Víctor Mazzi Huaycucho
Este artículo es un adelanto de mi libro: Inkas y filósofos, posturas, teorías, estudio
de fuentes y reinterpretación, próximo a entrar en circulación en el mercado editorial peruano. Fue publicada en la Cátedra José Carlos Mariátegui edición febrero-marzo 2016. En la primera parte del mismo se
interroga sobre si es posible plantear la existencia de filosofía en el
Tawantinsuyu. El tópico tiene referentes durante el debate entre José Carlos
Mariátegui y Luis Alberto Sánchez acerca del «indigenismo». A partir de los
textos sobre cultura peruana que escribió Mariátegui en la revista Mundial, sección «Peruanicemos al Perú»
despliega sus pensamientos en favor del autoctonismo cultural, lo que nos
posibilita una mejor comprensión sobre nuestra evolución cultural en el
pensamiento reflexivo.
urante las primeras décadas del siglo XX se replantea la
visión sesgada y excluyente del pensamiento y reflexión autóctona, emergiendo
un programa que asume lo propio como motivo de reflexión dentro de un proyecto continental.
José Carlos Mariátegui (1979:13) compartía las tesis sobre una unidad de América «indo-española», considerando que todos los pueblos procedían de una matriz cultural única. La causa de su cambio y ruptura fue la irrupción española que destruyó las culturas autóctonas, uniformizándolas en todo el continente bajo otro patrón cultural, alterando todas sus fisonomías étnicas, políticas y morales. Los hispanos impusieron a las poblaciones nativas, una religión extraña y un modelo económico que colisionó con la eficiente organización productiva que manejaban. La independencia del yugo español no se basó en nacionalismos, porque —afirma Mariátegui— que aún no había nacionalidades, «no era un movimiento de las poblaciones indígenas. Era un movimiento de las poblaciones criollas, en las cuales los reflejos de la Revolución francesa habían generado un humor revolucionario».
José Carlos Mariátegui (1979:13) compartía las tesis sobre una unidad de América «indo-española», considerando que todos los pueblos procedían de una matriz cultural única. La causa de su cambio y ruptura fue la irrupción española que destruyó las culturas autóctonas, uniformizándolas en todo el continente bajo otro patrón cultural, alterando todas sus fisonomías étnicas, políticas y morales. Los hispanos impusieron a las poblaciones nativas, una religión extraña y un modelo económico que colisionó con la eficiente organización productiva que manejaban. La independencia del yugo español no se basó en nacionalismos, porque —afirma Mariátegui— que aún no había nacionalidades, «no era un movimiento de las poblaciones indígenas. Era un movimiento de las poblaciones criollas, en las cuales los reflejos de la Revolución francesa habían generado un humor revolucionario».
La evolución histórica de nuestra condición cultural conduce
a interrogarse: ¿Existe ya un pensamiento característicamente
hispano-americano? Afirma (1979:25) que hay evidencia de un pensamiento
filosófico[i] francés, alemán entre otros, pero no le parece evidente un pensamiento
hispano-americano, por cuanto aún «está en elaboración»; y con ella «el
continente, la raza» también están en formación. Percibe que entre lo nacional
y lo extranjero no existe oposición, sino relaciones de mutua influencia,
sostiene que «el Perú contemporáneo se mueve dentro de la órbita de la
civilización occidental». Una ubicación del Perú en el panorama mundial es «un
segmento, una parcela» que presenta elementos culturales impropios, condición
que le lleva a preguntarse (1980:26):
¿Existe hoy una ciencia, una filosofía, una democracia, un arte, existen máquinas, instituciones, leyes, genuina y característicamente peruanos? ¿El idioma que hablamos y que escribimos, el idioma siquiera, es acaso un producto de la gente peruana?
Mariátegui propugnaba el rescate y reintroducción dentro de
la cultura peruana de aquellos «contornos originales» que permitieran
distinguir lo propio de lo ajeno, de ahí su esquema de Peruanizar al Perú resultaba
un proyecto de «autoctonía». En la presentación al primer número de la
revista Amauta —escribe Mariátegui— que la elección
del título «traduce...nuestra adhesión a la Raza, ... refleja ...nuestro
homenaje al Incaismo». Adhesión que implicaba el reconocimiento del «otro», los
habitantes autóctonos que mantienen costumbres, creencias y formas de vida,
cuya cultura representa elementos y contornos de originalidad. Presta atención
al movimiento «indigenista», cuya internalización le permite comprender el
universo oculto y la sabiduría del «mundo del indígena». Sostiene que cualquier
proyecto político en el Perú no podía prescindir del «indio», él resulta el
cimiento de nuestra nacionalidad en formación,
sostiene que «sin el indio no hay peruanidad posible» por lo que la solución al problema de la tierra y su
redención social, «sus realizadores deben ser los propios indios».
Retrato de José Carlos Mariátegui por Bruno Portuguez Nolasco. Óleo/lienzo 1.50m x 1.15 m. 2014. |
Una actitud de distancia y alejamiento de la reconstrucción del pensamiento autóctono, se originaba en la formación filosófica[ii] de sus representantes en nuestro continente. Éstos constituyen una élite «superficial» que se muestra ajena al proceso evolutivo nacional — continúa J.C.M.— entre los cuales «no aflora el alma indígena», anidándose entre ellos «el sentimiento más extranjero y postizo que en el Perú existe». La masa autóctona mostrada como «deprimida y huraña» sólo muestra comportamiento originado por la brutalidad de la dominación colonial, la cual no había cambiado de método en el trato a sus miembros nativos a pesar de la independencia de 1821. La población autóctona «se mantiene extraña al proceso de formación de esa peruanidad» que se suele exaltar entre los predicadores de un nacionalismo «sin raíces en el suelo peruano».
Advierte que durante las primeras décadas del siglo XX lo
inkásico fue adverso entre pensadores peruanos que renunciaron a sus propias
raíces culturales generando rechazo a entrelazar lo propio con lo ajeno. Para
dichos filósofos el estudio del pensamiento autóctono resultaba «un regreso a
un pasado de mala ley». Acota Mariátegui (1980:21) que no existió interés por
investigar lo históricamente propio[iii].
Señala que:
El período de nuestra historia que más nos ha atraído no ha sido nunca el período incaico. Esa edad es demasiado autóctona, demasiado nacional, demasiado indígena para emocionar a los lánguidos criollos de la República. Estos criollos no se sienten, no se han podido sentir, herederos y descendientes de lo incásico.
Los rasgos sobre lo propio y autóctono puede leerse en su
comentario (1980:64) al texto de Valcárcel El rostro y el alma del
Tawantinsuyu, analizando los conceptos «totemismo» y «animismo» que
proviene desde la antropología del siglo XIX, aplicada en el estudio de la
religión y de los mitos de los antiguos peruanos. Un esquema crítico aflora en
el análisis del concepto de animismo en el estudio de la mentalidad del
antiguo peruano:
La teoría del «animismo» nos enseña que los indios, como otros hombres primitivos, se sentían instintivamente inclinados a atribuir un ánima a las piedras. Esta es, ciertamente, una hipótesis muy respetable de la ciencia contemporánea. Pero la ciencia mata la leyenda, destruye el símbolo. Y, mientras la ciencia, mediante la clasificación del mito de los «hombres de piedra» como un simple caso de animismo, no nos ayuda eficazmente a entender el Tawantinsuyu, la leyenda o la poesía nos presentan, cuajado en ese símbolo, su sentimiento cósmico.
El análisis crítico de aplicar indistintamente teorías para
ajustarlas a nuestro pasado, lo cual no permite comprender el Tawantinsuyu, el
sentimiento cósmico y las emociones del poblador autóctono; una civilización
Inka que es vista como lejanía histórica sin continuidad en el presente.
Había notado Mariátegui que los elementos culturales del
Tawantinsuyu se mantenían intactos y que sobrevivían en los Andes «hondamente
enraizado en la naturaleza». A raíz de su postura en favor de la civilización
Inka y de la reivindicación de sus herederos hablantes de runasimi, genera un
intenso debate sobre la condición del «indio» y la tierra.
El debate del «indigenismo» confrontó dentro del programa
socialista la reivindicación de la tierra y la condición de sus habitantes,
cuyo estatus cultural desaparecía en los marcos de la política y gobierno
peruano, los que construían un Perú «sin el indio y contra él». Luis Alberto
Sánchez[iv] criticó acremente las
posturas de Mariátegui como «batiburrillo indigenista» señalando que éste
«defendía la cuestión de la autoctonía, ya enamorado del vocablo amauta».
Mariátegui respondió que el programa de acción política que defendía no sería
peruano ni siquiera socialista «si no se solidarizase, primeramente, con las
reivindicaciones indígenas». Su «indigenismo» es propiamente una reivindicación
del socialismo peruano.[v]
La polémica del
«indigenismo» reintrodujo en la agenda intelectual del Perú la condición
cultural que existía y existe, invisible y paralela a la realidad peruana, una
historia viva que aún mostraba a retazos del antiguo Tawantinsuyu entre la
población de los Andes. El debate generó la necesidad de un deslinde conceptual
sobre las indistintas referencias a «indio» e «indígena». El primero señala un
error histórico que se ha mantenido para designar los múltiples gentilicios que
existían antes y después de 1492, manteniendo la creencia europea de haber
arribado a las costas de las «Indias», de ahí se desprende la denominación
alternativa como culturas «precolombinas» (antes de Cristóbal Colón). El
segundo viene a simbolizar una designación conceptual arbitraria de
representación del sujeto subalterno residente en los Andes, posterior a la
independencia. Se consideró que el trueque y ausencia del uso de monedas en el
intercambio comercial, representaba absurdamente al poblador nativo como
«indigente».
La necesidad de
reconceptualizar las categorías sociales e históricas impone un nuevo marco
para el debate de la proyección del pensamiento y cultura Inka en los Andes peruanos. Si bien las
distancias sobre condición cultural e histórica se pueden delimitar con
precisión, no así las fuentes para su estudio. Sostiene Mariátegui (1980:63)
que sobre el Tawantinsuyu «los cronistas y sus comentadores han escrito cosas
fragmentarias» y que las mismas no han brindado una visión real, «una verdadera
teoría, una completa concepción de la civilización incaica». Mariátegui había
colocado los cimientos para el estudio del pensamiento y la reflexión Inka,
entrelazando el pasado con su presente como una continuidad histórica ineludible.
La reivindicación y reconstrucción de la reflexión en el Tawantinsuyu dejará
una tarea pendiente que será continuada posteriormente por otros pensadores.
Después de las reflexiones de Mariátegui se estructuran dos
discursos opuestos y alternantes: el universalista que proclama la hegemonía de
un filosofar estrictamente bajo los andamios occidentales; y un emergente autoctonismo
que trata de hallar las huellas de una genuina reflexión fuera del canon
europeo. A la pregunta de Mariátegui sobre la existencia de un pensamiento
hispano-americano como proceso de reflexión surgida en nuestra América, fue
propuesto por Leopoldo Zea (1948:171) como tarea del pensamiento
latinoamericano. Se interroga el pensador mexicano sobre la posibilidad de
existencia de una filosofía condicionada al problema de la existencia de una
cultura propia. Zea argumenta:
Hablar de las posibilidades de una filosofía americana no tiene otro sentido que el de hablar de la necesidad de que nosotros los americanos hagamos auténtica filosofía. Esto es, de la necesidad de que filosofemos en la misma forma como lo han hecho los filósofos. De la necesidad de que nos planteemos auténticos problemas y dejemos de ser eco y reflejo de ajenas vidas, ...
El filosofar latinoamericano sólo será realmente original y
genuino en la medida que filosofemos sobre nuestros propios problemas, sin que
lo exógeno se perciba como dominante y hegemónico. El requisito indispensable
para establecer dicha originalidad implica que debamos construir sistemas y
categorías que se piensen desde el propio idioma nativo y la propia condición
cultural, la reflexión de los propios problemas existenciales, repensar sobre
lo reflexionado por otros pensadores o encuadrar nuestro pensamiento en los
sistemas filosóficos en los cuales nos encontramos. Este planteo (id: 172)
señala una tarea, un fin y un proyecto, en el cual:
Si queremos hacer filosofía lo primero que tenemos que hacer es filosofar. Filosofar sin más, sin preocuparnos porque esta actividad nuestra sea o no reconocida como filosofía. No debemos empeñarnos en hacer filosofía sino en filosofar. Esto es, debemos empeñarnos en la solución de nuestros problemas.
Estos argumentos invitan a reflexionar sobre nuestra
condición después del dominio colonial y la imposición de un marco cultural
impropio sobre los orígenes de la cultura en América, cuyos máximas
civilizaciones se ubican en México y Perú.
A las propuestas de Mariátegui y la reflexión de Zea se
complementan las ideas de Víctor Andrés Belaunde. Ya en 1914 el polígrafo
arequipeño había pergeñado la idea que la crisis que vivía el Perú sólo podía
solucionarse reflexionando sobre la esencia de sus problemas.
Los contornos y esencialidad sobre el sentido de la peruanidad
debe reconocer la presencia de un pasado y una tradición Inka, una evolución
cultural que aún tiene por solucionar a sus miembros nativos, motivo de la
crisis que se vivía al negársele presencia y legitimidad en la evolución
histórica.
Al afianzar sus meditaciones sobre la evolución histórica y
la presencia del Tawantinsuyu, se interroga (1987:37) sobre la relación
conflictiva entre lo hispano e Inka:
Existe pues entre el Perú actual y el incario el elemento de la continuidad geográfica y, en gran parte, el elemento de la continuidad biológica. ¿Puede afirmarse también que existe continuidad psíquica? ¿Podemos contemplar la peruanidad como la continuidad del incario por lo que se refiere al alma colectiva?
La continuidad que reconoce Belaunde recurre a estudios de
Arnold Toynbee, Philip Means y Louis Baudin para denotar los grandes avances
logrados en el Tawantinsuyu. Sostiene que la «élite imperial Inka» realizó
grandes aportes a la civilización mundial, estableció sus legados sobre unidad
política, misión civilizadora («el mérito de los incas consistió en que
atendieron la más alta cultura»), la justicia social y la dignidad imperial.
Propone una síntesis entre lo occidental y lo propio del
Tawantinsuyu, debiendo fusionarse bajo las consideraciones de una nueva
filosofía que permita comprender la complejidad evolutiva, pues «el Perú debe
ser interpretado como un país de mestizaje». Los diferentes enfoques desde los
cuales se ha tratado sobre la cultura peruana (1987:228-29) son: a) Hispanismo,
que reduciría nuestra cultura nativa a un simple calco de la cultura hispánica
y despojaría de fecundidad a nuestra propia cultura; b) Autoctonismo,
como visión muy parcial por reafirmar una «reversión histórica imposible» y la
consiguiente mutilación de nuestra realidad espiritual, y, c) Fusionismo,
como un concepto igualitario y una valorización falsa respecto a los elementos
culturales, y como, Síntesis viviente, que posibilita los fenómenos de
transculturación.
En cierta medida se acerca al autoctonismo cuando concibe
sus criterios para establecer y fundar los cimientos de una filosofía que
reproduzca la tradición anterior y la impulse hacia adelante resguardando lo
propio y desarrollando lo recepcionado del pensamiento hispano, lo cual debe
ser comprendido como reflexión asimilada, herramienta útil para pensar
sobre nuestra propia condición.
Francisco Miro Quesada (1974:167) ha resumido la idea
central sobre el proyecto del filosofar en el Perú desde la visión del
polígrafo:
El ideal de Belaunde es crear una filosofía del Perú, pero no como culminación de todo el posible movimiento filosófico peruano, sino más bien como punto de partida y como instrumento para hacer posible que el Perú, al tomar conciencia de sí mismo pueda participar en la gran corriente universal de la filosofía. Una filosofía de la peruanidad es el medio fundamental para que el Perú tome conciencia de sí mismo y sea una nación capaz de pensar por sí misma.
Hasta aquí podemos indicar que las reflexiones sobre
posibilidad y desarrollo de la filosofía en el Perú oscila entre dos proyectos
muy diferenciados: autoctonismo afirmativo y universalismo asuntivo,
aunque es muy difícil imponer una frontera exacta.
Respuestas desde el universalismo asuntivo
Se define como universalismo asuntivo el enfoque metafilosófico
que concibe la filosofía como universalismo de la cultura humana que tiene su
origen en la tradición occidental, desde la cual se hace descender sus
productos reflexivos a otros conjuntos humanos.
Los universalistas asuntivos aplican un razonamiento
deductivo respecto al estudio del pensamiento surgido en el Tawantinsuyu: consideran
que la cultura resultante de contenido universal sólo es la surgida en Grecia.
Ésta sirve como prototipo, modelo o marco común aplicable a cualquier cultura
factible de estudiar, aplicando indistintamente determinados requisitos para
saber si cumplen con todos los establecidos por dicho marco general.
Normalmente un universalista asuntivo no considera
las peculiaridades que pueda mostrar un pensamiento reflexivo autóctono
respecto al marco general establecido. No admiten procesos originales del pensamiento
reflexivo que no se ajusten a lo establecido en el pensamiento occidental.
La idea de enlazar y unir los pensamientos reflexivos
autóctonos con la cultura europea resultaría una inaceptable condición del
concepto mismo de filosofía, postura regida por una constelación de
pre-juicios que conducen a negar lo peculiar y propio que pudo haber surgido en
otros territorios.
Los universalistas asuntivos consideran que la
diversidad cultural humana sólo puede ser concebida desde el modelo griego,
asumen que la única filosofía que debemos atender es la generada por la
escolástica tardía traída al Perú por religiosos hispanos. Consideran banal
siquiera hablar de reflexión en la cultura propia, argumentan que no existen
fuentes confiables en los que se hayan preservados los pensamientos
autóctonos, además, todo lo que se pueda decir sobre el tema, ya fue zanjado
por el universalismo filosófico.
Referencias
AQUÉZOLO, Manuel Comp. (1976) La polémica del
indigenismo. Lima: Mosca Azul.
GUARDIA, César (1981) «Prólogo». En: Peruanicemos el Perú.
Lima:Empresa Editora Amauta. 6° edición.
(1966) «¿Es posible la existencia de una Filosofía Nacional
o Latinoamericana?» En: Revista de la Facultad de Letras N°, 3.
Arequipa: Universidad San Agustin.
MARIATEGUI, José Carlos (1981) Peruanicemos al Perú.
Lima: Empresa Editora Amauta. 6° edición.
(1979) Temas de Nuestra América. Lima: Empresa
Editora Amauta. 6° edición.
(1976) Presentación de «Amauta». Revista Amauta N° 1.
Lima: Empresa editora amauta s.a.
MIRÓ QUESADA, Francisco (1974) Despertar y proyecto del
filosofar latinoamericano. México: Fondo de Cultura Económica.
ZEA, Leopoldo (1948) «Justificación de una tarea». En: Las
Moradas N° 5. Págs 169-174. Lima.
(1991). La filosofía como compromiso de liberación.
Caracas: Biblioteca Ayacucho.
Notas Finales.
[i] ¿Cuál es el significado
sobre filosofía al que recurre? Refiriéndose (1979:79) al texto Raza cósmica de José Vasconcelos y
sus tesis sobre «indología», escribe: «La filosofía recobra aquí su clásica
función de ciencia universal, que domina y contiene todas las ciencias y que
siente destinada, no sólo a explicar e iluminar la vida, sino a crearla,
proponiéndoles las metas de una incesante superación. El filósofo retorna a
una tradición en que encontramos a Platón y su República, para aplicar todas
las conquistas del conocimiento a la concepción del arquetipo o plan superior
de sociedad y civilización.
[ii]
2 Resalta (1979:25)
una condición de nuestros intelectuales que aún hoy se repite: «Todos los
pensadores de nuestra América se han educado en una escuela europea. No se
siente en su obra el espíritu de la raza. La producción intelectual del
continente carece de rasgos propios. No tiene contornos originales. El
pensamiento hispano-americano no es generalmente sino una rapsodia compuesta
con motivos y elementos del pensamiento europeo. Para comprobarlo basta
revistar la obra de los más altos representantes de la inteligencia indo-íbera».
[iii]
3 Con la excepción
de los trabajos arqueológicos de Julio C. Tello en favor del autoctonismo en la
matriz cultural del Antiguo Perú.
[iv]
4 Vid. Aquézolo
(1976:76) El «indigenismo, contra el cual reacciona belicosamente el espíritu
de Sánchez, no aparece, exclusiva ni aun principalmente, como una elaboración
de la inteligencia o el sentimiento costeño. Su mensaje viene, sobre todo, de
la sierra. No somos “nosotros los costeños” los que agitamos, presentemente, la
bandera de las reivindicaciones indígenas. Son los serranos: son
particularmente, los cusqueños. Son los serranos más auténticos».
[v]
Mariátegui presenta rasgos de un enfoque etno-cultural. Si bien en Defensa
del marxismo señala que adhiere a un programa y un ideal al habérsele
acusado de «europeizante», se interna al estudio del problema del «indio» cuya
reivindicación señala el reconocimiento que su desarrollo autóctono no
necesitaba de la imposición externa de la cultura europea.
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