EXPOSICIÓN EN LA CASA DE LA LITERATURA PERUANA
Amauta: La revista que enseñaba
¿Qué tienen que ver un tren al sur, una
revista limeña nonagenaria y un centro minero para hablar de la educación en el
Perú? Una exposición determina estos hilos alrededor de la figura de José
Carlos Mariátegui
29/4/2018
José Vadillo Vila
jvadillo@editoraperu.com.pe
A inicios del siglo pasado, los
proyectos periodísticos-literarios tenían la impronta de cambiar el mundo. Hoy
solo se piensa en Netflix y en seguir las “tendencias” que imponen las redes
sociales.
Las élites intelectuales no estaban alejadas ni de los compromisos educativos ni de los engranajes que movían los obreros en las fábricas a fuerza de brazos.
Ese hito articulatorio de intelectuales, artistas con intereses por modernizar el país, se llamó Amauta, un mensuario vital, que desde 1926 dirigió y publicó José Carlos Mariátegui (1894-1930). Le bastaron 32 números (los últimos tres bajo la dirección de Ricardo Martínez de la Torre) para ser referente. Fue “el escenario” de la intelectualidad de su tiempo.
Las élites intelectuales no estaban alejadas ni de los compromisos educativos ni de los engranajes que movían los obreros en las fábricas a fuerza de brazos.
Ese hito articulatorio de intelectuales, artistas con intereses por modernizar el país, se llamó Amauta, un mensuario vital, que desde 1926 dirigió y publicó José Carlos Mariátegui (1894-1930). Le bastaron 32 números (los últimos tres bajo la dirección de Ricardo Martínez de la Torre) para ser referente. Fue “el escenario” de la intelectualidad de su tiempo.
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Una antediluviana imprenta Export recibe al visitante en la primera planta de la Casa de la Literatura Peruana, a pie juntillas de la biblioteca Mario Vargas Llosa, mientras el ferrocarril despierta a los durmientes y los turistas toman fotos de Lima y su cerro San Cristóbal.
Esa máquina de la casa Nebiolo & Comp-Torino la instalaron los hermanos Julio César y José Carlos Mariátegui La Chira para su imprenta Minerva. De sus rodillos salieron tanto los números de la revista Amauta como los 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, aquella vitalidad de libro que cumple 90 años este 2018.
En la Caslit se expone, por estos días, la muestra Un espíritu en movimiento. Redes culturales de la revista Amauta, lo cual permite conocer la importancia de esta publicación y la red que desarrolló, en la que sumó nombres claves. Sus vasos comunicantes se afianzaron en ciudades importantes para la intelectualidad de ese tiempo: Junín, Puno, Cusco, Arequipa, Lima.
Por medio de las misivas se puede comprobar esa relación de Mariátegui con intelectuales como Valcárcel, Magda Portal, Gamaliel Churata, artistas plásticos como José Sabogal, Julia Codesido, Diego Kunurana y Julio Gutiérrez. Educadores como José Antonio Encinas, Emilio Vásquez y Julio Acurio, y los obreros sindicalistas Julio Portocarrero, Adrián Sovero, Gamaniel Blanco.
Mariátegui prologó Tempestad en los Andes (1927) de Valcárcel, quien, como muchos de los aliados estratégicos, vendía Amauta en su jurisdicción. Valcárcel estaba en Cusco, pero tenía nexos en Argentina y Bolivia, donde presentó con la Misión Peruana de Arte Incaico (1924-1925) espectáculos de teatro y música, y conferencias. En una carta de 1925, desnuda a Mariátegui el norte de su labor: “Estoy en el empeño de demostrar dos cosas: primero, el altísimo valor de la cultura inca junto a las grandes culturas del globo; segundo, la supervivencia del incario sin el inca”.
Lazos comunicantes. En Puno, Gamaliel Churata escribía y distribuía Amauta, y, a la vez, se reproducían artículos de Mariátegui en el boletín Titikaka, que editó el hoy reconocido grupo Orkopata, cuyo norte se atisbaba en similar línea genérica a la de Valcárcel: potenciar la fuerza telúrica del indígena.
“No tiene usted que agradecerme por la colaboración que presto a Amauta y Minerva. Cuando los hombres se reúnen con fines humanos, la colaboración es obligatoria y entonces el agradecimiento sobra”, escribió Churata a Mariátegui en una carta de 1926.
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En el documental Rompiendo las distancias, de la realizadora Berenice Tello, el académico Víctor Mazzi recuerda cómo el centro minero de Morococha fue tan importante para la intelectualidad peruana reunida en Amauta, al igual que la obrera Ate-Vitarte, en Lima.
El ejemplo de Amauta les permitió desarrollar tanto un modelo de prensa obrera como la formación de lo primeros “centros escolares obreros” con “espíritu autodidáctico”: cada campesino-obrero aportaba 40 centavos para crear esta escuela y pagar a los maestros de sus hijos se eduquen (recién en tiempos de Centromín la pagó la patronal).
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Espíritu democrático. Mariátegui mantuvo correspondencia con el poeta-obrero Augusto Mateu Cueva, el editor y librero jaujino Max Pecho, los obreros publicaban en las revistas Amauta y Labor (quincenario de ocho páginas que editó 10 números, entre noviembre de 1928 y setiembre de 1929; fue cerrado por el autócrata Augusto B. Leguía).
¿Y qué tiene que ver el ferrocarril de la Ciudad Blanca? Observe que los ejes de Amauta son con el sur, ¿por qué? La avanzada intelectual se encontraba allá. El investigador Juan Alberto Osorio recuerda que las ideas vanguardistas llegaron primero al sur del país, por la influencia de Buenos Aires y Montevideo. Las ideas viajaban a caballo, en autos y ferrocarril. He ahí el progreso.
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Es bueno escuchar puntos divergentes. El académico sanmarquino Jorge Valenzuela revisó Amauta con otros ojos, y acaba de presentar en Cuba una ponencia sobre cómo Mariátegui construyó nuestro canon indigenista con un “prejuicio” hacia los escritores ajenos a la esfera del socialismo. Así, “sepultó” para la posteridad a Ventura García Calderón, por ejemplo.
Esa mirada de Mariátegui, que resalta la justicia popular andina que construye Enrique López Albújar en el cuento Ushanan Jampi, aunque el tratamiento que da a los indios el autor de Matalaché es de seres inferiores, es injusta porque el canon que construyó Mariátegui ha formado a la crítica literaria de los cuarenta, cincuenta y sesenta, dejando de lado a autores, dice.
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