Astrónomo, director del Observatorio Astronómico Nacional
(IGN) y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.
10 FEB. 2018 03:06
Tomado de:
Estamos en plena era de la posverdad. Nos alertó hace ya 14
años el escritor estadounidense Ralph Keyes en un libro de mucho impacto (The post-truth era: dishonesty and deception in contemporary life).
Desde entonces, el concepto ha ido ganando popularidad hasta que el Diccionario
Oxford designó el término «posverdad» como palabra del año en 2016. A los
científicos este término nos llena de perplejidad y asombro. Por lo que yo
humildemente comprendo, la posverdad designa la distorsión de manera emocional de
un hecho o de una prueba objetiva. Se trata pues de verdades a medias, falsas
ideas o incluso puras mentiras que circulan de manera impune por nuestra
sociedad. En términos políticos, la posverdad se refiere a ciertas
interpretaciones emocionales de hechos que son proporcionadas por los políticos
sin que sean contrastadas por nadie, ni denunciadas por parte del medio social
que las tolera. Por ejemplo, la negación del cambio climático por parte de
algunos políticos (Trump), se realiza a pesar de la abrumadora evidencia
científica que corrobora la realidad del cambio y su origen en la actividad
humana. Y este negacionismo es seguido emocionalmente, de manera irreflexiva,
por un sector de la sociedad con ideología afín a la del político en cuestión.
Es muy tentador justificar la posverdad en términos del
relativismo filosófico. Desde Aristóteles, muchas generaciones de filósofos se
han preguntado si la verdad absoluta existe y si el hombre puede llegar a
conocerla. En el siglo XVII, Locke ya distinguía
entre la realidad objetiva y la percepción subjetiva de la mente humana.
En su célebre experimento de los cubos de agua, Locke pedía a un sujeto que
introdujese su mano izquierda en un cubo de agua helada y su mano derecha en
otro cubo con agua muy caliente. A continuación, Locke pedía al mismo sujeto
que introdujese sus dos manos en un cubo de agua templada. Naturalmente, la
mano izquierda sentía que el agua de este tercer cubo estaba muy caliente,
mientras la mano derecha sentía que estaba muy fría. Locke concluía así que una
misma mente podía percibir la misma realidad objetiva de formas muy diferentes.
Por tanto, y con mayor razón, las mentes de diferentes sujetos podrán
experimentar la misma realidad de manera completamente distinta. Según Locke,
el conocimiento es siempre subjetivo pues se alcanza gracias a las sensaciones
y a la reflexión. La sensación está determinada por la percepción a través de
nuestros cinco sentidos, mientras que la reflexión viene de nuestras
asociaciones de ideas, memoria y capacidad de raciocinio.
También Kant admitía que no podemos conocer la realidad de
manera completamente objetiva, pues nuestro conocimiento siempre estará
determinado por cómo nuestra mente percibe las cosas y por cómo las formula. El
filósofo de Königsberg consagró gran parte de su vida a estudiar la naturaleza de la
realidad y creó toda una teoría deontológica basada en la capacidad humana para
razonar, es esta capacidad única la que nos lleva a obrar bien
o mal de acuerdo con un código moral. Para Kant, ni los deseos ni las emociones
proporcionan una base racional para tomar decisiones acertadas.
Nietzsche se preocupó por estudiar la relación entre la
verdad objetiva y el lenguaje, en el contexto de cómo el hombre origina y
desarrolla los conceptos. Tales conceptos son la herramienta para lograr una
uniformidad en la descripción de la naturaleza, lo que facilita la
comunicación. El que yo considero mayor filósofo del siglo XX, Bertrand
Russell, desarrolló la teoría de la correspondencia epistemológica como el establecimiento
de una biyección entre los hechos y los enunciados.
Pero el problema, ya expresado por Nietzsche, es que la relación de los
conceptos y las palabras que designan a los objetos con los objetos en sí no
proporciona una descripción perfectamente definida, las palabras pueden ser
vistas como metáforas que guardan cierta componente de arbitrariedad. Además la
cultura ha ido asociando términos y signos a los objetos y estas asociaciones
también pueden afectar a la representación mental de la realidad.
Con todo, yo no creo que pueda utilizarse la filosofía como
una justificación de la posverdad. Bien al contrario, la filosofía se ha
esforzado a lo largo de los siglos por comprender los sesgos que afectan a
nuestra manera de percibir o de razonar, a los obstáculos que pueden
interponerse en nuestros intentos por alcanzar la verdad objetiva.
También podría argumentarse que, para la ciencia, la verdad
parece ser algo siempre provisional. Y es que, efectivamente, la descripción
científica del mundo está sometida a un escrutinio permanente y las teorías
científicas que describen la realidad son consideradas aproximaciones
sucesivas, descripciones progresivamente más precisas. Así la mecánica de
Newton puede ser vista como una primera aproximación de la teoría de la
gravitación, mientras que la teoría de la relatividad general Einstein tiene
una mayor precisión y es capaz de explicar fenómenos físicos sobre un mayor
rango de dimensiones físicas.
A veces la provisionalidad de la verdad científica es
criticada duramente. Nos quejamos de que los científicos dicen un día que la
mantequilla o los huevos son malos para la salud y al poco tiempo dicen lo
contrario. Sin embargo, este escrutinio permanente de la verdad científica solo
debería considerarse de manera positiva, pues refleja la dificultad y el
esfuerzo del mundo de la ciencia por alcanzar el mayor acercamiento posible a
la verdad. El
científico no tiene ningún escrúpulo por reconocer que un estudio previo fue
insuficiente y que debemos cambiar nuestras conclusiones a la vista de nuevos
datos. Todo lo contrario: es su método de trabajo. Es cierto que un
estudio pretendidamente científico argumentó un día sobre una supuesta relación
entre la vacunación y el autismo. Pero no es menos cierto que ese estudio fue
completamente rebatido por muchos otros estudios y los autores del primero
fueron separados sin contemplaciones del mundo de la ciencia y de la práctica
de la medicina. No hay ningún argumento hoy que justifique la no vacunación. Es
sorprendente que esas ideas se extiendan para pasar a formar parte de una
absurda posverdad.
Con el método científico, que incluye la experimentación, el
hombre es capaz de ofrecer la descripción más objetiva posible de la realidad.
En el experimento de los cubos de agua con el que Locke ilustraba el
relativismo, un científico introduciría un termómetro en cada uno de los cubos
y mediría la temperatura para dar así la descripción más objetiva posible, y
por tanto imparcial, de esa realidad física. Aunque su verdad sea siempre
provisional, el científico siempre posee la información más fiable posible. Su
descripción de la realidad es más objetiva que la que puede ofrecer otros tipos
de conocimiento como el arte, las religiones u otros tipos de creencias.
La obligación del científico es pues facilitar la información
más fiable posible de acuerdo con el estado actual del conocimiento
contrastado. El cambio climático, la vacunación, los alimentos transgénicos, la
homeopatía, las técnicas de adivinación, los extraterrestres,... La ciencia tiene
hoy las ideas muy claras sobre estos y muchos otros temas. Vemos pues cómo los
científicos nos encontramos en plena época de lucha contra la posverdad. Resulta
descorazonador que, en pleno fragor de la batalla, tras escoger
"posverdad" como palabra del año 2016, el siempre acertado
Diccionario Oxford haya declarado palabra del año 2017 a un término muy
relacionado con el primero, fake
news o falsas noticias, un fenómeno que dota de nuevas dimensiones a
esta plaga de posverdad.
Si la obligación del científico es proporcionar información
fiable, la obligación del político es dejarse de mandangas de posverdad para
elaborar sus políticas públicas sobre la información proporcionada por la
ciencia, ésta es la base más firme y fiable sobre la que fundamentar sus
decisiones.
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