Caricatura tomada de las redes sociales |
Y ahora, su hija, quien pretende hacernos creer que es “el
lado bueno” de su padre, está a punto de hacerse nuevamente del poder si es que
el próximo 5 de abril la mayoría de los peruanos decide optar por la sinrazón.
Y ojo. Ya tiene una mayoría parlamentaria poderosa que la
espera. Y en esa aplastante mayoría se escuchan nombres que nos evocan el
fujimorismo cleptócrata y estragado y virulento de toda la vida, que liberará
al autócrata apenas se asiente en el poder.
No han pasado ni veinticinco años, y apenas cuatro gobiernos
democráticos (uno corto y de transición), y la legalidad democrática está
nuevamente en cuestión. Y no me cabe la menor duda, amenazada. Es mi Perú.
Y nada. Así estamos. Al borde del abismo, para variar. Y no
me digan que exagero, pues quienes todavía tenemos alguito de memoria
recordamos perfectamente lo que fue el fujimorismo en todo su “esplendor”. La
prepotencia permanente. El desprecio por la democracia. El asco a la libertad
de prensa. Eso era.
Y no me vengan con que Keiko es una cosa y Alberto otra,
porque no me la creo. Son la misma vaina. Porque el fujimorismo es una
dinastía, y no una fuerza política, oigan. Miren, si no, a sus militantes. A la
Chacón. A Becerril. A Octavio Salazar. Sin mencionar al resto de los
innombrables, que, si se fijan, están ahí, agazapados, esperando la hora, para
regresar con la sangre en el ojo y hacer de las suyas. Para abusar del poder.
Para controlarlo todo. Como antes. Como hace casi un cuarto de siglo.
¿Qué cosa pasó para llegar nuevamente a esto? En opinión de
Gustavo Gorriti, “entre el dos mil y el presente, se fortaleció la economía
pero se debilitó la democracia. La vivimos peligrosamente y tuvimos que elegir
siempre el mal menor para evitar el mal mayor. El problema es que, en una serie
perversa, el mal mayor de la elección previa se convirtió en el mal menor de la
siguiente. Así, el 2001 se eligió a Toledo para evitar la de García; el 2006 a
García, para evitar la de Humala; el 2011 a Humala, para evitar la de Keiko
Fujimori” (Caretas, 14/4/2016).
Y ahora, el mal menor, Pedro Pablo Kuczynski, por alguna
razón ininteligible, pareciera no querer ganar, o no hacer los esfuerzos
suficientes para ser el próximo presidente. Por lo demás, ha tenido todas las
oportunidades para desmarcarse. Pero ya lo ven. Ahí sigue. Riéndose y
haciéndose el tonto, mientras que la hija de Fujimori y su financiadísima
campaña sigue aceitando su maquinaria con la intención de aplastarlo el domingo
5 de junio.
Keiko Fujimori insiste en que tiene vocación democrática.
Pero me van a perdonar. El fujimorismo que veo es el de siempre. Es decir, aun
asumiendo que Keiko ha cambiado un poquito, el fujimorismo no parece haber
cambiado un ápice. Sigue siendo autoritario y populista, o sea. Porque eso es
lo que está en su ADN. Y si ya comenzamos a atisbar los colmillos en algunos de
sus miembros, ¿se imaginan lo que harán cuando estén en el poder?
Porque así va a ser. Y nadie me puede quitar eso de la
cabeza. Pues si no se han dado cuenta, estamos camino hacia otro 5 de abril.
Tal cual. César Hildebrandt lo explicó claramente en su semanario hace poco más
de un mes:
“El Perú es país de costumbres laxas y memoria breve. Por
eso es que García pudo regresar al poder y por eso es que Iglesias, el gran
traidor, reposa en la cripta de los héroes de la guerra del Pacífico (…) En los
próximos cinco años tendremos un régimen parlamentario en manos del
fujimorismo. ¿Le daremos también, redundantemente, el Ejecutivo? ¿Qué podrán
hacer la inescrupulosa Keiko Fujimori y el sin bandera José Chlimper, azuzados
por la Chacón y las Alcorta, con el Congreso y el Ejecutivo en sus manos?
–‘Eso se llama gobernabilidad’ –diría Jorge Morelli, el
ideólogo en la sombra del fujimorismo.
Yo le respondería:
–Eso, de suceder, se llamará empacho del poder, monopolio en
manos turbias, chavismo de derecha. Eso sería el 5 de abril sin tanques ni
balazos pero con los mismos resultados” (Hildebrandt en sus trece, 15/4/2016).
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