Pedro Jorge Solans
El poeta nacido en Ingeniero White en 1952 extiende sus manos como metáfora de entender la vida. Reflexiona sobre la pandemia, la poesía y los tiempos tecnológicos. "Hay que valorar la idea de comunidad", remarcó.
miércoles, 14 julio
2021
Breve presentación
Jorge Boccanera. Poeta, periodista y crítico
argentino. Nació en Ingeniero White, cerca de Bahía Blanca, en 1952. Ha
publicado poesía y ensayos, entre los que se destacan los poemarios: Los
espantapájaros suicidas, Argentina 1973. Noticias de una mujer cualquiera, Perú
1976. Contraseña, Cuba 1976. Música de fagot y piernas de Victoria, Perú 1979.
Poemas del tamaño de una naranja, Perú 1979. Los ojos del pájaro quemado,
México 1980. Polvo para morder, Argentina 1986. Sordomuda, Costa Rica 1991.
Bestias en un hotel de paso, Argentina 2001. Palma Real, España 2008. Monólogo
del necio, México 2014 y La poesía se come cruda, Chile 2015. En ensayos,
Confiar en el misterio/ Viaje por la poesía de Juan Gelman, Argentina, 1994.
Sólo venimos a soñar. La poesía de Luis Cardoza y Aragón, México, 1999. Voces
tatuadas. Crónica de la poesía costarricense 1970-2004,Costa Rica, 2004 y
Palabra Calcinada. Veinte ensayos críticos sobre Juan Gelman, Argentina 2016
(en coautoría con María Semilla Durán). También es autor de libros Infantiles,
de crónicas y teatro.
– ¿Por qué decidiste reunir tus poesías de los años 70
hasta hoy, y publicarlas tras 40 años en una antología “Tráfico/Estiba” en
plena Pandemia?
– Tengo que decir que no fue una decisión mía, sino
del editor y poeta Diego Rosake que lleva adelante desde hace quince años el
sello “Hemisferio Derecho” de Bahía Blanca, que además le da oportunidad a
muchos autores jóvenes, uno de los pocos espacios donde no deben abonar la
edición. Sigo. Partimos de la idea de que era otra antología mía y no una obra
completa, que suelen ser indicativas de una especie de trabajo concluido. Es
una suma poética que reúne mis once libros de poesía publicados y una sección
de letras de canciones. El proceso de edición del libro llevó cuatro años debido
a mis viajes y otras interrupciones, pero Rosake nunca soltó las riendas del
proyecto. Gracias a él está circulando.
– ¿Se lo puede tomar como un mensaje?
– Podría ser que el mensaje esté en el título,
“Tráfico / Estiba”, que señala un tráfico subterráneo de intuiciones e imágenes
que tiene la creación poética y el laburo, la estiba, el acomodar la carga, el
armado. Repito que la veo como otra de mis compilaciones, lejos de cualquier
intento de “arqueo”, aunque entiendo que despierte la idea de una especie de
balance de lo hecho hasta aquí.
– ¿Un volver a los recuerdos, tal vez, para resistir
otra oleada de inhumanidad?
– De adolescente leí una frase de los Curas del Tercer
Mundo que definía el acto de resistencia como la capacidad de afirmar la propia
humanidad. Eso me quedó y está siempre, no forma parte de alguna clase de
nostalgia sino de la visión del mundo que uno se ha forjado y que forma parte
del día a día. Hoy, en tiempos de irracionalidad, individualismo y odios
desbordados, hay que seguir apostando a la solidaridad y al mundo de las ideas.
– ¿Cómo vive un poeta comprometido con su tiempo estos
momentos de coronavirus?
– Está claro que la pandemia dejó al desnudo un
neoliberalismo que en su obsesión por el lucro relegó áreas vitales de la sociedad
y de la naturaleza. (Williams) Shakespeare en un soneto se refiere al “glotón”
que, dice, se come el bien del mundo; y (Ezra) Pound habla de la usura como
algo contra natura. Me refiero a un neoliberalismo depredador a cargo de
empresarios que, al decir del filósofo italiano Ligi Zoja, son inmorales,
sicópatas a cargo de consorcios, muñecos parlantes de una terminología militar:
“cadenas de mando”, “escudos internos” y lanzan campañas y contraataques”. La
aparición del coronavirus es una oportunidad para valorar, antes que nada, la
idea de comunidad, la educación, la ciencia; y cambiar la mera especulación
financiera y el fanatismo bélico, por un mundo donde primen el pensamiento, la
creación, las labores mancomunadas y la cultura del trabajo.
– ¿Qué ves?
-Desde hace muchas décadas asistimos al quiebre de los
lazos sociales, a la aparición de un individuo masificado, moldeado en serie
por los grandes medios; apenas un “consumidor” de subjetividad enajenada, una
persona individualista, indiferente, que ve al otro como su enemigo. Contra
esto y una tecnificación que fabrica distancia y soledad al convertir al otro
en algo remoto, agrega Zoja, hay que anteponer el deseo social.
– ¿Leés a los poetas jóvenes?
– Mantengo un diálogo constante con los jóvenes, sean
poetas, ensayistas, carpinteros, músicos. Me nutro de ese intercambio. Ahora
mismo entré en un curso sobre Yupanqui por zoom que da el escritor Alejandro
Monzón, que fue mi alumno en la UNSAM; vale decir que ahora yo soy su alumno. Y
sí, leo bastante material de los poetas de las últimas promociones; me interesa
mucho ya que cada texto habla de un punto de vista distinto.
La poesía y el continente
– ¿Qué espacio ocupa en la literatura, esa poesía
mestiza de belleza visceral que estaba al alcance de todos y que vos
colaboraste en construir junto a otras grandes voces del continente?
– Entiendo lo de “mestiza” como algo que parte de una
identidad latinoamericana, y lo de “visceral” en términos de intensidad; pero
ignoro si estas categorías, por llamarlas de alguna manera, constituyen líneas
o tendencias de la poesía o en cambio señalan sólo algunas de sus marcas. La
palabra la tienen los críticos.
– ¿Qué tanto de Ingeniero White, de Buenos Aires, de
México tienen tus libros?
– Mucho, sobre todo del puerto de White ya que en mi
infancia, entre forasteros, pescadores, artistas ambulantes y toda clase de
personajes, me hice las primeras preguntas. Fue un tiempo de asombros e
interrogantes frente a los enormes buques que llegaban: ¿de dónde venían?,
¿dónde se dirigían?, ¿en qué lenguas hablaban sus marineros?, ¿dónde dejaron
sus familias?, ¿alguien los esperaba en alguna parte? Creo que el puerto me dio
un destino de viajes y una perplejidad indispensable para escribir. Pero
también Buenos Aires, México, Costa Rica y otros territorios están en mis
textos; me refiero a su gente, su historia, su lenguaje, sus sonidos, sus
sabores, sus colores, sus cielos, sus veredas y sus selvas.
– ¿Podés recordar cómo recorriste América Latina y con
quienes fuiste encontrándote?
– Es un capítulo extenso. Me exilié en México en 1976, tras un viaje de seis meses que abarcó varios territorios; recordá que en esos tiempos la mayoría de los países de América Latina tenían gobiernos militares. Te diría que ese viaje, que aún no se acaba, me marcó desde lo familiar a la escritura. El México hospitalario fue esencial, allí donde me formé como periodista en diarios, revistas y agencias noticiosas, además de adquirir las herramientas para ser escritor. Pero además la interacción con exiliados de Chile, Uruguay, Guatemala, El Salvador, etcétera, que llegaron a México.
Jorge Boccanera en el Festival Nacional
de Folclore de Cosquín con el poeta Antonio Preciado, Ecuador. (Foto: Pascual
Borzelli)
Y aquí debo mencionar un dato paradójico: que en medio
de la aflicción del destierro, en 1979 vivimos el júbilo de una revolución, la
sandinista de Nicaragua, donde trabé amistad con Ernesto Cardenal, los Mejía
Godoy y conocí de cerca a Cortázar entre otros muchos maestros de la vida. Vale
decir que el viaje, en mi caso, estuvo marcado por estos hermanajes.
– En Chosica, Perú, a fines de los ’70 y principio de
los ’80 fuiste un referente como Cardenal, Gelman. Recuerdo que hablaban de vos
en la Universidad de La Cantuta ¿Qué recodas de tu breve paso por Perú?
– Tengo gratos recuerdos. Llegué el 24 de junio de
1976, día del campesino. Lo de Chosica se debió a que el poeta Roberto Santoro
–secuestrado en Buenos Aires un año después- me había contactado con Víctor
Mazzi, el poeta peruano que vendía libros en la explanada de la Universidad
Campesina de La Cantuta. Él, su familia y el grupo cultural que lideraba, el
“Primero de Mayo” me dieron cobijo. Conocí allí al rector, Oswaldo Reynoso,
excelente narrador que pronto se iba a exiliar en China. Todos fueron muy
solidarios conmigo.
Conocí también a importantes escritores como Gonzalo
Rose, Javier Sologuren, Alejandro Romualdo, Antonio Cisneros y a los jóvenes
poetas del Grupo “Hora Cero”. Recuerdo que el poeta Arturo Corcuera que tenía
un puesto en Cultura me recibió con mucho afecto y viéndome escaso de fondos me
organizó una serie de lecturas desde Machu Pichu a Iquitos. Pero esa
oportunidad de recorrer el territorio de Vallejo se coartó cuando el presidente
de facto, general Morales Bermúdez, decretó el toque de queda y la situación se
puso brava, por lo que tuve que salir por tierra para Guayaquil.
– Siempre cuando se te lee aparece América Latina en
carne viva. Pero en esta oportunidad, en Tráfico/Estiba aparecen las vivencias,
los amoríos tangueros, nuestras mujeres, nuestra música más cerca que nunca.
¿Notás que tu poética atrae hacia ese universo creado por escritores como Ivo
Quallenberg, Julio Cortázar, entre tantos, o de cantautores como Silvio
Rodríguez, y que ahora es bombardeado de una forma grosera?
– En la antología “Tráfico/Estiba” están mis
obsesiones, mis temas, mis interrogantes, mi pensamiento y hasta mis sueños. Y
como bien decís, el fraseo tanguero, ya que a falta de biblioteca de chico
tenía a la mano los cancioneros de mi padre, cantor de tango orquestas de Bahía
Blanca. Así que junto a (Walt) Whitman, (Pablo) Neruda, (Gustavo A.) Bécquer,
(José) Pedroni y (Federico García) Lorca, entre mis primeras lecturas andaban
Discépolo, Manzi, Cátulo Castillo y Homero Expósito –a estos dos últimos los
alcancé a conocer.
Ojalá mi poesía imante a esos espacios que mencionás;
la dignidad compartida de un Cortázar y el corazón compañero de Silvio
Rodríguez, con quien mantenemos una amistad de más de cuarenta años. Silvio me
invitó a decir mis poemas en los últimos recitales que dio gratis en Buenos
Aires, en Lugano y Avellaneda.
Periodismo y poesía en tiempos de WhatsApp
– Vos sos periodista también. ¿Qué opinión te merece
las nuevas formas que aparecieron de ejercer el periodismo? Sus nuevas
herramientas, las falsas noticias, y la supuesta democratización de la
información.
– Siempre se habló del poder de los medios, y “poder”
tiene que ver con su capacidad de manipular y desinformar. Eso, que en tiempos
pasados tenía su contrapeso en formaciones democráticas donde aún funcionaba
una serie de valores, no funciona ya con la pérdida de esos valores que
nombramos antes. Se suma una educación relegada por la cultura del espectáculo
y la violencia. El verdadero periodista, aquel que se forma, investiga y
redacta en base a una visión amplia y documentada de la realidad, ha sido
reemplazado por locutores, “gente del espectáculo” que mientras lee la noticia
del incendio de los bosques de la Patagonia hacen la propaganda de un
piojicida.
Hoy vemos operadores, indignados a sueldo que no
reparan en propagar noticias falsas. El bajísimo nivel del periodismo actual es
la relevancia que le dan los medios a cualquier frase hueca de una Mirta
Legrand o una Susana Jiménez. Lo más preocupante es que medios como la
televisión están troquelando la subjetividad de mucha gente que se convierten
en meros repetidores.
– ¿Cómo crees que influirán las redes sociales, el
wasap y demás adelantos tecnológicos comunicacionales en la expresión poética?
– Habría que separar aquí entre los rumbos misteriosos
que transita la creación poética y el tema de la difusión, aspecto en el que
está a las claras su fuerza multiplicadora en la emisión de textos, aunque a
veces se hace difícil separar la paja del trigo. Pero en lo que hace a la
poesía como tal, sigue dependiendo de un armado casi artesanal, preciso, con
instrumentos afinados y un lenguaje que escarba en la intuición a veces sólo
para encontrar el esqueleto de una pregunta.
Y todo eso en los tiempos de la poesía, en “la
intensidad del instante” como dice el poeta Daniel Calmels; en la pausa que
necesita el creador para observar su entorno, vislumbrar, pensar; esa capacidad
de “atender” que viene a ser la contracara justamente de los tiempos acelerados
de la tecnología. Además, por lo que se ve desde que se hicieron masivos los
ordenadores -hace alrededor de cincuenta años- si bien hay mucha gente volcada
al género no veo aún un correlato en términos de resultados portentosos.
– Por último, ¿Cómo recordás a Laura Yasan? ¿Tu poema
“Espejito de mano”, fue una premonición?
– No, porque no lo escribí para ella, aunque se lo
dediqué porque se toca con su línea poética un tanto descarnada. La poesía de
Laura –la conocí en los 90, la tuve como alumna y luego como amiga-, me
conmovió siempre como una crónica urbana que mixtura a Discépolo con la Pizarnik
y al Indio Solari con Gelman. Con buen manejo del ritmo y del habla popular,
todo mechado con imágenes fulgurantes y mucho sarcasmo, creo que es una de las
voces más contundentes de las últimas promociones. Además en sus últimos años
fue muy solidaria, se volcó a los hospitales, a las cárceles, a los comederos
populares tratando siempre de dar una mano. Lamento muchísimo su determinación,
pero la respeto.
– ¿Hubo alguna vez un resquicio vacío en la poesía de
Jorge Boccanera?
– Sospecho que esta pregunta deriva de un texto que
escribió José Saramago sobre mis textos, donde dice que en mi poesía no hay
espacios vacíos y que cada palabra le extiende la mano a la siguiente. Quizá
esas manos extendidas sirvan como metáfora de mi modo de entender la vida, la
reciprocidad y a esa amistad que, como dijo alguno, hay que hacerle
mantenimiento cada día.
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