Escribe: Quintín Churaq Mamani.
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.”
ste primer párrafo
apertura la opera prima de Gabo: Cien
años de Soledad. Periodista desde su juventud, su escritura se elevó de
simple crónica a la construcción de un universo narrativo sostenido por una
realidad asfixiante, llena de conflictos pero mágica al fin. Narraba en
distintas dimensiones un espacio vital: Macondo y con él, los avatares de los
Buendía, desde el primero, el patriarca, Aureliano Buendía, muerto ezquizofrénico y atado a un árbol, y el último, Aureliano Babilonia, a quien están devorando las hormigas. Las vicisitudes
de un clan familiar descritas desde una condición omnipresente, el personaje y
el narrador confluyen en una identidad del transcurrir del pasado al presente
donde un imaginario Macondo podía representar a cualquier pueblo de
Latinoamérica.
Cien años de soledad resulta la historia de una realidad concreta
que se muestra esquiva y se mofa de sus personajes. Lo impredecible y
contradictorio sugería un escenario que discurre entre cada personaje. Antes y
después de Cien años de soledad, Gabo
había escrito cuentos y novelas cortas, sólo cien años resultaría la catapulta
llamada “boom latinoamericano”. El mismo Gabo contaba que para escribirla tuvo
que recluirse en su frugal estudio y desentenderse de los problemas cotidianos,
incluyendo su labor de periodista. Sólo Mercedes Barcha, -su esposa-, pudo
auxiliarlo en esta titánica labor escritural. Gabo recibía por una pequeña
ventana los alimentos y los insumos necesarios para terminar la gran novela. Al
tiempo de acabarla y dejar el claustro, quedó sorprendido de no encontrar ningún
mueble u objeto de valor en casa, preguntó a Mercedes que había ocurrido con
los muebles, a lo que ella contestó:- ¿de dónde crees que en este tiempo pude
sostener las necesidades en esta casa?
La gran novela le fue
ofrecida al editor español asentado en Argentina, Gonzalo Losada, quien tiró al tacho la copia, considerando
que el autor aventuraba demasiado al trastocar la narrativa del realismo
insertando composiciones que escapaban a ella, la magia no cabía en el universo que había diseñado para sus lectores. Felizmente la Editorial Sudamericana
en 1967 accedió a tu solicitud y respetó el íntegro de tus textos. La primera edición
se agotó en corto tiempo, siendo necesario publicar más reimpresiones. El boom
que significó Cien años de soledad,
reditó lo cultural y lo económico, -el sueño de cada escritor de vivir de su
escritura creativa-. De las múltiples ediciones, -incluidas las piratas-, me
parece la mejor editada por la Real Academia Española, en su edición
conmemorativa 2007. Es necesario reconocer que hay otras novelas de igual importancia en la obra de Gabo: El coronel no tiene quien le escriba, los funerales de la mama grande, El amor en tiempos del cólera, crónica de una muerte anunciada entre otros, pero Cien años de soledad será la más representativa entre todas.
Uno de mis párrafos favoritos
que suelo releer con placer y perversa proyección en el afán de mostrar los
excesos de las metodologías sobre comprensión de lectura, es la referida a la narración
de Meme, y, sobre todo, al pretendiente, personaje construido con el material inmediato:
“joven, cetrino, con unos ojos oscuros y melancólicos”, “Se llamaba Mauricio
Babilonia. Había nacido en Macondo, y era aprendiz de mecánico en los talleres
de la compañía bananera”. El cerco amoroso que tendió éste a Meme fue
fulminante, “No se asuste”, le dijo en voz baja. “No es la primera vez que una
mujer se vuelve loca por un hombre”. La feliz agraviada recién comprendía…
“Fue entonces cuando cayó en la cuenta de las mariposas amarillas que procedían las apariciones de Mauricio Babilonia. Las había visto antes, sobre todo en el taller de mecánica, y había pensado que estaban fascinadas por el olor de la pintura. Alguna vez las había sentido revoloteando sobre su cabeza en la penumbra del cine. Pero cuando Mauricio Babilonia empezó a perseguirla, como un espectro que sólo ella identificaba en la multitud, comprendió que las mariposas amarillas tenían algo que ver con él. Mauricio Babilonia estaba siempre en el público de los conciertos, en el cine, en la misa mayor, y ella no necesitaba verlo para descubrirlo, porque se lo indicaban las mariposas.”
Una vez culminada la
lectura suelo preguntar: Diga usted ¿cuántas mariposas amarillas acompañaban a
Mauricio Babilonia? Indique especie, clase y nombre científico de las mariposas
amarillas. ¿Cuál es el tamaño promedio de las mariposas amarillas? Por supuesto
que Gabo jamás hubiera entendido que el sentido simbólico de las mariposas
amarillas fuera aplastada por una interpretación positivista tediosa y vacía.
Ninguna pregunta tiene respuesta posible. Las interpretaciones y análisis
sesudos al final resultan banales si no se tiene en cuenta que se trata de
introducirnos en Cien años de soledad
con todos los sentidos y nervios puestos de cara a la vida.
La zurda
latinoamericana acogió con algún recelo la novela, pero no tardó en reconocerle
méritos y sentirse parte del universo macondiano. Públicamente Gabo adscribió
por la zurda latinoamericana. Narró la travesía del cineasta Miguel Littin exiliado
por el dictador Pinochet, quien ingresó clandestinamente a su propio país para
documentar el sufrimiento de sus connacionales. O del respaldo que brindó a
Cuba desde la abusiva resolución que la marginaba de Latinoamericana por haber
enfrentado al imperio y haber fundado un Estado verdaderamente libre. Nada
tienen los conservadores y neoconservadores para reprocharle sus opiniones
políticas y/o culturales, Gabo reconocía los tráfagos de la jauría que se utilizaban para atacar todo lo que disonara hacia la izquierda.
Hoy, jueves, -tal como
Vallejo vaticinara su muerte-, te has ido en un viaje sin retorno. Si el obituario de cualquier periodico tuviera lugares comunes y referencias intemporales, sería el que tú mismo escribiste en los últimos párrafos al final de tu novela:
“Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico, cuando Aureliano saltó once páginas para no perder el tiempo en hechos demasiado conocidos, y empezó a descifrar el instante que estaba viviendo, descifrándolo a medida que lo vivía, profetizándose a sí mismo en el acto de descifrar la última página de los pergaminos, como si se estuviera viendo en un espejo hablado. Entonces dio otro salto para anticiparse a las predicciones y averiguar la fecha y las circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres al instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.”Adiós Gabo, Siempre estarás en nuestro Macondo latinoamericano.
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