miércoles, 24 de marzo de 2021

La poesía de Oscar Raúl F. García: Un canto solidario

 El poeta argentino Jorge Boccanera escribe sobre la obra de su compatriota Oscar Raúl Fernando García, quien se abocó a la escritura después de décadas como trabajador fabril, en lo que tuvo bases para una visión crítica de la realidad, enfrentando la desigualdad y la codicia de los poderosos. También desplegó una labor destacada como gestor -militante- de la poesía, al organizar talleres y reunir a autores jóvenes con otros ya conocidos.

   


Por Jorge Boccanera

Tomado de: https://lapoesiaalcanza.com.ar/noticias/7154-la-poesia-de-oscar-raul-f-garcia-un-canto-solidario

   Hombre de muchos oficios, Oscar Raúl Fernando García laboraba en una fábrica de cartón corrugado ubicada en Valentín Alsina, en el sur del Gran Buenos Aires, cuando publicó su primer libro, “El canto de las fábricas” (1974), a cargo del Grupo Editor Mensaje, sello que sacó por más de tres décadas una importante revista de arte y literatura, “Ateneo”.

   Nacido en el conurbano bonaerense en 1927, García descubre su vocación poética casi entrando en los cincuenta abriles, aunque contaba a los amigos que unos textos borroneados tiempo atrás se los había arrebatado una inundación que asoló a las localidades de Alsina y Villa Diamante.

   Mientras corrige los poemas de “El canto de las fábricas”, asiste a uno de los primeros talleres literarios de la zona, el “José Pedroni”, coordinado por un poeta de fuste, Julio Félix Royano, quien desde 1952, con su libro “Canto provisorio”, aportará a la poesía argentina con un lenguaje límpido, una suma de indagaciones sobre el devenir existencial y un ojo crítico puesto en el centro del destino humano.

   Dicho taller, que funcionó alrededor de 1969 y 1975 con una nutrida participación que no bajaba de veinte participantes, dejó una marca indeleble en Oscar R. F. García. En 1973 sus textos fueron incluidos junto al resto de los talleristas en la antología “Como pateando al viento” y en el cuaderno de poesía “Palomas y chacales”, junto a las poetas Nuria Pérez y Liliana Modenesi.

   La poesía de García muestra la influencia de Royano –llevan su firma varios de los epígrafes que coloca en sus textos-, al tiempo que revela una extensa lista de lecturas y vecindades, entre ellas González Tuñón, Machado, Brecht, Discépolo y Maiakovsky. Hay que decir que aquel García de baja estatura, jopo rebelde y entrecano, y ojos escrutadores, devoraba todo libro que le pasaba cerca, en un tiempo carente de publicaciones de poesía, sobre todo del resto del continente, salvo las antologías del Centro Editor de América Latina, los libros de EUDEBA y lo que podía conseguirse en bibliotecas públicas.

   Casi siempre con un pucho en los labios –fumaba la marca “43 70”- hablaba a ratos con los labios apretados y “de coté”, como si algún asunto conspirativo le respirara cerca, aunque él mismo solía presentar proyectos o ideas referidos a la cultura envueltos en un aire de intriga. Uno de esos “proyectos” fue imprimir un cartel con su poema “Barrabás”, “dedicado” al capataz de la fábrica donde trabajaba, y pegarlo en las paredes de Lanús. Iniciaba así la práctica del “escrache”.

   García hacía valer su condición de clase, situándose en un lugar de denuncia hacia las múltiples formas del poder, cuestionando además a aquellos intelectuales que hablaban en nombre de los trabajadores, sin haber pisado nunca un taller fabril. En un tiempo convulso y acelerado como los álgidos 70 (luego de un paso por el Partido Comunista, integró la extensa franja de la izquierda independiente) en interminables charlas de café solía asumir posiciones frontales y carente de matices, que poco a poco fue trocando por una mirada menos deudora de los planteos dicotómicos referidos al arte. Después de todo fue Ramón Ruiz Alonso, un obrero con cierto liderazgo político en las filas ultramontanas, quien denunció a García Lorca y estuvo a la cabeza del grupo armado que lo detuvo.

   Ya por fuera de todo esquematismo, García entró pronto en un camino de pluralidad que lo llevó, luego de integrar en 1974 el grupo literario “El Ladrillo” (junto a María del Carmen Colombo, Vicente Muleiro, Adrián Desiderato y quien suscribe estas líneas, entre otros poetas), a gestionar por cuenta propia varios de los encuentros, charlas y lecturas que caracterizaron el tránsito “ladrillero”. Gracias a este esfuerzo suyo el grupo tuvo charlas y lecturas compartidas con escritores y artistas de líneas disímiles, entre ellos los poetas del tango Cátulo Castillo y Héctor Negro, el músico Osvaldo Avena, la poeta Olga Orozco, actores de un teatro militante como Michelle Bonnefeux y Víctor Bruno, y Agustín Cuzzani, el padre de una dramaturgia denominada “farsátira”.

   De las lecturas de “El Ladrillo” en teatros y bares con grupos literarios “hermanos”, como “Barrilete” de Buenos Aires y “Herramienta” de Rosario; se inició la amistad con poetas hoy desaparecidos por la dictadura, como Roberto Santoro y Juan Carlos Higa. También el taller “José Pedroni” había sufrido una baja; Federico Konovas, incipiente escritor asesinado en Chile durante el golpe militar que desalojó del poder a la Unidad Popular.


   Se desprende de “El canto de las fábricas” una relación cuyo análisis excede esta nota, entre la poesía y el tema del trabajo. Que por otra parte no debe confundirse con endebles dilemas y afanes clasificatorios que pulularon en los 60/70 entre hermetismo “versus” claridad. De nuevo: como tema, el mundo del trabajo –campesinos, obreros, mineros, peones de la construcción, entre otros oficios- ocupa una franja vasta en la poesía latinoamericana pendiente aún de un estudio a fondo que contemple además de las voces relevantes de la poesía –Vallejo, Neruda, González Tuñón, Guillén, entre muchos- a poetas trabajadores, las más de las veces autodidactas. Me refiero a la óptica singular con la que el poeta obrero desmenuza, desde la experiencia propia, vivencias, ideas y sueños de sus compañeros.

   Hay una extensa lista que tiene sus antecedentes en los mexicanos Rosendo Salazar y Carlos Gutiérrez Cruz; el primero tipógrafo que a inicios del siglo XX fue secretario general de la Confederación General de Obreros y Campesinos, e impulsó varios libros de “poetas revolucionarios”; y Gutiérrez Cruz (panadero) con sus “Poemas libertarios” de 1924. Se agregan los cubanos Regino Pedroso, obrero de la siderurgia y ferroviario, y Manuel Navarro Luna que fuera mozo de limpieza y lustrabotas; y más cerca en el tiempo los peruanos Víctor Mazzi, albañil y vendedor de libros callejero, y Leoncio Bueno, obrero textil y mecánico de automotores entre sus muchos oficios, que en enero de 2020 cumplió cien años. A ellos se suman los argentinos Oscar R. F. García, Jorge Leónidas Escudero, quien trabajó como minero y obrero gran parte de su vida, y Dardo Dorronzoro, herrero de Luján secuestrado por un grupo de tareas en junio de 1976. Son sólo algunos ejemplos.

Carta inédita de Oscar R.F. García a Víctor Mazzi Trujillo

   Volviendo a “El canto de las fábricas”, el libro fue presentado hacia fines de 1974 en una galería de arte céntrica nada menos que por la escritora Lila Guerrero, quien fuera amiga personal de la cineasta Lilia Brick y de Vladimir Maiakovsky, del quien tradujo poemas. Señaló Guerrero que García: “Nos da su ternura junto a la tajante estrofa apelando siempre por la justicia y la felicidad humana. Alguien puede exigirle más libertad, más delirio, más imágenes. Lo dirá el tiempo. Todos necesitamos un instante de poesía en la vida para respirar con esperanza”. La obra de Oscar R. F. García se completa con los títulos “El tigre fuera de la bolsa” (1975), “Tango de octubre” (1977), “Zona de fuego” (1981), y “Melodía de arrabal” (1999). Sobre éste último, el escritor Alberto Vanasco subrayó en un texto de contratapa lo “insólito” de que surja “del mismo corazón del proletariado” un poeta, dijo, con una “eficiente inserción en lo mejor de nuestra tradición literaria” merced a “la originalidad, riqueza y profundidad de cada una de sus líneas”

   También se acercó el poeta a artistas de la música, como Susana Rinaldi y Osvaldo Pugliese, llegando a componer algunas piezas junto al guitarrista Osvaldo Avena y al bandoneonista Arturo Penón.

   Exultante, caminador infatigable de las calles de Buenos Aires, la poesía le cayó en las manos en un tiempo trágico. En un lapso estrecho de tiempo –entre 1970 y el golpe militar de 1976-, puso toda su fuerza, su alegría, su tozudez y sobre todo el convencimiento firme de que tenía algo a la mano para entregar a los otros: su ser solidario y su poesía.

   Banco Central de la Justicia

                   Hoy estuve hablando con dos poetas enemigos míos

                   dicen que si existiera Belgrano pasarían otras cosas

                                                     Roberto Santoro

Un peso lleva dibujado los lagos de Bariloche

donde nunca viviré

un peso son cien

cien son los lugares donde nunca viviré

pero la tarde es tibia como la de un día de junio

en domingo

 

Un peso es un peso

y al mismo tiempo cien

como una mujer es una mujer y cien mujeres

hoy la tarde es tibia como una mujer

una mujer es hermosa como los lagos de Bariloche

donde nunca viviré

en tanto el sol me entibia esta tarde de invierno

como si fuera junio

y tuviera un peso

 

   Suma

Mis compañeros no saben nada de literatura

sólo aman a sus perros y saben cantar.

Mis compañeros no conocen de economía.

Sólo saben sumar.

Mis compañeros no entienden de política

pero se levantan a las seis.

 

Mis compañeros sólo saben trabajar,

amar a sus perros, cantar sumar, levantarse a las seis.

 

Lo malo para los literatos, los economistas y los políticos

¡es que son muchos!

 

   (de “El tigre fuera de la bolsa”)

 

   Causa I

Construí la Muralla y en ella fui enterrado,

transporté las especias y de ellas no probé.

Fui marca para el látigo, muñeca para el grillo,

leña para la hoguera de las revoluciones.

 

En Gizeh las pirámides no registran mi nombre,

fueron mis negros huesos quemados por la arena.

No existo en el titanio de las naves del tiempo,

sólo las hienas llevan mi sombra entre los dientes.

 

   Causa III

La mano que revuelve la basura

¿es igual a la que brilló en la oscuridad de Altamira?

La que busca comida en bolsas de consorcio

¿es como aquella que labró la cabeza de Amenophis?

¿Se parece a la que dibujó las corcheas del Mágnificat?

¿Guarda semejanza con la que trazó los caracteres de La

Odisea? ¿Qué pasó para que esta mano hurgue en los tachos?

¿Para que no se anime siquiera a la caricia?

¿Volverá a ser garra esta mano mía?

¿Será aleta?

¿Se sumirá en las profundidades del mar?

 

(de “Melodía de Arrabal”)

  

   Y los perros se amaban

¿Vos conocés Alsina?

¿sus curtiembres?

¿sus villas?

¿la antigua podredumbre

                  del Riachuelo absurdo

sin peces ni veleros.

 

Al sur.

Del otro lado.

Allí es donde una noche de octubre

                  se fueron mis poemas

a navegar su origen,

a remontar esencias de tristeza y de barro.

 

Sobre dos metros de agua

                     en plena primavera,

cuando la tarde es dulce y los perros se aman,

se fueron mis poemas

a acariciar mejillas de angelitos morochos

                     ahogados en petróleo.

Flotaron entre radios de válvulas antiguas

y colchones de estopa salpicados de amor,

 

Porque

¿sabés?

     de pronto el río decidió

            borrar del todo

                   a mi ciudad,

 

extirparla de ratas,

                  arrasar basurales

y lavarla de tangos y de pobres.

 

Al sur.

Del otro lado...

Allí donde mis versos

           se juntaban

                    con la niebla y el mate.

 

(de “El canto de las fábricas”)

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