todos acá; y las comunidades lo denuncian reiteradamente.

Por ejemplo, el término Apo Koshi se ha puesto de moda para designar a los líderes del pueblo shipibo-konibo. Ahora muchos se hacen llamar Apos. Sin embargo, se trata de un neologismo bilingüe – quechua/shipibo - un tanto inapropiado; si traducimos el término Apo, tal como suele ser usado por las comunidades altoandinas, directamente al shipibo, el equivalente es Ibo, nombre que no corresponde para designar a otro ser humano. Las funciones de liderazgo comunal y de dirigencia de las organizaciones no tienen un término propio en lengua indígena porque corresponden a nuevas formas de hacer política, impuestas por el Estado, que nada tienen que ver con las dinámicas de organización social de los ancestros. Deben entenderse que los jefes y las autoridades actuales de las comunidades ocupan cargos rotativos, que duran poco tiempo y que cualquier persona mayor de edad que viva en la comunidad por algunos años puede ocupar. Lamentablemente, los dirigentes políticos de los pueblos indígenas han aprendido mucho de las mediocres formas de hacer política que imperan. Cuando pensamos sobre la tendencia humana a la corrupción no conviene ser esencialistas y considerar a los miembros de los pueblos indígenas, por el mero hecho de ser indígenas, al margen de las desviaciones que laceran al resto de la sociedad nacional. El populismo simplón de los políticos es una enfermedad muy contagiosa, que se ha propagado entre los dirigentes indígenas y también entre los intelectuales.

Si bien resulta fácil romantizar a los pueblos indígenas desde la ciudad, la mayoría de las poblaciones están atravesadas por las antinomias de la modernidad expansiva, las expectativas de la economía mercantilista y los modelos comportamentales de los medios de comunicación. Aunque hay excepciones, los saberes ancestrales de los pueblos indígenas (no creo que nadie pueda negarlo) se están perdiendo, por lo general, de forma bastante acelerada; y los propios jóvenes, en su mayoría, no quieren practicarlos, porque los consideran poco sofisticados. Cada persona, cada comunidad y cada nación, tiene la responsabilidad intransferible de salvaguardar su herencia y la libertad de decidir sobre su destino. Los pueblos indígenas no son mancos ni cojos que necesiten ser salvados por el Estado o por los intelectuales y artistas progresistas; son pueblos fuertes y resilentes que precisan, según mi parecer, que cese la opresión histórica que el Estado ha desplegado sobre ellos de forma sistemática, para que puedan decidir en libertad su propio destino, sin tener que cumplir con la agenda ideológica de nadie. Mi forma de entender la salud cultural y los pasos a seguir para alcanzarla no es más que una propuesta, que hago en mi condición de comunero de una comunidad indígena; pero serán finalmente las comunidades y cada una de las familias e individuos, quienes elijan qué relación establecen con los antiguos, de qué manera viven el presente y cómo se proyectan hacia el futuro.

San José de Yarinacocha, junio 2020

lunes, 1 de junio de 2020

La criminalización de la protesta

(En la foto, insurrección ciudadana en el mismo corazón del capitalismo, cuyo presidente ha llamado "terrorista" a la población airada antifascista).

Ricardo Virhuez

Hay debates en el mundo de las ideologías donde es imposible ponerse de acuerdo, como es el caso del “terrorismo”. Yo que ando metido en el ominoso mundo de los discursos históricos en busca de mejores materiales para mis novelas ambientadas en tiempos del antiguo Perú, incaicos y coloniales, totalmente disconforme con los discursos e interpretaciones elaborados por el poder, me pongo a pensar en lo frágiles que somos frente a la memoria, en cómo aceptamos ser juguetes de la ficción e instrumentos de todo aquello que despreciamos.

Aparentemente, hemos elegido usar el término “terrorista” para acusar al enemigo del mayor oprobio que nos dicta nuestra imaginación, para insultarlo, caricaturizarlo y, en fin, deshumanizarlo. Sin embargo, la realidad, esa vieja aguafiestas, nos dice que no hemos elegido nada. Podríamos alejarnos hasta la revolución francesa para comprender el uso político de “terror”, el mayor miedo contra los grupos de poder feudal que se concretizaba en la guillotina. Pero mejor es acercarnos en el tiempo y comprender que EEUU acuñó el delito de “terrorismo” para referirse a sus enemigos, sean comunistas, árabes, chinos, coreanos, africanos, cubanos, venezolanos, grupos de liberación o cualquier país que quieran invadir para saquearlo: todos son terroristas. Derivó de la tipificación ideológica a la delictiva. Y eso es lo que hicieron sus colonias.



Cuando empezó la “guerra popular” o la “guerra subversiva”, como se llamó entonces, Perú tenía un manual antisubversivo elaborado en la Escuela de las Américas, que como sabemos fue formadora de todos los dictadores y carniceros de Latinoamérica, donde se hizo Vladimiro Montesinos precisamente.

Luego, en 1989, al finalizar el gobierno del Apra, se publicó el Manual de Contrainsurgencia ME 41-7 que es un estudio bastante serio de la sociedad y sorprendentemente específico sobre cómo tratar al enemigo: no llamarlos marxistas, ni comunistas, ni socialistas, ni guerrilleros, porque son conceptos que tienen connotaciones de prestigio. Mejor llamarlos “terroristas”. Así deben llamarlos todos los niveles del Estado. Y, sobre todo, especial atención a que así debe tratarlos la prensa, las universidades, los intelectuales cercanos.

De ese modo, el término “terrorista” se vuelve de uso oficial y se ordena la anexión del adjetivo “delincuente terrorista” para aumentar el rechazo en la población. Es decir, el uso del término “terrorista” era un psicosocial a plenitud destinado a asociar la idea de “terror” con el enemigo. He ahí su imposición oficial en el Perú.

Naturalmente, este manual es un extraordinario conjunto de ordenanzas sobre cómo dirigir la guerra contrasubversiva, desde la inteligencia hasta el comportamiento militar, y me quito el sombrero por su excelente elaboración. Pero también es la prueba perfecta del terrorismo de Estado y de sus crímenes execrables, y esa es la razón por la que casi nadie conoce su contenido. Es la base ideológica del informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR). Y es el sustento de toda la política frente al “terrorismo” hasta nuestros días. Incluso la mayoría de escritores solo tienen como fuente de consulta la prensa basura y el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, y jamás el manual contrasubversivo ME 41-7 y menos los documentos del rival. Eso se nota con toda claridad en la mayoría de novelas y cuentos publicados hasta ahora, donde predomina la acción armada y sus consecuencias en la población, pero se oculta el telón de fondo político, es decir, la intervención de EEUU, la inteligencia israelí y coreana, los faenones para la élite militar inventando "bases antisubversivas" en todo el país, el enriquecimiento ilícito por tráfico de drogas usando barcos de la marina y aviones y helicópteros de la FAP: el narco estado puro, origen de todas las riquezas de los políticos fujimoristas y de derecha.

Al igual que en los discursos coloniales, cuando los antiguos peruanos de repente veían ángeles y santos volar sobre sus cabezas, a Santiago Mata indios defender las ciudades frente a los enemigos idólatras, y al Inca Garcilaso, Guaman Poma, Santa Cruz Pachacuti y otros peruanos defender aquello que los exterminaba, aquí surgieron “testimonios” que veían a los "terroristas" matar a miles de campesinos, comerse a los niños y asesinar vaquitas y pollitos. “Yo los vi con mis propios ojos”, decían. Dos mundos paralelos donde se repetía el mismo escenario bajo sanciones parecidas: los mandatos de los Concilios Limenses del siglo XVI y el Manual de Contrainsurgencia ME 41-7. Para mí, la sorpresa sigue siendo política. Es decir, hay que reconocer que la burguesía es práctica y sabe sobrevivir.

EEUU acusó de todos los males imaginables a los nazis, pero cuando ganaron la guerra no dudaron en reclutar a todos los nazis al servicio yanqui, que incluso dirigió su servicio espacial. En el Perú, terminada la guerra el año 1992 con la captura del líder maoísta, los dueños de los medios de producción y financieras desataron un carnaval de negocios mediante la venta de empresas públicas, paraísos fiscales y narcotráfico, que los enriquecieron como jamás había ocurrido en nuestra historia. Incluso, mediante Fujimori, visitaban al derrotado líder maoísta y le llevaban presentes. Pero esto, que ocurría entre los que tenían el poder y manejaban la economía, no ocurría entre el yanaconaje de los políticos asalariados de derecha y de la izquierda supérstite.

Para estos políticos asalariados y la prensa basura la batalla psicosocial continuó, y el “terruqueo” se hizo moneda común contra obreros, campesinos, pueblos originarios, empleados, ambulantes y familiares de los presos políticos. La burguesía no se dio el trabajo de decir (de ordenar) que la guerra había terminado hacía cerca de treinta años y que los instrumentos usados entonces, ese psicosocial del “terrorismo”, ya había cumplido su función y que estábamos ante otros peruanos derrotados, cumpliendo prisión o muertos. Y siguió la ofensiva judicial, militar y política: alargaban sentencias ilegalmente, abandonaban el cuidado de salud de los sentenciados, destruían las tumbas de sus muertos, prohibían trabajar a los excarcelados y sometían a vigilancia a las familias. Hace poco detuvieron a un “peligroso terrorista” de 92 años que apenas podía pararse en pie. Y para poner la fresa sobre el pastel, inventaron el delito de “apología del terrorismo” con el fin de prohibir investigaciones distintas del discurso oficial.

Los maoístas y emerretistas no solo fueron derrotados; también fueron los primeros en ser llamados "terroristas". Y seguirán siendo llamados "terroristas" cualquiera que disuene del capitalismo neoliberal de nuestros días, cualquiera que piense distinto, cualquiera que no diga chicheñó (“si señor”)  o elija otros rumbos.

Cómo no sorprenderme de cuánto del presente servía para comprender el pasado colonial; o al revés, cómo el pasado nos mostraba que seguíamos con los mismos lastres coloniales, que no habíamos cambiado casi nada excepto de discursos y que la realidad seguía siendo una historia insostenible. El orgullo peruano está construido a partir de nuestros rebeldes inolvidables: desde Manco Inca, Kawide, Túpac Amaru, Rumiñawi, Challcuchimaq y el genial Kisu Yupanqui que aplastó a cuatro compañías de españoles, hasta Juan Santos Atawallpa, Rumirato, Runcato, Perote, Pacaya, Sharián, Túpac Amaru II y su formidable primo Diego Cristóbal, Mariano Melgar, José Olaya, Miguel Grau, Andrés Avelino Cáceres, Javier Heraud... Nuestra memoria y nuestra identidad están llenas de esos nombres y de su mensaje de rebeldía.

Por ello, hay un hecho que es bueno recordar: en las guerras, prevalece el discurso del vencedor. No prevalece la verdad. De ahí que a menudo nuestras ideas no son nuestras ideas, son las ideas del vencedor que hemos asimilado consciente e inconscientemente. Salir del círculo vicioso que aplaude las humillaciones y celebra la pobreza es un primer paso. Reconocer que los discursos del vencedor no son nuestras palabras también es un paso importante. Crear otras miradas, construir nuevas ideas y encaminarnos por las voces que eliminen los remanentes coloniales y aplasten las miserias contemporáneas es nuestra ruta. Hay tantos caminos que nos unen. Pero jamás las ideas del opresor. Y entonces diríamos como Darcy Ribeiro:
"...me puse al lado de los obreros y me derrotaron.
Pero nunca me puse al lado de los que me vencieron.
Esa es mi victoria".