Raúl Soto
1. El último artículo de Edward W. Said que leí en The Nation -la revista más antigua de la izquierda norteamericana- fue acerca de Beethoven. Era una reseña de tres libros que incidían en el Beethoven tardío, el de la Novena Sinfonía, el de los aportes musicales solo comprensibles para las generaciones venideras. Said escribía sobre música desde adentro ya que era un excelente pianista. En 1999, fundó con el director de orquesta Daniel Barenboim la West-Eastern Divan Orchestra. Said, de origen palestino, y Barenboim, argentino de origen judío, tuvieron la idea de crear una orquesta con sede en Sevilla, para fomentar la integración cultural entre los pueblos palestino e israelí y también para coadyuvar al diálogo entre los pueblos del Medio Oriente. The Nation publicó el texto sobre Beethoven el primero de septiembre del 2003 y Said falleció a fin de mes. Cuando me enteré de su muerte, pude releer el artículo como una reflexión final que, sin duda, se refería a la obra misma del pensador y activista palestino. Y el último libro en que estaba trabajando incidía en el tema de la producción musical y literaria postrera. On Late Style: Music and Literature Against the Grain se publicó póstumamente en el 2006, editado por su esposa Miriam y un grupo de amigos y colaboradores.
2. La vasta y trascendente obra de Said -que abarca
desde la teoría literaria innovadora hasta la crítica del imperialismo
contemporáneo, pasando por los estudios culturales- permanecerá «más allá de su
propio tiempo». Said personifica el erudito que rechaza encerrarse en su biblioteca,
para salir al foro público en defensa de los desposeídos y exiliados del mundo
(y si bien esto suena a consigna del siglo pasado, el choque ideológico sigue
vigente). En 1999, Said publica el libro de memorias Out of Place, de
alguna manera apremiado por su lucha de varios años contra la leucemia. El
título resume, literalmente, esa sensación vital de Said de haber vivido «fuera
de lugar», aunque el texto primordialmente alude a la experiencia de millones
de personas desplazadas de su lugar de origen. En nuestro caso, la mayor
diáspora peruana sucedió a fines de los 80, producto de la desastrosa política
económica y violencia estatal del primer gobierno de Alan “Caballo loco” García.
El fenómeno de la emigración mundial ha cambiado la faz del planeta y se ha
agravado por los efectos de la «globalización» económica -para ser claro, del
imperialismo financiero del siglo XXI-. El nombre y apellido de Edward
Said encarnan, desde el principio, el conflicto de identidad que marcará su
desplazamiento personal, reforzado por el bilingüismo árabe-inglés del entorno
familiar en que creció. Borges tiene una experiencia lingüística paralela a la
de Said -en su niñez hablaba en castellano e inglés- y ficcionaliza un dilema
existencial similar en «El Sur». El “doble linaje” del Juan Dahlman – por ser
un argentino bárbaro y un germano civilizado- es la causa de la
dicotomía conflictiva del bibliotecario, que sueña morir en la pampa argentina
peleando como un gaucho. Si Borges no pudo resolver este conflicto personal y
solo se dedicó a escribir, Said sí lo resuelve al tomar el estandarte de la causa
palestina: militando a favor de la autodeterminación y el derecho a un
territorio para establecer una Palestina autónoma.
3. Edward Wadie Said nace en 1935, en la antigua
Palestina dominada por los británicos. Sus padres eran palestinos de
origen árabe, pero de religión protestante, que luego emigraron a El Cairo,
Egipto. Said nace en Jerusalén debido a la decisión sentimental de sus
padres. Durante su niñez solía pasar los veranos en Palestina, aunque El
Cairo fue su lugar de residencia hasta 1951, año de su viaje a los Estados
Unidos. Se podría decir que Jerusalén y Palestina fueron lugares
irrelevantes en la formación de Said y parece paradójico que se haya convertido
en la voz crítica más elocuente a favor de la causa nacional palestina. Su
nacionalidad fue otro motivo de confusión cuando creció en El Cairo. Su
padre, Wadie Ibrahim, había emigrado de su Jerusalén natal a los Estados Unidos
en 1911, retornando en 1920 con un nuevo nombre: William Said. Además,
portaba un certificado de naturalización estadounidense y hablaba un inglés
bastante aceptable. Edward Said, nacido en Jerusalén y residente de El
Cairo, tenía la nacionalidad norteamericana. Su madre, Hilda Badr, había
nacido en Nazaret y era hija de un palestino árabe: el pastor de la
iglesia Bautista local, con estudios bíblicos en Tejas. Said no recuerda
qué lengua aprendió primero: si el árabe o el inglés, pues sus padres eran
bilingües. Ahora, el inglés fue la lingua franca usada en
el hogar de Said, que había nacido en Palestina, era un ciudadano
norteamericano residiendo en una colonia inglesa de facto -Egipto- y asistiendo
a escuelas británicas en El Cairo. Toda una experiencia multicultural que sería
el substrato de su futuro trabajo como intelectual y militante.
4. Edward Said se establece en los Estados Unidos a
partir de 1951 y al principio de los 60 ya era profesor de literaturas inglesa
y comparada en la universidad de Columbia. Su posición económica
privilegiada le había permitido tener una educación destinada sólo para las
élites, adquiriendo un capital cultural considerable en Princeton y
Harvard. Si bien durante sus años de estudiante universitario no adoptó
una posición militante a favor de la causa palestina, sus viajes anuales
al Medio Oriente lo mantenían informado sobre los avatares del mundo
árabe. La traición británica de 1917, al prometer la independencia a las
naciones árabes a cambio de su ayuda para derrotar al imperio otomano, se
repitió en 1948 con los palestinos. El decadente imperio británico accedió
a la creación del estado de Israel y desposeyó de todo derecho territorial a
los palestinos, sentando las bases para el actual conflicto en el Medio
Oriente. La «guerra de los 6 días» de 1967, sirvió de catalizador para
impulsar al profesor Said a la militancia por su tierra ancestral expropiada. La
escritura y la participación en foros y conferencias internacionales
constituyeron sus primeras armas para presentar la voz subalterna de los palestinos. Además
de la intolerancia racista que encontró, tuvo que combatir la imagen de asesino
o terrorista —supuestamente inherente a todo palestino— presentada por los
medios de comunicación estadounidenses. O sea, su etnicidad era
sospechosa. El coraje de Said y su posición ética inequívoca le ocasionaron
amenazas de muerte, insultos y asaltos a su oficina. Por otro lado, tuvo
que soportar la intransigencia de algunas facciones palestinas, incluyendo la
del liderazgo de la OLP. Yaser Arafat se opuso, hasta 1988, a una idea
original de Said. Dicho año, el Consejo Nacional Palestino sanciona en
Argelia la moción para dividir el territorio disputado en dos estados: Israel y
Palestina. La moción no prosperó. En 1993, el liderazgo de la OLP
firma unilateralmente el acuerdo de Oslo con Israel. En su libro The
Politics of Dispossession (1994), Said afirma que la declaración de
principios de Oslo significó una doble capitulación por parte de Arafat: a la
supervivencia palestina y al derecho a un estado para los millones
de palestinos apátridas. Es paradójico que ninguno de los libros de Said,
relacionados con el problema palestino, haya sido traducido a la lengua
árabe. Todo parece indicar que la crítica abierta de Said a los estados
dictatoriales árabes y al liderazgo autoritario de Arafat, fueron barreras
infranqueables para la difusión de sus ideas en el Medio Oriente.
5. En 1978, Edward Said publica Orientalism,
texto fundador de lo que después se denominará la teoría literaria poscolonial. El
título del libro se refiere al aparato ideológico eurocentrista creado para
designar una entidad geográfica ficticia llamada Oriente: sin tener en
consideración las diferencias étnicas, lingüísticas y culturales de las
naciones colonizadas de Asia y del norte de África. Es decir, el término
orientalismo no sólo aludía a una disciplina académica, con una terminología
específica y muchas veces degradante, sino también a toda una
nueva realidad inventada por los textos de los colonizadores europeos (lo que
Said llama un «sistema de representaciones»). Dicha realidad ficticia -una falacia
eurocentrista- fue la que se impuso y con el paso del tiempo sus discursos
implícitos reemplazaron la verdadera realidad de los pueblos
subyugados. El poder ideológico del orientalismo se deja sentir hasta hoy,
ya que siguen vigentes los estereotipos culturales sobre la idiosincrasia de
los árabes, musulmanes y asiáticos. Said sostiene que toda la producción
discursiva orientalista tiene una forma perfectamente acabada, cerrada, que es
casi imposible de romper. El discurso del orientalismo europeo no sólo se
limita a la literatura y la filosofía; sino que abarca el arte, la antropología
y la biología, entre otras disciplinas. Said centra su análisis en los
pueblos árabes colonizados por Francia e Inglaterra, para desentrañar la
ideología hegemónica de los textos producidos por Víctor Hugo, Goethe, Nerval,
Flaubert, Conrad y Kipling.
6. Culture and Imperialism (1993),
reconoce las limitaciones del texto fundador de los estudios poscoloniales, que
incidía en los efectos de la masacre cultural llevada a cabo por el
colonialismo de los imperios europeos. El texto ulterior, por el
contrario, considera la visión de «el otro» y su resistencia contra la
ideología eurocentrista. Said afirma que su obra ha recibido la enorme
influencia de Marx y de pensadores marxistas como Gramsci, Fanon y Lukacs, pero
no del marxismo como doctrina. Aunque Dos conceptos atraviesan la crítica
literaria y cultural del escritor estadounidense: el imperialismo y el papel
revolucionario del intelectual. El imperialismo no sólo abarca las esferas
económicas y políticas. Said hace la conexión entre la cultura de los
colonizados con la estructura del poder imperial y revela los mecanismos
ideológicos que perpetúan una imagen falsa del sujeto subalterno, del otro. El
dogma dominante occidental se ha establecido por oposición a un discurso
ficticio del mundo oriental, creado por los textos eurocentristas. En este
sentido, el imperialismo financiero del siglo XXI o la llamada globalización
política, económica y cultural, presenta nuevos retos al intelectual preocupado
por crear un mundo más justo y equitativo. Said afirma que no puede
existir justicia, ni paz mundial, sin alcanzar la equidad para las clases
subalternas, que en gran parte son migrantes globales. La producción de prácticas
discursivas de resistencia, alternativas a las historias oficiales, es una
tarea que requiere el trabajo de equipo, tanto de pensadores como de escritores
y artistas. El proceso de decolonizacion también debe ser ideológico y no
solo material. Este debe ser un compromiso ineludible para forjar utopías
alcanzables.
Los textos de Edward W. Said, pensador radical y revolucionario, han contribuido a descentrar la autoridad cultural de occidente y han sentado las bases para un humanismo multicultural del siglo XXI.
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