martes, 18 de febrero de 2014

EL FALLO DE LA HAYA: ¿ES VÁLIDO O NULO?



Por Jorge Rendón Vásquez
Profesor Emérito de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.


l 27 de enero pasado, el Presidente de la Corte Internacional de Justicia leyó el fallo pronunciado esa misma fecha, en presencia de los otros catorce jueces de la Corte, uniformados con sus coloridas togas de estirpe romana, de los representantes de los Estados litigantes: Perú, como demandante, y Chile, como demandado, y de un enjambre de periodistas.

El Perú había solicitado la delimitación de la zona marítima limítrofe con Chile que es “una línea que comienza en el «Punto Concordia» […] equidistante de las líneas de base rectas de las dos partes hasta un punto situado a una distancia de 200 millas marinas contadas desde dichas líneas de base.”

Chile contestó afirmando que “las respectivas zonas marítimas entre Chile y Perú han sido completamente delimitadas por acuerdo”, que “tales zonas marítimas están delimitadas por una frontera que sigue el paralelo de latitud que pasa sobre el hito de la frontera terrestre entre Chile y Perú más cercano al mar, conocido como Hito Nº 1, que tiene una latitud de 18º, 21‘ 00‘‘” y que “Perú no tiene derecho a ninguna zona marítima que se extienda al sur de dicho paralelo”.

Los fundamentos del Perú fueron a) la inexistencia de tratados de límites fijando la frontera marítima con Chile; y b) el artículo 15º de la Convención del Mar de las Naciones Unidas del 10 de diciembre de 1982 que textualmente dispone: “Cuando las costas de dos Estados sean adyacentes o se hallen situadas frente a frente, ninguno de dichos Estados tendrá derecho, salvo acuerdo en contrario, a extender su mar territorial más allá de una línea media cuyos puntos sean equidistantes de los puntos más próximos de las líneas de base a partir de las cuales se mida la anchura del mar territorial de cada uno de esos Estados. No obstante, esta disposición no será aplicable cuando, por la existencia de derechos históricos o por otras circunstancias especiales, sea necesario delimitar el mar territorial de ambos Estados en otra forma.”

Chile sostuvo que la frontera marítima con el Perú había sido fijada por los tratados de 1952 y 1954.
La Corte Internacional de Justicia decidió: 1.- que el punto de inicio de la frontera marítima es la intersección del paralelo de latitud que cruza el Hito Nº 1 con la línea de bajamar; 2.- que el segmento inicial de la frontera marítima sigue el paralelo de latitud que pasa sobre el Hito Nº 1; 3.- que ese segmento inicial corre hasta un punto A situado a 80 millas marinas; 4. Que desde el punto A la frontera marítima continúa en dirección sudoeste sobre una línea equidistante desde las costas del Perú y Chile hasta su intersección en un punto B con el límite de las 200 millas marinas medidas desde las líneas de base de Chile; desde el punto B la frontera marítima continúa hacia el sur hasta el punto de intersección C con el límite de las 200 millas marinas medidas desde las líneas de base de ambos países.

Frontera marítima Perú-Chile después del fallo de la Corte Internacional
de Justicia de La Haya.
Los gráficos de esta nueva frontera han sido profusamente reproducidos por la prensa.
¿Es éste un fallo de derecho o de equidad?

Se excluye la equidad cuando hay normas jurídicas expresas que el Tribunal Internacional de Justicia está obligado a aplicar.

Su Estatuto, aprobado por las Naciones Unidas le impone “resolver conforme al Derecho Internacional las controversias que le sean sometidas”. Por consiguiente, según el artículo 38º del Estatuto, debe aplicar en orden sucesivo y excluyente: “a) las convenciones internacionales, sean generales o particulares, que establecen reglas expresamente reconocidas por los Estados litigantes; b) la costumbre internacional como prueba de una práctica generalmente aceptada como derecho; c) los principios generales de derecho reconocidos por las naciones civilizadas; d) las decisiones judiciales y las doctrinas de los publicistas de mayor competencia de las distintas naciones, como medio auxiliar para la determinación de las reglas de derecho, sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 59.” (Este artículo dice: “La decisión de la Corte no es obligatoria sino para las partes en litigio y respecto del caso que ha sido decidido.”)

En la controversia del Perú y Chile es evidente que la Corte Internacional de Justicia debió aplicar, en primer lugar, la Convención del Mar de 1982: 1) porque forma parte del orden jurídico internacional de las Naciones Unidas; 2) porque la Corte Internacional de Justicia es un órgano de las Naciones Unidas; y 3) porque el artículo 38º de su Estatuto así lo dispone expresamente.

La Convención del Mar de 1982 establece que “La soberanía del Estado ribereño se extiende más allá de su territorio y de sus aguas interiores y, en el caso del Estado archipielágico, de sus aguas archipelágicas, a la franja de mar adyacente designada con el nombre de mar territorial.” (art. 2º) “Todo Estado tiene derecho a establecer la anchura de su mar territorial hasta un límite que no exceda de 12 millas marinas medidas a partir de líneas de base determinadas de conformidad con esta Convención.” (art. 3º).

Chile ha suscrito y ratificado la Convención del Mar de las Naciones Unidas el 25 de agosto de 1997. Actualmente la han ratificado 166 Estados. La Convención del Mar no admite ratificaciones condicionadas por cada Estado a no observar los artículos que señale. “No se podrán formular reservas ni excepciones a esta Convención —declara su artículo 309º—, salvo las expresamente autorizadas por otros artículos de la Convención.” Y no hay excepciones respecto al mar territorial de 12 millas, salvo respecto de los Estados situados en estrechos a  menos de 24 millas uno frente a otro, de conformidad con el artículo 15º.

En el fallo relativo al conflicto entre el Perú y Chile, la Corte Internacional de Justicia estaba obligada a resolver aplicando el artículo 3º de la Convención del Mar y declarar que, habiendo el Estado chileno ratificado esta Convención, su territorial es de sólo 12 millas a partir de su costa. No podía haberle reconocido a Chile un mar territorial de 200 millas, como lo ha hecho en su fallo, dejando sin efecto ese artículo de la Convención del Mar. La línea de frontera marina que va por el paralelo que pasa por el Hito Nº 1 hasta las 80 millas náuticas y sigue hasta las 200 infringe el límite de las 12 millas.

Por una regla procesal universal las sentencias, fallos y laudos contrarios a las leyes son nulos. (En nuestro Código Procesal Civil así lo dispone el art. 122º).
El fallo de la Corte Internacional de Justicia es, por lo tanto, nulo íntegramente y no podría ser aplicado.

Los personeros del Perú podrían pedir su declaración de nulidad, de conformidad con el artículo 60º del Estatuto de la Corte, relativo a la interpretación de los fallos, pues no hay un recurso concerniente a la nulidad. El procedimiento, en este caso, se halla normado por el artículo 98º del Reglamento de la Corte.

La Corte Internacional de Justicia en su fallo crea, además, otro conflicto al tomar como punto de partida para la determinación de la frontera marítima el Hito Nº 1, con lo cual designa una marca situada a cierta distancia del mar, comprometiendo una parte de la frontera terrestre, sobre la cual no se le había pedido que se pronuncie. Esta decisión es, por eso, también nula y, con mayor razón, si la Corte reconoce en la parte considerativa del fallo que la frontera terrestre fue acordada y delimitada en el artículo 2º del Tratado de Lima de 1929.

¿Por qué la Corte dijo que el Convenio sobre la zona especial fronteriza marítima de 1954 es un acuerdo internacional vinculante “tácito” sobre una frontera marítima? Ese fue un acuerdo para ciertos efectos (un pésimo acuerdo para el Perú, por lo demás), pero no de fijación de una frontera marítima. Precisamente porque los gobiernos chilenos se negaron a admitir que esta frontera estaba por determinarse, el Perú fue a La Haya. No había costumbre admitida. Chile procedía arbitrariamente. Pero la demanda del Perú no planteó el conflicto considerando la existencia de un orden jurídico internacional del mar que Chile se ha comprometido a acatar.

El fallo de la Corte Internacional de Justicia comentado no es, pues, de derecho. Es un fallo político, dictado para dos países de la periferia económica.

Las deslumbrantes y casi carnavalescas togas de los jueces de la Corte y la magnificencia arquitectónica del Palacio de la Paz de La Haya no han estado —esta vez— a la altura de la misión de un tribunal creado para hacer valer el orden jurídico internacional.

Sobre la remoción de sus jueces, por ejemplo cuando incurren en prevaricato, el Estatuto de la Corte dispone que se requiere el juicio unánime de los demás (art. 18º-1). Nada dice el Estatuto si la mayor parte de sus miembros emiten un fallo contra legem, como en el caso del Perú y Chile.

(17/2/2014)

domingo, 9 de febrero de 2014

PERUANOS Y CHILENOS

Por Jorge Rendón Vásquez

Desde mediados del siglo XIX, la conducta de la oligarquía chilena con el Perú estuvo presidida por la idea del despojo territorial.


En 1965, Augusto Pinochet Ugarte, siendo coronel del ejército chileno, la graficó y justificó con su libro Geopolítica, convertido en texto de estudio obligatorio en los centros de formación militar chilenos, desde su golpe de Estado de setiembre de 1973.


Este libro no aporta conceptos originales. Es nada más que un amasijo de las ideas de Ratzel, Kjellen, Haushofer y Hitler sobre el pretendido espacio vital de los Estados y su crecimiento a expensas de otros, presuntuosamente elevadas al rango de “principios o leyes”.

Entre otras, destaca la “ley del menor esfuerzo” por la cual “la expansión de los Estados se materializa en dirección hacia las líneas de menor resistencia, tanto física como demográfica, que presentan los Estados vecinos”; la “ley de la oportunidad” o de aprovechamiento de “los momentos políticamente favorables, como sucede cuando el Estado vecino o el por agredir se encuentra débil (internamente débil)”; la “quinta ley” que indica que “En su crecimiento y expansión, el Estado tiende a incluir secciones políticamente valiosas: líneas de costas, cuencas de ríos, llanuras y regiones ricas en recursos … desde dos puntos de vista: estratégico y económico”.

En otros términos, para la oligarquía y el militarismo chilenos, las fronteras no son fijas; pueden expandirse a expensas de los países limítrofes, por la guerra, la diplomacia, el arbitraje, la economía o lo que sea.

La pretensión del gobierno chileno de anexarse el diminuto triángulo peruano situado entre el hito nº 1 y el mar, con una antojadiza lectura de la reciente sentencia de La Haya, entra en esta línea de acción.

Y todos en Chile reproducen, como un sombrío y disciplinado coro, esta manera de ser, desde los gobernantes hasta los más sencillos habitantes, y desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda. El territorio conquistado y el que les faltaría conquistar es chileno, y en eso todos ellos están unidos. Las clases trabajadoras chilenas parecen haber olvidado ya que cuando Pinochet y el ejército se encaramaron en el gobierno, mandados por su oligarquía y manipulados por la CIA, con el beneplácito de la mayor parte de la clase media, aplicaban una recomendación de Geopolítica, aunque para agredir, en ese caso, a las clases trabajadoras chilenas, matándoles unos diez mil militantes sindicales y políticos y despojándolas de una parte de sus derechos sociales.

Esa actitud expansionista ha sido maquillada para imprimir en el rostro del chileno una expresión de cordialidad frente a los peruanos.

Impuesto su tratado de límites al Perú, la oligarquía chilena encargó a sus expertos en relaciones humanas la elaboración de un modelo de comportamiento con los peruanos, con características distintas según las clases sociales y la formación cultural de éstos. A los personas de cierto nivel en la escala económica, profesional o intelectual debían mostrarles una imagen de los chilenos amable, solícita y gentil, tendida como el puente hacia una fácil amistad, y eludiendo en la conversación el urticante tema de la Guerra de 1879 o de soslayarlo como un acontecimiento remoto y ya olvidado, si a pesar de sus esfuerzos emergía. Los peruanos de esta categoría que vivieron en Chile o lo visitaron, incluso como exiliados políticos, fueron envueltos en esta aromática atmósfera y no es aventurado decir que a algunos esas relaciones pudieron haberlos ablandando.

Morro de Arica. Monumento a la guerra
Chile-Perú inaugurado por Pinochet en 1975.
Un amigo peruano, a quien su empresa comisionó para establecer las bases de una adquisición con una compañía chilena, me contó que cuando estuvo en Santiago fue agasajado por sus colegas chilenos. Luego de un par de horas de una cordialidad lubricada por los tragos que iban y venían, se dirigió al baño, atravesando una salita con estantes y libros. Al salir le llamó la atención un librito mal colocado. Lo tomó y abrió. Era un manual para el tratamiento a los ejecutivos peruanos. El agasajo que le hacían estaba recomendado en una de sus páginas.

No hay, sin embargo, manuales de conducta con los peruanos para todos los estratos de la sociedad chilena, ni los que existen impiden ciertos arranques de prepotencia.
Por ejemplo, el proceder de los carabineros, o policías, con los peruanos de rasgos faciales indios, por lo general pequeños comerciantes y pescadores artesanales, suele ser muy rudo y con frecuencia racista.
Vista del Morro de Arica cerca a la Aduana y Muelle que Perú tiene en
Arica en virtud al Tratado de Ancón de 1929.

Tuve la oportunidad de constatar el comportamiento de un grupo de chilenos que posiblemente desconocían la existencia de esos manuales, en mayo de 1963, cuando viajaba en el Ferrocarril San Martín de Buenos Aires a Santiago, en tránsito a Lima. En Mendoza, subieron al vagón de segunda, en el que me hallaba, numerosos braceros chilenos que retornaban a su país luego de trabajar en los viñedos. Había un buen número de argentinos y sólo yo era peruano. Un momento después, la mayor parte de chilenos comenzó a embriagarse con vino, y el clamor en alza de sus voces saturó el vagón. De pronto, el chileno que estaba frente a mí, un hombre de unos cuarenta años de apariencia rústica, descubriendo que yo era peruano, me convirtió en receptor de una letanía patriótica que le habían enseñado tal vez desde niño y posiblemente también en la escuela. “Nosotros les pegamos a ustedes en la Guerra del 79” —gritó—; “nosotros los hicimos correr”;  “nosotros ocupamos el Perú y les quitamos una parte de su territorio”. 
Cementerio Alto de la Alianza (Tacna). Tropas 
Perú-Bolivia se enfrentarona las Chilenas. 
El resultado adverso implicó pérdida de territorio para Perú y
Bolivia.

La máxima in vino veritas cruzó mi mente y opté por guardar silencio, lo que no le gustó a mi interpelante, quien volvió al ataque, elevando la voz y añadiendo a sus invectivas algunas palabras soeces, mientras varios de sus connacionales se aproximaban con el semblante nada amistoso. Felizmente, a mi lado viajaba un argentino, y con él entablé conversación. Era un hombre algo mayor que yo de trato afable y educado, y advirtió mi difícil situación. Me di cuenta de que si replicaba o me obstinaba en ignorar a ese chileno el resultado sería el mismo, y peor aún si cometía el error de ponerlo en su sitio. Era evidente que todos esos hombres me veían ya como su presa para un linchamiento. Y, entonces, se me ocurrió una idea salvadora, recordando que el tren pasaría frente al Aconcagua, la montaña más alta de América.

—Dígame —le dije al chileno—. ¿El Aconcagua es de Chile o de Argentina?
—¡De Chile! —vociferó sin pensarlo.
—¡No diga estupideces! —intervino mi vecino argentino, percibiendo la razón de mi pregunta—. ¡El Aconcagua es argentino! —y dirigiéndose a sus connacionales, añadió— ¿Lo han escuchado ustedes?

Varios argentinos apoyaron a mi vecino, algunos levantándose de sus asientos. Estábamos aún en suelo argentino. Los chilenos que me rodeaban se retiraron sin decir una palabra, y mi atacante prefirió entregarse al sueño del vino.
Frontera del Perú antes de la guerra del Pacifico 1879.
La pérdida de Arica y Tarapaca, también afectó 
a Bolivia que perdió acceso al Océano Pacifico.

En la Guerra de 1879, Chile, conducido por su oligarquía, se comportó con el Perú como un chico grandote del barrio que les pega a los chicos chicos. El capitalismo inglés requería el salitre de Antofagasta y Tarapacá como fertilizante y como ingrediente de la pólvora. Armó al ejército chileno, lo avitualló y preparó, y lo lanzó a esa guerra de conquista. El Perú de entonces era un país atrasado, gobernado por una oligarquía en gran parte indiferente a la noción de patria y con poblaciones indias y mestizas sojuzgadas, mantenidas en la ignorancia y apartadas de la ciudadanía. La oligarquía chilena había estudiado bien a su congénere peruana, y a nuestra población y, cuando comenzó su ataque, sabía cual habría de ser el resultado. El boom del salitre les duró hasta que Alfred Nobel inventó la dinamita a fines del siglo XIX. Tuvieron suerte, sin embargo. En los departamentos usurpados encontraron cobre, sin el cual Chile hubiera sido un país empobrecido.

Desde aquellos años, el chico chico ha crecido y seguirá creciendo, con mayor conciencia de la furia impotente que lo embargaba cuando lo vapuleaban, y el chico grande ya no crece tanto, y apela a las sonrisas para congraciarse con su antigua víctima.

El Derecho Internacional Público enseña que los tratados son rebus sic stantibus, es decir que duran mientras las condiciones que los hicieron posible subsisten, y que las fronteras no son, por lo tanto, fijas. Pueden avanzar a favor del país agresor, como preceptúa el breviario de Pinochet, pero pueden también retroceder en su contra, lo que ese mamotreto ya no dice.

En Europa lo saben bien y, por eso, el triunfalismo territorial ha dejado de germinar allí luego de la Segunda Guerra Mundial.

La mansedumbre de la oligarquía y de ciertos políticos de nuestro país con el capitalismo chileno y sus inversiones en el Perú, que nos invaden económicamente, es el correlato de la máscara beatífica de Chile y de la leyenda, difundida por la corrupción, de la necesidad de esos capitales. Si los empresarios peruanos no pueden cubrir ese frente, el Estado debería hacerlo acudiendo a otras fuentes de capital, algo nada difícil.
(10/2/2014)

COMENTARIO:

RENE MERLE: "L'ESPACE VITAL CHILIEN"




Décidément, après les deux billets précédents, la séquence péruvienne continue, d'une certaine façon...
En écrivant ce billet, je pense aux amis qui misent, peut-être un peu trop innocemment, sur la grande fraternité sud-américaine, où désormais tout le chapelet des « pays émergents » se proclame de gauche. Proclamation dont on ne peut que se féliciter, après les décennies de sanglantes et sadiques oppressions dictatoriales, initiées et bénies par les USA. 
Fraternité certes, qui se manifeste dans les grands rapprochements économiques et politiques régionaux. Mais pour autant, il convient de ne pas occulter les rivalités des nationalismes, souvent exacerbés, dans ce continent que, après les Incas, les conquérants espagnols, puis les bolivaristes, voulurent unifier.
Les pays andins en fait sont loin de nous, et pas seulement géographiquement. Ainsi, il a sans doute échappé à beaucoup que le 27 janvier 2014, la Cour internationale de justice de La Haye a tranché, au profit du Pérou, la querelle de souveraineté maritime entre Chili et Pérou, querelle datant de la fin de la guerre dite du Pacifique, ou guerre du Nitrate (1879-1884).
Poussées par les capitalistes britanniques qui louchaient sur ces territoires riches en nitrate, au nom d'un "espace vital" chilien l’oligarchie chilienne et son armée dépouillèrent alors la Bolivie de sa façade maritime, et enlevèrent au Pérou, allié des Boliviens, une partie de sa façade maritime du Sud, non sans avoir infligé au Pérou l’humiliation de l’occupation brutale de Lima.
À ce sujet, on lira avec profit l’ouvrage que Jean-Paul Damaggio a ramené de son récent séjour avec sa compagne dans ce qui est dorénavant l’extrême-Nord du Chili : Tant de sang ouvrier dans le nitrate chilien ! Roman – photo Humberstone – Chili. (Éditions la Brochure, 82210 Angeville, 2013).
L’attente de la décision de La Haye a relancé violemment de vieilles inimitiés dans ces pays andins riverains du Pacifique. Les hispanophones se reporteront par exemple à une récente prestation journalistique à la télé péruvienne, où droite et gauche chilienne sont mis dans le même sac d’un nationalisme chilien conquérant et méprisant pour ses voisins :
Ils liront aussi avec grand intérêt l’article de Jorge Rendón Vásquez, « Peruanos y chilenos », sur le très intéressant blog péruvien :
J’ai pu vérifier dans un passage au Chili le racisme commun à l’égard des « indigènes » péruviens, physiquement reconnaissables, que l’on rencontre sur une place centrale de Santiago, en quête de travail et de reconnaissance…
C’est aussi cet article qui m’a fait découvrir qu’en 1965, un certain Augusto Pinochet, alors colonel dans l’armée chilienne, justifiait et valorisait cette conquête de "l’espace vital" chilien. L’ouvrage est devenu ensuite obligatoire dans les écoles de formation militaire chiliennes, et vous savez ce qu'est devenu son auteur... 

18/02/2014