Agustín Mazini**
Tomado de: http://www.vallejoandcompany.com/
Agustín Mazini [AM]: Jorge, gracias por tu tiempo y para
empezar: he visto que en algunas entrevistas se repite mucho el tema de la
infancia. Bahía Blanca, Ingeniero White, el puerto, el abuelo y su peluquería…
¿Qué lugar ocupó la poesía en tu infancia, y qué lugar ocupa hoy la infancia en
tu poesía?
Jorge Boccanera [JB]: La infancia es, entre otras muchas
cosas, una manera de mirar y una respiración repleta de preguntas. En ese
sentido el puerto me familiarizó con una babel fabulosa, marcada con el signo
de la aventura; no te olvides que por allí pasó Calfucurá, Saint Exupèri,
Francis Drake, Darwin y entre muchos el poeta Dino Campana y el anarquista
Gustav Wilckens, vindicador de la matanza en La Patagonia. El puerto era para
mí una larga calle repleta de marineros de distintos países. Y la peluquería de
mi abuelo una especie de posta, de esas que en tiempos antiguos llegaban los
viajeros para relevar a sus cabalgaduras. Dado que yo vivía allí, más que
clientes sentía a esos forasteros como visitas a la casa y cuando todos se iban
y se cerraba la persiana, jugaba en los sillones giratorios que se reflejaban
en el inmenso espejo adornado con estrellas de talco que le ponía el barbero.
No es difícil inferir que el puerto fue en mi infancia una usina de imágenes,
enigmas, alegrías y hondos misterios. Por otro lado te repito una frase que he
dicho en otras entrevistas: el que nace en un puerto, lleva para siempre el
viaje puesto. Y yendo a la segunda parte de tu pregunta, podría decirse que también
lleva la infancia puesta.
[AM]: Y llega 1973, y con él Los espantapájaros suicidas, tu
primer libro ¿Qué significó como joven poeta ver tus escritos reunidos y en
papel? ¿Quién o qué te animó a publicarlo? ¿Sentiste esa necesidad de publicar
de la que suelen hablar los autores?
[JB]: Paradójicamente el 73 tuvo para mí varias caras,
algunas amargas como la masacre de Ezeiza y la aparición de comandos
parapoliciales, otra que fueron una especie de interregno, como la primavera
democrática de Cámpora. Ese año me tocó el servicio militar. Pero a la vez ese
año corría un viento grande que reunía en un mismo haz anhelos, deseos, empuje,
hambre de proyectar y hacer, de cambiar un entorno autoritario, de dar rienda
suelta a la imaginación. Alguien dijo que el 68 francés más que «ir a», fue
«juntarse con»; y eso fue para nosotros el 73: juntarnos poetas, músicos,
pintores, músicos; hacer grupos de arte, debatir, sacar publicaciones, fundar
cooperativas editoriales. En ese torbellino sale mi primer libro, que es
siempre una carta de presentación. Yo acababa de ganar la primera mención del
concurso Pablo Neruda de la revista Encuentro, dirigida por un gran trabajador
de la cultura, Alberto Luis Ponzo, entre 1966 a 1977. Con ese apoyo, lo editó
el sello Mensaje. Yendo a la parte última de la pregunta, te diría que la
necesidad es de escribir.
[AM]: Tiempo después, llega el Casa de las Américas con
Contraseña, casi al mismo tiempo en que vino el golpe de Estado del ’76, en
Argentina. Tuviste que irte, a pie, de Buenos Aires hasta México ¿Cómo fue la
decisión de dejar todo atrás y partir?
[JB]: Fue una decisión amasada entre la inconsciencia y la
consciencia, la razón y la incertidumbre; el desconcierto y el temor, el pesar
por los compañeros desaparecidos y alguna intuición de lo que se venía. Él
poeta Roberto Santoro me dijo que si iba a Perú, donde él tenía pensado llegar,
unos poetas conocidos suyos ―sobre todo Víctor Mazzi― podían darme una mano. Al
tiempo “Toto” Santoro fue secuestrado. Yo
llegué a Lima en junio del 76 y me vinculé en Chosica con Mazzi, que me
presentó a la gente del grupo Primero de Mayo, poetas autodidactas todos de la
sierra peruana. Él vendía libros usados en un carrito fuera de la Universidad
Campesina de La Cantuta. Fuimos buenos amigos y le quedaré siempre agradecido.
Pero en ese tiempo el general que gobierna Perú, Morales-Bermúdez, decreta el
estado de sitio y tras un mes de permanecer allí me fui en colectivo a
Guayaquil, y para hacerla corta, así, un poco a dedo y otro poco en micros de
segunda, atravesé países hasta México en un lapso de casi 6 meses; el haber
ganado el Premio Casa me abrió puertas para ir denunciando los crímenes de la
dictadura militar. Y en el viaje fui empapándome de la realidad social y cultural
de los países que atravesaba. Fue como hacer un curso acelerado en historia
latinoamericana.
[AM]: ¿Qué le dio el
exilio al poeta de Contraseña y Espantapájaros Suicidas?
[JB]: El exilio es siempre un hecho desgraciado. La palabra
viene del latín exsilire, que significa algo así como «saltar al vacío», así
que como dar, lo que da el exilio es esa sensación de tratar de hacer pie en un
terreno cenagoso, un empezar de menos cero en terreno desconocido. Algo así
como un duelo prematuro de los afectos, los paisajes y las cosas de uno y de la
historia de uno. El lado menos oscuro del destierro es que en México, donde
viví de fines del 76 a inicios del 84, es un país muy hospitalario y que,
además del pueblo mexicanos, confluyeron en esa tierra exiliados
centroamericanos y chilenos, uruguayo, que más los republicanos llegados en el
’39 formamos una gran comunidad de «transterrados» (palabra que inventó el
filósofo español José Gaos, exiliado español); lo que significa vínculos,
universo de ideas, intercambio, reciprocidad y, en lo que a mí me tocó, un gran
aprendizaje.
[AM]: ¿Cómo te
sentiste al ganar, en 1979, el Premio Nacional de Poesía Joven de México,
siendo extranjero y, además, un exiliado?
[JB]: Un notable periodista peruano exiliado, carnero Checa,
dijo que en México un refugiado encontraba las tres «t»: trabajo, techo y
tribuna. Yo encontré afectos, hogar y espacios donde expresarme. Lo del Premio
nacional a un extranjero habla de la pluralidad en la cultura mexicana, que
convoca a su vez otros varios galardones, esta vez rubricados con nombres de
escritores extranjeros que vivieron allí como el Malcom Lowry, el Bruno Traven,
el Cardoza y Aragón, entre otros. El premio fue un estímulo para seguir
trabajando.
[AM]: En tus libros de exilio el tema principal es, por
supuesto, el desarraigo, la añoranza de tu tierra; hay referencias a calles y
lugares de acá: San Telmo, Plaza San Martín, etc., pero me llama la atención,
como todo esto se vincula/ entrelaza con una temática amorosa: tus poemas
mencionan mujeres con nombre puntual, situaciones, momentos… ¿Cuál es o fue la
relación entre el amor y el exilio?
[JB]: Las obsesiones del poeta corren por la sangre y a
veces se entrelazan, se refunden. Un poema tiene infinitas lecturas. Hay un
poema breve de John Donne que siempre tomo como ejemplo, dice: «La muerte es
muerte/ porque nos separa»; bueno, aparentemente es un texto sobre la muerte,
pero a la vez es un gran poema amoroso; y es un poema sobre el tiempo, y sobre
la angustia existencial y sobre la soledad. En ese sentido en mis poemas, van
entrecruzándose los núcleos temáticos, las percepciones, las ideas hasta formar
una cuerda en la que vibra la voz de cada uno; eso sí hay que cuidarse de que
esa soga no te apriete mucho la garganta…
[AM]: En tanto, después de estos siete años, surgen Polvo
para morder (1986) y Sordomuda (1991). La palabra como una derrota y la poesía
como imposibilidad, respectivamente. En ambos aparece la impotencia del
lenguaje para el decir y el oficio del poeta. Puedo equivocarme, pero noto un
giro importante en tu obra, tanto rítmico como temático: hay una simbología
fuerte, imágenes y personajes que, en consecuencia, dan lugar a
interpretaciones amplias ¿Qué te llevó a
ese giro (si es que sentís que lo hubo) y cómo empezó a gestarse?
[JB]: Nunca me puse a pensar en ello, como si lo que escribo
pudiera desgajarse en etapas diferentes; es una tarea crítica que quizá entre
en el análisis de la crítica, lo ignoro. Sí, creo que con Polvo para morder
entro en una fase distinta respecto al lenguaje, y como decís en una simbología
diferente, o en esa ambigüedad manejada como un planeado azar que robustece a
la poesía dando lugar a esas «interpretaciones amplias». Creo en la digresión
guiada. El que lleva las riendas en el carro de la poesía, tiene los ojos
vendados.
[AM]: A la hora de la creación, ¿en qué momento se termina
el talento y empieza el oficio?
[JB]: Es una verdad de Perogrullo que para desarmar al
oficio hay primero que conocerlo. Un relojero me imagino que también trabaja
así; porque también hay quienes empiezan manipulando su poema como un reloj
desarmado y luego le sobran piezas, y las que coloca están desencajadas. El
estallido del poema se da cuando está bien conectada la respiración de sus
cables a su detonador fantasmal. Ahora, se termina el talento cuando ya no hay
nada qué decir.
[AM]: El año pasado estuviste en la FIL presentando Monólogo
del necio (editado por Patria Grande en Argentina). Después de Palma Real y de
Bestias en un hotel de paso ¿con qué libro se va a encontrar el lector?
[JB]: A Monólogo del necio lo veo en la cuerda de Bestias en
un hotel de paso; tono sombrío, la muerte, las pérdidas; pero también tiene
algo de Sordomuda en vero a la poesía como residuos de una remota posibilidad
de calcar a la imaginación, como pretendía Luis Cardoza y Aragón. Si allá era
la lengua muda, aquí están un ganado (en realidad, “perdido”) de vacas flacas.
De todos modos el libro anda circulando en varios países y ahí cada cual lo
montará a su moro ―después de todo, cada volumen tiene lomo.
[AM]: ¿Estás al tanto de la poesía joven? ¿Algún autor a
destacar?
[JB]: Sobra decir que nadie está al tanto de todo lo que se
escribe. Luego de esa salvedad, y subrayando que uno expresa apenas un criterio
a partir de una experiencia de lecturas y, en mi caso, del trabajo como editor
en publicaciones, antologías y colecciones de poesía que me tocó pilotear, te
cuento que algunas voces de los últimos tiempos me resultan muy interesantes,
cada cual en su línea personal, como las del colombiano Felipe García Quintero,
los salvadoreños Vladimir Anaya y Pablo Benitez; Itzela Sosa y Jeremías
Marquínez, de México; el costarricense Mauricio Molina, los cubanos Alberto
Rodríguez Tosca (fallecido recientemente) y Damaris Calderón, y de Argentina,
entre otros nombres a destacar, Laura García del Castaño, Ariel Williams, Rubén
Valle, Alexis Comala, Paulina Aliaga, Guillermo Bianchi, Luis Comis, Leticia
Ressia y Marcelo Dughetti.
[AM]: Por último, te
agradezco tu tiempo y te hago una última pregunta: ¿qué consejo le darías a un
joven poeta?
[JB]: Que no escuche consejos de otros poetas.
*(Bahía Blanca-Argentina, 1952). Escritor y periodista. Ha
merecido, por su obra literaria, el Premio Casa de las Américas de Cuba, el
Premio Internacional de Poesía Camaiore (Italia) y el Premio a la trayectoria
literaria Ramón López Velarde (México). Ha publicado en poesía Polvo para
morder, Sordomuda, Bestias en un hotel de paso y Palma Real; y las antologías
personales Marimba, Tambor de jadeo, Servicio de insomnio y Libro del errante.
**(Argentina, 1993). Poeta y estudiante argentino. Redactor
de la revista Por qué tiemblan. Formó parte en 2013 y 2015 de la Cátedra
abierta de poesía latinoamericana de la Universidad de San Martín (Argentina).
Año en que su libro Los pantanos de la incertidumbre (sobre el artista y su
oficio) (inédito), recibió el premio del Concurso Nacional Homenaje a Jorge
Luis Borges de la Fundación ProArte, Córdoba (Argentina).
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