Inserto dos artículos sobre Charles Chaplin: El primero la nota periodística de Aurora Intxausti reseñando la última edición biografica de Chaplin, la segunda un ensayo suscrito por José Carlos Mariátegui en 1928. Ambas notas trazan una visión de la obra artística del genial Chaplin.
Charles Chaplin en sus propias palabras.
AURORA INTXAUSTI
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/10/02/actualidad/1412255150_960300.html
"No sabía que ponerme y al ir al vestuario pensé que podía ponerme unos pantalones muy holgados, unos zapatones, y añadir al conjunto un bastón y sombrero de hongo". / GETTY IMAGES |
Fue en el The
Canteen de Aldershot cuando por primera vez
Charles Chaplin (Londres, 1889-Vevey, 1977) recibió dinero por actuar en un escenario.
Le llevó su madre, actriz y cantante, al teatro para no dejarlo en casa solo.
La autobiografía Chaplin (Lumen) es una reedición revisada a la que se le han añadido fragmentos
que habían sido suprimidos en la edición en castellano y a la que se ha añadido
una serie de fotografías del actor mostrando aspectos de su vida familiar y
profesional. “Se ha rehecho la traducción, que era muy deficiente y faltaban
fragmentos completos sin ningún motivo aparente”, indica Andreu Jaume, uno de
los responsables de esta nueva edición.
“Se trata un libro muy revelador sobre una de
las grandes figuras del siglo XX. Considero espléndida la narración de su
infancia victoriana en la que no oculta detalles de los primeros años de su
vida, que fueron terribles”. No hay paños calientes a la hora de relatar la
caída familiar en la más absoluta pobreza, sus entradas y salidas en los asilos
de caridad. La enfermedad de su madre o el traslado a la casa de su padre.
“Creo que esta parte de la autobiografía ayuda a entender al personaje en toda
su trayectoria profesional y artística. La recreación urbana que hace de esa
Inglaterra de finales del XIX y principios del xx es muy interesante y su obra
cinematográfica está reflejada en ella hasta Luces de la ciudad”,
señala. Los detalles que ofrece Charles Chaplin de esa época demuestran una
memoria exquisita. “Creo que hasta cuando rueda Candilejas en 1952 está presente ese universo infantil trágico”, explica uno de
los responsables de la traducción.
Chaplin se atrevió a ridiculizar a uno de los
hombres más importante y más peligrosos de siglo XX, Adolf Hitler. “La cara era
extremadamente cómica, una mala imitación mía, con su bigote absurdo, su mechón
espeso y rebelde y su boca repugnante, pequeña de labios delgados. No pude
tomar en serio a Hitler”, escribe el autor de El gran dictador. “Demostró que era capaz de criticar a uno de los más poderosos
demostrando el absoluto desprecio que sentía hacia él”. Que un actor decidiese
en el 38 a una figura como él demuestra el valor de este hombre. Es una sátira
brutal algo muy asombroso, la rueda entre el 38 y 39 y se estrena en el 40. Se
vio obligado a acudir a la Casa Blanca y reunirse con el presidente Roosevelt
quien después de visionar la película dijo: ‘Su película no está dando muchos
quebraderos de cabeza en Argentina’.
Como director, padeció las críticas de algunos
sectores del mundo cinematográfico, algo que le traía sin cuidado. “Mi técnica
es el frutado de haber pensado por mí mismo, de mi propia lógica y de mi propia
perspectiva; no está influida por lo que hacen los demás. Si en arte uno debe
ir con su época, entonces Rembrandt sería un cero a la izquierda comparado con
Van Gogh”, escribe Chaplin al respecto. “Creo que es un personaje que lleva
hasta las últimas consecuencias su visión de lo que es el arte cinematográfico,
concibe el cine como un lenguaje autónomo de la literatura y el teatro. Su
perfeccionismo es tal que es capaz de tardar tres años en rodar el momento del
encuentro de la ciega y el vagabundo en Luces de la ciudad.
Existe un documental sobre el rodaje que es fantástico”, indica Andreu Jaume.
De la lectura de la autobiografía se desprende
que Charles Chaplin era un hombre lleno de contradicciones, muy solitario.
Había conocido la pobreza y se deslumbró por el dinero. Le encantaba codearse
con la alta sociedad y con personajes públicos. Aunque estaba orgulloso de
haber sido pobre y no haber renegado de ella.
Escena de El pibe. Chaplin ironiza situaciones extremas que colisionan con las condiciones de autoridad. |
El Gran dictador, estrenada en 1938. Chaplin advertía al mundo los preludios del fascismo que se alistaba para desatar una nueva guerra mundial. |
José Carlos Mariátegui Foto Malanca (1) |
La
imaginación de Chaplin elige, para sus obras asuntos de categoría no inferior al regreso de Matusalén o la
reivindicación de Juana de Arco: el Oro, el Circo.
Y, además, realiza sus ideas con mayor eficacia artística: el intelectualismo reglamentario
de los guardianes del orden estético se escandalizará por esta proposición. El
éxito de Chaplin se explica, según sus fórmulas mentales, del mismo modo que el de Alejandro Dumas o
Eugenio Sué. Pero, sin recurrir a las razones de Bontempelli sobre la novela de
intriga, ni suscribir su revaluación de Alejandro Dumas, este juicio simplista
queda descalificado tan luego se recuerda que el arte de Chaplin es gustado,
con la misma fruición, por doctos y analfabetos, por literatos y por boxeadores.
Cuando se habla de la universalidad de Chaplin no se apela a la prueba de su
popularidad. Chaplin tiene todos los sufragios: los de la mayoría y las minorías.
Su fama es a la vez rigurosamente aristocrática y democrática. Chaplin es un
verdadero tipo de élite, para todos los que no olvidamos que élite quiere decir
electa.
La
búsqueda, la conquista del oro, el gold
rush ha sido el capítulo romántico, la fase bohemia
de la epopeya capitalista. La época
capitalista comienza en el instante
en que Europa renuncia a encontrar la teoría del oro para buscar sólo el oro real, el oro físico. El
descubrimiento de América está, por esto sobre todo, tan íntima y
fundamentalmente ligado a su historia.
(Canadá y California: grandes estaciones de su itinerario). Sin duda, la revolución capitalista
fue, principalmente, una revolución tecnológica:
su primera gran victoria es la
máquina; su máxima invención, el
capital financiero. Pero el capitalismo no ha conseguido nunca
emanciparse del oro, a pesar de la tendencia
de las fuerzas productoras a reducirlo a un símbolo. El oro no ha cesado
de insidiar su cuerpo y su alma. La
literatura burguesa ha negligido, sin embargo, casi totalmente este
tema. En el siglo décimo mono, sólo Wagner lo siente y lo expresa en su manera grandiosa y alegórica. La novela del oro aparece
en nuestros días: L'Or de Blaise Cendrars, Tripes d'Or de Crommelynk, son
dos especímenes distintos pero afines de
esta literatura. The Gold Rush
pertenece, también, legítimamente, a
ella. Por este lado, el pensamiento de Chaplin y las imágenes en que se
vierte, nacen de una gran intuición actual.
Es inminente la creación de una gran sátira
contra el oro. Tenemos ya sus
anticipaciones. La obra de Chaplin aprehende algo que se agita vivamente
en la subconsciencia del mundo.
Escena de The gold rush |
Chaplin
encarna, en el cine, al bohemio. Cualquiera que sea su disfraz, imaginamos siempre a Chaplin en la traza vagabunda
de Charlot. Para llegar a la más honda
y desnuda humanidad, al más puro y callado drama, Chaplin necesita
absolutamente la pobreza y el hambre de
Charlot, la bohemia de Charlot, el
romanticismo y la insolvencia de Charlot. Es difícil definir exactamente al bohemio. Navarro Monzó —para quien San Francisco de Asís, Diógenes y el propio Jesús serían la sublimación de esta
estirpe espiritual— dice que el
bohemio es la antítesis del burgués Charlot
es anti burgués por excelencia. Está siempre listo para la aventura,
para el cambio, para la partida. Nadie lo concibe en posesión de una libreta de
ahorros. Es un pequeño Don Quijote, un
juglar de Dios, humorista y andariego.
Era lógico, por tanto,
que Chaplin sólo fuera capaz de interesarse
por la empresa bohemia, romántica del capitalismo: la de los buscadores
de oro. Charlot podía partir a Alaska, enrolado en la codiciosa y miserable falange que salía a descubrir el oro
con sus manos en la montaña abrupta y
nevada. No podía quedarse a obtenerlo, con arte capitalista, del comercio,
de la industria, de la bolsa. La única manera de imaginar a Charlot rico era ésta. El final de The Gold Rush —que
algunos hallan vulgar, porque preferirían que Charlot regresara a su bohemia
descamisada— es absolutamente justo y
preciso. No obedece mínimamente a razones de técnica yanqui.
Toda
la obra esta insuperablemente construida. El elemento sentimental, erótico, interviene en
su desarrollo como medida matemática,
con rigurosa necesidad artística y biológica. Jim Mc Kay encuentra a Charlot, su antiguo compañero de penuria y de
andanza, en el instante exacto en que Charlot, en tensión amorosa, tomará con una energía máxima la
resolución de acompañarlo en la
busca de la ingente mina perdida.
Chaplin, autor, sabe que la exaltación erótica es un estado propicio a la creación, al descubrimiento. Como Don Quijote, Charlot tiene que enamorarse
antes de emprender su temerario viaje.
Enamorado, vehemente y bizarramente enamorado,
es imposible que Charlot no halle la
mina. Ninguna fuerza, ningún accidente,
puede detenerlo. No importaría que la
mina no existiera. No importaría que Jim Mc Kay, oscurecido su cerebro por el golpe que borró su memoria y extravió su camino, se engañase. Charlot hallaría de todos modos la mina fabulosa. Su pathos le da una fuerza suprarreal. La
avalancha, el vendaval, son impotentes
para derrotarlo. En el borde de un precipicio, tendrá sobrada energía para
rechazar la muerte y dar un volatín
sobre ella. Tiene que regresar de
este viaje, millonario. ¿Y quién podía ser, dentro de la contradicción de la vida, el compañero lógico de su aventura victoriosa? ¿Quién, sino este
Jim Mc Kay, este tipo feroz, brutal,
absoluto, de buscador de oro que,
desesperado de hambre en la montaña, quiso
un día asesinar a Charlot para comérselo? Mc Kay tiene rigurosa, completamente, la constitución del perfecto buscador de oro. No es excesiva ni fantástica
la ferocidad que Chaplin le atribuye, famélico, desesperado. Mc Kay no podía ser el héroe cabal de esta novela si Chaplin no lo hubiese concebido
resuelto, en caso extremo, a devorar
a un compañero. La primera obligación
del buscador de oro es vivir. Su razón es darwiniana y despiadadamente
individualista.
En
esta obra, Chaplin, pues, no solo se ha apoderado genialmente de una idea artística de su época, sino que la ha
expresado en términos de estricta psicología
científica. The Gold Rush confirma a
Freud. Desciende, en cuanto al mito, de la tetralogía wagneriana. Artística, espiritualmente, excede, hoy, al
teatro de Pirandello y a la novela
de Proust y de Joyce.
El
circo es espectáculo bohemio, arte bohemio por excelencia. Por este lado, tiene su primera
y más entrañable afinidad con
Chaplin. El Circo y el cinema, de otro
lado, acusan un visible parentesco, dentro de su autonomía de técnica y
de esencia. El circo, aunque de manera y con
estilo distintos, es movimiento de imágenes como el cinema. La pantomima
es el origen del arte cinematográfico, mudo por excelencia, a pesar del empeño
de hacerlo hablar. (2) Chaplin, precisamente,
procede de la pantomima, o sea del circo. El cinema ha asesinado al teatro, en cuanto teatro burgués. Contra el circo no ha podido hacer nada.
Le ha quitado a Chaplin, artista de cinema, espíritu de circo, en que está
vivo todo lo que de bohemio, de romántico, de nómade hay en el circo. Bontempelli ha despedido sin cumplimientos al viejo
teatro burgués, literario, palabrero.
El viejo circo, en tanto, está vivo, ágil, idéntico. Mientras el teatro
necesita reformarse, rehacerse, retornando
al "misterio" medioeval,
al espectáculo plástico, a la técnica agonal
o circense, o acercándose al cinema con el acto sintético de la escena móvil, el circo no necesita sino continuarse: en
su tradición encuentra todos sus elementos
de desarrollo y prosecución.
"Pero Chaplin ha ingresado a la historia en un instante en que el eje del capitalismo se desplazaba sordamente de la Gran Bretaña a Norte América." |
La
última película de Chaplin es, subconscientemente, un retorno sentimental al circo, a la pantomima. Tiene, espiritualmente, mucho de evasión de Hollywood. Es significativo que esto no haya estorbado sino favorecido una acabada realización
cinematográfica. He encontrado en una
sazonada revista de vanguardia (3), reparos a El Circo, como obra artística. Opino todo lo contrario. Si lo artístico,
en el cinema, es sobre todo lo cinematográfico,
con El Circo Chaplin ha dado como nunca en el blanco. El Circo es pura y absolutamente cinematográfico. Chaplin ha logrado, en esta obra, expresarse sólo en imágenes.
Los letreros están reducidos al
mínimum. Y podría habérseles
suprimido totalmente, sin que el espectador se hubiese explicado menos la comedia.
Chaplin proviene, según un dato en que insiste siempre su biografía, de
una familia de clowns, de artistas de circo. En todo caso, el mismo ha sido
clown en su juventud. ¿Qué fuerza
ha podido sustraerlo a este arte, tan
consonante con su anima de bohemio? La atracción del cinema, de
Hollywood, no me parece la única y ni siquiera la más decisiva. Tengo el gusto de las explicaciones históricas, económicas y
políticas y, aún en este caso, creo posible
intentar una, quizá más seria que
humorística.
El clown inglés
representa el máximo grado de evolución del payaso. Está más lejos posible de
esos payasos muy viciosos, excesivos, estridentes,
mediterráneos, que estamos acostumbrados a
encontrar en los circos
viajeros, errantes. Es un mimo elegante,
mesurado, matemático, que ejerce su arte con una dignidad perfectamente anglicana, A la producción de este tipo humano, la Gran Bretaña ha llegado —como a la del pur sang carrera o de caza—,
conforme a un
darwiniano y riguroso principio de selección. La risa y el gesto del clown
son una
nota esencial, clásica de la vida británica; una rueda y un movimiento la magnífica máquina del Imperio. El arte del clown es un rito; su comicidad, absolutamente seria. Bernard Shaw, metafísico y religioso, no es en su país,
otra cosa que un clown que escribe. El clown
no constituye un tipo, sino más bien una institución, tan respetable como la Cámara de los Lores. El arte del clown significa el domesticamiento de la bufonería salvaje
y nómade del bohemio, según el gusto y
las necesidades de una refinada
sociedad capitalista. La Gran Bretaña ha hecho con la risa del clown de circo lo mismo que con el caballo árabe: educarlo con arte capitalista
y zootécnico, para puritano recreo de su burguesía
manchesteriana y londinense. El clown ilustra
notablemente la evolución de las
especies.
Aparecido en una época
de exacto y regular apogeo británico,
ningún clown, ni
aún el más genial Chaplin, habría
podido desertar de su arte. La disciplina de
in tradición, la mecánica de la costumbre, no perturbadas ni sacudidas, habrían bastado para frenar automáticamente cualquier impulso de evasión. El espíritu
de la severa Inglaterra corporativa era
bastante para un período de normal evolución británica, para mantener la
fidelidad al oficio, al gremio. Pero Chaplin ha ingresado a la historia en un
instante en que el eje del capitalismo se
desplazaba sordamente de la Gran
Bretaña a Norte América. El desequilibrio de la maquinaria británica registrado tempranamente por su espíritu ultrasensible, ha operado sobre
sus ímpetus centrífugos y
secesionistas. Su genio ha sentido la atracción de la nueva metrópoli
del capitalismo. La libra esterlina bajo el dólar, la crisis de la industria carbonera, el paro en los telares de Manchester,
la agitación autonomista de las
colonias, la nota de Eugenio Chen sobre Hankow, todos estos síntomas de
un aflojamiento de la potencia británica, han sido presentidos por Chaplin —receptor alerta de los más
secretos mensajes de la época—,
cuando de una ruptura del equilibrio
interno del clown, nació Charlot, el artista de cinema. La gravitación de
los Estados Unidos, en veloz crecimiento capitalista, no podía dejar de arrancar a Chaplin a un sino de clown que
se habría cumplido normalmente hasta el fin, sin una serie de fallas en las corrientes
de alta tensión de la historia británica. ¡Qué
distinto habría sido el destino de Chaplin en la época victoriana,
aunque ya entonces el cinema y Hollywood
hubiesen encendido sus reflectores!
Pero
Estados Unidos no se ha asimilado espiritualmente a Chaplin. La tragedia de Chaplin, el humorismo de Chaplin, obtienen su intensidad de un
íntimo conflicto entre el artista y
Norte América. La salud, la energía, el élan de Norte América retienen y excitan
al artista; pero su puerilidad burguesa, su prosaísmo arribista, repugnan al bohemio, romántico en el fondo. Norte
América, a su vez, no ama a Chaplin.
Los gerentes de Hollywood, como bien se sabe, lo estiman subversivo, antagónico. Norte América siente que en Chaplin existe algo que le escapa.
Chaplin estará siempre sindicado de
bolchevismo, entre el neo-cuáquero de la finanza y la industria yanquis.
De
esta contradicción, de este contraste, se alimenta uno de los más grandes y puros fenómenos
artísticos contemporáneos. El
cinema consiente a Chaplin asistir a la humanidad en su lucha contra el dolor
con una extensión y simultaneidad que ningún artista alcanzó jamás. La imagen de este bohemio trágicamente cómico, es un cotidiano viático
de alegría para los cinco continentes. El arte logra, con Chaplin, el máximo de
su función hedonística y libertadora. Chaplin alivia, con su sonrisa y su traza
dolidas, la tristeza del mundo. Y concurre a la miserable felicidad de los
hombres, más que ninguno de sus estadistas, filósofos, industriales y artistas.
(1) Publicado en la Revista
Variedades, Lima, 6 y 13 de octubre de 1928. Con enmiendas en la revista Amauta N° 18.
(p. 66-71)
(2)
Debe recordarse que eran mudos los dos films de Chaplin,
"explicados" por José Carlos Mariátegui; y que en 1928 apenas se iniciaban los ensayos para dar
sonoridad y voz al cine
(3) Pulso, Buenos Aires. Director: Alberto Hidalgo. (N. del A.)
(3) Pulso, Buenos Aires. Director: Alberto Hidalgo. (N. del A.)
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