Por Horacio Bernades
Tomado del diario Página 12, lunes 26 de septiembre de 2022.
https://www.pagina12.com.ar/484924-gisele-sapiro-sobre-la-cultura-de-la-cancelacion
¿La conducta privada o el pensamiento de un autor debe incidir en la apreciación de su producción artística? La socióloga y filósofa francesa aborda un interrogante que lleva mucho tiempo, pero que las redes sociales volvieron más actual que nunca.
Lecturas ofendidas, llamados a boicots,
febriles debates públicos, bruscas cancelaciones: ¿qué hacer con el autor (de
libros, de cine, de música) que dice o hace algo que consideramos va más allá
de nuestro nivel de tolerancia? Esto dicho tanto en términos personales,
grupales (las redes) o colectivos (la sociedad en su conjunto). ¿Da lo mismo la
opinión que el hecho aberrante, el delito penado por la ley incluso? ¿La
conducta privada de un autor debe incidir en la apreciación de su obra? ¿El
comentario misógino, o racista, o antidemocrático, o en perjuicio de grupos
desfavorecidos, hecho en círculos reducidos, tiene el mismo peso que su
difusión masiva? ¿Qué debe primar en estos casos, la defensa de principios
comunitarios e incluso etarios o la libertad de expresión? ¿La sociedad debe
protegerse, o hay que preservar el derecho a opinar antes que nada?
Alrededor de estas cuestiones gira ¿Se puede separar la obra del
autor?, el libro de la filósofa y socióloga francesa Gisèle Sapiro, editado
por Capital Intelectual. En el libro Sapiro toma algunos casos notorios --el de
Roman Polanski, su condena por pedofilia y la relación con su obra, el
antisemitismo en Richard Wagner y Louis Ferdinand Céline, el nazismo en
Heidegger, las provocaciones islamofóbicas de Michel Houllebecq, entre ellos--
para abordar el tema, del que opina, como deja claro en la entrevista que
sigue, que lo primero que debe hacerse es poner la obra en contexto,
eventualmente publicarla con advertencias preliminares o fajas sobre su
contenido. “Es mejor explicar la violencia simbólica que transmiten ciertos
clásicos que borrarlos”, sostiene. “Pero no estoy a favor de volver a publicar
todo”.
--¿Qué
piensa de la cultura de la cancelación?
--Es un concepto que aglutina cosas muy
diferentes: el boicot a determinados creadores o artistas por actos reprobables
que han cometido, como Polanski, o por sus posiciones ideológicas racistas o
sexistas, y la negativa a leer y estudiar ciertas obras de autores
cuestionables. El boicot es un derecho. En cambio, si lleva al despido de la
persona sin examinar los hechos, esto puede dar lugar a injusticias o sanciones
desproporcionadas, como es el caso de Estados Unidos. Al mismo tiempo, sabemos
que la mayoría de las denuncias por agresión sexual o violación no prosperan,
por buenas y malas razones (la buena es la falta de pruebas suficientes, la
mala es la falta de credibilidad dada a la palabra de los denunciantes), por lo
que quizás estos casos de injusticia sean un prerrequisito para cambiar
comportamientos que tienden a cosificar el cuerpo de la mujer, o para que el
racismo y el sexismo dejen de tener cabida en el espacio público. En cuanto a
la lectura y el estudio de ciertas obras del pasado que pueden resultar
ofensivas o chocantes, creo, como expongo en el libro, que es mejor explicar la
violencia simbólica que transmiten ciertos clásicos que borrarlos, lo que
equivale también a borrar las huellas de esta violencia simbólica, que debemos
ser capaces de estudiar. Pero no estoy a favor de volver a publicar todo.
--¿Cuál
sería la actitud a adoptar con quienes en su vida privada cometen delitos
graves, como la violación o la pedofilia, pero en cuyas producciones artísticas
no pueden detectarse rastros de ello? Pienso en los casos de Roman Polanski o
--aunque no se ha probado que abusara de su hija-- de Woody Allen.
--Creo que lo más importante es el debate para
evitar que se repitan hechos de delincuencia infantil y concienciar, sobre todo
en los círculos profesionales más expuestos, como el cine y la moda. El boicot
o las sanciones tienen principalmente un efecto disuasorio sobre los creadores
actuales, y ese es su punto fuerte. Personalmente, no estoy a favor de la
desprogramación de las películas de Polanski, que han contado en la historia
del cine y que no glorifican el pedocrimen, pero creo que la movilización
feminista es importante porque utiliza la notoriedad de Polanski para promover
la causa de las mujeres y ése es un juego limpio. Y podemos entender que esto
lleve a muchos espectadores a alejarse de su obra.
--Richard
Wagner era un antisemita declarado. Pero al tratarse de un músico, es natural
que en su obra no aparezcan huellas de ello. Sin embargo, su revisión de
ciertas mitologías germánicas es vinculable con la cultura nacionalista de su
país, völkish en
alemán. ¿Qué hacemos, dejar de escuchar a Wagner?
--En primer lugar, cabe recordar que Wagner
estuvo prohibido durante mucho tiempo en Israel, a causa de su
instrumentalización por parte del nazismo y su antisemitismo. Además, el gran
especialista en Wagner, el musicólogo Jean-Jacques Nattiez, demostró en un
libro que en adelante debería ser de referencia, que no sólo el antisemitismo
estaba presente en ciertas óperas de Wagner, a través de figuras caricaturescas
de judíos como Beckmesser en Die Meistersinger von Nürnberg , como ya había señalado
Adorno, sino que también es perceptible en la Tetralogía, a través de ciertos
temas musicales. Es difícil ignorar la música de Wagner, nos guste o no. Pero
las condiciones de su producción, y en particular el antisemitismo, deben
recordarse constantemente. Esto aboga más ampliamente por una historia de las
obras que tenga en cuenta las condiciones externas y no se centre únicamente en
el análisis interno.
--Los
mismos reparos podrían plantearse con respecto a T. S. Eliot, que en lo
personal era confesamente antisemita, pero eso no aparece en su obra. O
Heidegger. ¿Que en los Cuadernos
Negros se muestre partidario del nazismo y desarrolle tesis
antisemitas anula el valor de Ser y Tiempo?
--Una vez más, abogo por una historia
literaria, artística, musical o intelectual que tenga en cuenta las cuestiones
políticas e ideológicas de la producción de obras. Para comprender y juzgar
estas obras, es necesario poder ubicarlas en sus condiciones de producción y
recepción. No para absolverlas, sino para analizar cómo reprodujeron,
difundieron o iniciaron formas de violencia simbólica. O en su caso, cómo estas
obras se relacionan con las posiciones ideológicas de sus autores. En el caso
de Heidegger, como en el de Wagner, hace falta un análisis minucioso por parte
de especialistas para mostrar el funcionamiento de la violencia simbólica, que
en mi opinión es la lección más importante que se extrae de estos análisis.
--El nacimiento de una nación, de poco
menos que el "inventor" del cine, D. W. Griffith, muestra
positivamente al Ku-Klux-Klan. Los negros y las mujeres son ridiculizados en la
obra de Buster Keaton. En algunas de sus novelas, Graham Greene habla con
desdén de ciertas etnias nativas. Todo un género, el western, justifica la
matanza de indios y la justicia por mano propia. Muchas letras de rap son
misóginas, machistas, armamentistas, y portan mensajes de odio. ¿Debiera
dejarse el juicio de estas obras a la apreciación de cada espectador en su conjunto,
o instituirse el uso de advertencias específicas, por medio de fajas en el caso
de libros y discos, y de carteles en el caso de las películas?
--Pienso que las advertencias, las
advertencias desencadenantes, aunque sean criticadas por algunos como
infantilizadoras, tienen una virtud: participan en el trabajo de conciencia
colectiva y en el desvelamiento de la violencia simbólica que ejercen estas
obras que socavan grupos de individuos por su origen o sexo. O de su sexualidad
para las personas homosexuales y transgénero, que también son víctimas de lo
que yo llamo discurso estigmatizante más que discurso de odio. Porque algo les
hacen esas obras a estas personas, al legitimar la violencia simbólica y física
a las que son sometidos.
--¿Debe
la ley juzgar a la obra, o es el receptor quien debe hacerlo?
--Ciertamente los receptores. Sólo en el caso
de las películas pedófilas el consumo de películas equivale al propio acto
pedófilo porque generalmente se asocia a prácticas y sirve de índice en la
investigación policial, al menos en Estados Unidos. Además, las leyes de
libertad de prensa asumen que los lectores son capaces de discernir. A los
menores se les restringe el acceso a ciertas producciones culturales, o se las
categoriza por edad. La ley, que juzga todo medio de difusión, escritura,
imagen y canción, tampoco es siempre un criterio necesario y suficiente para
evaluar estos casos. Por un lado, la ley permitía culpar a Flaubert y censurar
a Baudelaire por haber ofendido la moral con obras que hoy se consideran obras
maestras. Por otro lado, cuando Céline escribió sus panfletos antisemitas, no
estaban prohibidos. ¿Eran inofensivos? ¿No ejercieron violencia simbólica
contra los judíos? Una violencia simbólica que contribuyó a legitimar la
deshumanización y la violencia física a la que iban a ser sometidos, hasta la
destrucción de un pueblo. Pero esto tampoco debe sustentar el argumento del
anacronismo: no porque el antisemitismo fuera una ideología difundida y
aceptada en su época dejaba de ejercer violencia simbólica. Por lo que, aun
juzgándolos en su contexto, debemos tomar la medida de esta violencia que
pueden ejercer las producciones culturales, especialmente cuando son obra de
creadores reconocidos.
--Casos
como el del ideólogo nacionalista Charles Maurras parecen más sencillos, ya que
su obra misma representa una apoteosis del racismo, el antisemitismo y la
xenofobia. De todos modos, ¿qué hacemos en este caso, se prohíbe la obra por
contener mensajes de odio dirigidos a colectivos desfavorecidos?
--De hecho, algunos de los escritos de Maurras
están sujetos a la ley que prohíbe el discurso de odio contra grupos debido a
sus orígenes, religión y etnia. Otras partes de los escritos de Maurras no caen
bajo esta prohibición. Ahora hay un volumen que vuelve a publicar ciertos
textos, en nombre de la influencia que ejerció en su tiempo. Pero si leemos el
prefacio o los comentarios de esta edición, vemos que se trata de una empresa
de rehabilitación muy ideológica. Me pronuncio en contra de este tipo de reediciones
porque en el contexto actual de auge de la extrema derecha, tales reediciones
por parte de editoriales establecidas e ideológicamente no identificadas, cuya
motivación es sobre todo comercial, tiene un efecto legitimador de estos
discursos y de sus autores.
--¿Cuándo
debe prohibirse una obra? ¿O nunca debería hacerse, en nombre de la libertad de
expresión?
--La justicia actual en Francia es muy
tolerante y favorable a la libertad de expresión, y aunque la ley republicana
de 1881 es más estricta, no se aplica con rigor, especialmente en materia de
ofensa a la moral. Las restricciones previstas por la ley de 1881 fueron, sin
embargo, endurecidas en 1949 por otra ley de protección de los jóvenes, lo que
puede justificar prohibiciones a veces abusivas de obras calificadas de
obscenas y pornográficas, como las hubo en los años 50 y 60. Desde la década de
1970 ha habido una liberalización en este área y, por lo tanto, menos
procesamientos. Debe recordarse que la difamación y la invasión de la
privacidad también están penadas por la ley, y que muchos casos legales
relacionados con la literatura hoy en día caen bajo estos cargos.
--El
caso de Michel Houllebecq es más complicado, ya que tanto sus declaraciones
como sus textos son siempre ambiguas en relación a la islamofobia y la fobia
antiinmigración.
--Autores provocadores como Houlellebecq
juegan con los límites de la libertad de expresión. En su novela Plataforma, por ejemplo,
Houlellebecq atribuye a los personajes de ficción comentarios racistas o
islamófobos, por lo que en nombre del principio de representación juega también
con la distinción entre autor y narrador, de modo que no podemos atribuir
directamente estos sentimientos, al tiempo que insinúa una cierta complicidad
entre su narrador y él mismo. Sobre todo, no hay contradicción de estos odiosos
comentarios en la historia, que tiende más bien a legitimarlos. No se trata de
prohibir este tipo de producciones, sino una vez más de analizarlas para
revelar la violencia simbólica que transmiten.
--Resaltas
que hay que situar las obras en su contexto histórico, teniendo en cuenta que
en otros tiempos el clima de la época era más permisivo con temas actualmente
considerados nocivos. En el cine negro, por ejemplo, no está mal visto que el
héroe le dé bofetadas a la dama. Gauguin abusó de las niñas tahitianas,
aprovechándose de su condición de hombre blanco, de mayor edad además. ¿Qué
debemos hacer con eso?
--Ya comencé a responder a este argumento de
anacronismo, con el que no estoy de acuerdo. Ciertamente hay una relatividad de
las normas, pero eso no significa que podamos caer en un relativismo moral
respecto a los abusos y violencias que unos individuos cometen contra otros, ni
respecto a los mecanismos de minimización o subalternización de ciertos grupos,
lo que justificaría la violencia contra ellos. En el caso de Gauguin es
necesario, como hizo la National Gallery de Londres, contextualizar las
condiciones de producción de estas obras. Su privilegio como hombre blanco y su
estatus superior en un contexto colonial favorecieron sus relaciones con chicas
muy jóvenes en Tahití. Sin embargo, sus retratos de estas jóvenes sacan a
relucir su subjetividad en el espacio público.
--Otra
diferenciación que usted hace es entre la moral del autor y la de la obra.
¿Puede ampliar al respecto?
--En este libro cuestiono la relación entre la
moralidad de la obra y la moralidad del autor, analizando los presupuestos
culturales que tienden a identificarlas --la obra como espejo de la persona del
autor, o como fruto de su intención--, mostrando que estos presupuestos siempre
encuentran límites, en tanto el autor como la obra son construcciones sociales.
Pero expongo que a pesar de las diferencias que se pueden establecer, en
particular a través de la distinción entre autor y personajes, o entre autor y
narrador, una obra está, no obstante, imbuida de las disposiciones
ético-políticas que subyacen en la visión del mundo del autor, y que esta
visión del mundo puede ser reconstituida por un fino análisis de la obra.
¿Por qué Gisèle Sapiro?
Licenciada en Filosofía y en Literatura Comparada por la Universidad de Tel Aviv y doctora en Sociología por la École de Hautes Études en Sciences Sociales, Gisèle Sapiro trabaja actualmente como directora de estudios de esta última institución y como directora de investigación en el Centre National de la Recherche Scientifique. Con un enfoque empírico muy similar al de Pierre Bourdieu, cuya obra continúa, la labor académica de Sapiro se ha centrado en dos grandes campos: la sociología de los intelectuales y la sociología de la traducción. Entre las obras que ha publicado en los últimos años son de destacar La responsabilité de l’écrivain. Litterature, droit et morale en France (2011), Les écrivains et la politique en France. De l’Affaire Dreyfus à la guerre d’Algérie (2018) y Des mots qui tuent. La responsabilité de l’intellectuel en temps de crise (1944-1945) (2020). ¿Se puede separar la obra del autor? es el primero de sus libros que se publica en español.
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