La comunicación epistolar entre el autor de Uno más uno humanidad y el poeta peruano Víctor Mazzi nos permiten vislumbrar un clima de época reflejado con “palabra apretada y rabiosa que quisiera ser un puño en medio de la cara torcida de los traidores”
Por Jorge Boccanera
Tomado de:
En una carta al poeta peruano Víctor Mazzi Trujillo enviada a
fines de 1974, Roberto Santoro escribe: “siempre es importante tener presentes
a todos los que luchan en nuestro continente, saqueado por la dependencia
cultural y los popes entreguistas”; y se despide con estas palabras: “el puente
está tendido, te envía un abrazo fraternal tu nuevo compañero y amigo”.
Días después el poeta peruano recibía en su casa de Chosica,
localidad situada a unos veinte kilómetros de Lima, la misiva junto a dos
libros de Santoro, un envío que daba pie a una amistad sólo interrumpida por el
secuestro del poeta argentino un primero de junio de 1977.
Conocí personalmente a Mazzi en Chosica gracias a Santoro,
cuando salí del país en 1976. Fue el autor de Uno más uno
humanidad quien me habló de este poeta fundador del Grupo
Intelectual Primero de Mayo (GIPM) y nos puso en contacto. Así fue que encontré
luego en la sierra peruana a un hombre humilde, de gran solidaridad y
sabiduría. Mazzi (1) el poeta albañil, que por esos años vendía libros en la
explanada de la Universidad Nacional de Educación, “La Cantuta”, era un
autodidacta que abordaba diversos temas, del arte a la política con probados
conocimientos. En ese 1976 sumaba a sus libros Reflejos del
carbón y Poemas de
vecindad, haber preparado la antología Poesía
proletaria del Perú con sello de la biblioteca de la
Universidad citada. Un dato no menor: el libro llevaba una dedicatoria impresa
a los integrantes de los grupos literarios El Pan Duro, Barrilete y El
Ladrillo.
Pasé algunos días en compañía de Mazzi y varios de los
integrantes del GIPM, hasta que el gobierno militar peruano decretó el estado
de sitio y salí para Guayaquil; pronto los uniformados entrarían a La Cantuta,
Mazzi perdería su trabajo, el gran escritor Oswaldo Reynoso, rector de esa casa
de estudios, se exiliaría en China y los uniformados destrozarían centenares de
libros.
Ahora, a cuarenta y cinco años de aquellos momentos, su hijo
Víctor Mazzi Huaycucho, doctor en Educación y ensayista orientado en la
civilización incaica, quien mantiene viva la obra de su progenitor con
libros póstumos y de homenajes, pone en mis manos cinco cartas que Santoro
envió a su padre y que dan la medida de la Argentina de esos años; el
progresivo acoso de la derecha a los sectores populares unos años antes del
golpe militar –entre 1974 y 1976- y en particular de la labor incansable
de Santoro en los distintos frentes políticos y culturales en los que se movía.
Poeta y tipógrafo, Santoro, enlazó al modo de otros poetas de su
generación, la del 60, franjas de la cultura popular como el fútbol, el tango,
el box, con una mirada puntual y crítica sobre la situación social opresiva
padecida a lo largo de toda Latinoamérica. A mi entender, lo singulariza un
carácter contestatario sin cortapisas como poeta y como militante (junto a
escritores como Humberto Costantini, Haroldo Conti, Carlos Patiño y el mismo
Higa, integró el Frente Cultural del Partido Revolucionario de los
Trabajadores, FATRAC), pero además su fuerza como impulsor de los proyectos
varios que motorizaba: el grupo y la revista Barrilete,
el sello “Papeles de Buenos Aires” y su colección de poesía “La Pluma y la
Palabra”, su antología Literatura de
la pelota que se adelantó a la catarata de textos que vendrían
después sobre el tema, y numerosas obras surgidas de las juntadas con poetas,
músicos, actores y pintores, entre ellos Pedro Gaeta, Eduardo Rovira, Lorenzo
Quintero y Luis Luchi.
Dentro de esa labor incansable, de ese Oficio desesperado, como tituló a su primer libro
subrayando un sesgo de urgencia en el horizonte de las transformaciones
sociales, era necesario llegar al otro, convocar, reunir, conectar, comunicar,
de modo que era imprescindible la correspondencia. No hay dudas de que el
intercambio epistolar fue una de las herramientas con la que se valió
profusamente Santoro para informar sobre una actualidad candente, a la vez que
acercaba su producción (a mitad de los 80 encontré su libro Uno más uno humanidad en una mesa de la casa del
poeta herrero Dardo Dorronzoro -secuestrado el 25 de junio de 1976- con la
dedicatoria: “a Dardo, con la amistad de quien espera su palabra”, y el aviso
de que iría alguna vez a visitarlo “con ganas de arreglar el mundo”). Hay
además cartas suyas a escritores de México, Panamá y otros países de América
Latina informando sobre las atrocidades del terrorismo de Estado. Quizá su
última carta haya sido la que envió al escritor guatemalteco Roberto Díaz
Castillo fechada el 11 de mayo de 1977: "Supongo que conocerás mucho de
nuestros dolores a través de la prensa. No perdemos por eso la esperanza en un
mundo mejor en que la justicia sea verdadera y la vida un derecho del pueblo…
Espero sepas comprender estas pocas palabras pero no tengo el ánimo dispuesto…
recibe por ahora un fuerte y fraternal abrazo de tu compañero latinoamericano”
(2). Estaba a sólo unos días de su secuestro.
Unos años atrás, el 16 de setiembre de 1974 –recuerdo la fecha
porque justamente ese día un comando de la Triple A asesinó al vicegobernador
de Córdoba Atilio López, sindicalista y uno de los impulsores del Cordobazo
junto a Agustín Tosco- el grupo El Ladrillo organizó en un café del bajo una
juntada de músicos y poetas al que asistieron entre otros grupos literarios los
poetas de Barrilete. Enterados de la noticia, consternados, denunciamos el
crimen y el “Pelado” Santoro reemplazó la lectura de sus textos por la lista de
los fusilados de Trelew.
Cinco cartas
Según la primera carta en nuestro poder fechada el 6 de octubre
de 1974, Santoro llega a Mazzi por medio de otro amigo común, el poeta de
ascendencia japonesa Juan Carlos Higa (“Querido amigo: a través del compañero
J. C. Higa, he recibido su palabra”), que fuera secuestrado en su domicilio el
17 de marzo de 1976.
Ya en una misiva del 30 de julio de 1975 la relación con el
poeta peruano se muestra afianzada (lo trata de “hermano querido”); Santoro
cuenta que forma parte de una de las listas que competirá por la conducción de
la Sociedad Argentina de Escritores (SADE): “Nuestra Agrupación (Gremial de
Escritores, AGE) llevará como candidatos a Elías Castelnuovo y Bernado Kordon”.
Integrada además por David Viñas, Humberto Costantini, Iverna Codina, Nira
Etchenique y Alberto L. Ponzo, entre otros, dicha lista no reuniría el número
necesario de votos. En otros tramos responde preguntas
seguramente formuladas por Mazzi en cartas anteriores. Dice: “El grupo El
Pan Duro ya no existe, uno de los compañeros, Guillermo Harispe, está en
nuestra agrupación gremial”, y va a un tema que remarcará en otras cartas: el
deseo de un encuentro con los poetas del grupo Primero de Mayo: “Si se lograra
la invitación de esa universidad limeña, hacémelo saber. Cómo me gustaría
hablar con todos ustedes. Cuántos sueños y cuántos vinos nos tomaríamos”.
Obviamente entre aquella primera carta de 1974 y ésta hubo otras
al parecer extraviadas, ya que entre los diez meses que distan entre ambas,
Santoro publicó a Mazzi en su colección Papeles de Buenos Aires. Escribe: de
“Tu carpeta, te envío 30 ejemplares” -se refiere a otro de los títulos del
peruano, A lengua viva.
Y de nuevo el jadeo del oficio desesperado que, subraya de este
modo: “Trato de aprovechar todo el espacio posible. No hay puntos y aparte. No
debe haber puntos aparte. Debemos trabajar juntos. Intensificaremos la
correspondencia y el intercambio para mejor conocernos y darnos la mano
fraternalmente como corresponde a compañeros con iguales ideales.”. Por este
puñado de cartas se puede inferir que Santoro intercambia correspondencia con
otros integrantes del grupo literario peruano, entre ellos los
poetas Alberto Alarcón y Artidoro Velapatiño.
En carta del 29 de agosto de 1975 acusa recibo de revistas y
cartas llegadas desde Perú; menciona actividades de la AGE y de un frente
cultural (¿el FATRAC?). Anota: “Organizamos un festival en colaboración de
compañeros músicos y pintores. El frente de trabajadores sigue su marcha, lenta
pero segura”; y esboza este señalamiento político con aires de vaticinio: “O el
pueblo se organiza o nos masacran a todos. No soy pesimista, por el contrario.
Trabajamos a todos los niveles”. También hace referencia a su escritura de esos
días, poemas muy breves con su marca de ironía y agudeza: “Me alegra les guste
esas palabras cortitas que les envié con forma de poesía. No puedo a esta
altura del dolor escribir de otra manera. Mi canto y mi seña es esa palabra
apretada y rabiosa que quisiera ser un puño en medio de la cara torcida de los
traidores”. Podría tratarse de poemas breves de su libro No negociable, editado en ese 1975 y del que nuestra
revista El Ladrillo dio un adelanto en su número de
agosto del año anterior.
De las cinco epístolas, la cuarta es la más extensa; data del 12
de noviembre de 1975 y en ella se extiende Santoro sobre temas diversos: la
amistad de Mazzi (“tu palabra siempre es bienvenida porque tiene el calor de
las cosas perdurables, el calor de la lucha popular”), la imposibilidad de
continuar con las ediciones de las carpetas de poesía por los altos
costos, el traspié de la AGE en la SADE (aunque, dice que pese a todo se ha
ganado: “un importante espacio político que debemos ampliar”), y se queja de
“‘Los intelectuales’ de nuestro país… casi siempre descolocados de la realidad
(que) no han sabido comprende las luchas del pueblo”. Contesta además preguntas
del poeta peruano sobre el PRT: “es aquí el único partido marxista leninista de
combate. Paralelamente a su trabajo sindical, estudiantil y cultural está
desarrollando desde hace unos años la lucha armada urbana y, desde hace un año,
por lo menos, la guerrilla rural en la provincia de Tucumán”. Y se despide con
una valoración sobre la poesía del peruano: “Tus poemas me parecen naturalmente
tranquilos, hombríamente (sic) inquietos, contagiando la fuerza que se necesita
para seguir luchando”.
La última carta del autor de Pedradas con
mi patria a Víctor Mazzi que nos facilitara su hijo, tiene
fecha de cuatro meses después -8 de marzo de 1976-, vale decir a algo más de
dos semanas del golpe militar del 24 de marzo. Escrita al borde mismo de la
llegada de la dictadura cívico militar, se percibe en partes un tono sosegado
–Santoro inquiere a su amigo peruano por su familia, le comenta los boletines
de poesía Haravi que por
muchos años dirigió Francisco Carrillo, prominente escritor peruano, educador y
ensayista muy cercano a Mazzi, y se alegra de que dos poetas del “Primero de
Mayo” hayan recibido menciones en un concurso-; para desembocar en la gravedad
del momento: “Nuestra situación es grave. Mi país anda a los tumbos… No hay
otro camino que la resistencia. La lucha será armada y no armada, legal y
clandestina. Mi pueblo sabrá usar todos los recursos que lo han llevado al
triunfo a través de la historia… hasta la próxima. Recibe un saludo fraternal y
revolucionario”.
Repito aquí lo que dije en 2010 en un acto en La Plata sobre
Santoro en el Museo de Arte y Memoria. Desde su primer libro, Oficio desesperado, dio cuenta de una vocación y un
sentido de urgencia; la premura que lleva implícito lo impostergable y que
comprende lo ineludible. Es así que en su integridad y en el modo de
prodigarse, Santoro conjuga el espíritu de una generación entregada al cambio.
Leerlo, tanto en sus libros como en estas cartas, es sentir la cercanía de sus
sueños y sus convicciones.
1-Víctor
Mazzi (1925-1989), curtido en labores de la construcción y con apenas unos
grados de escuela primaria, destacó como escritor y animador de diversos
proyectos culturales, todos atravesados por la lucha social. Antes de fundar
con el poeta Leoncio Bueno el Grupo Intelectual Primero de Mayo (GIPM) en 1956,
dio paso junto a otros trabajadores a la agrupación “Tierra y libertad” que
llevó adelante lecturas de textos literarios entre los trabajadores.
Coincidencias con Santoro: grupos, canciones, publicaciones, lecturas,
etc.
2-Carta
incluida en el informe “La Memoria. El desafío de Roberto Santoro, en Crisis Nº46,
Buenos Aires, setiembre, 1986. El ensayista e historiador Roberto Díaz Castillo
(Guatemala, 1931-2014), dirigió la revista Alero en su país y dirigió en
la Nicaragua sandinista la editorial Nueva Nicaragua.
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