sábado, 13 de junio de 2020

Deuda al Amauta


ALONSO CASTILLO

Tomado de: Disenso: crítica y reflexión latinoamericana


l Perú contemporáneo le han faltado muchas cosas, ha sido tierra de innumerables derrotas e incontables injusticias, pero este país tan rico en cultura milenaria no ha sido nunca pobre en hombres de ideas, en espíritus cuyos aportes han contribuido enormemente al bagaje cultural de toda la humanidad. Tenemos al padre de la ingeniería aeronáutica, al iniciador de la teología de la liberación y al más grande marxista latinoamericano, me refiero a Pedro Paulet, a Gustavo Gutiérrez y a José Carlos Mariátegui, y a tantos más. Peruanos y no peruanos estamos en deuda con ellos. Me encargaré aquí solamente del Amauta. Daré a conocer cuatro cosas que José Carlos nos ha dado, cuatro deudas que nos dictan seguir su ejemplo.

Una imagen viva de Marx, el Amauta introduce el marxismo en el Perú, puede que varios antes ya hayan dado a conocer al cerebro alemán, pero José Carlos lo trae para encarnarlo en la historia del Perú, para recrearlo y ambientarlo a nuestro clima, ni calco ni copia. Pocos lo habrán notado pero su “historia de la crisis mundial” es una traducción creadora de los aportes de Tilgher, Spengler, Bergson, Gorki, Lenin, Trotski, Breton, Ortega, materia prima para comprender que la decadencia que ellos exponen es el mundo moderno, capitalista clásico y eurocentrista que había empezado a declinar. La concepción de Marx es un método, la de Mariátegui también, no es la letra en tanto letra sino en tanto brújula de viaje.

Una valoración y preocupación por el Perú, el Amauta nos hizo notar que sin la población de la sierra el Perú no era nada, que un Estado de criollos adinerados se identificaba más con Europa que con el Ande, que la nacionalidad peruana recién estaba en formación, que el tradicionalismo solo convierte la cultura en pieza de museo y no la enriquece con los valores universales. Mariátegui pudo no conocer el mundo quechua-aimara en su completa dimensión, pero tradujo como pocos el sentir andino al lenguaje universal contemporáneo, fue un suscitador de peruanidad, y en él lo que vale para el Perú vale para Nuestra América toda.

Una praxis revolucionaria, el Amauta fue obrerista, no es cierto que eliminó al “proletariado” como sujeto de la historia. Predicó la moral de productores de Sorel, vivió el huracán de la gesta italiana en las fábricas de Turín al calor de las luchas revolucionarias, se identificó con los panaderos y textiles en Lima, él mismo empezó como obrero y se supo trabajador del intelecto, fundó la central sindical, su verbo se hizo carne, la idea se asentó en la materia. Se volcó a la praxis partidaria, nunca dejó atrás ni su generosa apertura ni su férrea disciplina editorialista y partidista, fue fiel a sus principios, hombre de pensamiento y de acción.

Un modelo de vida, un “alma matinal”, como dijo Gamaliel Churata, un alma agónica, un espíritu polémico y religioso, no descansaba, nunca menguó su trabajo, fue pesimista de la realidad pero optimista del ideal y, sobre todo, de la acción. Reducido a una silla de ruedas, aminorado por una salud endeble, fue siempre un hombre de una vitalidad infinita, de una ambición existencial con pocos precedentes; metió su sangre en sus ideas, vivió peligrosamente. El Amauta es ejemplo de vida, fue flecha con objetivo impostergable, la vida que le faltó es la vida que nos dio, no se contentó con ver pasar la historia, decidió hacerla, ser artífice, ser parte del sujeto colectivo que construía un nuevo mundo ante “la decadencia de occidente” que trajo la “gran guerra”. ¿Su ideal de vida?, le preguntaron; tener siempre un ideal, contestó.

Quizás no lo hayamos notado, pero Mariátegui se confunde con la historia del Perú, su “edad de piedra” encaja perfectamente con la muerta “república aristocrática”, su “edad revolucionaria” cuadra como ficha de rompecabezas con el oncenio de Leguía contra el que insurgió, su lastimosa muerte anuncia la llegada de los regímenes fascistoides al Perú. La deuda del socialismo peruano con Mariátegui es la de aclimatarse seriamente en las tierras de Grau, la deuda del Perú con José Carlos es peruanizarse por fin él mismo, la deuda de toda teoría renovadora es tornarse honesta praxis creadora, la deuda de nuestra vida es no perderse en proyectos minimalistas ni flechas sin rumbo, de seguir nuestro ideal de un mundo mejor, trabajar para que la utopía, el mito, se haga realidad.

Amauta del Perú, contigo estamos en deuda.


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