El poeta Víctor Mazzi Trujillo nació en el distrito minero de Morococha un 17 de marzo de 1925. En recuerdo de su vida y obra poética, insertamos el testimonio del poeta y matemático Artídoro Velapatiño, quien narra su amistad con el vate y sus vivencias como miembro integrante del GIPM.
onocí a Víctor Mazzi Trujillo, en 1966, cuando él vendía libros en un
puesto ubicado en las escaleras que conducían al comedor de estudiantes de la
Escuela Normal Superior, que después de una ardua lucha con huelgas y marchas,
se convirtió en Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle, La
Cantuta.
Vendía libros de política, ciencias sociales, pero sobre todo de
literatura. En alguna de nuestras primeras conversaciones, me enteré que él era
un famoso poeta obrero. Yo le mostré algunos de mis primeros poemas y él me
animó a seguir escribiendo y me recomendó algunas lecturas. Muy pronto
congeniamos, así llegué a saber de la existencia del Grupo Intelectual Primero de Mayo, del cual Víctor había sido
fundador junto al poeta obrero Leoncio Bueno y otros intelectuales obreros como
Eliseo García, José Guerra Peñaloza y Carlos Loayza.
Tenía en su sala, una pequeña mesa de trabajo, con su máquina de
escribir Remington, un viejo sillón y un famoso sofá donde pernocté infinitas
veces. Había también un tocadiscos y por allí estaban algunos libros y una ruma
de discos de 45 y 33 r. p.m. y también viejos discos de 78 r.p.m. que se ejecutaban
en una vieja vitrola.
Escribía sus poemas a mano con lápiz o con una pluma metálica
mojando en un tintero. Cuando usaba su vieja máquina de escribir, lo hacía
usando un sólo dedo: el índice de la mano derecha. Había adquirido cierta
habilidad con esa extraña manera de escribir y lo hacía a una velocidad
notable. Yo a veces le llevaba mis poemas para recibir su crítica que era
severa, aunque sin la rigurosidad de Segundo Cancino, porque a veces era
condescendiente conmigo, porque tenía fe en que mejoraría. Con otros jóvenes
era implacable.
Nuestras conversaciones eran largas. Él me contaba su niñez y sus
experiencias como obrero, siempre con el fondo musical de jazz, tango, música
clásica o folklore. A veces me leía poemas de Hesíodo, Luis Cernuda, Nazim
Hikmet, Elvio Romero, Carlos Oquendo de Amat y luego comentábamos. A veces me
acompañaba David Valenzuela. Muchas veces teníamos que culminar la
conversación, porque tenía que volver a la residencia estudiantil de la
Universidad La Cantuta.
Pronto me convertí en su asiduo visitante, donde se suscitaban amenas
charlas sobre literatura, pintura, arte, política, pedagogía o de lo que sea, y
donde concurrían estudiantes y docentes. Se sumaba a la conversación Ricardo
Respaldiza, era de aquellos maestros que prolongan su cátedra más allá de las
aulas. También el novelista Oswaldo Reynoso, aunque no tuve la suerte de
tenerlo entre mis maestros, porque yo soy de la especialidad de Matemática. Él
fue uno de mis primeros lectores críticos y consejeros. A veces pasaban por ahí
Juan Gonzalo Rose, Ricardo Dolorier Urbano; el profesor Rojas Penas. Solían
detenerse para charlar un rato Guillermo Daly y Luis Yañez, Y como no, el
Rector Juan José Vega, a quien mis compañeros de promoción de la especialidad
de Historia lo recuerdan con cariño y agradecimiento. En fin gente de alguna
trascendencia, si no caía por ahí, al menos resbalaba.
Es la época en que conocí más a fondo la
creación literaria de Víctor y a través de él a Nazim Hikmet, a Federico García
Lorca (cuya poesía escuchábamos a través del gran Jorge Mistral, en especial el
Romancero Gitano y el célebre Llanto por Ignacio Sánchez Mejía, quizá una de
sus inmortales elegías junto a las Coplas de Manrique y la Elegía a Ramón
Sijé), a Miguel Hernández y al entrañable poeta paraguayo, Elvio Romero (amigo
personal de Víctor y célebre biógrafo de Miguel Hernández), a Luis Cernuda, a Luis
de Góngora, al abuelo instantáneo de los dinamiteros (Vallejo dixit) Francisco
de Quevedo, a Sor Inés de la Cruz, a Hesíodo, a Antonio Machado, a Juan Gelman,
a Vicente Aleixandre, entre otros muchos. Víctor además de leer con emoción y
énfasis matizaba las conversaciones con innumerables anécdotas y respondía a
nuestras acuciosas preguntas. Tenía una información bárbara, no sólo sobre
literatura proletaria, nos hablaba con la misma desenvoltura de Walt Withman,
T.S. Eliot, Ezra Pound, John Keats, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud y
Bertold Brecht (a quien ya leía desde la Academia Preuniversitaria de la
Federación de Estudiantes de la UNSCH). Y por supuesto, cada lectura y
conversación escuchando jazz. Ahí estaban: Bix Beiderbecke y su inmortal
corneta, Louis Armstrong y su trompeta con voz ronca y rasposa, Billie Holiday
con su voz dulce y débil pero potenciada por la magia del micrófono, Bessie
Smith la más grande cantante del Blues, Duke Ellington genial creador y
director de orquesta donde cada integrante es a su vez estrella, el inmortal y
genial renovador Charlie «Bird» Parker y su saxo alto, -para quien el
entrañable Julio Cortázar escribió El perseguidor (su biografía) y el gran
Clint Eastwood lo eternizó con su filme Bird-; las célebres cascadas pianísticas
de Erroll Garner. El saxo tenor de Coleman Hawkins, Lester Young, Stan Getz (mi
favorito) y un largo etc, etc, etc. En guitarra Charlie Christian, el gitano
Django Reinhardt, Wes Montgomery, entre otros. Nat King Cole en su fase
jazzística, no cuando se convirtió en comercial y populista. Mención aparte
merece el gran trompetista Miles Davis y su canto, silente y de protesta,
innovador del jazz y del rock, el primero en fusionar ambas vertientes con
talento y creatividad, a quien Víctor le dedicó varios poemas. También traté de
homenajearlo en Orfeo, después de los infiernos. Todo lo que sé de jazz lo
aprendí de Víctor.
"Todo lo que sé de Jazz lo aprendí de Víctor". Poeta Velapatiño en Tacna, enero 2014. |
Leoncio Bueno, junto a Víctor es uno de los más
destacados poetas obreros fundadores del GIPM, gran conversador y muy noble en
su trato. Creo que es una de las grandes voces del GIPM. En su taller de
mecánica automotriz El Tungar
(recuérdese su poemario Al pie del Tungar) ubicado en Breña, nos reuníamos los
sábados a las 4 p.m., reuniones que se prolongaban hasta muy entrada la noche.
Allí los miembros del GIPM daban lectura de sus creaciones en poesía, cuento y
ensayo y eran sometidos a una feroz crítica donde Víctor y Leoncio, eran los
supremos jueces. A veces concurría Spencer O’Connor (intelectual inglés
radicado en Chosica) que era el más despiadado crítico y despotricaba contra la
abundancia de poetas jóvenes en el Perú. Las reuniones en El Tungar eran
acompañadas de enormes tazas de té con canela y clavo de olor y panes con
poesía (pan francés de doble dimensión cortado en dos pero sin nada dentro). En
estas reuniones Víctor daba rienda suelta a sus amplios conocimientos de
literatura proletaria, matizadas por Leoncio que era otro gran conocedor,
muchos de los asistentes aprendieron ahí más de literatura y arte en general
que en las aulas universitarias. Leoncio, además, era y es un magnífico
cocinero. Muchos años después, aquí en Tacna en 1980 me volví a encontrar con
Leoncio, nos saludamos efusivamente y conversamos, larga y tendidamente.
Lástima que él ya no estaba en el GIPM (es un decir, porque nunca dejó ni puede
dejar de ser un auténtico y gran poeta obrero).
El último año que
permanecí en Lima fue en 1973, en agosto vine a residir a Tacna por razones de
trabajo, sin saber que me quedaría a radicar hasta hoy en día. A insistencia de
Víctor y el decidido apoyo de Pablo Vega (quien fue mi editor), Donald Jaimes y
Joaquín de los Santos, publiqué mi segundo poemario, cuyo prólogo lo hizo con
generosidad Marco Martos. La presentación del libro fue en el SAYCOPE, gracias
a Manuel Acosta Ojeda, quien era secretario general. En la actividad hablaron
Manuel Acosta, a nombre de la institución, Marco Martos presentó oficialmente
el libro y Víctor Mazzi a nombre del Grupo Intelectual Primero de Mayo.
Durante la fase de
final encuadernación y colado del libro nos sobraron algunos cartones y papel.
Con Donald Jaimes y Joaquín de los Santos preparamos un manuscrito fraguando un
viejo códice del siglo XVI e improvisamos un cantar de gesta en castellano
antiguo, que decía: «Homenaje a las fazañas del Caballero Andante Don Victor
Maese Troxillo, desde su nacimiento en Apata (Junín) hasta el nacimiento de su
sexto hijo Federixo, el mochacho de la sonaja roxa sobersiva», y se lo
entregamos. Víctor festejó la broma con su risa estereofónica de siempre.
También entre estos integrantes y Pablo Vega le propusimos a Víctor publicar
una antología de su obra poética que recogiera lo mejor de su creación. La
antología debía llevar el nombre: Salvajismo, Barbarie y Civilización porque
pretendía ser un juicio crítico de su obra con justamente tres secciones. En
Salvajismo iban a ir sus primeros poemas de Guirnalda de canciones a Chosica.
En Barbarie iban ir sus poemas casi panfletarios como aquel que empezaba con:
Rosa camarada mía, / te entrego la luz de mi canción…, y en Civilización irían
sus poemas de madurez, donde el lirismo alcanza su más alta impresión como el
poema en homenaje a Jiri Wölker: Jiri Wolker / las jarcias en altamar / las
gaviotas en el muelle / y tu canto / que asiste en el rompeolas / de nuestra clase
obrera…, iba a ser prologado por Francisco «Paco» Carrillo. Víctor compartía
nuestro divertimento y él mismo sugería el destino de sus poemas para
determinada sección.
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