miércoles, 21 de noviembre de 2012

GUTIÉRREZ Y VARGAS: DE ANTÍPODAS A ISÓPODAS


Julio Carmona


En todos los ensayos de Miguel Gutiérrez hay una tendencia a la amalgama en sus apreciaciones. Tratar, por ejemplo, de una sola literatura peruana y de un solo canon que, justamente, “la unifica”; esto puede verificarse desde La generación del 50. Un mundo dividido (1988). Previamente debo precisar que este subtítulo resulta ser engañoso, pues ese “mundo dividido” lo es en la estructuración de clase referida a los autores: la mayoría (dice ahí) son de la pequeña burguesía, y algunos otros –pocos– obreros o aristócratas venidos a menos, pero, literariamente, son unificados todos por el único canon de la poesía occidental, signado por la también única impronta de las vicisitudes del “yo”, sin incidir en el carácter de clase de sus individualidades. En otro texto, Los Andes en la novela peruana actual (1999), igualmente dice circunscribir su estudio dentro de “la tradición de la novela moderna mundial”, sin diferenciar a esta por sus improntas de clase, pues debe precisarse que está tratando de la ‘tradición de la novela burguesa mundial’, y la modernidad occidental está, fatalmente, unida a la burguesía y a su cultura dominante. Y en el libro acotado es a esa ‘modernidad occidental’ que se está refiriendo Miguel Gutiérrez, pues en la presentación dice: «“Mis clásicos” los he circunscrito al área de Occidente del cual (sic), de una u otra manera, forma parte Latinoamérica.»

Y, en realidad, no tiene por qué ser esa la única ‘novela mundial’ o, mejor, no debe ser la única, o –más todavía–dentro de esa ‘novela mundial occidental’ debe hacerse una diferenciación de tendencias. Se trata de una tarea –como dice Enrique Dussel, refiriéndose a la filosofía– “que tiene como punto de partida el afirmar lo declarado por la Modernidad como la Exterioridad desechada, no valorada, lo ‘inútil’ de las culturas (‘desechos’ entre los que se encuentran las filosofías [y poesías] periféricas o coloniales), y desarrollar las potencialidades, las posibilidades de esas culturas y filosofías [y poesías] ignoradas, afirmación y desarrollo llevados a cabo desde sus propios recursos, en diálogo constructivo con la modernidad europeo-norteamericana.” Pero –volviendo a Miguel Gutiérrez– esa imagen de una “tradición mundial” única encaja con otros planteamientos absolutistas del mismo autor. Siempre en Los Andes dice estar dirigiéndose a “un público no especializado de todas las capas sociales”. Es decir, una vez más, la unificación la transfiere incluso a los lectores. Y es una amalgama que busca además orientar a ese lector homogenizado a aceptar ciertos parámetros que el autor está asumiendo como de su exclusividad, pues afirma que el trabajo que está ofreciendo “no tiene un carácter académico ni erudito, sino hedonístico, personal y desacralizado”. Es decir, que el lector debe prepararse para ser receptor –en una esfera exclusiva– de los gustos personales, esteticistas –basados en un solo canon– del autor.

Miguel Gutiérrez en la pluma del pintor Bruno Portuguez.
Por otro lado, en la última cita, entiendo que es a los dos primeros enunciados (académico, erudito) que debe aplicarse el último término, “desacralizado” ; pero –de manera indirecta– también puede concluirse que con esa expresión, Miguel Gutiérrez está tomando distancia del marxismo, pues desde esta posición no es lo más pertinente hablar de “capas” sino de clases sociales. ¡Qué diferencia con lo que decía en los años ochenta!: “Mi agradecimiento también a El Diario [sic: con negrita y cursiva, ¿no debe usarse uno solo de esos resaltados?] Por haberme permitido que una selección de textos en torno a los escritores del 50 llegara a un público más vasto y clasistamente situado.” Y, es más, en el mismo libro dirá: “En la medida que el concepto o categoría de Generación soslaye o niegue la categoría de Clase Social y la lucha de clases, cualquier aplicación del método generacional resultará unilateral y mistificador” (p. 35); sin embargo, (ya lo he aclarado, v. nota 1), el uso de la categoría “clase social” es aplicado para la ubicación de los autores (es decir, su “clase en sí”), mas no para la clasificación de su literatura (“clase para sí”).

Es pertinente detenerse aquí para subrayar el uso de otro término ligado a lo religioso que hace Miguel Gutiérrez, me refiero al término “canónico” . Pero lo más cargante es que lo usa adosándoselo al marxismo y, así, leemos: “los textos canónicos del marxismo” (“Prólogo” a la segunda edición de la Generación del 50, p. 20); igualmente lo encontramos en la novela Confesiones de Tamara Fiol (2009), ahí la protagonista dice: “… volvamos a tu pregunta sobre mis lecturas marxistas. No fui una gran estudiosa. Te digo, sin embargo, que leí los textos fundamentales. Los textos canónicos, como los llamaba Corso.” (p. 85). Igualmente se la puede leer en la novela Una pasión latina (2011: p. 46). Tanto el término “canónico” como ‘desacralizado’ y hasta ‘diablo’ forman parte del léxico teológico, cuyo uso Miguel Gutiérrez pretende justificar en el libro La invención novelesca. Primero dice que se hizo ateo, pero –agrega– “ni siquiera en los años más febriles fui un ateo militante, pues siempre tuve respeto por los sentimientos religiosos de los demás” (p. 91), y hay que aclarar aquí que el ser un “ateo militante” no implica fanatismo febril ni faltar el respeto a los creyentes, es, en todo caso, un respeto a sí mismo, lo cual sí implica consecuencia y no hacer concesiones a la ideología teísta, como eso de poner al “diablo” en el título de un libro, y pretender justificarlo como parte de una utilería retórica, dice Miguel Gutiérrez: “Por eso en mi desván retórico –temas, motivos, metáforas– las alusiones al universo de la religión son considerables.” Por último, como dice Harold Bloom: “Esa literatura, la canónica, que parece agonizar, es fundamental conocerla si queremos aprender a oír, a ver, a pensar… a sentir…”. “Harold Bloom: Canonizador”, en: Mediaisla, Revista digital. 26-11-2011.

Es decir, hay una limitación en esa postura crítica que, al parecer, Miguel Gutiérrez no percibe, puesto que, por más ecuménico que el emisor pretenda ser, no todos los receptores recibirán su mensaje con la misma desaprensión. Con mayor razón si se ofrece con un carácter especial, personal, hedonista, que no todos tienen porqué compartir; es decir, no todos estarán de acuerdo con el hedonismo, ni todos tienen que coincidir con los gustos personales del emisor. Y muchos se pondrán a la defensiva al buscar explicarse el término ‘desacralizado’, y se preguntarán: ¿qué es aquello que se está desacralizando?, ¿es a la literatura a la que se le está despojando su carácter sacro?, ¿o se alude al abandono de una concepción ideológica preexistente, y que ya no existe más y por eso dice que la ha desacralizado?, sin percatarse que esa desacralización tiene un cierto tufillo a “ideología metafísica”, pues el vacío ideológico es a su vez una forma de ideologización.

Como se ve, Miguel Gutiérrez siempre ha sostenido esa posición defensora del esteticismo y el hedonismo, velada por una prédica maximalista en el plano político, que él hiciera explícita en sus primeros escritos. Pero en los últimos años y, específicamente, desde fines de la década de los noventa del siglo pasado, su maximalismo político decayó (hasta la apostasía), y entonces, en el plano literario se quedó con el hedonismo que siempre mantuvo, y este, en la actualidad, hace pareja con su minimalismo político. Y decimos que es un hedonismo que estuvo siempre presente, porque él mismo así lo declara: “… he conferido más peso a la línea del placer que toda obra válida suscita, he acentuado cierto espíritu heterodoxo que siempre estuvo en mí” (El pacto con el diablo, 2007, p. 16).

Primera edición de La generación del 50: un mundo dividido.


Y una de las manifestaciones que explicita mejor esa abierta adopción del esteticismo con menoscabo de su ortodoxia política primigenia es su relación con el tema “Mario Vargas Llosa”. En su primer libro de ensayo, La Generación del 50 (primera edición) [en adelante LG50], en el que adopta –en términos generales– una posición política maximalista, la obra de Mario Vargas es analizada con equidad. Ahí releva sus méritos como novelista, pero también deslinda con él respecto de sus posiciones reaccionarias, aplicando el criterio de ecuanimidad de la crítica literaria marxista desarrollado por José Carlos Mariátegui en su ensayo “El proceso de la literatura”; el actuar así –dice el Amauta: “no quiere decir que considere el fenómeno literario o artístico desde puntos de vista extra-estéticos, sino que mi concepción estética se unimisma, en la intimidad de mi conciencia, con mis concepciones morales, políticas y religiosas, y que, sin dejar de ser concepción estrictamente estética, no puede operar independientemente o diversamente”. Voy a poner un ejemplo de esa ecuanimidad relevada, con lo dicho por Miguel Gutiérrez en el ensayo referido:

En el plano retórico –con justicia– se ha relievado en Mario Vargas la numerosa gama de recursos técnicos que emplea, tomados (pero renovándolos) de la tradición novelesca, en especial de las novelas de caballería, de la novela contemporánea y de otras artes, en particular del cine. [LG50, p. 154]. La prueba de fuego para todo novelista consiste en la creación de personajes. […] Paradójicamente, el personaje más humano y desgarrado y casi trágico creado por nuestro autor [Mario Vargas] es el protagonista de esa novela tendenciosa (como veremos luego) titulada Historia de Mayta, que con justicia se merecía una novela mejor (Silva Tuesta), menos repulsiva (Gutiérrez). [op. cit., pp. 156-157. Los paréntesis de esta cita son de Miguel Gutiérrez. Los corchetes son míos. No se pierda de vista la calificación de “repulsiva” que hace Miguel Gutiérrez de esta novela].
Y, en efecto, más adelante, de la novela Historia de Mayta dice lo siguiente –que citamos en extenso:

A partir de la década del 70, con el anhelante, eufórico y no obstante angustioso cambio de sus posiciones políticas, VLl viene arreglando cuentas, vengándose de los llamados intelectuales progresistas (algunos de ellos, ex-compañeros de juventud) y de la “izquierda” peruana. La serie de artículos reunidos bajo el título de “El intelectual barato”, donde expone comportamientos reales desde el laberinto de una conciencia rencorosa (es como si les dijera: ustedes oportunistas del carajo son peores que yo, pues por lo menos yo no escondo mi posición y soy consecuente con mi anticomunismo) constituye la prefiguración de la más tendenciosa de sus novelas, Historia de Mayta, donde el autor transgrede su filiación flaubertiana de ser total, imparcial y objetivo en la revelación de un mundo. Historia de Mayta no es una novela repulsiva, sucia, porque VLl haya hecho de Mayta, del más abnegado entre los “revolucionarios” un homosexual (quizá a pesar de su autor, Mayta es uno de los personajes que ha logrado plasmar mejor literariamente), sino porque su galopante y vertiginoso anticomunismo lo ha llevado a presentar al conjunto de la “izquierda” peruana, como una cáfila de sujetos oportunistas, mercenarios, cínicos. En realidad, estos sujetos existen –el Parlamento nos los muestra diariamente–, sólo que no son revolucionarios sino reformistas o claudicantes de la revolución o burócratas de los revisionismos de nuestro tiempo. (Ibídem, pp. 158-159).
Pero –contrariamente a lo aseverado ahí– se puede decir que no es por esa incisión (relativamente acertada) hecha por Miguel Gutiérrez que la novela aludida es ‘repulsiva y sucia’; también lo es –y con mayor razón– porque al hacer “del más abnegado entre los ‘revolucionarios’ [Mayta] un homosexual” la intención de Mario Vargas fue vilipendiar a los revolucionarios (sin comillas), hecho este que Miguel Gutiérrez descarta como elemento principal de lo repulsivo y sucio de la novela, y, más bien, la ‘presentación devaluada de los revolucionarios (con comillas)’ y ‘de la izquierda’ (también con comillas), no hace que la novela sea sucia y repulsiva; lo que hace es resaltar su aspecto retrógrado y reaccionario, y esto, en todo caso, a quien vuelve repulsivo es al propio Mario Vargas, no a la novela.

Con todo, la disección hecha por Miguel Gutiérrez de la novela en cuestión muestra –en el ensayo acotado– la actitud ecuánime relevada supra. Sin embargo, una apreciación distinta –y distante– de la anterior se pone de manifiesto en la novela Confesiones de Tamara Fiol (2009), en la que prefiere destacar los valores artísticos del libro en cuestión, pasando por alto las intenciones reaccionarias ostensibles, la mala leche de Mario Vargas en su afán de desprestigiar a los luchadores sociales; y aun cuando es una apreciación puesta en el magín del narrador, bien se sabe que de esta responsabilidad no se puede –muy alegremente– exonerar al autor, dice:

De Vargas Llosa me recomendaron leer Historia de Mayta. Es un libro que detesta Muriel (como lo detesta, según he sabido, toda la izquierda peruana), pues según ella, a través de Mayta, el protagonista del libro (presentado como un homosexual irredento), se difama y degrada a los combatientes sociales y revolucionarios del Perú. A mí me pareció una novela eficaz por su composición y Mayta, más allá de su condición de militante trotskista, es un personaje literario logrado que me inspiró no exactamente simpatía pero sí piedad humana (pp. 379-380).
Y en esta cita hay varias incongruencias. En principio, se percibe la intención de marcar distancia respecto de “toda la izquierda peruana”, pues “según ella” (Muriel y la izquierda) “a través de Mayta, el protagonista del libro (…), se difama y degrada a los combatientes sociales y revolucionarios del Perú”. Frente a esta aseveración, se espera o adhesión o rechazo: si es que se difama y degrada o no. Y eso es lo que se espera, pues con la frase siguiente se empieza enunciando un parecer: “A mí me pareció”; pero, contrariamente, a lo sostenido por Muriel y la izquierda, que “se difama y degrada a los combatientes”, el parecer apunta al tópico puramente literario: “A mí me pareció una novela eficaz por su composición”, e inmediatamente da la impresión de que el tema político (que es el cuestionado por Muriel y la izquierda) va a ser ligado al personaje, pues continúa diciendo: “… y Mayta, más allá de su condición de militante trotskista…”, (militancia que tampoco ha sido cuestionada en la observación de Muriel o de la izquierda, sino a la ofensa de su condición de ‘combatiente social y revolucionario’); sin embargo, otra vez se pasa al tópico puramente literario, y dice: “es un personaje literario logrado que me inspiró no exactamente simpatía pero sí piedad humana.”

Es decir, hay una desviación del tema principal: ‘la difamación y degradación de los combatientes’, para relevar lo específico estético-literario, y, más aún, llevándolo al plano del humanismo; o sea que el narrador (alter ego del autor) dice no haber sentido simpatía por su condición de “homosexual irredento” (obsérvese que se habla de la “redención” de un homosexual, como si se tratase de una opción moral o confesional, y, en realidad, esa “redención” es poco común –si no imposible). Pero cuando dice que sí le inspiró “piedad humana”, no hace sino llevar el tema a la consideración de la falacia ad hominen, pues de ese impromptu humanista se sigue que devienen “inhumanos” quienes ven en la condición homosexual de Mayta la difamación y denigración de los combatientes sociales y revolucionarios, pues no serían capaces de sentir ‘piedad humana’ por un homosexual así. Cuando el problema (planteado por el mismo Miguel Gutiérrez a través de su narrador) no es que Mayta sea trotskista u homosexual, el problema es que el autor de la novela Historia de Mayta, Mario Vargas –luego de presentar a su personaje como un dechado de virtudes revolucionarias– hace que le pida a un joven militante de su partido que lo deje masturbarlo. Eso es lo denigrante. Cito:

"–¿Qué opinión tiene Moisés del Mayta de entonces? –me pregunta, mirándome siempre la punta de los zapatos.
–La de un idealista algo ingenuo –le digo–. La de un hombre precipitado, conflictivo, pero revolucionario de pies a cabeza. (p. 100. Resaltado mío).
(…)
Su cara estaba muy cerca del hombro desnudo del muchacho. Un olor a piel humana, fuerte, elemental, se le metió por la nariz y lo mareó. Sus rodillas, encogidas, rozaban la pierna de Anatolio. En la penumbra, Mayta apenas alcanzaba a divisar su perfil inmóvil. ¿Tenía los ojos abiertos? Su respiración movía regularmente su pecho. Despacio, estiró su húmeda mano derecha que temblaba y, palpando, llegó a su pantalón:
–Déjame corrértela –murmuró, con voz agonizante, sintiendo que todo su cuerpo ardía–. Déjame, Anatolio. (p. 108).
(…)
– (…) Estaba contento desde la reunión del Comité. Estaba como si me hubieran cambiado la sangre, con la idea de pasar por fin a la acción. Estaba, en fin, tú viste cómo estaba, Anatolio. Fue por eso. La excitación, el entusiasmo. Es malo, el instinto ciega a la razón. Sentí deseo de tocarte, de acariciarte. Muchas veces he sentido eso desde que te conozco. Pero siempre me contuve y tú ni lo notabas. Esta noche no pude. Sé que tú nunca sentirías deseos de dejarte tocar por mí. Lo más que yo puedo conseguir de alguien como tú, Anatolio, es que me deje corrérsela. (p. 114).
… y en la p. 118 se lee:
–Mayta.
–Sí, Anatolio.
El muchacho no dijo nada, por más que Mayta esperó un buen rato. Lo sentía respirar ansiosamente. Su cuerpo, indócil, otra vez había empezado a caldearse.
–Duérmete –repitió–. Y, mañana, a pensar sólo en Jauja, Anatolio.
–Puedes corrérmela, si quieres –lo oyó susurrar con timidez. Y más bajo aún, asustado–: Pero nada más que eso, Mayta."

O sea que la intención de difamar y denigrar al combatiente social y revolucionario, es de Mario Vargas. Este era el problema a dilucidar, y no irse por las ramas: la “izquierda reformista”, la bondad de la novela o la calidad de trotskista o de homosexual del protagonista. Ninguno de esos tópicos abona a lo sucio y repulsivo de dicha novela, ni hace que Muriel y los izquierdistas lleguen a la conclusión de que Mario Vargas con Historia de Mayta ha tenido la intención de denigrar y difamar al combatiente social y revolucionario. Porque los homosexuales y los trotskistas no están impedidos de participar en la revolución, pero sí de degenerarla si utilizan a esta para vehicular oscuras pulsiones, que es lo que subliminalmente sugiere Mario Vargas con la acción, citada, de Mayta en dicha novela.

La inclinación esteticista, formalista, con desmedro de la tendencia opuesta, realista y clasista, es lo que ha hecho que Miguel Gutiérrez lime las asperezas de su apreciación primigenia sobre Mario Vargas, pasando a hacerle concesiones respecto de sus concepciones políticas, anteponiendo su “excelencia formal”. Ello le ha permitido prodigarle una serie de ditirambos que llegaron a tener su clímax al anunciarse el otorgamiento del premio Nobel; en esa ocasión, dijo:

Más allá de mis discrepancias ideológico-políticas, siempre en mis escritos consideré a Mario Vargas Llosa el primero entre los novelistas vivos del Perú y como un notable ensayista. Hoy, sin ninguna reserva, lo saludo y le envío mis felicitaciones. Como pocos escritores en el mundo, merece el Premio Nobel por su gran talento, por su excepcional disciplina de trabajo y por la constancia de una obra que ha venido construyendo a lo largo de más de 50 años. Una obra ficcional y ensayística en la que, de acuerdo con sus propios principios, se dan la mano su preocupación por el Perú, por el destino de todos los pueblos del mundo y por el futuro de la humanidad. (Declaración dada al blog Socialismo Peruano Amauta.)
Eso de que Mario Vargas tenga “preocupación por el Perú” del mismo modo como la tiene “por el destino de todos los pueblos del mundo y por el futuro de la humanidad” es poco menos que una falacia, cuando a nadie escapa que sus inclinaciones y afectos son favorables a las clases que detentan el poder neoliberal en el Perú y el mundo, poder este que desde ningún punto de vista es favorable –sino todo lo contrario– ‘al destino de los pueblos del mundo y al futuro de la humanidad’; y, por otro lado, suena a tautología (y a derramar incienso) eso de insistir en las bondades literario-formales de un autor. Y en el caso de Miguel Gutiérrez, en relación con Mario Vargas, es poco menos que atosigante. Cuánta razón tenía José Carlos Mariátegui cuando dijo: “No le hacemos ninguna concesión al criterio generalmente falaz de la tolerancia de las ideas. Para nosotros hay ideas buenas e ideas malas”, y agrego yo: por más que vengan ocultas en lustrosos envoltorios o en “papel regalo”.

Pero si hasta aquí he presentado los extremos temporales de la relación planteada, esta se puede rastrear también en estadios intermedios. En el libro Los Andes en la novela peruana actual (1999) se puede ver uno de los tantos panegíricos que, en los últimos años, Miguel Gutiérrez le ha prodigado a Mario Vargas. Refiriéndose a La utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo, dice que es un “ensayo apasionante, irritante y polémico, de lectura ágil, que demuestra una vez más el gran ensayista que también es Mario Vargas”. Por eso no extraña que concluya la “Presentación” del referido libro, señalando que su trabajo “al fin y al cabo constituye un testimonio de simpatías y gratitud por los autores de mis ficciones favoritas, sin las cuales la vida me hubiera resultado de un aburrimiento insoportable.” Expresión esta última casi mimética de esta otra de Mario Vargas cuando dice que la lectura de Víctor Hugo (durante su estancia estudiantil en el colegio militar “Leoncio Prado”) “Era un gran refugio (…): la vida espléndida de la ficción daba fuerzas para soportar la vida verdadera. Pero la riqueza de la literatura hacía también que la realidad real se empobreciera.” Es la ilusión obcecada que algunos hombres tienen de su propia visión del mundo, de pensar que lo que se conoce del mundo es el mundo, como lo sugiere la parábola de la rana que piensa que el cielo tiene el tamaño de la boca del pozo en que ella se encuentra. Esa ilusión la explicó, magistralmente, Albert Einstein cuando dijo que “Toda nuestra ciencia, comparada con la realidad, es primitiva e infantil... y sin embargo es lo más preciado que tenemos.” Y esa magnificación de nuestras limitaciones es así explicable y hasta justificable, pero no por eso habremos de deificarla, no debe ser convertida en un fetiche.

Segunda edición de La generación del 50, ARTEIDEA editores.
Es decir: ¡que el arte está por encima de la vida!, ¿puede imaginarse una expresión más metafísica? Obviamente, la mentalidad desacralizada de Miguel Gutiérrez no admite lo contrario: que la vida sea el único “arte interminable” y, por lo tanto, que ella es la única que impide cualquier aburrimiento. El hecho mismo de que la vida permita producir –a partir de ella, y no de ninguna fatamorgana– nuevas ficciones (incluso sin que existan las ficciones que pudieran hacer superar un aburrimiento momentáneo), ya es una demostración incontrovertible de su preeminencia sobre cualquier ficción, porque es de la vida que surge cualquier ficción, y creer, pensar o “inventar” que ocurre lo contrario es un absurdo.

Pero es, a partir del año 2007 –para mayor precisión– y con la publicación del libro El pacto con el diablo, que Miguel Gutiérrez, en relación con el tema “Mario Vargas”, ha pasado a ser más concesivo. Es ahí donde resalta sus valores formales, disculpando incluso sus ideas retrógradas; dice: “En cuanto a mí, creo que Vargas Llosa es un gran novelista y un ensayista notable, irritante muchas veces por las ideas que defiende, pero siempre deleitable por su escritura.” (p. 15. Cursiva mía). Y es, a todas luces, esta última la posición asumida por el “último Miguel Gutiérrez”. Pero el adherir a esta concepción esteticista (con el expediente ya esgrimido de la “ecuanimidad lectora”) lo lleva a suponer que quienes critican desfavorablemente a las obras de Mario Vargas resultan ser “intelectuales mediocres y sobre todo oportunistas que encontraron en el cambio ideológico del autor de La guerra del fin del mundo, la coartada perfecta para ocultar pasiones subalternas como los (sic: “las”, porque trata de “pasiones”) de la mezquindad y la envidia.” (Ibíd.) Y la misma aprehensión o intolerancia contra las críticas adversas la aplica Miguel Gutiérrez a su propio caso. En el “Prólogo” a la segunda edición de La Generación del 50 (2008), dice:

… los ataques se tornaron más virulentos cada vez que yo publicaba una nueva novela o un nuevo libro de ensayos, lo cual me permite conjeturar que los ataques al libro y a mi persona no respondieron (por lo menos, no de manera exclusiva) a motivaciones de orden político o ideológico, sino que tuvieron que ver con los deleites que procuran las oscuras pasiones del alma, esa dimensión defectiva de la condición humana (pp. 15-16).
Y, asimismo, en la novela Una pasión latina (2011) emplea la misma “catilinaria”:

… los críticos de izquierda se sumaron al ataque, aunque se centraron en demostrar las contradicciones ideológicas en que incurría Correa, señalando su caída libre hacia el lodazal de la peor novela burguesa. Esas críticas negativas le parecieron previsibles, razonables incluso, pero consideró el ensañamiento como una manifestación de la perfidia humana. (p. 36).
Y lo torcido del juicio, visto supra, que a esos “intelectuales mediocres” se les está atribuyendo el haberle mezquinado a Mario Vargas su calidad artística, es que esa atribución tiene que demostrarse con ejemplos, indicar quiénes son los que actuaron así, pues también hay intelectuales que, reconociendo esa calidad literaria (sin hacerla reiterativa), critican su concepción ideológica no sólo política, sino total, que incluye la concepción estética. Es, pues, una “apresurada crítica”, que Miguel Gutiérrez hace a los “censores de Mario Vargas” y, por extensión, del esteticismo, y parece que ha hecho carne en él, ya que en un libro publicado en el año 2011, La cabeza y los pies de la dialéctica, vuelve a decir lo mismo, y con similar virulencia:

… desde la muerte de Mariátegui existía un gran vacío en los estudios y la crítica de filiación marxista. Salvo encomiables excepciones, como algunos trabajos de Manuel Baquerizo, la crítica marxista, o la que se hacía pasar por tal, tenía un carácter dogmático y panfletario que revelaba incomprensión frente al hecho literario en sí mismo y desprecio por la labor de los escritores dedicados a la creación literaria (p. 15).
Obsérvese que pone el ejemplo positivo (Manuel Baquerizo), mas no hace lo mismo con los que denigra como ‘dogmáticos, panfletarios y hasta poco inteligentes y despóticos’, es decir, calificativos que debieran usarse contra los enemigos de clase, y no con quienes se ubican en el seno del pueblo, aunque se tenga discrepancia con ellos. No obstante todo lo dicho, he llegado a pensar que la apreciación de Miguel Gutiérrez aplicada a la obra de Mario Vargas fuera plenamente válida, si con ella no estuviera, de paso, restringiendo valor a la obra de autores que se ubican en la tendencia del realismo clasista, pues de éstos dice, por ejemplo: “… la poesía social de Alejandro Romualdo, como la del primer Juan Gonzalo Rose, la de Manuel Scorza, la de Gustavo Valcárcel, sin contar la de los epígonos, resulta insuficiente, limitada (…) En cualquier forma se trata de una poesía poco dialéctica, demasiado pasional y tal vez candorosa…” (LG50, p. 76). Nótese la contradicción en que se ve envuelto Miguel Gutiérrez si se coteja lo expresado en 1988 (La generación…) con lo que ya hemos visto en la cita de La cabeza y los pies…: “Sin contar con los epígonos” dice; o sea que si los poetas mencionados (Rose, Romualdo, Scorza, Valcárcel) son, para él, poetas menores; “los epígonos”, prácticamente, no son poetas. Y todo esto lo dice alguien que en el 2011 acusará a los críticos peruanos marxistas de los sesenta o setenta de ser ‘dogmáticos, panfletarios, poco inteligentes’ y, además, despóticos, pues revelaban “desprecio por la labor de los escritores dedicados a la creación literaria” (Ver cita supra. ¡Pobres epígonos!)

Con este ejemplo de involución ideológica (detectada en las convicciones de Miguel Gutiérrez) queremos destacar la ecuanimidad que debe primar en todo lector crítico. Porque no se trata de creer o hacer creer que todos los críticos realistas tienen la misma fisonomía que Miguel Gutiérrez (y, por extensión, el formalismo) les endosa. Más bien, por lo expuesto, se puede llegar a la conclusión de que la oposición primigenia que se pudo vislumbrar en la primera observación que Miguel Gutiérrez adoptó respecto de Mario Vargas, como su antípoda, con el giro que dio, a partir de los últimos años de la década de los noventa del siglo pasado, ha devenido en isópoda, por la reiterada relevancia de sus “bondades artísticas” y la, también insistente, exoneración o minimización de sus concepciones reaccionarias. De esa observación de Miguel Gutiérrez resultaría que la única dimensión relevante de la literatura es la estética.

Con este tipo de crítica hedonista o de un solo canon se da una situación de desventaja en relación con los poetas de las clases que luchan contra el sistema capitalista (incluida su poética), si a todos se los incluye en una sola “literatura peruana” para ser valorada con un solo canon estético; porque –como decía Aristóteles, citado por Marx– “todo arte que tiene su objeto en sí mismo [que es el caso de la llamada ‘poesía pura o formalista’] puede considerarse infinito en su ambición, ya que trata de aproximarse cada vez más a dicho fin, a diferencia de las artes cuyo objeto exterior [que es el caso de la llamada ‘poesía social o realista’] se alcanza enseguida”, y Marx agrega: ‘Por haber confundido ambas expresiones artísticas, algunos han creído erróneamente que la elaboración formal y su incrementación hasta el infinito son el objetivo final del arte’. Esa sola diferencia, que se da sin duda en la literatura de toda nación, es decir la separación entre la inmanencia y la trascendencia, entre el formalismo y el realismo, obliga a estudiar a los autores como integrantes de literaturas también diferentes, “no discutamos el acierto de sus tentativas” –recomendaba Mariátegui, filiemos su existencia, marquemos su independencia, no los encerremos en un coto de caza para ser avizorados como piezas de exhibición por su “mejor estampa”. Que cada quien sepa ofrecer lo que mejor sepa hacer. Y que cada receptor responda según su real saber y de acuerdo con sus expectativas o esperanzas. Concluyo citando al filósofo mexicano Enrique Dussel, quien –como ya hiciéramos ver–, desde la filosofía, plantea un diálogo con el “pensamiento eurocentrista”, y sobre el particular dice:

"La filosofía moderna europea [la poesía moderna europea ] aparecerá a sus propios ojos, entonces, y a los de las comunidades de intelectuales de un mundo colonial en extrema postración, paralizado filosóficamente [poéticamente], como la filosofía universal [la poesía universal]. Situada geopolítica, económica y culturalmente en el centro, manipulará desde ese espacio privilegiado la información de todas las culturas periféricas. Estas culturas periféricas, ligadas al centro y desconectadas entre ellas (es decir, la única relación existente se daba del Sur colonial al Norte metropolitano europeo, sin conexiones Sur-Sur), transcurrirán por la Edad de la Modernidad europea cultivando un desprecio creciente por lo propio, desde el olvido de sus propias tradiciones y confundiendo el alto desarrollo producto de la Revolución Industrial en Europa con la verdad universal de su discurso, tanto por sus contenidos como por sus métodos. […] El eurocentrismo filosófico [poético], entonces, tiene una supuesta pretensión de universalidad siendo en verdad una filosofía [una poesía] particular, que en muchos aspectos puede ser subsumida por otras tradiciones. Es sabido que toda cultura es etnocéntrica, pero la cultura europea fue la primera cuyo etnocentrismo fue mundial […]. Pero esa pretensión termina cuando los filósofos [poetas] de otras tradiciones filosóficas [poético]-culturales toman conciencia de su propia historia filosófica [poética], y del valor situado de las mismas." [op. cit., pp. 33-35. Los paréntesis y cursivas del autor citado. Los corchetes, míos].

Notas

1. El signo ‘sic’ destaca que se está refiriendo “al área”, que es sustantivo femenino, y no a “Occidente” que es parte de la frase adjetival “de Occidente”, por lo tanto, ha debido decir: ‘de la cual’ y no “del cual”.

2. Enrique Dussel, “Una nueva edad en la historia de la filosofía: El diálogo mundial entre tradiciones filosóficas”, en: Varios, Filosofía, historia de las ideas e ideología en América Latina y el Caribe, México: UNAM, 2011, p. 41. (Los paréntesis y cursivas del autor. Los corchetes, míos).

3. “Sacralizado” es aquello a lo que –sin tenerlo– se le atribuye un carácter sagrado.

4. La generación del 50 (LG50), “Prólogo” a la primera edición, p. 17. No se pierda de vista que este prólogo es suprimido en la segunda edición.

5. “Canónico”, es aquello que existe con arreglo a los sagrados cánones y demás disposiciones eclesiásticas.

6. Las negritas y cursivas son mías. No se pierda de vista el mensaje sesgado de la expresión “la línea del placer que toda obra válida suscita”, pues de ella se infiere que aquellas obras que no siguen esa línea de placer ‘no son válidas’.

7. Si MV, a propósito del Nobel, ha recibido miles de congratulaciones y reconocimientos (de personas e instituciones, y algunas personas adquieren el estatus de instituciones), ¿era imprescindible que lo hiciera Miguel Gutiérrez, o es que él ha sentido la obligación de hacerlo porque también ya se siente una ‘institución literaria’?

8. Mario Vargas Llosa, La tentación de lo imposible, Lima, Alfaguara, 2004, p. 15.

9. Y bien se sabe que el “último Rose” es el que incursionó en la tendencia formalista, como ocurrió con el “primer Romualdo” o con el Valcárcel de Confín del tiempo y de la rosa, lo cual confirma la idea planteada al comienzo: que Miguel Gutiérrez tiende a la unificación de sus apreciaciones (salvo en el caso de Rose, en que ha hecho la disyunción). Si dentro de la obra de los mismos poetas hay momentos contrarios, con mayor razón deberá esperarse que esto ocurra entre poetas que asumen diferentes concepciones clasistas.

10 Carlos Marx, El Capital, Madrid, EDAF, 1972, t. 1, p. 157. La conclusión de Marx en el original se refiere a la economía, por eso hemos hecho una paráfrasis para adecuarla al arte y, por extensión, a la poesía.

11. En una nota de presentación al libro de Henri Brémond, La poesía pura (del que era, a su vez, traductor) Julio Cortázar llama a “Baudelaire, padre de la poesía francesa moderna” (Buenos Aires, Argos, 1947, solapa del libro). Ese calificativo lo he visto repetido, varias veces, pero yuxtapuesto a toda la poesía de Occidente. Y aunque Nuestra América sea tributaria de esa vertiente, no debe aceptarse, de buenas a primeras, dicha calificación como universal y excluyentemente válida para toda su poesía.

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