Escribe: Raúl Soto
1. Fue un
sábado de finales de 1976 cuando llegué a Chosica, al jirón Colombia para ser más
preciso y comencé a buscar el número de la casa en la semioscuridad. El rumor
del rio Rímac hacía de música de fondo y conforme me acercaba a la casa de
Víctor Mazzi se escuchaba una melodía sincopada, extraña, nueva para mis oídos.
Claro que conocía algo de Armstrong y Ellington y de otros jazzistas, aunque
como rockero en ese tiempo vivía y respiraba The Dark Side of the Moon. Me
vacilaba este LP del segundo Pink Floyd, post Barret, y su originalidad conceptual
-distinta de las óperas rock- atravesada por la alienación del capitalismo que
pesaba duro sobre el grupo, tanto como la quemada de cerebro de Syd Barret. Y esa
desesperación de la espera -que no es solo inglesa- plasmada en el hibrido
musical que fusionaba el rock psicodélico, la música concreta y el jazz. Sin
saber todavía que ese disco me serviría de túnel para mi transición al jazz, llegué
a la entrada de un pasaje oscuro y sinuoso que conducía a la casa de Víctor
Mazzi. Fue ahí que una melodía indignada, entrecortada, fluyendo a borbotones de
la trompeta me golpeó de lleno. Del fondo salía una luz opaca por la puerta
entreabierta y al acercarme para tocar recordé a Macedonio Fernández esperando a
sus amigos en la penumbra, sonriendo cachaciento y diciendo: «trampa para
rubias». Aunque yo no soy rubio sino cholo, igual Víctor se puso de pie con
agilidad felina y me saludó afectuosamente. Era de talla mediana y de contextura
atlética. Sus ojos brillaban con los reflejos de la lámpara y me impresionó su
parecido con el Charlie Chaplin del Gran dictador, por los bigotitos. El
LP que sonaba en el tocadiscos era Kind of Blue de Miles Davis y su
primer sexteto -quizás el mejor de toda la historia del jazz, sin ofender a
Louis Armstrong-. Kind of Blue es sin duda el álbum
conceptual de jazz y mi transición -cronológicamente inversa- de The Dark Side
of the Moon a la obra maestra de Miles fue algo natural, sin sobresaltos. Miles,
el innovador, invento el álbum conceptual con Kind of Blue y esa
progresión de melodías en una sola escala produce la adicción de seguir escuchando
el disco sin parar. Los solos del blues prístino, doloroso y recalcitrante de
Miles, Coltrane y Cannonball sobre la sección rítmica impecable de Evans,
Chambers y Cobb me marcaron para siempre. Y de yapa la improvisación 2.0, ya
que Miles solo le mostró la partitura a su banda poco antes de comenzar a grabar.
Escuchamos el disco una y otra vez a lo largo de la noche -bebiendo unos Perú
libres- mientras Víctor me hablaba acerca de la contribución del disco al
desarrollo del jazz contemporáneo. Me explicaba con naturalidad y sin
pontificar, con el gusto que tienen los maestros innatos. Como la noche era
joven Víctor me mostró parte de su colección de discos de jazz y por primera
vez escuché la voz torturada de Billie Holiday cantando Strange Fruit. Y
Víctor dándome cátedra acerca del blues y de la letra y de las consecuencias -censura
y persecución política- que sufrió Billie por querer cantarla en sus conciertos.
Esa noche mayormente hablamos de jazz y gracias al conocimiento enciclopédico
de Víctor comenzamos el viaje en New Orleans y recorrimos Kansas City, New
York, Chicago, San Francisco y terminamos en Paris y Montreux. Me hablaba de King
Oliver, Louis, Bix, Billie, Sydney Bechet, Count, Django, Duke, Charlie Parker,
Dizzie y Miles como si los conociera; haciéndome escuchar algunas de sus canciones.
Ya de madrugada nos despedimos con un abrazo y Víctor me prestó Kind of Blue
-como si fuéramos amigos de toda la vida- lo que me motivó a hacer incursiones más
frecuentes por Tacora y la Cachina original de la rica Vicky, para también
buscar discos de jazz.
Luce y yergue
tu trompeta
Miles Davis.
Toma aliento y dale bronca al tiempo
de los amos y
su nefanda servidumbre. Reparte
golpea y parte
sueños sin cabeza
y/o cabezas
sin sueño.
Agita y sopla tu trompeta
con el frescor
del alba.
Ya no más
resignación
ojo y luto que
tenemos ojos-oídos-puños
y todo ese
sonido de órganos vivos
que puja en
las entrañas y ese afán
de no dejar
nada dormido todo ese rumor de pueblo
cada vez más
retenido en su papel de tigre.
Levanta y toca tu trompeta
Miles Davis.
No estamos
solos. Nos asisten voces
de envenenados
pinos y penas sin memoria.
(Víctor Mazzi: No descansada vida, 2006)
2. Mis sábados futuros los reservé para visitar a Víctor. Y por supuesto que nuestra primera conversación literaria fue sobre César Vallejo. Tuve la suerte de encontrar en la biblioteca familiar la edición Losada de 1949 de las Poesías Completas, la del apunte de Picasso en la carátula. Y fue Vallejo quien me despertó a la poesía durante mi adolescencia. (Cuando salió la edición de 1974 de Mosca Azul pasó a ser mi libro de cabecera). Vallejo es un árbol inmortal y su poesía universal sigue dando sombra a los poetas peruanos -por más que lo quieran negar y traten de evadirlo, refugiándose en la tradición anglosajona, por ejemplo-. Dicha evasión es inútil porque podemos encontrar ecos de la voz vallejeana en muchos poetas de la década del 50 para adelante. Víctor denominaba la poesía conversacional “eliotismo” y a sus seguidores los llamaba “eliotistas”. Si Eliot tiene The Waste Land, Vallejo tiene Trilce: ambos libros celebrando 100 años junto al Ulysses de Joyce. Mientras Vallejo tiene Poemas humanos, Eliot, bien gracias. La profundidad y altura de la poética de Vallejo -disculpen la tristeza- ha comenzado a filtrarse en la poesía reciente de otros idiomas y los estudios interdisciplinarios sobre toda su obra se multiplican en el extranjero. Por ejemplo, Jonah Mixon-Webster publicó en el 2018 el poema intertextual «Black-on-Black Stone/Under a White Stone. After César Vallejo».
Black-on-Black Stone/Under a White Stone
After César
Vallejo
I will die in
Flint, in the early gloaming of a raid
as blood honeys the fetid water.
I will die in
Flint, in a handoff without witness
on any night. Perhaps, this night
I am found with
broadcloth over my teeth,
a bagged object in clutch, empty
water bottles at
my side, a dingy hoard of glooms,
and whatever’s left of my body
now enters the day
rearward. In some nature,
Jonah Mixon-Webster is dead
and weaponless. A
fortuitous echo sucking air out,
a shrunk-mouthed portal shrilling
its sole evidence
of event-
a darkening, then all at once, snow.
Negro sobre una piedra negra /
Debajo de una piedra blanca
Al estilo de César Vallejo
por Jonah Mixon-Webster
Me moriré en Flint, durante el crepúsculo temprano de una redada
cuando la sangre
endulce el agua putrefacta.
Me moriré en Flint, durante un pase sin testigos
en una noche
cualquiera. Talvez esta noche
me encuentren con una mortaja sobre los dientes,
un objeto embolsado y
apretado, botellas
de agua vacías a mi lado, una acumulación de oscuridad sombría,
y lo que quede de mi
cuerpo
entrando ahora al día de retroceso. De alguna manera,
Jonah Mixon-Webster ha
muerto
y desarmado. Un eco fortuito succionando el aliento,
un portal estridente de
boca reducida
la única evidencia del acontecimiento-
una penumbra y de
repente, nieve.
3. Víctor Mazzi pertenece a la estirpe autodidacta e ideológica de José Carlos Mariátegui. Era un lector voraz, de una cultura omnívora y de una memoria prodigiosa. Había acumulado una biblioteca envidiable y un capital cultural inmenso por su cuenta -no por pertenecer a la burguesía letrada- que lo compartía con todos los que le conocían. Parece paradójico usar la categoría de Bourdieu en el caso de un poeta proletario que solo pudo estudiar en la escuela hasta el tercero de primaria. A veces le decía «Víctor el memorioso» y él soltaba esa risa espontánea y socarrona que todavía resuena en mis oídos. Cuando no pudo trabajar más en construcción empezó a vender libros usados en La Cantuta: el trabajo perfecto para seguir leyendo y sobreviviendo. Eran los años de efervescencia política de la izquierda peruana y cuando la dictadura de Morales Bermúdez cerró la universidad de La Cantuta, Víctor se quedó sin trabajo. En 1977, abrimos juntos una «librería de viejo» en la cuadra sexta del jirón Camaná, en el zaguán de una antigua casona colonial que ahora ya no existe. Ese mismo año -el del paro histórico- allí se conocieron Víctor Mazzi y Víctor Humareda. Fue el primer encuentro entre estas dos personalidades tan disímiles, pero que tenían mucho en común. En ese zaguán conversamos los tres sobre arte, literatura y política. Y ese encuentro fue suficiente para que un Víctor escribiera sobre el otro:
Retrato al óleo
no pintaba
ciudades
filósofos ni
poetas
que no conocía
nombraba a
veces
a unos pocos
parientes
(Vincent Van
Gogh
o Toulouse
Lautrec)
mientras movía
sus pinceles
de pelo de
mono del zoo
plasmando el
retrato
de su inmortal
amada
y varios
asuntos
que realmente
conocía.
Raúl Soto
Pawling, New
York, enero del 2022
1 comentario:
El recuerdo es un espejo que no arruga (no se corre del tiempo). Y Raúl Soto lo ha tomado por las astas. Y lo ha sabido domar.
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