ALONSO CASTILLO
Tomado de: Disenso: crítica y reflexión latinoamericana
Una imagen viva de Marx, el Amauta introduce el
marxismo en el Perú, puede que varios antes ya hayan dado a conocer al cerebro
alemán, pero José Carlos lo trae para encarnarlo en la historia del Perú, para
recrearlo y ambientarlo a nuestro clima, ni calco ni copia. Pocos lo habrán
notado pero su “historia de la crisis mundial” es una traducción creadora de
los aportes de Tilgher, Spengler, Bergson, Gorki, Lenin, Trotski, Breton,
Ortega, materia prima para comprender que la decadencia que ellos exponen es el
mundo moderno, capitalista clásico y eurocentrista que había empezado a
declinar. La concepción de Marx es un método, la de Mariátegui también, no es
la letra en tanto letra sino en tanto brújula de viaje.
Una valoración y preocupación por el Perú, el Amauta
nos hizo notar que sin la población de la sierra el Perú no era nada, que un
Estado de criollos adinerados se identificaba más con Europa que con el Ande,
que la nacionalidad peruana recién estaba en formación, que el tradicionalismo
solo convierte la cultura en pieza de museo y no la enriquece con los valores
universales. Mariátegui pudo no conocer el mundo quechua-aimara en su completa
dimensión, pero tradujo como pocos el sentir andino al lenguaje universal
contemporáneo, fue un suscitador de peruanidad, y en él lo que vale para el
Perú vale para Nuestra América toda.
Una praxis revolucionaria, el Amauta fue obrerista, no
es cierto que eliminó al “proletariado” como sujeto de la historia. Predicó la
moral de productores de Sorel, vivió el huracán de la gesta italiana en las
fábricas de Turín al calor de las luchas revolucionarias, se identificó con los
panaderos y textiles en Lima, él mismo empezó como obrero y se supo trabajador
del intelecto, fundó la central sindical, su verbo se hizo carne, la idea se
asentó en la materia. Se volcó a la praxis partidaria, nunca dejó atrás ni su
generosa apertura ni su férrea disciplina editorialista y partidista, fue fiel
a sus principios, hombre de pensamiento y de acción.
Un modelo de vida, un “alma matinal”, como dijo
Gamaliel Churata, un alma agónica, un espíritu polémico y religioso, no
descansaba, nunca menguó su trabajo, fue pesimista de la realidad pero
optimista del ideal y, sobre todo, de la acción. Reducido a una silla de
ruedas, aminorado por una salud endeble, fue siempre un hombre de una vitalidad
infinita, de una ambición existencial con pocos precedentes; metió su sangre en
sus ideas, vivió peligrosamente. El Amauta es ejemplo de vida, fue flecha con
objetivo impostergable, la vida que le faltó es la vida que nos dio, no se
contentó con ver pasar la historia, decidió hacerla, ser artífice, ser parte
del sujeto colectivo que construía un nuevo mundo ante “la decadencia de
occidente” que trajo la “gran guerra”. ¿Su ideal de vida?, le preguntaron;
tener siempre un ideal, contestó.
Quizás no lo hayamos notado, pero Mariátegui se
confunde con la historia del Perú, su “edad de piedra” encaja perfectamente con
la muerta “república aristocrática”, su “edad revolucionaria” cuadra como ficha
de rompecabezas con el oncenio de Leguía contra el que insurgió, su lastimosa
muerte anuncia la llegada de los regímenes fascistoides al Perú. La deuda del
socialismo peruano con Mariátegui es la de aclimatarse seriamente en las
tierras de Grau, la deuda del Perú con José Carlos es peruanizarse por fin él
mismo, la deuda de toda teoría renovadora es tornarse honesta praxis creadora,
la deuda de nuestra vida es no perderse en proyectos minimalistas ni flechas
sin rumbo, de seguir nuestro ideal de un mundo mejor, trabajar para que la
utopía, el mito, se haga realidad.
Amauta
del Perú, contigo estamos en deuda.
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