jueves, 28 de abril de 2016

Jorge Boccanera* :«El que lleva las riendas en el carro de la poesía, tiene los ojos vendados».


Agustín Mazini**

Agustín Mazini [AM]: Jorge, gracias por tu tiempo y para empezar: he visto que en algunas entrevistas se repite mucho el tema de la infancia. Bahía Blanca, Ingeniero White, el puerto, el abuelo y su peluquería… ¿Qué lugar ocupó la poesía en tu infancia, y qué lugar ocupa hoy la infancia en tu poesía?

Jorge Boccanera [JB]: La infancia es, entre otras muchas cosas, una manera de mirar y una respiración repleta de preguntas. En ese sentido el puerto me familiarizó con una babel fabulosa, marcada con el signo de la aventura; no te olvides que por allí pasó Calfucurá, Saint Exupèri, Francis Drake, Darwin y entre muchos el poeta Dino Campana y el anarquista Gustav Wilckens, vindicador de la matanza en La Patagonia. El puerto era para mí una larga calle repleta de marineros de distintos países. Y la peluquería de mi abuelo una especie de posta, de esas que en tiempos antiguos llegaban los viajeros para relevar a sus cabalgaduras. Dado que yo vivía allí, más que clientes sentía a esos forasteros como visitas a la casa y cuando todos se iban y se cerraba la persiana, jugaba en los sillones giratorios que se reflejaban en el inmenso espejo adornado con estrellas de talco que le ponía el barbero. No es difícil inferir que el puerto fue en mi infancia una usina de imágenes, enigmas, alegrías y hondos misterios. Por otro lado te repito una frase que he dicho en otras entrevistas: el que nace en un puerto, lleva para siempre el viaje puesto. Y yendo a la segunda parte de tu pregunta, podría decirse que también lleva la infancia puesta.

[AM]: Y llega 1973, y con él Los espantapájaros suicidas, tu primer libro ¿Qué significó como joven poeta ver tus escritos reunidos y en papel? ¿Quién o qué te animó a publicarlo? ¿Sentiste esa necesidad de publicar de la que suelen hablar los autores?

[JB]: Paradójicamente el 73 tuvo para mí varias caras, algunas amargas como la masacre de Ezeiza y la aparición de comandos parapoliciales, otra que fueron una especie de interregno, como la primavera democrática de Cámpora. Ese año me tocó el servicio militar. Pero a la vez ese año corría un viento grande que reunía en un mismo haz anhelos, deseos, empuje, hambre de proyectar y hacer, de cambiar un entorno autoritario, de dar rienda suelta a la imaginación. Alguien dijo que el 68 francés más que «ir a», fue «juntarse con»; y eso fue para nosotros el 73: juntarnos poetas, músicos, pintores, músicos; hacer grupos de arte, debatir, sacar publicaciones, fundar cooperativas editoriales. En ese torbellino sale mi primer libro, que es siempre una carta de presentación. Yo acababa de ganar la primera mención del concurso Pablo Neruda de la revista Encuentro, dirigida por un gran trabajador de la cultura, Alberto Luis Ponzo, entre 1966 a 1977. Con ese apoyo, lo editó el sello Mensaje. Yendo a la parte última de la pregunta, te diría que la necesidad es de escribir.

[AM]: Tiempo después, llega el Casa de las Américas con Contraseña, casi al mismo tiempo en que vino el golpe de Estado del ’76, en Argentina. Tuviste que irte, a pie, de Buenos Aires hasta México ¿Cómo fue la decisión de dejar todo atrás y partir?

[JB]: Fue una decisión amasada entre la inconsciencia y la consciencia, la razón y la incertidumbre; el desconcierto y el temor, el pesar por los compañeros desaparecidos y alguna intuición de lo que se venía. Él poeta Roberto Santoro me dijo que si iba a Perú, donde él tenía pensado llegar, unos poetas conocidos suyos ―sobre todo Víctor Mazzi― podían darme una mano. Al tiempo “Toto” Santoro fue secuestrado. Yo llegué a Lima en junio del 76 y me vinculé en Chosica con Mazzi, que me presentó a la gente del grupo Primero de Mayo, poetas autodidactas todos de la sierra peruana. Él vendía libros usados en un carrito fuera de la Universidad Campesina de La Cantuta. Fuimos buenos amigos y le quedaré siempre agradecido. Pero en ese tiempo el general que gobierna Perú, Morales-Bermúdez, decreta el estado de sitio y tras un mes de permanecer allí me fui en colectivo a Guayaquil, y para hacerla corta, así, un poco a dedo y otro poco en micros de segunda, atravesé países hasta México en un lapso de casi 6 meses; el haber ganado el Premio Casa me abrió puertas para ir denunciando los crímenes de la dictadura militar. Y en el viaje fui empapándome de la realidad social y cultural de los países que atravesaba. Fue como hacer un curso acelerado en historia latinoamericana.

 [AM]: ¿Qué le dio el exilio al poeta de Contraseña y Espantapájaros Suicidas?

[JB]: El exilio es siempre un hecho desgraciado. La palabra viene del latín exsilire, que significa algo así como «saltar al vacío», así que como dar, lo que da el exilio es esa sensación de tratar de hacer pie en un terreno cenagoso, un empezar de menos cero en terreno desconocido. Algo así como un duelo prematuro de los afectos, los paisajes y las cosas de uno y de la historia de uno. El lado menos oscuro del destierro es que en México, donde viví de fines del 76 a inicios del 84, es un país muy hospitalario y que, además del pueblo mexicanos, confluyeron en esa tierra exiliados centroamericanos y chilenos, uruguayo, que más los republicanos llegados en el ’39 formamos una gran comunidad de «transterrados» (palabra que inventó el filósofo español José Gaos, exiliado español); lo que significa vínculos, universo de ideas, intercambio, reciprocidad y, en lo que a mí me tocó, un gran aprendizaje.

 [AM]: ¿Cómo te sentiste al ganar, en 1979, el Premio Nacional de Poesía Joven de México, siendo extranjero y, además, un exiliado?

[JB]: Un notable periodista peruano exiliado, carnero Checa, dijo que en México un refugiado encontraba las tres «t»: trabajo, techo y tribuna. Yo encontré afectos, hogar y espacios donde expresarme. Lo del Premio nacional a un extranjero habla de la pluralidad en la cultura mexicana, que convoca a su vez otros varios galardones, esta vez rubricados con nombres de escritores extranjeros que vivieron allí como el Malcom Lowry, el Bruno Traven, el Cardoza y Aragón, entre otros. El premio fue un estímulo para seguir trabajando.

[AM]: En tus libros de exilio el tema principal es, por supuesto, el desarraigo, la añoranza de tu tierra; hay referencias a calles y lugares de acá: San Telmo, Plaza San Martín, etc., pero me llama la atención, como todo esto se vincula/ entrelaza con una temática amorosa: tus poemas mencionan mujeres con nombre puntual, situaciones, momentos… ¿Cuál es o fue la relación entre el amor y el exilio?

[JB]: Las obsesiones del poeta corren por la sangre y a veces se entrelazan, se refunden. Un poema tiene infinitas lecturas. Hay un poema breve de John Donne que siempre tomo como ejemplo, dice: «La muerte es muerte/ porque nos separa»; bueno, aparentemente es un texto sobre la muerte, pero a la vez es un gran poema amoroso; y es un poema sobre el tiempo, y sobre la angustia existencial y sobre la soledad. En ese sentido en mis poemas, van entrecruzándose los núcleos temáticos, las percepciones, las ideas hasta formar una cuerda en la que vibra la voz de cada uno; eso sí hay que cuidarse de que esa soga no te apriete mucho la garganta…

[AM]: En tanto, después de estos siete años, surgen Polvo para morder (1986) y Sordomuda (1991). La palabra como una derrota y la poesía como imposibilidad, respectivamente. En ambos aparece la impotencia del lenguaje para el decir y el oficio del poeta. Puedo equivocarme, pero noto un giro importante en tu obra, tanto rítmico como temático: hay una simbología fuerte, imágenes y personajes que, en consecuencia, dan lugar a interpretaciones amplias  ¿Qué te llevó a ese giro (si es que sentís que lo hubo) y cómo empezó a gestarse?

[JB]: Nunca me puse a pensar en ello, como si lo que escribo pudiera desgajarse en etapas diferentes; es una tarea crítica que quizá entre en el análisis de la crítica, lo ignoro. Sí, creo que con Polvo para morder entro en una fase distinta respecto al lenguaje, y como decís en una simbología diferente, o en esa ambigüedad manejada como un planeado azar que robustece a la poesía dando lugar a esas «interpretaciones amplias». Creo en la digresión guiada. El que lleva las riendas en el carro de la poesía, tiene los ojos vendados.

[AM]: A la hora de la creación, ¿en qué momento se termina el talento y empieza el oficio?

[JB]: Es una verdad de Perogrullo que para desarmar al oficio hay primero que conocerlo. Un relojero me imagino que también trabaja así; porque también hay quienes empiezan manipulando su poema como un reloj desarmado y luego le sobran piezas, y las que coloca están desencajadas. El estallido del poema se da cuando está bien conectada la respiración de sus cables a su detonador fantasmal. Ahora, se termina el talento cuando ya no hay nada qué decir.

[AM]: El año pasado estuviste en la FIL presentando Monólogo del necio (editado por Patria Grande en Argentina). Después de Palma Real y de Bestias en un hotel de paso ¿con qué libro se va a encontrar el lector?

[JB]: A Monólogo del necio lo veo en la cuerda de Bestias en un hotel de paso; tono sombrío, la muerte, las pérdidas; pero también tiene algo de Sordomuda en vero a la poesía como residuos de una remota posibilidad de calcar a la imaginación, como pretendía Luis Cardoza y Aragón. Si allá era la lengua muda, aquí están un ganado (en realidad, “perdido”) de vacas flacas. De todos modos el libro anda circulando en varios países y ahí cada cual lo montará a su moro ―después de todo, cada volumen tiene lomo.

[AM]: ¿Estás al tanto de la poesía joven? ¿Algún autor a destacar?

[JB]: Sobra decir que nadie está al tanto de todo lo que se escribe. Luego de esa salvedad, y subrayando que uno expresa apenas un criterio a partir de una experiencia de lecturas y, en mi caso, del trabajo como editor en publicaciones, antologías y colecciones de poesía que me tocó pilotear, te cuento que algunas voces de los últimos tiempos me resultan muy interesantes, cada cual en su línea personal, como las del colombiano Felipe García Quintero, los salvadoreños Vladimir Anaya y Pablo Benitez; Itzela Sosa y Jeremías Marquínez, de México; el costarricense Mauricio Molina, los cubanos Alberto Rodríguez Tosca (fallecido recientemente) y Damaris Calderón, y de Argentina, entre otros nombres a destacar, Laura García del Castaño, Ariel Williams, Rubén Valle, Alexis Comala, Paulina Aliaga, Guillermo Bianchi, Luis Comis, Leticia Ressia y Marcelo Dughetti.

 [AM]: Por último, te agradezco tu tiempo y te hago una última pregunta: ¿qué consejo le darías a un joven poeta?

[JB]: Que no escuche consejos de otros poetas.

*(Bahía Blanca-Argentina, 1952). Escritor y periodista. Ha merecido, por su obra literaria, el Premio Casa de las Américas de Cuba, el Premio Internacional de Poesía Camaiore (Italia) y el Premio a la trayectoria literaria Ramón López Velarde (México). Ha publicado en poesía Polvo para morder, Sordomuda, Bestias en un hotel de paso y Palma Real; y las antologías personales Marimba, Tambor de jadeo, Servicio de insomnio y Libro del errante.

**(Argentina, 1993). Poeta y estudiante argentino. Redactor de la revista Por qué tiemblan. Formó parte en 2013 y 2015 de la Cátedra abierta de poesía latinoamericana de la Universidad de San Martín (Argentina). Año en que su libro Los pantanos de la incertidumbre (sobre el artista y su oficio) (inédito), recibió el premio del Concurso Nacional Homenaje a Jorge Luis Borges de la Fundación ProArte, Córdoba (Argentina).



No hay comentarios: