Por Jorge Rendón Vásquez
Desde mediados del siglo XIX, la conducta de la oligarquía chilena con el Perú estuvo presidida por la idea del despojo territorial.
En 1965,
Augusto Pinochet Ugarte, siendo coronel del ejército chileno, la graficó y
justificó con su libro Geopolítica,
convertido en texto de estudio obligatorio en los centros de formación militar
chilenos, desde su golpe de Estado de setiembre de 1973.
Entre otras, destaca
la “ley del menor esfuerzo” por la cual “la expansión de los Estados se
materializa en dirección hacia las líneas de menor resistencia, tanto física
como demográfica, que presentan los Estados vecinos”; la “ley de la
oportunidad” o de aprovechamiento de “los momentos políticamente favorables,
como sucede cuando el Estado vecino o el por agredir se encuentra débil
(internamente débil)”; la “quinta ley” que indica que “En su crecimiento y
expansión, el Estado tiende a incluir secciones políticamente valiosas: líneas
de costas, cuencas de ríos, llanuras y regiones ricas en recursos … desde dos
puntos de vista: estratégico y económico”.
En otros
términos, para la oligarquía y el militarismo chilenos, las fronteras no son
fijas; pueden expandirse a expensas de los países limítrofes, por la guerra, la
diplomacia, el arbitraje, la economía o lo que sea.
La pretensión
del gobierno chileno de anexarse el diminuto triángulo peruano situado entre el
hito nº 1 y el mar, con una antojadiza lectura de la reciente sentencia de La
Haya, entra en esta línea de acción.
Y todos en Chile
reproducen, como un sombrío y disciplinado coro, esta manera de ser, desde los
gobernantes hasta los más sencillos habitantes, y desde la extrema derecha
hasta la extrema izquierda. El territorio conquistado y el que les faltaría
conquistar es chileno, y en eso todos ellos están unidos. Las clases
trabajadoras chilenas parecen haber olvidado ya que cuando Pinochet y el
ejército se encaramaron en el gobierno, mandados por su oligarquía y
manipulados por la CIA, con el beneplácito de la mayor parte de la clase media,
aplicaban una recomendación de Geopolítica,
aunque para agredir, en ese caso, a las clases trabajadoras chilenas,
matándoles unos diez mil militantes sindicales y políticos y despojándolas de
una parte de sus derechos sociales.
Esa actitud expansionista
ha sido maquillada para imprimir en el rostro del chileno una expresión de
cordialidad frente a los peruanos.
Impuesto su
tratado de límites al Perú, la oligarquía chilena encargó a sus expertos en
relaciones humanas la elaboración de un modelo de comportamiento con los
peruanos, con características distintas según las clases sociales y la
formación cultural de éstos. A los personas de cierto nivel en la escala económica,
profesional o intelectual debían mostrarles una imagen de los chilenos amable,
solícita y gentil, tendida como el puente hacia una fácil amistad, y eludiendo
en la conversación el urticante tema de la Guerra de 1879 o de soslayarlo como
un acontecimiento remoto y ya olvidado, si a pesar de sus esfuerzos emergía.
Los peruanos de esta categoría que vivieron en Chile o lo visitaron, incluso
como exiliados políticos, fueron envueltos en esta aromática atmósfera y no es aventurado
decir que a algunos esas relaciones pudieron haberlos ablandando.
Morro de Arica. Monumento a la guerra Chile-Perú inaugurado por Pinochet en 1975. |
No hay, sin
embargo, manuales de conducta con los peruanos para todos los estratos de la
sociedad chilena, ni los que existen impiden ciertos arranques de prepotencia.
Por ejemplo, el proceder
de los carabineros, o policías, con los peruanos de rasgos faciales indios, por
lo general pequeños comerciantes y pescadores artesanales, suele ser muy rudo y
con frecuencia racista.
Vista del Morro de Arica cerca a la Aduana y Muelle que Perú tiene en Arica en virtud al Tratado de Ancón de 1929. |
Tuve la oportunidad de constatar el comportamiento de un grupo de chilenos que posiblemente desconocían la existencia de esos manuales, en mayo de 1963, cuando viajaba en el Ferrocarril San Martín de Buenos Aires a Santiago, en tránsito a Lima. En Mendoza, subieron al vagón de segunda, en el que me hallaba, numerosos braceros chilenos que retornaban a su país luego de trabajar en los viñedos. Había un buen número de argentinos y sólo yo era peruano. Un momento después, la mayor parte de chilenos comenzó a embriagarse con vino, y el clamor en alza de sus voces saturó el vagón. De pronto, el chileno que estaba frente a mí, un hombre de unos cuarenta años de apariencia rústica, descubriendo que yo era peruano, me convirtió en receptor de una letanía patriótica que le habían enseñado tal vez desde niño y posiblemente también en la escuela. “Nosotros les pegamos a ustedes en la Guerra del 79” —gritó—; “nosotros los hicimos correr”; “nosotros ocupamos el Perú y les quitamos una parte de su territorio”.
Cementerio Alto de la Alianza (Tacna). Tropas
Perú-Bolivia se enfrentarona las Chilenas.
El resultado adverso implicó pérdida de territorio para Perú y
Bolivia.
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La máxima in vino veritas cruzó mi mente y opté por guardar silencio, lo que no le gustó a mi interpelante, quien volvió al ataque, elevando la voz y añadiendo a sus invectivas algunas palabras soeces, mientras varios de sus connacionales se aproximaban con el semblante nada amistoso. Felizmente, a mi lado viajaba un argentino, y con él entablé conversación. Era un hombre algo mayor que yo de trato afable y educado, y advirtió mi difícil situación. Me di cuenta de que si replicaba o me obstinaba en ignorar a ese chileno el resultado sería el mismo, y peor aún si cometía el error de ponerlo en su sitio. Era evidente que todos esos hombres me veían ya como su presa para un linchamiento. Y, entonces, se me ocurrió una idea salvadora, recordando que el tren pasaría frente al Aconcagua, la montaña más alta de América.
—Dígame —le dije
al chileno—. ¿El Aconcagua es de Chile o de Argentina?
—¡De Chile! —vociferó
sin pensarlo.
—¡No diga
estupideces! —intervino mi vecino argentino, percibiendo la razón de mi
pregunta—. ¡El Aconcagua es argentino! —y dirigiéndose a sus connacionales,
añadió— ¿Lo han escuchado ustedes?
Varios
argentinos apoyaron a mi vecino, algunos levantándose de sus asientos.
Estábamos aún en suelo argentino. Los chilenos que
me rodeaban se retiraron sin decir una palabra, y mi atacante prefirió entregarse
al sueño del vino.
Frontera del Perú antes de la guerra del Pacifico 1879.
La pérdida de Arica y Tarapaca, también afectó
a Bolivia que perdió acceso al Océano Pacifico.
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En la Guerra de 1879, Chile, conducido por su oligarquía, se comportó con el Perú como un chico grandote del barrio que les pega a los chicos chicos. El capitalismo inglés requería el salitre de Antofagasta y Tarapacá como fertilizante y como ingrediente de la pólvora. Armó al ejército chileno, lo avitualló y preparó, y lo lanzó a esa guerra de conquista. El Perú de entonces era un país atrasado, gobernado por una oligarquía en gran parte indiferente a la noción de patria y con poblaciones indias y mestizas sojuzgadas, mantenidas en la ignorancia y apartadas de la ciudadanía. La oligarquía chilena había estudiado bien a su congénere peruana, y a nuestra población y, cuando comenzó su ataque, sabía cual habría de ser el resultado. El boom del salitre les duró hasta que Alfred Nobel inventó la dinamita a fines del siglo XIX. Tuvieron suerte, sin embargo. En los departamentos usurpados encontraron cobre, sin el cual Chile hubiera sido un país empobrecido.
Desde aquellos
años, el chico chico ha crecido y seguirá creciendo, con mayor conciencia de la
furia impotente que lo embargaba cuando lo vapuleaban, y el chico grande ya no
crece tanto, y apela a las sonrisas para congraciarse con su antigua víctima.
El Derecho
Internacional Público enseña que los tratados son rebus sic stantibus, es decir que duran mientras las condiciones
que los hicieron posible subsisten, y que las fronteras no son, por lo tanto,
fijas. Pueden avanzar a favor del país agresor, como preceptúa el breviario de
Pinochet, pero pueden también retroceder en su contra, lo que ese mamotreto ya
no dice.
En Europa lo
saben bien y, por eso, el triunfalismo territorial ha dejado de germinar allí luego
de la Segunda Guerra Mundial.
La mansedumbre
de la oligarquía y de ciertos políticos de nuestro país con el capitalismo chileno
y sus inversiones en el Perú, que nos invaden económicamente, es el correlato
de la máscara beatífica de Chile y de la leyenda, difundida por la corrupción, de
la necesidad de esos capitales. Si los empresarios peruanos no pueden cubrir
ese frente, el Estado debería hacerlo acudiendo a otras fuentes de capital, algo
nada difícil.
(10/2/2014)
COMENTARIO:
Décidément, après les deux billets
précédents, la séquence péruvienne continue, d'une certaine façon...
En écrivant ce billet, je pense aux
amis qui misent, peut-être un peu trop innocemment, sur la grande fraternité
sud-américaine, où désormais tout le chapelet des « pays émergents »
se proclame de gauche. Proclamation dont on ne peut que se féliciter, après les
décennies de sanglantes et sadiques oppressions dictatoriales, initiées et
bénies par les USA.
Fraternité certes, qui se manifeste
dans les grands rapprochements économiques et politiques régionaux. Mais pour
autant, il convient de ne pas occulter les rivalités des nationalismes, souvent
exacerbés, dans ce continent que, après les Incas, les conquérants espagnols,
puis les bolivaristes, voulurent unifier.
Les pays
andins en fait sont loin de nous, et pas seulement géographiquement. Ainsi, il a sans doute échappé à beaucoup que le 27 janvier 2014, la Cour internationale de justice de La Haye
a tranché, au profit du Pérou, la querelle de souveraineté maritime entre Chili
et Pérou, querelle datant de la fin de la guerre dite du Pacifique, ou guerre
du Nitrate (1879-1884).
Poussées par les capitalistes
britanniques qui louchaient sur ces territoires riches en nitrate, au nom d'un
"espace vital" chilien l’oligarchie chilienne et son armée
dépouillèrent alors la Bolivie de sa façade maritime, et enlevèrent au Pérou,
allié des Boliviens, une partie de sa façade maritime du Sud, non sans avoir
infligé au Pérou l’humiliation de l’occupation brutale de Lima.
À ce sujet, on lira avec profit
l’ouvrage que Jean-Paul Damaggio a ramené de son récent séjour avec sa compagne
dans ce qui est dorénavant l’extrême-Nord du Chili : Tant de sang ouvrier dans le nitrate chilien ! Roman –
photo Humberstone – Chili. (Éditions la Brochure, 82210
Angeville, 2013).
L’attente de la décision de La Haye a
relancé violemment de vieilles inimitiés dans ces pays andins riverains du
Pacifique. Les hispanophones se reporteront par exemple à une récente
prestation journalistique à la télé péruvienne, où droite et gauche chilienne
sont mis dans le même sac d’un nationalisme chilien conquérant et méprisant
pour ses voisins :
Ils liront aussi avec grand intérêt
l’article de Jorge Rendón Vásquez, « Peruanos y chilenos », sur le
très intéressant blog péruvien :
J’ai pu vérifier dans un passage au
Chili le racisme commun à l’égard des « indigènes » péruviens,
physiquement reconnaissables, que l’on rencontre sur une place centrale de
Santiago, en quête de travail et de reconnaissance…
C’est aussi cet article qui m’a fait
découvrir qu’en 1965, un certain Augusto Pinochet, alors colonel dans l’armée
chilienne, justifiait et valorisait cette conquête de "l’espace
vital" chilien. L’ouvrage est devenu ensuite obligatoire dans les écoles
de formation militaire chiliennes, et vous savez ce qu'est devenu son
auteur...
18/02/2014
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