Composición por Víctor Hugo Pacheco |
Written by Raúl Soto | junio 6, 2022
Víctor Humareda (Lampa,
1920-Lima, 1986), es uno de los pintores peruanos
más originales y, paradójicamente,
menos valorado por la crítica de mentalidad
poscolonial encargada de establecer el canon pictórico
de mi país (y que lo sigue haciendo). Me refiero a
la crítica emparentada con las galerías limeñas que
dominan el mercado pictórico nacional, ese circuito comercial
que hasta fines del
siglo pasado era
raquítico, si lo comparamos con el mexicano, por ejemplo. Un aspecto de
la originalidad de
Humareda fue crear su
propio mercado alternativo
de clientes particulares desde los años
cincuenta, para así mantener su independencia artística
y económica. Humareda tampoco es conocido a nivel internacional gracias a los curadores que
no han valorado su obra pictórica adecuadamente,
debido a los anteojos de las
vanguardias eurocéntricas (o mejor, nord-céntricas,) que llevan como
atuendo. Solo una vez representó al Perú en el extranjero. Fue en 1983, en la I Bienal de La Habana. Después de
esa fecha, nada. Su
obra tampoco ha sido
incluida en muestras antológicas a
nivel internacional. Por
ejemplo, en el año
2004 se organizó en Córdoba, España, la
exposición “Pintura peruana contemporánea: siglo XX” y de Humareda, nada. Aunque debo mencionar que la
curadora Élida Román
le dedica a
Humareda ocho líneas en
la introducción al
catálogo, repitiendo banalidades como: “… un
pintor que a sus cualidades artísticas sumaba una personalidad singular, lo que
ha contribuido a una
difusión masiva de pintura y figura del autor”. Traducción: la vigencia de la obra de Humareda se debe a
su personalidad singular (marginal).
Fotografía Herman Schwarz |
A pesar de la crítica poscolonizada, Humareda sigue renaciendo desde sus cenizas como lo demuestra la exposición “Víctor Humareda: Dominar el color/Ver la realidad”, organizada el año pasado por el ICPNA. También, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, mi Alma Mater, ha creado la Sala Víctor Humareda en el Centro Cultural de San Marcos.
El texto
que publicamos es parte de la entrevista grabada que
le
hice a Víctor en el lejano
mes de octubre de 1981, en esa Lima
que ya se fue y que Humareda
pintó para las generaciones venideras. Conservo los dos
casetes (mirar Google si es necesario), de una hora cada uno y en la transcripción apenas si
he editado las palabras de Humareda. También,
interpolo algunas
acotaciones para contextualizar la invalorable información proporcionada por
Víctor Humareda acerca de
su vida
y de
su obra. La elocuencia y
conocimiento de Víctor
son evidentes y reflejan el capital cultural adquirido con sus
lecturas y asistencia a eventos culturales, como conciertos de música clásica
y obras de teatro.
DESDE EL COMIENZO…
Empecé a dibujar con lápices de colores a muy
temprana edad y recortaba con tijera papeles de colores. Copié “La escuela de Atenas” de Rafael, en
negro, con un lápiz que pude conseguir en Lampa. Después
hice una copia de un cuadro de una
aguadora con un cántaro y una
copia de “Androcles y el león”. Todo
eso lo encontré en
El tesoro de la juventud que
había en la biblioteca de
la escuela, en Lampa.
Mi madre primero quería que fuera profesor, después se convenció de mandarme a Lima
a estudiar pintura. Yo le decía
que quería ser
pintor y nada, no se convencía, hasta que
me fui por mi propia
cuenta a Arequipa. Me escapé, me
quise ir a Lima.
Mi
madre viajó a Arequipa y
me trajo a Lampa para que
me despida. Tenía 18 años.
A fines del 38 llegué a
Lima y el 39 un señor Sánchez me
llevó a la Escuela de Bellas
Artes y
me matriculó. Sabogal estaba de director, ya Hernández había
muerto. Estuve tres meses nomás, no pude seguir en la escuela. No tenía
plata. El 40 tampoco fui, el 41 volví a ir y de ahí hasta el 47,
seguido. Este tiempo anduve por
todo Lima
en distintas ocupaciones
y dibujaba a la gente en
las
calles, en los restaurantes. Lima
me ha culturizado mucho. Parece
que el
pintor y
el intelectual tienen que
estar en grandes ciudades. A
no ser que tenga tanto conocimiento, como
en
el caso de Gauguin que se fue a Tahití,
a una isla, donde hizo
su obra genial.
(Lampa es
una ciudad pequeña ubicada
en el altiplano
peruano, a más de 3.800 metros de altura. Si Humareda pudo
estudiar es que su familia
tuvo los medios suficientes para procurarle una educación, que por esos años
solo llegaba hasta el
tercero de secundaria en
las provincias. En
esa época y
con ese nivel educativo, Humareda
pudo haber sido maestro rural, en
cambio eligió ser pintor, con todos los riesgos económicos
que conllevaba serlo para un provinciano andino -o serrano, como
despectivamente se dice
en mi país-.
Su madre soltera no
lo pudo mantener y desde el
principio Víctor tuvo que trabajar
para sobrevivir. José Sabogal fue el impulsor -con José
Carlos Mariátegui-
del movimiento indigenista peruano.
En 1945, lo reemplaza Ricardo
Grau -formado en la “Escuela de Paris”-, que impone una enseñanza de neto
corte eurocentrista, dando primacía
al dominio técnico.
Entre estos dos polos transcurre el paso de
Humareda por la Escuela de
Bellas Artes. A Víctor le gustaba afirmar que en la escuela no aprendió nada. En todo caso, la
deficiente formación académica es
compensada con el dibujo ambulante -también
como un medio
de supervivencia- y estudiando las
reproducciones fotomecánicas de los grandes maestros, ya que los
museos limeños eran muy limitados. Es importante señalar la mención de Paul
Gauguin –“el salvaje del Perú”, como gustaba llamarse, y nieto de Flora
Tristán- uno de los referentes esenciales
del trabajo pictórico
de Humareda. Arthur C. Danto
considera que el “modernismo en arte, en todos sus aspectos, debe ser rastreado a Gauguin”).
Buenos
Aires y Urruchúa
En Buenos Aires estudié principalmente en
el taller
de Demetrio Urruchúa,
Carlos Calvo 1770, los días
viernes por la tarde. Urruchúa enseñaba a
ver las cantidades de
color, la composición, la
armonía, muchas cosas que son necesarias. Lo comprobé cuando vi Gauguin en el Museo de Buenos Aires. Ah, Urruchúa hablaba mucho de
las cantidades. Es
una serie
de leyes que
los grandes maestros
han hecho, o sea,
han resuelto las
cantidades de color. También hablaba de la
orquestación de la
superficie. Un cuadro es
una superficie plana… Hay pinturas que
son
de incorporación, donde todo
el
todo el cuadro está
regido por un solo color, que
es una pintura atonal:
variaciones de un solo
color. En cambio, en uno
de contrastes hay
pedazo de diferentes colores: variaciones de color, no de tono, no
de valores, sino de colores.
¡Es muy profundo! Lo más
sorprendente de mi
estadía en Buenos Aires
fue ver
un Gauguin. También vi Gutiérrez Solana, una exposición completa, habría
quince o veinte óleos.
Y tuve la gran
suerte de conocer la colección privada de
Santa Marina, donde estaban los impresionistas.
Evocando a Marilyn Monroe |
(En 1950, Humareda viaja becado por un año a Buenos Aires,
donde asiste
a la Escuela Ernesto de
la
Cárcova. Sin embargo, el encuentro con
Urruchúa será decisivo para su
carrera artística.
El pintor argentino le
resuelve diversas interrogantes que no tuvieron respuesta en la Escuela de
Bellas Artes de Lima. La enseñanza era
impartida a modo
de taller: el
alumno ponía su
cuadro a consideración de todos y
cada uno de
los participantes daba su
opinión. Urruchúa escuchaba
callado y solo al
final intervenía. Buenos Aires
ofrecía productos culturales
casi a la par
de las
capitales europeas
y Humareda tuvo, por primera vez,
la oportunidad de
ver cuadros originales y no simples
reproducciones. Pudo apreciar la textura del
óleo aplicado sobre la tela, las veladuras o empastes, el uso
del color
en la superficie. Todo
el
conocimiento adquirido con Urruchúa se hace tangible. En los museos y galerías bonaerenses ahora podía
dibujar y pintar, copiando del
original y no de
una fotografía. Sin duda, Urruchúa
y el español Gutiérrez
Solana marcarán lo
que vendría a ser el primer periodo del
corpus pictórico de Humareda: el periodo terroso, que
se prolongará hasta finales de los
1960s. Gauguin,
el maestro de los
colores luminosos, será un referente para su segundo periodo).
Sabogal, Vinatea
Reinoso, Sérvulo…
De la pintura peruana me
gustan “Los funerales de Atahualpa” de
Montero. Admiro mucho a Vinatea Reinoso,
su “Procesión del Señor de
los Milagros” y un cuadro del Titicaca con
unas balsas
y unos
cerros. De Sérvulo Gutiérrez
me gusta una
naturaleza muerta y
un retrato de Claudine. Después,
quién. Merino, Laso. Algunos cuadros de
Sabogal. El indigenismo… algunos
decían que tenía influencia de los mejicanos. Pero fue para revalorizar al indio, no superficialmente, no para
verlo como tema folclórico,
sino era un
movimiento pictórico de esa época, de la época
de Sabogal.
(Humareda menciona
tres hitos de la pintura peruana de la primera mitad del siglo XX. José Sabogal, impulsor del
indigenismo pictórica
y maestro de generaciones de artistas en
la
Escuela de Bellas
Artes, como profesor desde
1920 y director de
1932 a 1943. Vinatea Reinoso, excelente dibujante como Humareda y pintor de temas populares de
estilo personal
que muere a los 31 años. Y Sérvulo Gutiérrez: ceramista, escultor y
pintor. Sérvulo era autodidacta y propone con su
primer gran cuadro “Los Andes”
(1943), una salida a la pintura indigenista que para entonces
se había oficializado. Su cuadro resuelve plásticamente el habitante andino sin concebir una
imagen idealizada:
ni hierática ni decorativa.
Más bien opta por la representación alegórica
basada en los volúmenes, sin duda influenciado
por su trabajo como escultor. La mujer inmensa en primer plano
parece remecer Los Andes con
su
desesperación. En los años
siguientes, Sérvulo desarrolla un lenguaje expresionista personal
acorde con su
temperamento extrovertido, explosivo. Trabaja con
los rojos, violetas, verdes y
amarillos. La violencia con que
pinta se manifiesta en
los colores sin mezclar, en
el empaste nutrido y
a veces sus contorsiones cromáticas rozan con
un expresionismo abstracto
muy particular. Sérvulo comparte los
caminos del expresionismo peruano
con Humareda, ambos distanciados del
expresionismo alemán y cada uno a su modo).
La relativa prosperidad económica de principios de los años
50, consecuencia de los altos precios de
los minerales debido a
la guerra en
Corea, crea un mercado para la
pintura que va
creciendo paulatinamente. La burguesía peruana -una
de
las más retrogradas de América Latina-
empieza a invertir en obras artísticas. Humareda sabe de
la limitación del
mercado pictórico
y además no es parte de
la
argolla limeña que domina el incipiente circuito de galerías y crea su propio circuito comercial
para
vender las mercancías que produce. Al mismo tiempo, la modernidad pictórica
llega finalmente a Lima
y muchos artistas adoptan o
copian las variantes del
abstraccionismo europeo y estadounidense. No conforman un
movimiento plástico
homogéneo y
en el campo de la figuración tampoco existe uno.
Y es que, después del indigenismo, la pintura peruana no
ha tenido un movimiento de
similar importancia plástica e ideológica.
Fotografía de Herman Schwarz |
En este contexto, Víctor Humareda se instala en el mítico Hotel Lima del distrito de La Victoria, en el que vivirá hasta noviembre de 1986, fecha de su muerte. Era el año 1954 y el nuevo hotel ocupaba media manzana en la zona de La Parada, a donde llegaban los comerciantes provincianos con sus productos agrícolas para abastecer Lima, que ahora crecía por la migración interna de las provincias. La burguesía limeña todavía se jactaba de su pasado colonial y de haber contado con la mayor cantidad de títulos nobiliarios durante la colonia. También, de una economía feudal dominada por los terratenientes, que termina con la Reforma Agraria finalmente ejecutada por el Gobierno Revolucionario de las Fuerza Armada en 1969. En este contexto, Humareda comienza a pintar el lado marginal de Lima. Escoge los espacios tugurizados del Rímac y Barrios Altos y realiza una serie de cuadros notables del Cerro San Cosme (ya poblado por la primera gran migración provinciana). También, retrata a los personajes de extramuros que pueblan La Parada: mendigos, prostitutas, locos, ropavejeros, viejas decrépitas debido a la miseria. En este primer periodo de Humareda priman las tierras y los ocres y además guarda afinidad temática con la obra de Gutiérrez Solana. Humareda se interesa en estos temas de su hábitat porque él mismo es un desplazado social. No es un limeño -con toda la carga negativa que esto implica- y prefiere vivir en la periferia, no en el centro tugurizado de la ciudad. Aquí debo precisar que este desplazamiento no tiene nada que ver con la aureola de pintor maldito al estilo romántico perpetuada por la crítica oficial, sino con la discriminación (que en todo el mundo tiene un signo económico, étnico y racial). Frente a ella, el artista afirmó su libertad individual por medio de la autenticidad: a Humareda solo le interesó producir su obra y no escalar socialmente a costa de obsecuencias personales ni concesiones artísticas.
(No) Siempre
París
A París viajé en 1966. Hice una
exposición en el Peruano Norteamericano y con ese dinero me
fui en el vapor Donizetti. Llegó
a Barcelona a
fines
de octubre e inmediatamente fui al Museo Picasso. No
vi sus óleos, solamente un dibujo de
un loco, porque hacían
una exposición de Pablo Picasso en el Grand Paláis, en París. En Madrid
me alojé en la calle
Campomanes. La dueña de la pensión me dijo dónde quedaba el Museo del
Prado. Estuve todo
el
día, desde las nueve hasta las cinco
de la tarde. Me
maravillé ante “Los fusilamientos” de
Goya, la pintura negra… “El aquelarre” y
los grabados. Vi Velázquez. “Las meninas” están en cuarto con
un espejo y vi los bufones. Al día siguiente tomé un avión hasta París. En el Louvre estuve admirado
ante “Betsabé” de Rembrandt y
“La matanza de
Quíos” de Delacroix. París es
bellísimo. Visité el museo d’Orsay donde vi “El caballo
blanco” de Gauguin y una
catedral a distintas horas
de Claude Monet, que
son las variaciones de
la
luz. Ah, el más impresionante de todos, Manet. Victorine Meurent
posó para él…la “Olympia” de Manet.
Muy caro era
París para mí, pero muy
hermoso. No pude ir al teatro ni a los conciertos, ni donde las chicas. Yo dibujaba para
entenderme
con la gente. En París
había dos exposiciones: Vermeer y Picasso, a
ninguna pude ir. París es inmenso y
yo estaba con el problema de
venirme. Es una cosa bien
angustiosa estar en un país extranjero y
no saber el idioma,
ni tener plata.
(El viaje
a París le sirve
para reafirmar la temática que caracteriza el segundo periodo de
Humareda: arlequines, desnudos, caballos y escenas de burdel. Los personajes marginales van quedando de lado, así
como el uso de las tierras. Su
paleta gana en colorido hasta lograr una
intensidad cromática
expresionista
muy propia y que traduce el temperamento sensual
de Humareda. El empaste deja paso a las veladuras y las porciones puras de amarillos, naranjas
y azules agregan intensidad
al lienzo).
El
dominio del color
Dominar el color es
un norte en
mi vida,
es un
faro, como guía a un
puerto. Domina el
color Tiziano, domina el
color Goya, domina el color
van Gogh, domina el
color Velázquez. Cada uno domina el color
dentro de lo que
son, de su espíritu. Sin dominio del
color no hay pintura y
la pintura no es solo
color: es forma, es armonía, es composición, es dibujo y también es realidad. Pero es una realidad que tengo que sentirla, una
realidad que tiene que
gustarme. Es escoger un tema y este tema
tiene que coincidir con mi estado de ánimo, con mi manera de pensar. Pongo
colores puros en
mis cuadros para
que no
haya monotonía. Si todos los colores se combinan hay
una tremenda monotonía,
si todo se
pone puro también hay monotonía. Entonces
tiene que ser entre combinados y
puros, o muy
poco mezclados para
que haya
belleza. Yo creo que se escoge ya un chisguete determinado. El acto
de pintar no
es pasión
sino matemática. Las mezclas casi no son la parte espiritual, es de orden técnico. Se tiene que ser exacto en las mezclas. Incluso empleando el blanco
tiene que ser exacto, matemático: mucho blanco, muy poco o nada.
(Humareda literalmente vivía, soñaba y respiraba colores. Y su oficio
de pintor lo ejerció hasta pocos días
antes de morir. Dibujar y
pintar eran parte de su sustento diario.
Humareda es uno de los pocos maestros del
color de la pintura peruana. Además, es
un dibujante excepcional, motivo
de todo
un estudio aparte).
Arte y política
Una vez le preguntaron a
O’Neill si podía dramatizar la
lucha de clases y O’Neill
dijo que la política y el arte
no andaban juntos. Es lo que él respondió. Yo diría, por ejemplo, cuando Don Francisco de
Goya
hizo el cuadro “Los fusilamientos del 3 de mayo”,
con
su gran conocimiento y su gran
espíritu reflejó la invasión napoleónica a España. Según dicen lo hizo
para que
la
humanidad no sea tan cruel,
pero la humanidad sigue siendo cruel.
Goya
refleja en el cuadro su gran conocimiento en la composición, en
el
color, para encontrar lo dramático. El farol reflejando a
un hombre cetrino, que
esta con los brazos abiertos,
de rodillas, y a los demás. Todo el movimiento lo ha dado en las víctimas españolas que
están en diferentes movimientos; de desesperación, de angustia. En cambio, los franceses están monótonamente, hay
una cosa
monótona. Casi se repite la misma posición,
se repiten las mismas formas a
propósito, para crear monotonía.
Si un pintor tiene mucho conocimiento -si es
pintor y gran
conocedor de la pintura- no
va a hacer cuadros políticos
y los va a hacer. Parece
una calle en dos sentidos, van los carros y vienen. No
sé cuándo entra el
pintor y cuándo entra el político, no
sé. Si no hay conocimiento no
puede
haber cuadro político, si no hay conocimiento del pintor, no hay nada.
Pinté “El mitin”, “El toque de queda”,
“La noche de los generales” y
otros cuadros para
expresar un estado, un momento donde vivo, un estado de
angustia. Yo reflejo mis estados de
angustias, con la misma emoción que
sintió Goya cuando la invasión napoleónica. Yo tengo más de Goya que de
los expresionistas alemanes.
(Humareda plantea la disyuntiva dialéctica
de la conexión entre el arte y la política y
la resuelve con los cuadros que pinta en la fase
final de la dictadura militar de Morales Bermúdez. Después de
diez años
de dictadura militar,
el proletariado y la izquierda peruana comienzan a movilizarse. Esta resistencia política alcanza
el clímax en el histórico paro nacional del 19 de julio de 1979, catalizador
de la convocatoria a
la Asamblea Constituyente, donde la izquierda peruana tiene una
importante participación. Humareda angustiado -como
buen lector de Sartre que era-
e indignado por
la
represión militar
retoma los colores tierras y
ocres
para pintar sus cuadros de temas políticos. En
el año histórico de 1979, Humareda
también produce cinco
litografías de la serie “Los tribunales”, gran ejemplo de su maestría en el dibujo
y la
composición.
Es importante precisar que Humareda se
distancia del expresionismo histórico, representado por
los expresionistas alemanes. Y
no menciona para nada el expresionismo abstracto
europeo y norteamericano de los años
50, que
gana adeptos en Lima
por esos
años. En algunos cuadros del
segundo periodo humarediano, podemos observar la preeminencia de porciones de color
sobre la representación figurativa y
este
sentido hay una convergencia -aunque
cada uno a su
manera- con el periodo postrero de
Sérvulo Gutiérrez.
Casi rozan con la abstracción, aunque ambos de
forma bastante original
y distanciados del conceptualismo vacuo
de algunos pintores
abstractos coetáneos).
“Yo
no soy expresionista”
Claro, los colores expresan sentimientos. Eso ya no es dominio del color.
Eso
es lo que no me
pudo enseñar Urruchúa, el espíritu atormentado lo tengo yo. Así he nacido o
así me hace el mundo, los demás, y
mi continua búsqueda de
la belleza. La parte técnica la puedo aprender.
Tiziano es nacido en otra época
con un
gran espíritu y
paralelo a ese
gran espíritu, un
gran conocimiento. Ahí el pasado se hace
presente, en el sentido del oficio. Sartre ya lo dijo: “el pasado se hace presente”. Entonces, ese
conocimiento tengo que
ponerlo en mis cuadros. Los
expresionistas buscan plasmar sus sentimientos deformando la realidad. Dándole mucho más
color, exagerando las formas, acentuando el carácter de los personajes. Yo no
busco ser expresionista, ni
he pretendido serlo.
Es una manera de mirar de
los
críticos, pero no,
no
me han retratado, no han dado conmigo.
Como diría Baudelaire, los críticos también somos hipócritas, “hipócrita lector”. Y Humareda es claro: no lo hemos retratado, no hemos dado
con él. Quizás
debido a nuestros prejuicios conceptuales, desinformación o
por caer en la apología fácil
y anecdótica. Humareda
encuentra su lenguaje expresionista gracias a la obra pictórica de
Gutiérrez Solana, que nos
remite a las
pinturas negras de Goya:
obras consideradas precursoras del
expresionismo, a secas. Humareda lo afirma conscientemente:
“Yo tengo más de
Goya que
de los expresionistas alemanes”. Y es que
el
pintor peruano encuentra el expresionismo grafico inherente
a la realidad de
Nuestra América y revela nuestra condición
humana, la del habitante de
la periferia: sea
peruano o latinoamericano. Si el expresionismo alemán de principios del siglo
XX
elabora una visión
interiorizada y existencial propia de
los
países capitalistas, nuestro
expresionismo indaga el dolor, la
angustia, el sufrimiento, la
miseria y la muerte derivados de las
contradicciones sociales
de las economías periféricas. El sufrimiento es
más visceral, más
carnal, más palpable. Sin
duda, la miseria económica envilece
y produce imágenes grotescas, cargadas de violencia. Como ya hemos dicho, este periodo atonal se
caracteriza por las
veladuras y los colores tierras y
ocres. Y mayormente plasma la Lima marginal. En el segundo periodo, el de los
colores luminosos,
los arlequines y desnudos le sirven de pretexto para “hacer color”
(Humareda dixit). La orgía de
rojos, amarillos, violetas y
verdes diluyen las líneas que
delimitan lo figurativo.
Para terminar
y parafraseando a Hal Foster, Humareda
tomó una posición como artista y
lo hizo de tal
manera que logró
juntar en su
obra lo estético, lo cognitivo y lo crítico en una constelación precisa.
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