Inserto este interesante artículo suscrito
por el periodista Jesús Ruiz Mantilla, publicado en el diario El País de España.
La obra poética de Miguel Hernández era poco conocida en el Perú de la década del 50 del siglo pasado. Fue la visita del poeta paraguayo Elvio Romero, -biógrafo y estudioso de la obra de Miguel Hernández-, cuando empezó a difundirse su obra poética, cuya labor de difusión y aprendizaje se habían empeñado los poetas obreros del Grupo Intelectual Primero de Mayo. Y era de ver como sus miembros leían, indagaban estudiaban la poesía de Hernández (“el rayo que no cesa”), de quien se sentían admiradores y a pesar de su temprana muerte, -2 años antes que de nuestro vate César Vallejo-, sus poemas guardaban mucho valor literario, tal es el caso de las nanas que escribió Hernández.
La obra poética de Miguel Hernández era poco conocida en el Perú de la década del 50 del siglo pasado. Fue la visita del poeta paraguayo Elvio Romero, -biógrafo y estudioso de la obra de Miguel Hernández-, cuando empezó a difundirse su obra poética, cuya labor de difusión y aprendizaje se habían empeñado los poetas obreros del Grupo Intelectual Primero de Mayo. Y era de ver como sus miembros leían, indagaban estudiaban la poesía de Hernández (“el rayo que no cesa”), de quien se sentían admiradores y a pesar de su temprana muerte, -2 años antes que de nuestro vate César Vallejo-, sus poemas guardaban mucho valor literario, tal es el caso de las nanas que escribió Hernández.
Mi padre, poeta proletario de formación
autodidacta, basaba su formación literaria siguiendo el ejemplo de Hernández. Confirmaba
en la vida y obra del poeta español que el ejercicio de las letras también
podían realizarlo quienes desde su extracción social proletaria debían
conquistar no sólo el pan, sino también la belleza. Ya hace 24 años que mi
padre falleciera, estoy seguro que si estuviera leyendo este magnifico artículo,
saltaría de alegría al conocer la correspondencia entre dos magníficos poetas españoles
que influyeron en las letras peruanas.
El artículo está tomado del diario español
El País y el link es el siguiente:
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/12/23/actualidad/1387831922_825940.html#bloque_comentarios
Querido Miguelito... Tuyo, Vicentazo
Jesús Ruiz Mantilla
Más de 300
cartas ineditas, depositadas en el legado de Hernández adquirido por Jaén,
ahondan en la gran amistad que unió al poeta con su maestro Aleixandre.
Sobre de una carta enviada por Vicente Aleixandre a Miguel Hernández. |
Miguelito Hernández y Vicentazo Aleixandre, con esa confianza se
trataban, vivieron destinos muy dispares. El primero murió en la cárcel, dejado
de la mano de Dios y del régimen. El segundo se recluyó en un exilio interior,
con sede en esa meca poética madrileña que fue el chalet de la calle Velintonia
3 —hoy, vergonzosamente en ruinas— y acabó ganando el premio Nobel de
Literatura. Pero ambos se cruzaron antes, mucho antes, y desarrollaron una
amistad honda, entregada, en la que los dos poetas se reconocieron en el afecto
más íntimo.
Las
cartas que exaltan aquella relación habían permanecido ocultas hasta que la
semana pasada se anunció el destino final del legado Hernández, después de que
el Ayuntamiento de Elche rescindiera el pacto con los herederos del escritor
por desacuerdos políticos y económicos. De entre los 5.600 objetos, documentos
y manuscritos que quedarán finalmente en manos de la Diputación de Jaén tras
pagar tres millones de euros, destacan 309 misivas inéditas entre Aleixandre,
Hernández y Josefina Manresa, la viuda de este último. Un conjunto crucial para
analizar la influencia mutua entre ambos poetas.
Sobre de una carta enviada por Vicente Aleixandre a Miguel Hernández. |
La unión se
despliega en múltiples facetas. De mentor a pupilo o de hermano mayor preocupado
por la suerte del pequeño, comprometido con las armas y las letras, la relación
no dejó nunca de crecer. Aleixandre siempre supo ser un faro para el joven, un
vigía preocupado por la envidia que comenzaba a cercar la estela de aquel
diamante en bruto, llegado del campo, autodidacta, pero deslumbrante en la
verdad y la transparencia nada afectada que desprendían sus versos. Pero sobre
todo hubo entre ellos afecto, cariño, intimidad y apoyo a la familia tras la
muerte de Hernández. Todo ello se desprende de estos textos analizados a fondo
por Jesucristo Riquelme, doctor en Literatura, catedrático y experto en el
poeta alicantino, que los ha estudiado durante el pasado verano.
“Son un auténtico tesoro humano y literario. En las de Aleixandre se respira reflexión sobre la vida o situaciones existenciales e ideas sobre el arte y la poesía. Desprenden un hondo calado”, afirma Riquelme. En ellas podemos hallar confesiones muy emocionantes, como la que le hace el Nobel al joven poeta: “Qué curioso que siendo tan distintos en cosas diferentes probablemente accesorias yo sienta contigo como con nadie la inspiración profunda de la verdad del pecho. De tal modo que si me preguntaran: ‘Entre todos tus amigos ¿quién es tu hermano?’, yo contestaría: ‘Miguel’. Y tú sabes cuáles son mis amigos”, le escribe el uno de septiembre de 1936.
“Son un auténtico tesoro humano y literario. En las de Aleixandre se respira reflexión sobre la vida o situaciones existenciales e ideas sobre el arte y la poesía. Desprenden un hondo calado”, afirma Riquelme. En ellas podemos hallar confesiones muy emocionantes, como la que le hace el Nobel al joven poeta: “Qué curioso que siendo tan distintos en cosas diferentes probablemente accesorias yo sienta contigo como con nadie la inspiración profunda de la verdad del pecho. De tal modo que si me preguntaran: ‘Entre todos tus amigos ¿quién es tu hermano?’, yo contestaría: ‘Miguel’. Y tú sabes cuáles son mis amigos”, le escribe el uno de septiembre de 1936.
Carta remitida por Aleixandre a Miguel Hernández en julio de 1936 |
Además de
confesiones como esta, en absoluto vacía, por las misivas desfilan varios
compañeros de generación, Neruda, que mantuvo relación con ambos y otros
personajes y escenarios de aquella España sangrante de la guerra. Pero también
hay lugar para los consejos y las confesiones amorosas, para las
recomendaciones y los análisis poéticos o la crítica directa a algunos colegas.
“¡Qué J. R. de pandereta!”, se puede leer en uno de los intercambios en clara y
un tanto irrespetuosa alusión a Juan Ramón Jiménez.
Se conocieron gracias al arrojo
de Hernández. Cuando Aleixandre ganó el Premio Nacional de Literatura por su
libro La destrucción o el amor (1934), el joven
levantino, tan franco, tan directo, le escribió una carta que no se conserva.
Pero quedó grabada en la memoria del sevillano: “Lo recuerdo perfectamente. Era
una cuartilla de papel basto y en ella unas líneas apretadas, escritas con
letra rodada y enérgica. No quisiera atribuirle palabras que no dijese, pero sí
hago memoria transparente de su sentido: ‘He visto su libro La
destrucción o el amor, que
acaba de aparecer… No me es posible adquirirlo… Yo le quedaría muy agradecido
si pudiera usted proporcionarme un ejemplar… y firmaba así: Miguel Hernández,
pastor de Orihuela”.
Neruda ya
lo había tratado y Aleixandre se interesó por ese cabrero. Hernández había
leído a su admirado maestro y rápidamente entablaron amistad. “Sorprende que la
primera de las cartas que conocemos en este corpus lleve fecha del 27 de julio
de 1935, solo un año después de aquella publicación de Aleixandre”, advierte
Riquelme.
La mecha
entre la poesía cosmogónica de Aleixandre y el apego a la tierra de Hernández
prendió rápido. Fruto de ese fogonazo nos llega ahora el reflejo de una
relación personal y epistolar que abre muchas nuevas puertas para entender la
vertiente humana del premio Nobel, un enorme poeta de velo discreto a quien el
joven impetuoso desveló sus intimidades.
Hernández se convierte en su
cómplice, en su apoyo, en su confesor, en su hermano. En lo que Aleixandre
define en una de las últimas cartas a Josefina en 1984 como un “abrazo del
corazón”. De maestro a discípulo, pero con los puentes de la confianza
extensamente tendidos. El mayor admiraba la tersura transparente del menor,
mientras que Hernández alababa su altura a la hora de extraer y hacer volar los
sentimientos: “A tu lado me siento un primitivo. Tan aplicada está tu
sensibilidad poética y tan trabajado tu sentimiento universal…”.
Pero hay
algo más que llama la atención. La humildad del maestro con respecto a la
admirable presencia del talento en bruto que adivinó desde el primer momento en
Hernández. Entre el casi consagrado y el aprendiz no existe resquemor o
desconfianza, sino generosidad y devoción: “Aleixandre no se erige en
protagonista dentro del epistolario y cede el paso con afabilidad a su
interlocutor”, aclara Riquelme.
Las
cartas intercambiadas entre ambos —solo 26 de todo el epistolario— son buena
prueba de ello. Tanta importancia tienen las posteriores. Cuando Hernández
muere a los 31 años en la cárcel de Alicante, víctima de la tuberculosis, y es
enterrado en el nicho 1.009 del cementerio de Nuestra Señora del Remedio,
Aleixandre no solo se encarga de apoyar a Josefina y a su hijo Manuel Miguel,
de tres años, a quien están dedicadas las Nanas de la cebolla.
Vicente Aleixandre, ante la tumba de Miguel Hernández |
También se esmera y se entrega a
la tarea de lograr que fuese apreciada en todo su valor la obra dejada por
Hernández, que acabó por ser considerado tanto el trágico y auténtico epígono
de la generación del 27 como el líder de la del 36. “Durante su
encarcelamiento, Aleixandre es la gran figura tutelar, la persona más próxima.
Su auxilio fue moral, alimentario, económico y, una vez fallecido, también
editorial”, afirma Riquelme.
También
resulta curiosa la relación con su viuda. Aleixandre no la conocía
personalmente. De ahí que la tratara en un principio de usted. Una vez se
encuentran, pasa a tutearla en una unión que durará hasta su final. “Estamos
ante un ejemplo de vida, una amistad que va más allá de la muerte y un
epistolario que abarca 50 años —de 1935 a 1984— donde se encuentran claves de
nuestra más reciente historia”, asegura Riquelme.
Unas
claves y una luz que sirven para ahondar en un ejemplo de amistad poética limpio,
leal, en mitad de algunos de los años más traumáticos de nuestro pasado.
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