a Biblioteca Abraham
Valdelomar dirigida por el escritor iqueño César Panduro y, bajo los auspicios
de Alberto Benavides Ganoza, han hecho posible la edición de Valdelomar en imágenes, una exposición fotográfica
del escritor iqueño realizada en el Museo Adolfo Bermúdez organizada y dirigida
por Jesús Cabel.
Con la publicación del
homenaje a Abraham Valdelomar en imágenes, éste representa ya un proyecto culminado
en el fructífero trajinar por la literatura peruana que tiene Cabel, de cuya
pasión, creatividad, tenacidad y obsesión soy testigo. Tomo el colofón de
Benavides Ganoza para esta edición homenaje:
Valdelomar tiene
siempre cara de inteligente. Esta nueva contribución de Jesús Cabel a la
bibliografía peruana es un justo homenaje a ese “intérprete de la naturaleza”
que es Valdelomar. Ojalá que estas imágenes contribuyan a despertar la
curiosidad por sus cuentos magnificos. Ahí encontrará cualquier joven –de cuerpo
o de alma- la prosa siempre poética de Abraham Valdelomar.
PRESENTACIÓN
Jesús Cabel
n el proceso de la
literatura peruana, de las dos primeras décadas del siglo pasado, la presencia
de Abraham Valdelomar es imprescindible por diferentes razones. Su obra
–principalmente parte de la narrativa, las crónicas, el epistolario a su madre
y algunos poemas- ha suscitado interés, reconocimiento y devoción; al punto de
que no es una exageración ni ningún alarde afirmar que estamos frente a un
clásico de nuestra literatura, pero también ante un personaje que levantó
polémica por su personalísima conducta, que originó más de un escándalo, los
cuáles, hoy felizmente, han sido traducidos apenas como una anécdota.
El protagonismo de
Valdelomar no se debe a las poses que
asumió, propias de la época -más si consideramos ese ámbito limeño tan áspero y
difícil-; sino, en el fondo, por esa parte temblorosa y absorta de su
autobiografía que logra páginas inolvidables, donde la imagen del niño
sobrevive y se aferra a la naturaleza marina, al beso cálido de la madre y al
juego de los hermanos. Sin embargo, es necesario explicar cómo es que un
provinciano del sur del país pudo convertirse en el eje del movimiento
Colónida, tal vez el más importante del siglo pasado y en lo que va del
presente. A partir de la revista Colónida,
que apenas logró cuatro números, Valdelomar impuso nuevos nombres a la
literatura peruana, otras formas de enfrentarse a la escritura y diferentes
modos de plantearla.
Luego vendrá la gran
travesía que emprendió entre mayo y diciembre de 1918, con la que inició una
extraordinaria forma de sentir y pensar el país, auscultando los problemas
nacionales. Emprendió un peregrinaje cultural sin precedentes, convocando con
su vibrante oratoria a niños, jóvenes, obreros, intelectuales y al pueblo en
general; con el afán no disimulado de promover “una campaña nacionalista,
completamente desinteresada”, pues el planteamiento valdelomariano era que
todavía resultaba posible desmontar las viejas estructuras y fundar un país
nuevo. En ese trajinar, sus conferencias serían la parte medular de un nuevo
libro dirigido a develar un Perú desconocido, descubierto precisamente por el
poeta. Sin duda, el proyecto habría dado paso a una obra monumental, donde
encontraríamos “el alma compleja de los pueblos”. Sus conferencias en el sur y
norte del país, son la afirmación de una prédica deslumbrante, pero también de
un amor sin fronteras por los valores patrios, por ese sentimiento de
peruanidad que solo él sabía insuflar en sus oyentes.
El episodio mortal de
Valdelomar se inicia con su elección como Diputado Regional y su viaje
posterior a Ayacucho, donde es elegido Secretario del Congreso Regional del
Centro. Después aparecerá la leyenda que ahora tratamos de rescatar a través de
las imágenes, siguiendo sus pasos por los lugares más insospechados del país,
en un itinerario que el propio Valdelomar no tuvo tiempo de examinar, pues su
vida terrena fue como un relámpago maravilloso. “Era el más original –ha
escrito el maestro Sánchez-, el más audaz, el más sensitivo, el más discutido y
tierno. No pertenecía a ninguna familia de linaje ni de arca henchida de
doblones; su origen era provinciano y modesto: era del campo. No quiso ser
doctor; se graduó en amor y belleza”.
PALABRAS DE HOMENAJE A VALDELOMAR Y CABEL
Oswaldo Reynoso.
las diez de la
mañana entró al aula el profesor de Literatura. Cincuentón. Corbata michi y
melena crecida: desafió a la gente conservadora de la ciudad de Arequipa de
fines de la década del cincuenta. Anteojos oscuros. Seguro que se amaneció con sus
amigos poetas, me comentó, por lo bajo, Jorge, mi compañero de carpeta. El
profesor de su maletín sacó unas copias a mimeógrafo y me pidió que las
repartiera. Lean en silencio, ordenó con voz levemente pisquera. Subió a la
cátedra, se quitó los anteojos y reposó la cabeza sobre la tapa del pupitre.
Era un cuento. No tenía título ni nombre de autor. Su lectura me despertó la
imaginación y me provocó un placer muy intenso. Claro que en ese entonces no
tenía la suficiente formación literaria como para apreciar las técnicas que ese
autor, de las primeras décadas del siglo pasado, había empleado en su cuento.
Sin embargo, años después comprendí que bastaba el contacto directo con la
belleza de la palabra y de la imagen para sentir una profunda sensación
estética. Y eso fue lo que me produjo tal estado de maravilla. Por otra parte,
era la primera vez que leía un relato que me mostraba nuestra propia vida desde
las entrañas provincianas del Perú. Cuando terminamos de leer y empezó el
runrún de los comentarios, el profesor despertó. Levantó la cabeza, se puso los
anteojos oscuros y nos dijo: Ahora, coloquen su cabeza sobre la carpeta y
sueñen con el cuento. Y yo soñé con esa familia y vi a mis hermanos, a mi papá,
a mi mamá, a los pescadores de Mollendo y sobre todo a ese gallo, que como un
guerrero antiguó murió con dignidad y heroísmo en el coliseo de peleas de
Yanahuara. Tocó el timbre. Nos levantamos de nuestros bancos. En el patio del
Colegio de San Francisco, le pregunté al profesor: ¿Cuál es el título de ese
cuento y quién es el autor? Entonces, él me contestó: si te ha agradado, busca
en los libros o revistas el título y el nombre del autor. Esta es la tarea que
te doy para la próxima semana.
Cuando mis ocho
hermanos con mi papá y mi madre, alrededor de una mesa, como la familia de ese
cuento, estábamos almorzando, les relaté la experiencia tan profunda y hermosa
que había sentido con la lectura de ese cuento de un gallo de pelea. Mi papá me
dijo: Después del almuerzo, anda a mi escritorio y encuéntralo en el estante de
los libros de literatura peruana. Sírveme rápido, le dije a mi mamá. No me
apures, me llamó la atención, y siguió llenando los platos de mis hermanos con
el chupe de viernes que sacaba con su cucharón de una gran sopera. No comí la
fruta y salí disparado hacia el escritorio de mi papá. Luego de buscar libro
por libro, por fin, encontré el cuento. Era El
caballero Carmelo de Abraham Valdelomar.
Al día siguiente, me
dirigí a la Biblioteca Municipal a recabar más datos sobre este autor. Cuando
el Director, el poeta César Atahualpa Rodríguez, escuchó desde su oficina que
un adolescente, casi ya joven, se interesaba por Valdelomar, me llamó. ¿Qué ha leído
de Valdelomar?, de frente me preguntó. Entonces, le conté la experiencia que
había tenido en el colegio y la relectura de El Caballero Carmelo en mi hogar. Este poeta y mi profesor de
Literatura eran los únicos en Arequipa que exhibían cabellos largos en
insultante caída bohemia sobre la nuca. Llamó a la señorita bibliotecaria y le
encargó que me prestara los libros de Valdelomar. Se puso de pie y del estante
bajó un voluminoso archivero. Sacó una carta y me la enseñó. Yo he sido amigo
de Valdelomar, me dijo. Puede leerla. Con mucho afecto, le decía que valoraba
mucho los poemas de su libro La torre de
las paradojas. Pero lo que más llamó mi atención fue su firma. Ahora que
escribo este texto, recuerdo que emocionado le dije que si podía deslizar la
yema de mis dedos por esa firma. Me miró extrañado y me dijo: Proceda. Era la
primera vez que me ponía en contacto físico con un escritor que me había
señalado en el estremecimiento estético de la palabra una senda de vida y de
creación con un solo cuento: El Caballero
Carmelo.
Después de muchas
décadas, recibo la invitación del poeta e investigador, Jesús Cabel, para que
inaugure la exposición “Valdelomar en imágenes”, en el Museo Adolfo Bermúdez de
Ica. Luego de contemplar cuarenta fotos de Valdelomar, bien enmarcadas con
gusto y elegancia, en diferentes etapas de su vida y en diversas poses y
atuendos, volví a sentir con más intensidad ese estremecimiento estético y
vital que experimenté hace tantas décadas en Arequipa, mi ciudad natal.
Jesús Cabel tenía el
proyecto de llevar esa exposición por las ciudades del país que visitó
Valdelomar dando conferencias sobre el Perú. Es necesario destacar que en las
primeras décadas del siglo pasado los intelectuales afincados en Lima
desconocían el Perú profundo, como lo llamaba otro provinciano, Jorge Basadre.
Por desgracia, este proyecto fracasó por falta de financiamiento. Pero, ahora,
el fruto de la investigación minuciosa y de la tenacidad de Jesús Cabel se ve
logrado con creces en este libro, que une magistralmente la vida y la obra de
Valdelomar con un testimonio de imágenes fotográficas y textos redactados con
gran conocimiento y pulcritud.
Gracias, Jesús Cabel,
por este aporte a la valoración de este escritor que por primera vez, en la
literatura peruana, dio importancia a la provincia con sentido universal y
destacó con la palabra poética y la imagen a los verdaderos peruanos cholos en
la representación de los pescadores de San Andrés.
Norka Rouskaya en el Palais Concert acompañada por Luis Alberto Sánchez, José Carlos Mariátegui, Abraham Valdelomar y otros escritores de la época. |
VALDELOMAR EN CHICLAYO
uando Valdelomar
llegó a Chiclayo, fueron a recibirlo el Alcalde José Francisco Cabrera; los
periodistas, José María Reaño Bocanegra y Cristian G. Campos, directores de La Tarde y de El Bien Agrícola, respectivamente; y Adán Neyra, presidente del
club Unión y Patriotismo. En su alojamiento del Hotel Royal, recibió a una
delegación estudiantil del Liceo Aguirre, dirigida por Moisés R. Valiente. El
26 de julio de 1918, en el Teatro Dos de Mayo inicia una serie de conferencias
dedicadas, con especial interés, a los niños, obreros y artesanos, así como al
público en general. “El sentimiento nacionalista” y “El arte en el Perú”, son
dos de los temas preferidos, alternando con la lectura de poemas de Manuel
Gonzáles Prada y Rubén Darío. El tono de su primer encuentro con el público es
confesional y revelador. Dice: “Si me considero y soy el más brillante y joven
artista de mi época, es, justamente, porque no sé mentir; por haber dicho
siempre la verdad, en el arte y en la vida; porque juzgo que en un país
envilecido por la mentira, es menester llevar a la Verdad a su exaltación
máxima […]”. El viernes 09 de agosto, Valdelomar se alejaba de Chiclayo y las
sociedades obreras fueron a despedirlo masivamente, agradeciéndole las dos
conferencias que les dedicó; la primera, en la plaza de Abastos, y la segunda, en
el Teatro Dos de Mayo.
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