domingo, 19 de junio de 2011

POESÍA ITALIANA SIGLO XX.

Presento aquí una muestra de tres poetas representativos de la escuela hermética italiana. La selección presenta un breve esbozo de la evolución estética de los tres poetas más importantes, fundadores de la novísima poesía que emergió en el siglo XX. Esta escuela concibe la poesía como revelación, alejada del gran público lector. En ellos, el texto poético se sustrae de la cotidianidad y se presenta como atemporal, en el que la literatura no se empeña en fines prácticos inmediatos.

La poesía hermética italiana funda un espacio muy importante en la poesía contemporánea, añade una condición intimista y autorreflexiva, necesaria en su visión de la perspectiva social concurrente. El primer autor, Salvatore Quasimodo, en su primera etapa creativa, su poesía es representada en forma escueta, minimalista, de contenido simbólico. Posteriormente, abandona el hermetismo, sus temas poéticos se centran en problemas sociales, utiliza la analogía entre las esclavitudes humanas actuales y la mitología griega. En el segundo autor, Eugenio Montale, su poesía es breve, austera y de sinuosa sintaxis. Muestra mucho apego a temas referidos a cosas y hechos concretos.

Finalmente el tercer poeta, Giuseppe Ungaretti, en su obra poética se visualiza La búsqueda de un nuevo sentido que revalorice la palabra, reduciéndola a sus elementos más esenciales, remodelando el verso, creando nuevos ritmos, buscando la esencialidad de su significado.


Salvatore Quasimodo*

Y súbito la noche

Hendido por un rayo de sol
todo hombre está solo
sobre el corazón de la tierra;
de pronto,
la noche que cierra.

(Versión de Carlos López Narváez)


Otoño

Otoño manso, yo me poseo
y me inclino ante tus aguas para beber el cielo,
suave fuga de árboles y abismos.

Áspera pena del nacer
me encuentra unido a ti;
y en ti me quebranto y repongo:
pobre cosa caída
que la tierra recoge.


La Poesía

Una noche en que la nieve adormecía ángeles sobre las cumbres
y, sobre los tejados, derramaba crisantemos,
quizá, al lado de mi cuerpo frío, buscó calor,
desnuda como todas las canciones de los nómadas,
pura como todas las rosas de los huertos desconocidos,
donde las rugosas glebas y los búcaros de las flores blancas
ofrecen rocío a los pájaros sedientos.

Acaso, siempre había estado a mi alrededor,
en mi casa de frágil soñador,
abierta a las estrellas cenicientas
que desde el cielo traen los besos de los niños muertos sin amor.

Ahora, es como un incensario de ágata purísima
que arde entre las columnas de la habitación de amatista,
donde la hora matutina, huyendo de mis besos de Nocturno,
dejó el amor y el llanto de todos los caminos del mundo.

Arde, y el incienso es sonrisa de muchacha,
arde y el hachís es caricia de boca
sobre los pechos de una mujer perfecta.

En la hora en que las luciérnagas se encienden
sobre los vaporosos cristales de los castillos encantados,
y las canciones del sueño tienen cadencias de estrellas,
sumisamente, besándonos en los ojos,
recitamos el Cántico del sol,
nuestra plegaria del crepúsculo,
que nos abre las puertas azules del sueño.

Ella me enseñará a hablar en la oscuridad;
mis canciones no tienen sol,
como el rebaño que, sonando sus esquilas,
a las fuentes desciende con las cabezas inclinadas.

(Traducción de Antonio Colinas)


Sílabas a Erato

A ti se pliega el corazón en soledad,
exilio de oscuros sentidos
en el que transmuta y ama
lo que ayer parecía nuestro
y ahora está sepultado en la noche.

Semicírculos de aire resplandecen
en tu rostro; te me apareces
en el tiempo que la primera ansiedad aflige
y me vuelves blanco, lenta la boca
a la luz de la sonrisa.

Por tenerte te pierdo
y no me aflijo: todavía eres bella,
quieta en dulce posición de sueño:
serenidad de muerte extremo gozo.


Canto de Apolo

Noche terrenal, en tu exiguo fuego
me complací alguna vez
y descendí entre los mortales.

Y vi al hombre
inclinado sobre el regazo de la amada
escuchándose nacer,
y transformarse entregado a la tierra,
las manos juntas,
abrasados los ojos y la mente.

Yo amaba. Frías eran las manos
de la criatura nocturna:
otros terrores acogía en el vasto lecho
donde al alba me despertó
un aleteo de palomas.

Luego el viento depositó hojas
sobre su cuerpo inmóvil;
se alzaron sombrías las aguas en los mares.

Amor mío, yo aquí me aflijo
sin muerte, solo.


De una mujer echada entre las flores.

Se adivinaba la estación oculta
por el ansia de las lluvias nocturnas,
por los cambios de las nubes en el cielo,
undosas leves cunas;
y yo estaba muerto.

Una ciudad suspendida en el aire
era mi último exilio,
y en torno me llamaban
las suaves mujeres de otros tiempos,
y la madre, renovada por los años,
con su dulce mano escogía entre las rosas
y con las más blancas ceñía mi cabeza.

Afuera era de noche
y los astros precisos seguían
ignotos caminos en curvas de oro
y las cosas vueltas fugitivas
me llevaban a rincones secretos
para hablarme de jardines abiertos de par en par
y del sentido de la vida;
pero a mí me dolía la última sonrisa
de una mujer echada entre las flores.


Nacimiento del canto.

Manantial: luz resurgida:
hojas arden róseas.

Yazgo sobre ríos colmados
donde son islas
espejos de sombras y de astros.

Y me arrolla tu regazo celeste
que nunca nutre de alegría
mi vida diferente.

Muero para volver a tenerte,
aunque sea desilusionada,
adolescencia de los miembros
enfermos.

* S. Q. Nació en Módica, Sicilia el 20 de agosto de 1901, falleció el 14 de junio de 1968 en Amalfi. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1959. Publicó: Aguas y tierras (1930). Oboe sumergido (1932). Erato y Apolión (1936). Y de repente la noche (1942). La vida no es sueño (1949). La tierra incomparable (1958). El poeta y el político (1960). Dar y tener (1966).






Eugenio Montale*


El vacío

Ha desaparecido también el vacío
donde, en un tiempo, se podía encontrar refugio.
Ahora sabemos que también el aire
es una materia que gravita sobre nosotros.
Una materia inmaterial, lo peor
que podía tocarnos.
No está bastante lleno porque debemos
poblarlo de hechos, de movimientos
para poder decir que le pertenecemos
y nunca le huiremos aunque muramos.
Atestar de objetos aquello que es
el solo Objeto por definición
sin que a él le importe nada, Oh torpe
comedia. ¡Y con qué celo la recitamos!



La forma del mundo
Si tiene el mundo la forma del lenguaje
y el lenguaje la forma de la mente,
la mente son sus plenos y vacíos
no es nada o casi y no puede salvarnos.

Así habló Papirio. Ya era noche
y llovía. Pongámonos a salvo,
dijo, y avivó el paso no advirtiendo
que era suyo el lenguaje del delirio.

(Versión de José Ángel Valente)


Encuentro

No me abandones tú, tristeza mía,
sobre el camino
que azota el viento extraño
con su cálido soplo, y cede; cara
tristeza al viento que se extingue: y empujada
por éste hacia la rada,
donde la última voz exhala el día,
viaja una niebla, alta se pliega un ala
de cormorán.

El tajo al lado del torrente, estéril
de aguas, vivo de piedras y argamasas;
tajo de humanos actos consumidos,
de mortecinas vidas declinando
más allá del confín
que en círculo se cierra: rostros secos,
manos, caballos en hilera, ruedas
chirriantes: vidas no: vegetaciones
del otro mar que la oleada vence.

Se avanza en el camino de cuajado
lodo sin rastro
como una procesión de encapuchados
bajo la rota bóveda, caída
casi hasta reflejar escaparates,
en un aire que envuelve nuestros pasos
densos e iguala los sargazos
humanos fluctuando en las cortinas
de bambú murmurante.

Si me abandonas tú, tristeza, único
presagio vivo en este nimbo, siento
que alrededor de mí se extiende
un rumor como de esferas cuando
una hora está próxima a sonar;
y caigo inerte en la apagada espera
del que no teme ya
en esta orilla sorprendida por la ola
lenta, que no aparece.

Tal vez vuelva a tener una apariencia:
en la rasante luz
un movimiento me conduce junto
a una mísera rama que en un tiesto
crece sobre una puerta de hostería.
A ella tiendo la mano, hacerse mía
siento otra vida, huella de una forma
que me fue arrebatada; y como anillos
en los dedos no hojas se me enroscan
sino cabellos.

Y nada más después. ¡Oh sumergida!:
desapareces como habías venido
y nada sé de ti.
Tu vida es tuya aún: entre las raras
vibraciones del día ya esparcida.
Ruega por mí,
para que yo descienda otro camino
distinto de una calle de ciudad,
en el aire perdido, ante el tropel
de los vivos; que te sienta a mi lado, que
descienda sin ruindad.

(Versión de José Ángel Valente)


Rememoro tu sonrisa...

Rememoro tu sonrisa, y es para mí como el agua límpida
hallada al azar en la pedrera de un arenal,
exiguo espejo en el que mira una hiedra sus corimbos;
y encima el abrazo de un tranquilo cielo blanco.
Ese es mi recuerdo; no sabría decir, en la distancia,
si en tu rostro se expresa libre un alma ingenua,
o si verdaderamente eres un fugitivo que el mal del mundo
     extenúa
llevando su sufrir consigo como un talismán.

Mas esto puedo decirte, que tu imaginada efigie
sumerge mis caprichosas inquietudes en una oleada de calma,
y que tu semblante se insinúa en mi gris memoria
sencillo como la copa de una joven palmera...

(Versión de F. Ferrer Lerin)

* E.M. Nacido en  Génova el 12 de octubre de 1896. Falleció en Milán el 12 de septiembre de 1981. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1975. Ha publicado: Ossi di seppia (Huesos de sepia, 1925). Le occasioni (Las ocasiones, 1939). Finisterre (1943). Quaderno di traduzioni (1948). La bufera e altro (El vendaval y otras cosas, 1956). Farfalla di Dinard (Mariposa de Dinard, 1956). Xenia (1966). Auto da fè (1966). Fuori di casa (Fuera de casa, 1969). Satura (1971). Diario del '71 y del '72 (1973). Sulla poesia (Sobre la poesía, 1976). Quaderno di quattro anni (Cuaderno de cuatro años, 1977). Altri versi (1980). Diario póstumo (1996).





Giuseppe Ungaretti*

La Piedad

1
Soy un hombre herido.
Y yo quisiera irme
y llegar finalmente,
piedad, a donde se escucha
al hombre que está sólo consigo.
No tengo más que soberbia y bondad.
Y me siento exilado en medio de los hombres.
Más por ellos estoy en pena.
¿No sería digno de volver a mí?
He poblado de nombres el silencio.
¿He hecho pedazos corazón y mente
para caer en servidumbre de palabras?
Reino sobre fantasmas.
Hojas secas,
alma llevada aquí y allá…,
No, odio el viento y su voz
de bestia inmemorable.
Dios, ¿aquéllos que te imploran
no te conocen más que de nombre?
Me has arrojado de la vida:
¿me arrojarás de la muerte?
Quizá el hombre también es indigno de esperanza.
¿Hasta la fuente del remordimiento está seca?
El pecado, qué importa
si ya no conduce a la pureza.
La carne apenas recuerda
que tuvo fuerza una vez.
Loca y gastada está el alma.
Dios mira nuestra debilidad.
Queremos una certeza.
¿Ya ni siquiera te ríes de nosotros?
Compadécenos entonces, crueldad.
No puedo seguir amurallado
en el deseo sin amor.
Muéstranos una huella de justicia.
Tu ley, ¿cuál es?
Fulmina mis pobres emociones,
libérame de la inquietud.
Estoy cansado de gritar sin voz.

2
Carne melancólica
donde una vez pululó la alegría,
ojos entreabiertos del despertar cansado,
¿ves tú, alma demasiado madura,
lo que seré caído en la tierra?
Está en los vivos el camino de los difuntos,
nosotros somos una riada de sombras,
y ellas el grano que explota en el sueño,
de ellas es la lejanía que nos queda
y de ellas la sombra que da peso a los nombres.
La esperanza de una gran sombra
¿sólo es esto nuestra suerte?
¿Y no serías tú más que un sueño, Dios?
Temerarios, por lo menos un sueño
queremos que sea semejante a ti.
Es parto de la locura más clara.
No tiembla en nubes de ramas
como pájaros de la madrugada
al borde de los párpados.
En nosotros está y languidece,
llaga misteriosa.

3
La luz que nos aguija
es un hilo cada vez más sutil.
¿Sólo deslumbras matando?
Dame ésta alegría suprema.

4
El hombre, monótono universo,
cree acrecentar sus bienes,
y de sus manos febriles
no salen, sin fin, más que límites.
Pegado al vacío,
a su hilo de araña,
no teme ni seduce
más que a su propio grito.
Evita el desgaste haciendo tumbas,
y para pensarte, Eterno,
no tiene más que blasfemias.

(Versión de Jesús López Pacheco)



A la salida

Quién viniera conmigo a través de los campos

el sol se esparce en diamantinas
gotas de agua
sobre la frágil hierba

Me recuesto con
el placer
del apacible corazón del universo
Las montañas crecen
en corrientes de sombra lila
y se perfilan contra el cielo

En la luminosa cúpula arriba
el hechizo se ha roto

Y yo retorno hacia mí
y anidado me escondo dentro de mí mismo

Versa, 27 Abril 1916


La muerte meditada

Canto quinto
Has cerrado los ojos,
nace una noche
nena de falsos huecos,
de ruidos muertos
como de corchos
de redes caladas en el agua.

Tus manos se hacen como un soplo
de inviolables lontananzas,
inaferrables como las ideas,

y el equívoco de la luna
y el balancearse, dulcísimos,
si quieres posármelas sobre los ojos,
tocan el alma.

Eres la mujer que pasa
como una hoja
y dejas en los árboles un fuego de otoño.

(Versión de Jesús López Pacheco)


Los ríos

Me apoyo en este árbol mutilado
abandonado en esta hondonada
que tiene la languidez
de un circo
antes o después del espectáculo
y miro
el pasaje quieto
de las nubes sobre la luna

Esta mañana me he tendido
en una urna de agua
y como una reliquia
he reposado

El Isonzo fluyendo
me pulía
como a una de sus piedras

He alzado
mis cuatro huesos
y me fui
como un acróbata
sobre el agua

Me he arrodillado
junto a mis ropas
sucias de guerra
y como un beduino
me he inclinado a recibir
el sol

Este es el Isonzo
donde mejor
me he reconocido
una dócil fibra
del universo

Mi suplicio
es cuando
no me creo
en armonía

Pero aquellas ocultas
manos
que me amasan
me regalan
la rara
felicidad

He repasado
las épocas
de mi vida

estos son
mis ríos.

Este es el Serchio
al cual están unidos
dos mil años casi
de mi gente campesina
y mi padre y mi madre

Este es el Nilo
que me ha visto
nacer y crecer
y arder la inconsciencia
en las extensas llanuras

Este es el Sena
y en su turbulencia
me he mezclado
y me he conocido

Estos son mis ríos
reunidos en el Isonzo

Esta es mi nostalgia
que en cada uno
me vislumbra
ahora que es de noche
que mi vida me parece
una corola
de tinieblas

(Trad. Rodolfo Alonso)


* G.U. Nacido en Alejandría, Egipto el 8 de febrero de 1888, fallecido en Milán el 2 de junio de 1970. Publicó: El puerto sepultado (1916). Alegría de náufragos (1919). Sentimiento del tiempo (1933). El dolor (1947). La tierra prometida (1939). La vida de un hombre (1977) En esta última se recoge toda su poesía editada. Participó en la primera guerra mundial. Ejerció la docencia en Roma y Brasil.

1 comentario:

Ferrer Lerín dijo...

Amigo Mazzi. Sólo un pequeño comentario como autor de la versión del poema de Montale "Rememoro una sonrisa..." El primer verso de la última estrofa se encabeza con una conjunción y no con un adverbio; es así: 'Mas esto puedo decirte...'
Un fuerte abrazo. F. Ferrer Lerín.