lunes, 1 de junio de 2020

La criminalización de la protesta

(En la foto, insurrección ciudadana en el mismo corazón del capitalismo, cuyo presidente ha llamado "terrorista" a la población airada antifascista).

Ricardo Virhuez

Hay debates en el mundo de las ideologías donde es imposible ponerse de acuerdo, como es el caso del “terrorismo”. Yo que ando metido en el ominoso mundo de los discursos históricos en busca de mejores materiales para mis novelas ambientadas en tiempos del antiguo Perú, incaicos y coloniales, totalmente disconforme con los discursos e interpretaciones elaborados por el poder, me pongo a pensar en lo frágiles que somos frente a la memoria, en cómo aceptamos ser juguetes de la ficción e instrumentos de todo aquello que despreciamos.

Aparentemente, hemos elegido usar el término “terrorista” para acusar al enemigo del mayor oprobio que nos dicta nuestra imaginación, para insultarlo, caricaturizarlo y, en fin, deshumanizarlo. Sin embargo, la realidad, esa vieja aguafiestas, nos dice que no hemos elegido nada. Podríamos alejarnos hasta la revolución francesa para comprender el uso político de “terror”, el mayor miedo contra los grupos de poder feudal que se concretizaba en la guillotina. Pero mejor es acercarnos en el tiempo y comprender que EEUU acuñó el delito de “terrorismo” para referirse a sus enemigos, sean comunistas, árabes, chinos, coreanos, africanos, cubanos, venezolanos, grupos de liberación o cualquier país que quieran invadir para saquearlo: todos son terroristas. Derivó de la tipificación ideológica a la delictiva. Y eso es lo que hicieron sus colonias.



Cuando empezó la “guerra popular” o la “guerra subversiva”, como se llamó entonces, Perú tenía un manual antisubversivo elaborado en la Escuela de las Américas, que como sabemos fue formadora de todos los dictadores y carniceros de Latinoamérica, donde se hizo Vladimiro Montesinos precisamente.

Luego, en 1989, al finalizar el gobierno del Apra, se publicó el Manual de Contrainsurgencia ME 41-7 que es un estudio bastante serio de la sociedad y sorprendentemente específico sobre cómo tratar al enemigo: no llamarlos marxistas, ni comunistas, ni socialistas, ni guerrilleros, porque son conceptos que tienen connotaciones de prestigio. Mejor llamarlos “terroristas”. Así deben llamarlos todos los niveles del Estado. Y, sobre todo, especial atención a que así debe tratarlos la prensa, las universidades, los intelectuales cercanos.

De ese modo, el término “terrorista” se vuelve de uso oficial y se ordena la anexión del adjetivo “delincuente terrorista” para aumentar el rechazo en la población. Es decir, el uso del término “terrorista” era un psicosocial a plenitud destinado a asociar la idea de “terror” con el enemigo. He ahí su imposición oficial en el Perú.

Naturalmente, este manual es un extraordinario conjunto de ordenanzas sobre cómo dirigir la guerra contrasubversiva, desde la inteligencia hasta el comportamiento militar, y me quito el sombrero por su excelente elaboración. Pero también es la prueba perfecta del terrorismo de Estado y de sus crímenes execrables, y esa es la razón por la que casi nadie conoce su contenido. Es la base ideológica del informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR). Y es el sustento de toda la política frente al “terrorismo” hasta nuestros días. Incluso la mayoría de escritores solo tienen como fuente de consulta la prensa basura y el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, y jamás el manual contrasubversivo ME 41-7 y menos los documentos del rival. Eso se nota con toda claridad en la mayoría de novelas y cuentos publicados hasta ahora, donde predomina la acción armada y sus consecuencias en la población, pero se oculta el telón de fondo político, es decir, la intervención de EEUU, la inteligencia israelí y coreana, los faenones para la élite militar inventando "bases antisubversivas" en todo el país, el enriquecimiento ilícito por tráfico de drogas usando barcos de la marina y aviones y helicópteros de la FAP: el narco estado puro, origen de todas las riquezas de los políticos fujimoristas y de derecha.

Al igual que en los discursos coloniales, cuando los antiguos peruanos de repente veían ángeles y santos volar sobre sus cabezas, a Santiago Mata indios defender las ciudades frente a los enemigos idólatras, y al Inca Garcilaso, Guaman Poma, Santa Cruz Pachacuti y otros peruanos defender aquello que los exterminaba, aquí surgieron “testimonios” que veían a los "terroristas" matar a miles de campesinos, comerse a los niños y asesinar vaquitas y pollitos. “Yo los vi con mis propios ojos”, decían. Dos mundos paralelos donde se repetía el mismo escenario bajo sanciones parecidas: los mandatos de los Concilios Limenses del siglo XVI y el Manual de Contrainsurgencia ME 41-7. Para mí, la sorpresa sigue siendo política. Es decir, hay que reconocer que la burguesía es práctica y sabe sobrevivir.

EEUU acusó de todos los males imaginables a los nazis, pero cuando ganaron la guerra no dudaron en reclutar a todos los nazis al servicio yanqui, que incluso dirigió su servicio espacial. En el Perú, terminada la guerra el año 1992 con la captura del líder maoísta, los dueños de los medios de producción y financieras desataron un carnaval de negocios mediante la venta de empresas públicas, paraísos fiscales y narcotráfico, que los enriquecieron como jamás había ocurrido en nuestra historia. Incluso, mediante Fujimori, visitaban al derrotado líder maoísta y le llevaban presentes. Pero esto, que ocurría entre los que tenían el poder y manejaban la economía, no ocurría entre el yanaconaje de los políticos asalariados de derecha y de la izquierda supérstite.

Para estos políticos asalariados y la prensa basura la batalla psicosocial continuó, y el “terruqueo” se hizo moneda común contra obreros, campesinos, pueblos originarios, empleados, ambulantes y familiares de los presos políticos. La burguesía no se dio el trabajo de decir (de ordenar) que la guerra había terminado hacía cerca de treinta años y que los instrumentos usados entonces, ese psicosocial del “terrorismo”, ya había cumplido su función y que estábamos ante otros peruanos derrotados, cumpliendo prisión o muertos. Y siguió la ofensiva judicial, militar y política: alargaban sentencias ilegalmente, abandonaban el cuidado de salud de los sentenciados, destruían las tumbas de sus muertos, prohibían trabajar a los excarcelados y sometían a vigilancia a las familias. Hace poco detuvieron a un “peligroso terrorista” de 92 años que apenas podía pararse en pie. Y para poner la fresa sobre el pastel, inventaron el delito de “apología del terrorismo” con el fin de prohibir investigaciones distintas del discurso oficial.

Los maoístas y emerretistas no solo fueron derrotados; también fueron los primeros en ser llamados "terroristas". Y seguirán siendo llamados "terroristas" cualquiera que disuene del capitalismo neoliberal de nuestros días, cualquiera que piense distinto, cualquiera que no diga chicheñó (“si señor”)  o elija otros rumbos.

Cómo no sorprenderme de cuánto del presente servía para comprender el pasado colonial; o al revés, cómo el pasado nos mostraba que seguíamos con los mismos lastres coloniales, que no habíamos cambiado casi nada excepto de discursos y que la realidad seguía siendo una historia insostenible. El orgullo peruano está construido a partir de nuestros rebeldes inolvidables: desde Manco Inca, Kawide, Túpac Amaru, Rumiñawi, Challcuchimaq y el genial Kisu Yupanqui que aplastó a cuatro compañías de españoles, hasta Juan Santos Atawallpa, Rumirato, Runcato, Perote, Pacaya, Sharián, Túpac Amaru II y su formidable primo Diego Cristóbal, Mariano Melgar, José Olaya, Miguel Grau, Andrés Avelino Cáceres, Javier Heraud... Nuestra memoria y nuestra identidad están llenas de esos nombres y de su mensaje de rebeldía.

Por ello, hay un hecho que es bueno recordar: en las guerras, prevalece el discurso del vencedor. No prevalece la verdad. De ahí que a menudo nuestras ideas no son nuestras ideas, son las ideas del vencedor que hemos asimilado consciente e inconscientemente. Salir del círculo vicioso que aplaude las humillaciones y celebra la pobreza es un primer paso. Reconocer que los discursos del vencedor no son nuestras palabras también es un paso importante. Crear otras miradas, construir nuevas ideas y encaminarnos por las voces que eliminen los remanentes coloniales y aplasten las miserias contemporáneas es nuestra ruta. Hay tantos caminos que nos unen. Pero jamás las ideas del opresor. Y entonces diríamos como Darcy Ribeiro:
"...me puse al lado de los obreros y me derrotaron.
Pero nunca me puse al lado de los que me vencieron.
Esa es mi victoria".

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