Inserto este
interesante artículo suscrito por Osmar Gonzáles, publicado hoy en la página
digital de “Libros Peruanos” que acertadamente dirige Virginia Vílchez. La
formación de la intelectualidad peruana durante las primeras décadas del siglo
pasado, -muchas veces mediante autodidactismo-, tuvo oportunidad de acoger y potenciar ideas que resultarían en doctrinas sobre interpretación y construcción del Perú.
La Casa Museo José Carlos Mariátegui invitó a reflexionar sobre la
experiencia del retorno del pensador marxista al Perú ocurrido en 1923.1 Feliz
iniciativa que da pie para abordar aspectos paralelos o complementarios de la
experiencia de la emigración y el regreso. Dentro de ese espíritu, y
trascendiendo la experiencia de Mariátegui, la comparo en estas líneas con la
de otros pensadores que también salieron del país y retornaron, y en el medio
de esa “aventura” se proveyeron de nuevas herramientas conceptuales e
ideológicas para comprender el Perú con el propósito de erradicar la injusticia
social y transformarlo.2
Mariátegui: después de la experiencia europea, el ideólogoJosé Carlos Mariátegui, viaje de retorno. |
Llegados a este punto es razonable preguntarnos si el Mariátegui que conocemos
hubiera sido el mismo sin su experiencia europea. Es imposible responder a esa
inquietud con absoluta certeza, pero sí se puede enfatizar que la experiencia
de vivir fuera del entorno cotidiano ―por la fuerza, por propia voluntad o por
otras razones― tiene un impacto en la forma de comprender la vida social y la
política. Y Mariátegui no fue una excepción. Quizás sea más justo señalar que
se trata de una expresión depurada de una experiencia constante, como podemos
verlo a la luz de otros recorridos vitales de su tiempo.
Valdelomar: de esteta a pensador social
Previamente a Mariátegui fue Valdelomar el que experimentó una
importante transformación en su manera de ver la vida, el arte y la política
luego de su estadía en Europa. Es cierto que antes de su partida ya no era un
hombre desentendido de las pasiones políticas, y que en 1912 había apoyado la
campaña política de Guillermo E. Billinghurst, quien se sustentó en una masiva
movilización popular ―inédita hasta entonces― para alcanzar la presidencia de
la república. Pero también es cierto que sus textos literarios y periodísticos
estaban impregnados de un sentido estético y, a lo más, de burla y denuncia de
la cotidianeidad política. No se podría decir que entonces tenía una mirada
amplia y articulada sobre los problemas sociales del Perú de entonces. Como
premio a su decidido apoyo a Billinghurst, este, luego de nombrarlo director
del diario oficial El Peruano lo enviaría en 1913 a la Legación peruana en
Italia como Segundo Secretario, experiencia que Mariátegui replicaría seis años
después. Las cartas que escribe a este lo muestran como un artista que respira
lo mejor que ese país le puede dar. De alguna manera, se puede decir que las
cartas de Valdelomar despertarían en Mariátegui el deseo fervoroso de viajar a
Europa, de vivir en un medio tan refinado y con tantas experiencias en plena
fermentación.
Abraham Valdelomar en Roma, 1913 |
Los periplos proselitistas de Valdelomar al norte y al sur del Perú dejarían una estela de palabras y reflexiones que compactaban la experiencia estética con la denuncia de carácter social. Fue él quien hablaría por primera vez de la necesidad de forjar una “patria nueva”.
Era consciente que había que
reformular las bases de la república. “El Perú no necesita abogados sino
ciudadanos”, afirmaría en algún momento. Por otra parte, el del indio sería el
problema que empezaría a tomar importancia en sus escritos; los tiempos de la
actitud casi adolescente de enfadar a las élites oligárquicas cederían su lugar
a la postura más madura de buscar comprender las razones de la injusticia, del
abuso y la explotación. Como en Mariátegui, la vida europea ―específicamente
italiana―, proveería a Valdelomar de una experiencia vital que se
complementaría, potenciándola, con la que había adquirido previamente a su
viaje.
Belaunde: el destierro y la comprensión integral del Perú
Otros dos casos ―esta vez sí de exilio político―, que contribuyen a
comprender la influencia de la experiencia de vivir en otras sociedades en la
elaboración de un pensamiento, son las del pensador arequipeño Víctor Andrés
Belaunde y la del político trujillano Víctor Raúl Haya de la Torre.
Víctor Andrés Belaunde. |
En dicho país daría un conjunto de conferencias resultado de exhaustiva
investigación en archivos y papeles inéditos que algunos lustros después darían
forma a su importante libro titulado Bolívar y el pensamiento político
de la revolución hispanoamericana. Y, lo más importante, pensaría y
redactaría el que llegaría a ser su libro central: La realidad nacional,
síntesis de la nueva manera que había forjado para entender los problemas
nacionales. Belaunde concibe este libro después de haber pasado por un momento
agnóstico, una etapa espiritualista y llegar a la concepción cristiana de la
vida desde la cual debatiría con las tesis marxistas de Mariátegui. En este
momento vale la pena incorporar el “contra ejemplo” de un compañero
generacional y amigo personal de Belaunde, me refiero a José de la Riva Agüero.
También fue obligado al exilio por Leguía, pero en 1919, fue uno de los
primeros desterrados del oncenio. Su estancia europea la vivió básicamente en
España; en dicho país enterró todo arresto reformista que había exhibido en
Lima y, por el contrario, regresó al Perú ―en 1930― cuando ya había asumido el
ideario fascista y el ultramontanismo. A diferencia de Belaunde, y a pesar de
atravesar experiencias similares, el historiador limeño no fue capaz ―o no le
interesó desarrollar― una visión integral del Perú. Su trayectoria nos sirve de
caso contra fáctico: el exilio no constituye necesariamente una experiencia que
estimula la conquista de un pensamiento fundador.
Si bien el destierro conlleva angustia, impotencia y frustración, al mismo tiempo la lejanía que exige del entorno inmediato y usual ―de sus conflictos domésticos― permite al sujeto (en este caso, al intelectual) producir una mirada más desapasionada y teniendo en perspectiva otro horizonte; visión alimentada por experiencias que no hubiera tenido de haber permanecido en el lugar de origen. Ya vimos los casos de Mariátegui y de Valdelomar; con Belaunde ocurre algo similar pero con variaciones, pues mientras el primero plasmaba su nueva propuesta ―vía 7 ensayos― y el segundo empezaba a esbozarla ―los críticos discursos peruanistas― una vez retornados al Perú, el pensador arequipeño elaboraría su nueva interpretación estando todavía en el exilio. Cuando regrese al Perú en 1930 lo haría con su libro bajo el brazo. No pasemos por alto que ya Belaunde había realizado el más agudo balance crítico del orden oligárquico en su discurso de 1914, “La crisis presente”, pero sería recién cuando asuma como propia la renovación del pensamiento de la Iglesia y su preocupación social ―expresada en la Rerum Novarum―, que podía darle forma ideológica a la suma de sus reflexiones producidas desde varios lustros antes, inaugurando el socialcristianismo en el Perú. La realidad nacional es, en este sentido, un libro fundacional en el debate doctrinario de nuestro país.
Si bien el destierro conlleva angustia, impotencia y frustración, al mismo tiempo la lejanía que exige del entorno inmediato y usual ―de sus conflictos domésticos― permite al sujeto (en este caso, al intelectual) producir una mirada más desapasionada y teniendo en perspectiva otro horizonte; visión alimentada por experiencias que no hubiera tenido de haber permanecido en el lugar de origen. Ya vimos los casos de Mariátegui y de Valdelomar; con Belaunde ocurre algo similar pero con variaciones, pues mientras el primero plasmaba su nueva propuesta ―vía 7 ensayos― y el segundo empezaba a esbozarla ―los críticos discursos peruanistas― una vez retornados al Perú, el pensador arequipeño elaboraría su nueva interpretación estando todavía en el exilio. Cuando regrese al Perú en 1930 lo haría con su libro bajo el brazo. No pasemos por alto que ya Belaunde había realizado el más agudo balance crítico del orden oligárquico en su discurso de 1914, “La crisis presente”, pero sería recién cuando asuma como propia la renovación del pensamiento de la Iglesia y su preocupación social ―expresada en la Rerum Novarum―, que podía darle forma ideológica a la suma de sus reflexiones producidas desde varios lustros antes, inaugurando el socialcristianismo en el Perú. La realidad nacional es, en este sentido, un libro fundacional en el debate doctrinario de nuestro país.
Haya de la Torre: la formación de una doctrina en el exilio
Más cercana a la experiencia de Belaunde es la de Haya de la Torre.
Recordemos que quien sería el líder aprista fue enviado a la Isla San Lorenzo y
después al exilio por el propio Leguía en 1923 (dos años después que Belaunde)
a los 28 años de edad, la misma que tenía Mariátegui cuando regresó al Perú.
Indudablemente que su experiencia antes de ser obligado a partir ya era
bastante intensa, tanto en la Bohemia de Trujillo como en la vida limeña
cercana a los trabajadores anarquistas y en el claustro universitario, donde se
inauguraría como representante y líder. También fue importante, como recuerda
Martín Bergel, la gira que como dirigente de la Federación de Estudiantes del
Perú realizó en 1922 a Chile, Argentina y Uruguay, que sería una especie de
“laboratorio” que lo prepararía como viajero para la experiencia que tendría
posteriormente como exiliado político.6 Precisamente
en su función de dirigente estudiantil es que se enfrentaría al autocratismo de
Leguía, quien preferiría mantenerlo lejos, en el destierro. Después de llegar a
México, Haya de la Torre visitaría Europa y la Unión Soviética, y le sacaría el
mayor provecho a una situación dolorosa. Fue en esos recorridos que iría formulando
su doctrina, primero con “What is the APRA?”, ¿Adónde va Indoamérica? y
posteriormente con su clásico El antiimperialismo y el APRA,
escrito en 1928 ―el mismo año en el que apareció 7 ensayos―, aunque
publicado recién en 1936, con tal éxito que gozó de dos ediciones en el lapso
de solo tres meses.
Víctor Raúl Haya de la Torre en México, 1924 |
Nótese que a diferencia de Valdelomar, Mariátegui y Belaunde, Haya de la
Torre toma como unidad de observación y de acción política al continente en su
conjunto, no al Perú en particular. Y de ello derivaba su propuesta de que la
revolución tenía que ser un resultado conjunto de nuestros países que se
enfrentarían al imperialismo. Algo del continentalismo arielista había dejado
su huella en el pensamiento de Haya de la Torre al que luego le otorgaría
voluntad política y definición ideológica. Paralelamente, el líder trujillano
tejería desde su condición de exiliado una tupida red de relaciones con
intelectuales y políticos de diversas partes del mundo y animaría un
intercambio epistolar intenso y extenso.7 No se podría
entender cabalmente la constitución del APRA sin este ejercicio de
corresponsal: “El APRA es efectivamente un producto del exilio, y no solamente
porque su creación a cargo de Haya tuvo lugar, a mediados de la década de 1920,
muy lejos del Perú; sus prácticas políticas y su simbología, que se alimentaron
y conformaron a partir de su carácter de partido permanentemente perseguido por
los poderes peruanos de turno, pero también su desmesurada apuesta inicial por
constituirse en una suerte de Internacional americana, capaz de rivalizar en
Latinoamérica con la que tenía tras de sí la revolución social a la postre más
importante del siglo XX, son hechos también inseparables de esa marca de
origen”.8
Podemos ahora establecer, rápidamente, algunas comparaciones y
paralelos. En primer lugar, hay que dejar establecido que estamos hablando de
cuatro migrantes: Valdelomar de Ica, Mariátegui de Moquegua y Huacho, Belaunde
de Arequipa, y Haya de la Torre de Trujillo. Es decir, que al momento de partir
al extranjero ya habían vivido ―de algún modo―la experiencia del desarraigo, de
tener que adaptarse a un nuevo territorio y a otra forma de vida al trasladarse
de sus lugares de origen a Lima. Por otro lado, la culminación o no de un
pensamiento los diferencia. La muerte tan temprana de Valdelomar (en 1919, a
los 31 años de edad) nos dejará siempre con la incógnita sobre cuál habría sido
el lugar que hubiera ocupado en el proceso ideológico del Perú, pues no tuvo tiempo
de culminar una obra, de dar forma a un pensamiento, de asumir una ideología.
Por su parte, Mariátegui ―quien también murió joven, 36 años de edad― sí tuvo
la posibilidad de dejar una obra y una forma de pensar fundadora ―el marxismo
mariateguista― y fecunda. Escribió frenéticamente, por vocación y necesidad,
pero sobre todo, trató de pensar el Perú desde sus raíces y en perspectiva
revolucionaria. Belaunde y Haya de la Torre tuvieron largas vidas. El primero
moriría a los 83 años y el segundo a los 84. El pensador arequipeño,
adhiriéndose al pensamiento social de la Iglesia católica, supo hacerlo
dialogar con la vida nacional; sus “meditaciones peruanas” (como tituló a uno
de sus libros) constituyeron la base no solo para diagnosticar el proceso peruano
sino para proponer acciones que hicieran posible la reforma política que
siempre proclamó. Fue forjador de una lectura del país que tenía sus propias
cualidades y que le permitía polemizar con el marxismo de Mariátegui, y que
luego serviría de contrapunto con la doctrina aprista. Las cercanías entre el
pensamiento de Belaunde y el programa aprista es todavía un tema por explorar.
Por su parte, el político trujillano unió su reflexión continentalista
―Indoamericana, según el término que prefería utilizar― con la construcción de
una organización partidaria que ―si bien quedó lejos de su aspiración
continental― se constituiría en el partido más consolidado en la lucha política
peruana. La vida y su voluntad le dieron la oportunidad para hacerlo. Más allá de
las variaciones de su pensamiento ―quizás inevitables en trayectoria tan
prolongada―, no se puede negar que dejó como legado una manera distintiva de
encarar los problemas de nuestros países y que aún hoy siguen siendo motivo de
discusiones. El proceso político que siguió tendrá otros jueces y defensores.
En los cuatro casos vistos, el peregrinaje ―forzoso o no― fue de la mano con el
proceso de formulación de un pensamiento, de propuestas de comprensión de
nuestra realidad, de invitación a la acción práctica. No puede desprenderse de
las experiencias mostradas que otras posibilidades son inexistentes; solo
subrayo que en estos casos específicos la relación entre la experiencia del
viajero y la inquietud del pensador se corresponden y alimentan creativamente.
Los cuatro personajes que han sido objeto de interés de estas páginas fueron
contemporáneos y protagonistas de uno de los momentos más lúcidos de la
confrontación doctrinaria en nuestro país.
Notas
1 Simposio “Mariátegui volvió para quedarse”, organizado por la Casa Museo José Carlos Mariátegui, Lima, 23-25 de mayo de 2013.
2 Una
interesante reflexión sobre experiencia viajera e ideas es la que ofrece
Antonio Zapata con respecto a Flora Tristán, precursora de la defensa feminista:
“Su libro más famoso, Peregrinaciones de una paria, es el relato de
su viaje al Perú. Por esa razón, desde hace décadas, ha sido tomada como
abanderada por las feministas peruanas, quienes le han consagrado varios
estudios”, “Flora Tristán viajera”, La República, Lima, 6 de marzo
de 2013. Desde otra mirada y para otro momento histórico, Antonio Camou llama
la atención en cómo el exilio sudamericano de los años setenta y ochenta
―debido a las dictaduras militares― permitió la re-elaboración de los desterrados
―en su mayoría revolucionarios radicales― de sus postulados y asumieran ideas
democráticas, las mismas que tratarían de poner en práctica política a su
retorno. Véase “La democracia en el exilio”, nexos en línea, 1 de enero de
2008, http://www.nexos.com.mx/?P=porautor&Autor=Antonio
Camou. Lo importante es señalar que la salida del propio
país, sea de manera voluntaria o involuntaria, constituye una oportunidad para
expandir conocimientos y experiencias que usualmente modifica las certezas
iniciales.
3 Barbara W.
Tuchman, La torre de orgullo: 1890-1914, Editorial Bruguera,
Barcelona, 1966.
4 Esto se puede ver en las crónicas del
propio Mariátegui que dieron forma a La escena contemporánea (1925),
y a los tomos organizados por sus hijos bajo los títulos Cartas de
Italia de Historia de la crisis mundial.
5 Véase “Diez
años en el exilio”, Trayectoria y destino. Memorias, Ediventas,
Lima 1966.
6 Martín Bergel, “Nomadismo proselitista
y revolución. Una caracterización del primer exilio aprista (1923-1931)”, Estudios
Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, Vol. 20, núm. 1,
2008-2009.
7 Pueden
consultarse los trabajos de Ricardo Melgar Bao, como “Redes del exilio aprista
en México (1923-1924)”, en Pablo Yankelevich, México, país refugio,
Plaza y Valdés, México, 2002; Redes e imaginario del exilio en México y
América Latina: 1934-1940, LibrosEnRed, México, 2003; o “Huellas redes y
prácticas del exilio intelectual aprista en Chile”, en Carlos Altamirano, Historia
de los intelectuales en América Latina: II. Los avatares de la “ciudad letrada”
en el siglo XX, Katz editores, Buenos Aires, 2008.
8 M. Bergel, op. cit.
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